Podría presentarme en esta nota como escritor, como periodista, como guionista, como comunicador. Y estaría bien, porque soy todo eso con todo un montón de otras cosas: maricón, idealista, trotamundos, obsesivo, y también, y es lo que nos convoca, una persona viviendo con VIH. El sector odiante, ese que se cuela en las redes sociales y simboliza el pensamiento del mal de la sociedad, diría un puto sidoso.
Gustavo Pecoraro @gustavopecoraro
Domingo 1ro de diciembre de 2019 11:25
Y también estaría bien, siempre y cuando lo que para ese sector es un insulto podamos transformarlo en algo que empodere o incluso divierta.
El humor marica suele estar, por suerte, alejadísimo de cualquier pretensión de solemnidad y corrección.
Esta nota pretende hablar sólo de esa parte: la del puto sidoso.
Una parte vital (y no es una ironía) que es la que me enseñó que para las personas que vivimos con VIH el 1º de diciembre son los 365 días del año.
Digo que vivo con VIH y también digo que vivo feliz.
Sin miedo a visibilizarme en ninguno de los dos aspectos.
O quizás, visibilizándome así a propósito, porque vivir con VIH no es algo tan tremendo (de todos modos no dudaría si me dieran a elegir ponerme en la fila de las personas que no viven con VIH). Pero no es tan tremendo como vivir en la más absoluta de las tristezas, o no tener para comer, o sufrir tormentos, o vivir exiliado, o que te nieguen ser lo que quieras ser.
A veces todo eso se junta, y entonces vivir con VIH es realmente un tormento.
Pensemos por un momento en las personas que viven con VIH migrantes que llegan a países donde supuestamente encontrarán libertad, y sólo reciben el trato miserable de la discriminación, el desprecio y en la mayoría de los casos, la desatención sanitaria absoluta. Pensemos en todo a lo que deben recurrir esas personas que dejaron atrás su tierra, sus costumbres, sus familias, para -al menos- conseguir que las veo un médico.
No nos vayamos lejos. En la Argentina si no fuera por el activismo y las organizaciones de la sociedad civil, las políticas públicas con relación al VIH sida estarían mucho peor de lo que están.
Es, y sigue siendo, mérito de estas organizaciones y este activismo que se diera a conocer los faltantes de medicamentos y reactivos de los últimos años.
Es, por su constante exigencia desde los tiempos menemistas, que existe una Ley de sida que incluso impuso una redoblada exigencia de su actualización urgente después de más de veinte años de promulgada.
Es, muy claro para todas y todos, que la degradación a Secretaría del Ministerio de Salud de la Nación bajo el gobierno de Mauricio Macri, puso a la salud de la población (y en eso incluyo -claro- a las personas que vivimos con VIH) como algo menor, secundario, de poca importancia, sin necesidad de aumento del presupuesto.
Entonces llegamos a otro 1º de diciembre. Distinto, pero igual.
Donde podemos pensar que puede volver a nivelarse nuestra calidad de vida si nuevamente salud es un Ministerio, si dejan de existir los faltantes, si hay un aumento de presupuesto, si vuelve a funcionar la Dirección Nacional de sida en relación y articulación con las organizaciones de la sociedad civil, si se aprueba finalmente la nueva Ley de Sida que trabajaron durante varios años esas organizaciones.
Pero ¿será así?
Ojalá que sí.
Aunque, mejor, no perdamos el alerta.
De ahí la importancia de la visibilidad como personas viviendo con VIH. Porque nuestros cuerpos son indefectiblemente políticos más allá de dónde nos paremos ideológica o partidariamente.
Esa vaga consigna noventera de que “el sida nos afecta a todxs” tiene mucha razón aunque huela a naftalina.
Así como el odio por orientación sexual y/o identidad de género no pidió nunca acreditaciones partidarias a la hora de matar a un puto, a una lesbianas o a una persona trans, la realidad de la pandemia del sida no tuvo barreras.
La extensión fue atroz bajo la inacción criminal de Estados, Iglesias y corporaciones.
Ante esa inacción diversas expresiones militantes le plantaron cara a esos Estados, esas Iglesias y esas corporaciones que siempre tendrán sus manos manchadas de sangre por los millones de personas que murieron por causas relacionadas al VIH sida.
Sangre que también fue de nuestros amigos, conocidos, amantes, novios, parejas, o desconocidos habituales.
Desde ya hace tiempo una regeneración militante permite que se siga el reclamo, se intensifique la articulación con algunos gobiernos y Estados, se pueda intervenir desde la sociedad civil en las grandes instituciones internacionales como la ONU y otras, o se logre que haya parlamentos dispuestos a aprobar las leyes que aún nos deben.
En todo el mundo no es igual. Continúa en muchos países más de los que deberían ser, la criminalización a las personas que viven con VIH, que visto desde nuestra difícil realidad, es sencillamente un genocidio.
Si sos una persona que vive con VIH no dudes en compartirlo con alguien. Si no lo sabés, hacete el test. Conocer tu serología, sea negativa o sea positiva es un derecho humano.
El Estado tiene políticas bipolares en este sentido, y no bastan -aunque sumen- que sólo se hagan campañas el 1º de diciembre.
El VIH no debería ser tomado como un feriado largo. La adherencia al tratamiento que tan importante es para nosotras y nosotros debe tener una correlatividad en la política.
La política debe adherirse al VIH sida.
Es una batalla que debemos dar constante, hablar y hablar de VIH, visibilizarse, combatir personal y políticamente la discriminación, garantizar el acceso a la salud y los medicamentos, eliminar las trabas burocráticas de las interminables gestiones administrativas de las Obras Sociales y las pre pagas, sostener permanentemente campañas de difusión.
Y lo más importante, escuchar y articular con las organizaciones de la sociedad civil que piensan estrategias políticas, y con las personas que vivimos con VIH.
Porque queremos la cura.
Pero sobre todo queremos estar acá el día de la cura.
(*) por Gustavo Pecoraro
Escritor y periodista.