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Red Internacional
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FÚTBOL. Quilmes 78: el campeón de botines blancos que nadie recordó

Se acaba 2018, un año lleno de efemérides al que le faltó la de uno de los campeones más apasionantes de la historia del fútbol argentino. Por eso aquí lo recordamos.

Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola

Domingo 30 de diciembre de 2018 16:52

A José Yudica lo llamaron de apuro en pleno Metropolitano 1978 para que lograra lo mismo que un año atrás antes de irse: salvarlos del descenso. Nadie imaginaría que cuatro meses después Quilmes sería el campeón de un torneo donde el candidato era el Boca de Juan Carlos Lorenzo, con las Libertadores del 77 y 78 y la Intercontinental en plena ebullición.

El Cervecero no sólo era un equipo sin estrellas. Era, a veces, incluso un equipo sin jugadores, ya que en varias oportunidades le costaba hasta completar el banco de suplentes de cada partido. Apenas quince apellidos que no aparecían en los álbumes de figuritas, las publicidades ni las marquesinas, pero que así y todo lograron lo que ni el Cruzeiro de Brasil, ni el Deportivo Cali de Colombia, ni el Borussia de Alemania: doblegar a uno de los mejores equipos argentinos de la historia. Una decena y media de muchachos bastaron para que el club estampe la primera estrella de su centenaria historia.

Quilmes campeón del Metropolitano 1978 es uno de esos recuerdos que le hacen bien al fútbol. Que lo reivindican y lo hacen sanar, sobre todo en épocas sin épicas, atiborradas de papeleos, escritorios, roscas palaciegas y violencia sin sentido. Para ganar el primer –y hasta ahora- único título de su historia en Primera División, el elenco del sur del Gran Buenos Aires debió ganar, sufrir, rezar y esperar recién a la última fecha para consagrarse en el punto culmine de un martirologio que ni el más optimista de los hinchas imaginaría con semejante desenlace.

Para ganar el Metro ’78, Quilmes debió imponerse a varios rivales.

Por empezar, a sí mismo, recomponiendo una campaña adversa. La vuelta de Yudica y el largo parate por el Mundial de Argentina le permitió al plantel reordenar piezas, ajustar la parte física (con los recordados entrenamientos en la costanera quilmeña durante pleno invierno) y amalgamar la tropa. Nuevos aires llegaron a un vestuario pequeño pero hambriento.

Luego debió superar al todopoderoso Boca de Juan Carlos Lorenzo, Hugo Orlando Gatti, Roberto Mouzo, el Chino Benítez y Heber Mastrángelo, a quien debió recortarle cinco puntos de desventaja cuando entonces se otorgaban apenas dos por triunfo (y no tres, como ahora).

Y, por último –y como si todo aquello no hubiese bastado-, debió vencer a Rosario Central, rival de la fecha final que muy cerca lo tuvo del disgusto y las manos vacías.

Después de haber ganado 22 de los 39 partidos jugados durante el torneo, Quilmes estaba a una victoria de ser campeón por primera vez en su historia. El partido se jugó en el Gigante de Arroyito, el mismo estadio donde la Selección Argentina había disputado los tres partidos que la condujeron a la final del Mundial del ’78 (entre ellos el 6-0 a Perú). Central, el local, merodeaba la mitad de la tabla, y encima viajaron casi 30 mil quilmeños para copar el estadio agotando los pasajes de todos los medios de transporte posibles.

Quilmes se puso prontamente arriba del marcador con un penal de Luis Andreuchi, quien acabaría siendo el goleador del torneo junto a Diego Maradona, entonces en Argentinos Juniors. La fiesta parecía encaminada.

Sin embargo cinco minutos después igualó Jorge Trama y a los dos minutos del segundo tiempo Félix Orte dio vuelta el marcador. Quilmes perdía 2-1 con Central y encima Boca le estaba ganando a Newell’s en la Bombonera, con lo cual el cartel de campeón pasaba a cambiar de manos y se quedaba para el poderoso equipo de Alberto J. Armando y Juan Carlos Lorenzo, quienes así coronaban un año inolvidable.

Pero el mal trago duró un minuto. Ese fue el tiempo que transcurrió hasta que el árbitro Arturo Ithurralde volvió a pitar un penal, el tercero de la tarde y el segundo a favor de Quilmes. Nuevamente Andreuchi canjeó por gol y repuso una paridad que poco después fue desnivelada por Jorge Gáspari y ese zurdazo inolvidable que hizo estremecer a los hinchas de Quilmes que coparon el estadio de Central.

Así describía El Gráfico al gol del campeonato: "Gáspari sacó el zurdazo. Cuando Ferrero intenta reaccionar, es tarde. El taponazo sacude la red, consagra un triunfador y define un campeonato."
Así describía El Gráfico al gol del campeonato: "Gáspari sacó el zurdazo. Cuando Ferrero intenta reaccionar, es tarde. El taponazo sacude la red, consagra un triunfador y define un campeonato."

Luego vino el pitazo final, el delirio blanco en el Gigante de Arroyito y una caravana interminable hasta Quilmes que congestionó la Panamericana y obligaba al micro a avanzar a paso de hombre mientras los celebraban no sólo los casi 30 mil que habían viajado a Rosario, sino los tantísimos otros que no habían podido hacerlo.

54 puntos sobre 53 fue la faena del Cervecero para superar apenas por un ápice a un Boca sin comparación en la historia. Quilmes se apoyó en la impronta y la disciplina de Yudica y el amor propio de un equipo sostenido por el goleador Andreuchi, la experiencia de Jorge Medina, Alberto Fanesi, Horacio Bianchini y Horacio Milozzi (record de partidos en la Primera de Quilmes), la juventud de Sergio Fortunato y Jorge Gáspari y una novedad que la historia –al igual que este campeonato-, apreciaría con el tiempo: el Indio Omar Hugo Gómez y sus inolvidables botines Fulvence blancos con los que parecía que, más que correr, flotaba por la cancha, así como flotaron en las tribunas los inesperados hinchas campeones de hace cuarenta años.