Un cuarto de siglo después del brutal crimen del fotógrafo de la revista Noticias, todos los asesinos condenados están libres sin haber cumplido sus sentencias. Pese a la revelación del entramado mafioso, la maquinaria empresaria-política-judicial nunca dejó de actuar. El policía bonaerense que le disparó dos tiros en la nuca y mintió hasta el hartazgo quiere ejercer como abogado. El pueblo trabajador no pierde la memoria. Pero con no olvidar no alcanza.
Daniel Satur @saturnetroc
Martes 25 de enero de 2022 00:12
Foto Télam
La consigna “¡no se olviden de Cabezas!” había sido inaugurada pocos días después del crimen de José Luis, el fotógrafo de la revista Noticias y Editorial Perfil. Durante meses y años se repitió insistentemente. En cada noticiero, en cada editorial, en cada acto callejero.
“No se olviden de Cabezas” era un pedido a la sociedad, pero también una necesidad de autorreafirmación. Una exigencia al Estado a la vez que un llamado a la autoconciencia. Y quienes más la agitaron y difundieron fueron, justamente, quienes hacían lo mismo que José Luis: fotografiar al poder, hacer periodismo y contar “lo que pasa”.
Pero había algo más profundo en esa consigna. Pedir públicamente que nadie se olvide de alguien era estar dando cuenta de que eso, precisamente, es una tarea que amerita ser solicitada. Parecería que por oposición, lo que menos cuesta, lo más “común”, es olvidar. Por eso pedir que no se olvidaran de José Luis Cabezas, en ese 1997, era al mismo tiempo pedir que no se olvidaran de todo lo que rodeaba a ese asesinato vil, abyecto, mafioso.
Víctimas y victimarios
“No se olviden de Cabezas”, el primer reportero gráfico que obtuvo una foto de Alfredo Yabrán. “No se olviden de Cabezas”, el que se apostó con su cámara en la Pinamar menemo-duhaldista para registrar las caras y los movimientos de algunos de los dueños de la Argentina. “No se olviden de Cabezas”, el trabajador de prensa que fue secuestrado, esposado, baleado y quemado en un pozo de General Madariaga, sin que los criminales tuvieran el mayor sobresalto en su empresa gracias a la zona liberada por la Policía Bonaerense.
“No se olviden de Cabezas”, el fusible sacrificado cuando parte del poder empresario sintió que le habían mojado la oreja. “No se olviden de Cabezas”, porque si nos olvidamos de él nos vamos a olvidar de quiénes lo ejecutaron y de quiénes se beneficiaron con su sacrificio.
No olvidar a José Luis Cabezas era (al menos para quienes lo decían con convencimiento y conocimiento de causa) acordarse todo el tiempo de que no hay “gran empresariado” sin protección político-judicial. Y era tener presente también que la Policía Bonaerense (desde Ramón Camps a la actualidad, pasando por la gestión del temible Pedro Klodczyk) se especializa en desapariciones y asesinatos por encargo, en robos, contrabando y mil y un delitos más. Una Policía que es, sobre todo, brazo armado y guardián de una política que reparte riquezas entre pocas manos, expoliando a millones de trabajadoras y trabajadores.
No olvidar al reportero gráfico asesinado era, también, romper con una idea casi naturalizada por la ideología dominante y sus cadenas mediáticas reproductoras: la del olvido como método propicio para lograr impunidad.
No es posible soslayar que en esos años las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín y los indultos de Menem, es decir las herramientas legales con las que radicales y peronistas beneficiaron a miles y miles de genocidas, estaban totalmente vigentes.
También estaba en pleno desarrollo el complejo operativo de encubrimiento a los responsables y cómplices del atentado a la AMIA.
Y casos como los de María Soledad Morales, Walter Bulacio, Miguel Bru o Andrés Núñez (por mencionar apenas un puñado entre miles de jóvenes víctimas inocentes) demostraban, con sus particularidades, la relación estrecha entre crimen, mafia, poder económico, policía, poder judicial e impunidad.
Verano del 97
Aquel no iba a ser un año más. Por entonces se empezaban a desmembrar las alianzas políticas burguesas que habían garantizado la aplanadora neoliberal de privatizaciones, reformas del Estado, flexibilización laboral, desocupación a mansalva y varias tragedias sociales más.
Hubo quienes empezaban a conformar la Alianza entre la Unión Cívica Radical y el Frepaso (que a su vez era un rejunte de peronistas desencantados y centroizquierdistas sin brújula). Y hubo también quienes durante años habían dado sus votos y aplausos al primer menemismo y empezaban a rajar como cucarachas a la búsqueda de nuevos rincones calentitos para seguir carrereando.
De esos espantos sobrevendrían, primero, la catástrofe delaruista. Después (jornadas de diciembre de 2001 mediante) una década y media de duhaldismo y kirchnerismo. Nombres más, nombres menos, el mismo personal político que dirigió aquellos años 90 fue el que continuó garantizando los negociados de los poderosos, sus crímenes por encargo o sus crímenes sociales por desidia y corrupción. Además de preservar y hasta robustecer al brutal aparato represivo del Estado, con su consiguiente impunidad.
Y ese 1997 fue, también, un año bisagra para las luchas del pueblo trabajador. En abril otro crimen se perpetró en la Patagonia buscando acallar la pelea de docentes y trabajadores desocupados. Bajo las balas de la Policía de Neuquén, en medio de un operativo de la Gendarmería Nacional, caía en Cutral Có la joven Teresa Rodríguez. Crimen y castigo para la dura pelea del sur que no se resignaba.
Y en agosto, en medio de un paro nacional por trabajo, salario y contra los planes de hambre del peronismo, en el país hubo cientos de detenidos y heridos por la represión policial. Así, las listas de procesados por luchar empezaban a llenarse sin parar (con el tiempo llegarían a ser más de cinco mil personas en todo el país). En esa jornada ninguna bala policial se cargó a nadie y, quizás por eso, Menem y Duhalde no tuvieron que dar muchas explicaciones.
Ambos casos, que no fueron los únicos en aquel año, demuestran que el contexto nacional no permitía que el crimen de Cabezas pudiera ser considerado un hecho “policial” más y mucho menos era posible que algún atisbo de responsabilidad le pudiera ser adjudicada a la misma víctima por su calvario. Todo un país pareció gritar al unísono “¡no se olviden de Cabezas!”. Y eso duró años.
Reacciones y razones
Generó mucha bronca popular Eduardo Duhalde cuando dijo “me tiraron un muerto”, como si los destinatarios del mensaje hubieran sido él y su ambición de suceder a Menem. Como si el crimen de un trabajador de prensa hubiera sido ejecutado para “escarmentar” a quien en verdad era una de las caras visibles de un régimen de hambre, desocupación y represión. El gobernador se basaba en el hecho de que al muerto “lo tiraron” al borde de Pinamar, su lugar de veraneo y de roscas políticas. Pero no convenció a nadie.
Mucha más bronca generó en el pueblo trabajador la serie de noticias que fueron apareciendo desde el descubrimiento del cadáver de Cabezas. Sobre todo las que relacionaban inconfundiblemente a Alfredo Yabrán con mil y un negociados con el Estado, un ejemplo claro de “patria” empresaria engordada con las mismas prebendas y contratos con los que crecieron los Macri, los Bulgheroni, los Blaquier, los Rocca, los Noble-Magnetto y varios más.
Además de sacar esa foto condenatoria a Yabrán en la playa, ¿Cabezas vio o sabía algo más? Además de Yabrán, ¿había otros interesados en “escarmentar” a periodistas con poca discreción con el poder? Además de un grupo de lúmpenes reclutados por policías bonaerenses a pedido del jefe de seguridad de Yabrán, ¿quiénes participaron, de una u otra manera, del operativo criminal en Madariaga?
Las preguntas, aún hoy, se repiten entre quienes no olvidamos a Cabezas. Y se complementan con otras preguntas que se hacen quienes tampoco olvidan a Teresa Rodríguez, a Víctor Choque, a las víctimas de la AMIA, a quienes cayeron en el puente de Corrientes apenas asumió De la Rúa, a Aníbal Verón, a los muertos del 19 y 20, a Kosteki y Santillán, a Julio López, a Carlos Fuentealba, a Mariano Ferreyra, a Marita Verón, a Luciano Arruga, a los qom de Formosa, a los sin tierra de Jujuy, a los sin casa del Parque Indoamericano o de Guernica, a los mapuche del sur, a Santiago Maldonado, a Rafael Nahuel, a Elías Garay, a Facundo Castro, a Magalí Morales, a Alan Maidana, a Lucas Verón, a Brandon Romero, a Lucas Gonzáles, a Luciano Olivera... Y a tantos. Las preguntas siguen formulándose. Aunque quienes no olvidan sabemos muchas de las respuestas.
Amnesia que anestesia
¿Quiénes se olvidaron de José Luis Cabezas? O, mejor dicho, ¿quiénes buscaron siempre que todas y todos nos olvidemos? Sin dudas, quienes hicieron todo lo posible para encubrir a sus verdugos. También quienes vieron en ese crimen la posibilidad de ganarse una buena cuota de impunidad para sus otros crímenes. Por supuesto, también quienes poseen los micrófonos, las pantallas y las rotativas, esos para los que trabajan los compañeros de Cabezas. Y, huelga decirlo, quienes necesitan del olvido popular para seguir perpetuando sus dominios.
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Un cuarto de siglo después, como lo relata Gladys Cabezas en una entrevista con este diario, la familia de José Luis sigue exigiendo una justicia “justa”, rechazando que los criminales condenados estén libres si haber cumplido sus sentencias, gracias a los favores surgidos de despachos ensombrecidos. Aunque no será (nunca lo es) la mayor o menor cantidad de años que pasen tras las rejas lo que determine que los asesinos realmente “paguen” por lo hecho (y menos aún que evite que esos crímenes sigan sucediendo).
Tampoco serán los culposos discursos de dirigentes hábiles los que permitirán al pueblo trabajador dejar de desconfiar del poder económico-político-judicial, que ante cada nuevo crimen político o social vuelve a mostrar su rostro más perverso.
Fracasaron quienes quisieron que nos olvidemos de Cabezas. Porque la gran mayoría de quienes dijeron aquel verano de 1997 “¡no se olviden de Cabezas!” son los mismos que hoy siguen luchando contra las impunidades del pasado y del presente. Pero tan cierto como eso es que quienes quisieron que nos olvidemos de Cabezas no abandonaron ni el poder ni las mañas que ese poder conlleva.
Todos los condenados (con penas de hasta reclusión perpetua) hoy están libres. El último en salir fue el policía bonaerense Gustavo Prellezo, quien disparó dos veces a la cabeza del fotógrafo y ordenó que prendan fuego su cadáver dentro del Ford Fiesta blanco que usaba la víctima. La familia de José Luis exige que le sea negada la posibilidad de ejercer como abogado en la Ciudad de Buenos Aires, por asesino, mentiroso y psicópata.
Será que no alcanzó con no olvidar. Será que mucho más duro que combatir el olvido es lograr darle una pelea hasta vencer a quienes hacen del olvido una táctica para mantener su dominio. Será que la justicia por José Luis Cabezas, y por todas y todos quienes cayeron a manos de las balas y las trampas de los poderosos, llegará cambiando de raíz el sistema mismo que crea, a cada instante, nuevas víctimas. Sacándole, de raíz, el poder y las riendas a los victimarios.
La versión original de este artículo se publicó en 2019
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).