De la rebelión popular del 2019 se han escrito miles de artículos y decenas de libros. Entonces, ¿Para qué un nuevo libro al respecto? ¿Por qué esta compilación? ¿Cuál es su objetivo?
Presentamos el prólogo de Rebelión en el Oasis como un adelanto de este libro que ya se encuentra disponible físicamente.
I
Nuestra intención no es hacer un análisis sólo para comprender mejor el fenómeno, sus raíces y hacia dónde puede desarrollarse la situación abierta en Chile. Al menos no quedarnos allí, que sería únicamente el primer paso de este trabajo mancomunado entre militantes revolucionarios. No, no se trata sólo de eso. Se trata de una actividad podríamos decir, de combate, partisana, que permita reflexionar en común algunas conclusiones que nos preparen de mejor manera para los desafíos hacia el futuro.
No es que la rebelión fuese un hecho aislado en una situación mundial que apunta hacia otro lado. Todo lo contrario. La rebelión popular chilena se circunscribe en una dinámica internacional más profunda.
Desde la crisis capitalista del 2008-2009, se han sucedido dos ciclos importantes de revueltas y rebeliones populares, en los cuales estuvo inscrito tanto el 2011 chileno como la rebelión del 2019. La primera ola se desarrolló sobre todo desde fines de 2010 con los levantamientos revolucionarios en Medio Oriente, donde Egipto fue el centro del proceso más profundo. Esa ola se expandió a otros países, como el Occupy Wall Street en Estados Unidos o los Indignados en el Estado Español. Tuvo su resonancia en América Latina con el movimiento estudiantil chileno el 2011 y el “Yo soy 132” en México. Ese ciclo si bien terminó en derrotas como como el caso de Egipto con la fuerza del Ejército, en guerras civiles reaccionarias como en Libia o Siria, o en desvío de una “transición democrática” para mantener todo igual como en Túnez, mostró las primeras tentativas de acciones de masas tras la crisis capitalista.
En los marcos de una economía mundial débil que se debatía en posibilidad de nuevas recesiones, el 2018 empezamos a ver una nueva ola de lucha de clases. En Francia, país con una vieja tradición revolucionaria, con la aparición de los Gilets Jaunets, los Chalecos Amarillos, se abrieron importantes procesos de lucha de clases, como las huelgas contra la reforma jubilatoria del liberal Macron. Pero la dinámica mundial fue más allá, y ya el 2019 vimos la rebelión en Hong Kong, los levantamientos en Argelia y Sudán. En Irak arrasado por la guerra se sucedieron masivas protestas. También en el Líbano. En América Latina, Ecuador, Colombia o Puerto Rico vivieron importantes jornadas de movilización y paro.
Chile fue parte de este fenómeno. No es una isla como pretenden mostrarnos. Siendo un país pequeño y periférico su apertura al mundo no solo recibe la influencia del “mercado” sino de la propia lucha de clases, pese al provincianismo chovinista de la burguesía local (y de nuestras izquierdas). Las “calles” y “plazas” se volvieron a instalar en muchos países.
El año pasado, en plena pandemia, vimos la rebelión del Black Lives Matter en Estados Unidos, que puso la lucha contra el racismo en las calles mediante grandes movilizaciones. El 2020 y 2021 la pandemia y recesión económica están agudizando las brechas y contradicciones sociales, y el propio FMI pronostica posibilidad de levantamientos pos-pandemia en el globo frente a gobiernos de distinto signo. Las condiciones objetivas, con crisis en las alturas en los regímenes capitalistas, polarización social y sufrimiento de masas mayores a los habituales, preanuncian nuevos procesos quizá mucho más agudos. Cuando cerramos esta presentación, el golpe militar en Myanmar (ex Birmania) ha sacudido al este asiático. Su joven clase obrera, mano de obra barata de grandes multinacionales imperialistas, como las textiles, los ferroviarios, trabajadores bancarios, de salud, profesores y públicos, se han levantado junto a la juventud, las mujeres y sectores oprimidos contra la Junta militar, cuyo Ejército ha respondido con una masacre que al día en que se escriben estas líneas tiene más de 100 asesinatos a su haber.
La lucha de clases ha retornado y Chile es parte de este teatro global de operaciones.
Las consecuencias de la nueva situación de tiempos largos abierta por la rebelión popular estarán marcadas e íntimamente relacionadas con las consecuencias de la pandemia del coronavirus y la recesión. Nos avecinamos a tiempos de agitación y convulsiones políticas y sociales. Las posibilidades de recuperación económica y del desvío de la convención constitucional están condicionadas por una situación internacional más inestable.
El capitalismo se muestra cada vez más a ojos de millones como un sistema donde no hay futuro para las grandes mayorías trabajadoras y populares. Un sistema que llevará a crecientes crisis, guerras, pero también revoluciones. En ese marco, no podemos ver la rebelión chilena por fuera de estas tendencias, que actualizan de forma creciente una perspectiva política basada en el internacionalismo frente a la estrechez de las “salidas nacionales”.
II
Durante la rebelión surgieron de forma incipiente y embrionaria nuevos organismos de lucha. Las Asambleas Territoriales se destacaron a nivel nacional por agrupar a jóvenes, vecinos y vecinas, donde se discutía las acciones a seguir, cómo solidarizar con las víctimas de la represión, cómo enfrentar las precariedades y dificultades que se vivían día a día, qué planteos impulsar en la lucha hasta más de fondo con qué futuro se soñaba. Surgió enfrentando la represión la reconocida y legitimada Primera Línea, defendiendo el derecho a la manifestación mediante escudos y otros medios. Se formaron en el fragor de los combates y movilizaciones las Brigadas de Salud que agruparon a cientos de voluntarios mujeres y hombres, trabajadores y estudiantes de la salud, y rescatistas que se organizaron para cumplir la heroica tarea de auxiliar a quienes se manifestaban y a quienes combatían a la policía. En Antofagasta, ciudad minera al norte del país, surgió el Comité de Emergencia y Resguardo que logró articular a sectores de trabajadores y sindicatos como profesores, obreros industriales, trabajadores de la salud, junto a estudiantes, pobladoras/es, profesionales, organismos de Derechos Humanos y organizaciones de la izquierda, mostrando un ejemplo germinal de una alianza entre los trabajadores sindicalizados y no, jóvenes y sectores populares combativos.
De conjunto estas experiencias tendientes a la auto organización, más o menos embrionarias, fueron muy variadas en forma y contenido. En las periferias de las ciudades fueron más combativas y predominaba esa juventud que fue protagonista de la rebelión. También intervenían organizaciones sociales, colectivos y en algunos casos partidos políticos, aunque esa no fuese una tendencia general.
Durante la rebelión y la huelga general se podrían haber generalizado las tendencias embrionarias a la auto-organización que iba dando el movimiento de masas. Coordinaciones locales, comunales, por ciudades, regionales e incluso a nivel nacional donde se unificasen sindicatos, asambleas territoriales, organismos de trabajadores, de mujeres, estudiantes. La necesidad de unir lo “productivo-estratégico” con lo “territorial” se hizo más patente.
Pero la estrategia de las burocracias iba en un sentido totalmente contrario a desarrollar y generalizar las tendencias a la auto-organización. El Bloque Sindical de la Mesa de Unidad Social, convocantes de la huelga general del 12 de noviembre del 2019, conformó un Comité de Huelga. Pudo haber sido una enorme iniciativa. ¿No podrían haber nacido cientos de “comités de huelga” en la base de numerosos sectores? Era una posibilidad muy cierta de haber buscado ese objetivo. ¿Cómo fue el “comité de huelga” de la CUT-Unidad Social? Fue un comité completamente burocrático, desde arriba, cerrado para unos pocos dirigentes. No convocaron asambleas en lugares de trabajo ni abrieron locales sindicales, ni se desarrolló una gran campaña poniendo en pie cientos de comités de huelga en las minas, puertos, transporte, servicios, telecomunicaciones, comercio, docentes, en la salud. Más importante era esto considerando que la gran mayoría de la clase trabajadora no está organizada en sindicatos ni otros organismos, pero gran parte de ella sí estaban en las calles.
El “comité de huelga” que convocaron no tuvo como objetivo desarrollar la fuerza obrera desde abajo, para desenvolver toda la potencialidad de una nueva clase trabajadora. Su objetivo fue en todo momento buscar el control de una jornada que fue mucho más allá de las intenciones de la burocracia, que apenas vio su potencialidad revolucionaria abandonó completamente cualquier lucha de calles. La “unidad por arriba” era funcional a buscar contener el movimiento para negociar, no para desarrollar la fuerza y coordinación desde abajo, y con un plan de lucha, permitir que ascienda el conflicto agregando nuevas fuerzas. No debemos olvidar que en ese momento de la huelga general nos encontrábamos en una dinámica de ascenso de la lucha de clases.
La burocracia fue empujada por la fuerza de los hechos a convocar a la huelga general. Ese día el poder de las clases dominantes tembló en serio, pues aparecía la fuerza de la clase obrera organizada unida a la amplia mayoría de trabajadores no organizados, a las poblaciones y a la juventud, en un gran frente único en las calles. La CUT y Unidad Social tenían la autoridad de haber convocado la huelga más grande en la historia reciente, pero se comprometieron rápidamente con el Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre, cuidándose de no ratificarlo ni reivindicarlo públicamente, abandonando la movilización mientras exigían “negociación sin exclusiones” al mismo gobierno que seguía reprimiendo brutalmente las calles, calles que habían exigido Fuera Piñera y Asamblea Constituyente.
Pero este camino, que derivó en el desvío del proceso “constitucional” actual, no era el único camino posible. Había otra vía para que el movimiento ganara más fuerza: apostar por la entrada de la clase obrera y sus sectores estratégicos como los mineros o transporte; un desarrollo superior de la auto-organización; y el avance de la autodefensa de masas. En la política, en la lucha de clases y en la vida en general no hay nada garantizado para el futuro, pero lo cierto es que, de desplegarse una dinámica de esas características, se podría haber disputado un rumbo distinto para la lucha. El fatalismo de que las cosas son como son o resultaron de tal manera producto de la “relación de fuerzas” no es más que una sutil adaptación para siempre ir detrás de los acontecimientos y contenerlos.
La lucha por instituciones de combate de las masas, por la auto-organización, es una tarea estratégica de los revolucionarios, para buscar desplegar toda la potencia de la clase trabajadora como sujeto revolucionario unificando su fuerza con la de todos las y los oprimidos frente a la fuerza de los capitalistas y su Estado. Los sindicatos organizan a sectores pequeños en comparación con el conjunto de las y los explotados. Existe una amplia masa de trabajadores precarios y desorganizados, fragmentados, ligados a las poblaciones y que perfectamente pueden referenciarse en organismos de estas características que superen el límite gremial de los sindicatos. Esta pelea presupone la lucha al interior de los sindicatos contra las burocracias. A su vez, sería una vía privilegiada para luchar contra la separación “gremial” entre las luchas de trabajadores y la de “movimientos sociales”, si se logran coordinar en el seno de estos organismos a organizaciones del movimiento estudiantil, del movimiento de mujeres, de movimientos por el derecho a la vivienda, etc.
Desarrollar dichos comités, coordinadoras, asambleas es a su vez una vía fundamental para disputar la influencia de las burocracias sindicales y de los partidos reformistas, ya que, si se multiplicaban comités o coordinadoras al calor de la lucha, y conquistaban una coordinación regional o incluso nacional, podrían haber puesto sobre la mesa la posibilidad de pensar un camino distinto al que impulsó la CUT y Unidad Social. En un país como Chile donde los aparatos reformistas tienen influencia y peso de dirección en organizaciones de masas, y los revolucionarios somos más débiles, es clave una estrategia para potenciar una política alternativa a las burocracias que ayude a desplegar la potencia obrera.
En Chile las últimas décadas al calor de movilizaciones en algunos casos tendieron a surgir organismos propios como en la rebelión de las bases de las y los profesores del año 2014, con asambleas de auto convocados, en la huelga de Correos de Chile del 2013 que se conformaron cuerpos de delegados. También en el movimiento estudiantil, el 2006 fue la ANES –Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios- con delegados desde cientos de liceos y colegios, el 2011 y otros años tuvo experiencia de asambleas, comités de unidad entre diversos sectores, cordones estudiantiles que agrupaban a universidades, coordinadoras “de movilizados” y otras.
La historia de la clase trabajadora chilena, incluso teniendo fuertes partidos reformistas en el siglo XX, tiene importantes experiencias de fenómenos tendientes a la auto-organización, desde las propias mancomunales combativas a inicios del siglo XX, la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional, la asamblea de asalariados e intelectuales, etc. El ejemplo más poderoso del siglo XX fue el nacimiento y desarrollo de los Cordones Industriales al calor de la revolución chilena de principios de los 70’, en el periodo más cerca que tuvo la clase obrera chilena de tomar por asalto los cielos cordilleranos.
En la tradición de la izquierda chilena es ampliamente extendida la idea que el Estado capitalista puede ser una herramienta al servicio de los explotados y oprimidos. Hoy esa visión adquiere un cierto consenso, incluso en sectores de las clases dominantes, en la idea de conquistar un Estado Social de Derechos. Un sector de esta tradición busca “ampliar” el Estado a la sociedad, desarrollando mecanismos participativos que empoderen a las organizaciones sociales. Otro incluso va más allá, y plantea la necesidad de la combinar un Estado social con instituciones de “poder popular” desde abajo, con movilización y luchas.
Estas estrategias vienen de una larga tradición, que en nuestro país tuvo su punto más alto en la teoría y práctica de la “vía chilena –pacífica- al socialismo”, vale decir, sin ruptura revolucionaria ni enfrentamiento agudo entre las clases explotadas y las clases dominantes. Dicha estrategia planteaba la transformación socialista mediante las propias instituciones del Estado de derecho (burgués), como su parlamento y su justicia de clase, y llevó a considerar a las Fuerzas Armadas, de tradición y naturaleza contrarrevolucionaria, como un instrumento al servicio del socialismo. La tragedia del Golpe y una dictadura bonapartista semi-fascista de 17 años deberían haber servido como experiencia de sangre y fuego para superar dichas ilusiones. Pero como diría Marx, "la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Décadas de derrotas, retroceso ideológico y político, crisis de subjetividad del proletariado, hoy sin embargo, están renovando dichas ideas e ilusiones.
La estrategia “allendista” (con todas sus variantes y matices) es opuesta a una estrategia que luche por desarrollar un poder de los trabajadores independiente al Estado capitalista. La estrategia de la auto-organización de la clase trabajadora y el pueblo, primero como organismos de combate, va inscrita en la perspectiva de sentar las bases de un poder obrero alternativo, que enfrente el poder del Estado capitalista. Un poder propio para defenderse del aparato militar y burocrático del Estado chileno, que frente a un proceso revolucionario de la clase trabajadora y los oprimidos serán instrumentos en manos de la reacción del gran capital. Un poder que sustituya ese estado, por un Estado de trabajadores basado en sus organismos de auto-organización. Un Estado así sería mil veces más democrático que cualquier Estado capitalista, ya que será el pueblo trabajador el que ejerza el poder directamente.
No es casualidad que, en el ascenso revolucionario de los años 70, el PC que en ese momento era un enorme aparato, uno de los partidos comunistas más grandes del mundo en proporción a la población y completamente “moscovita” y la CUT a través de él, se opuso fervientemente a los Cordones Industriales, estuvo en contra de su desarrollo, y cuando ya su fuerza era evidente y había ganado influencia en franjas de masas, buscaron integrarlos y mantenerlos como un poder subordinado al gobierno. Cuando esto ya no fue posible, fue servil a la represión a esta vanguardia obrera. Justamente lo contrario a la perspectiva de “todo el poder a los Cordones” como auténtico gobierno de los trabajadores de ruptura con los capitalistas.
Lo que queremos decir con esta digresión histórica, es que a medida que se desarrolle la lucha de clases y la movilización de la clase trabajadora y el pueblo, tenderán a surgir no solo vanguardias de lucha, sino tendencias al desarrollo de organismos de auto-determinación de masas, de diferentes formas. De desarrollarse en la clase trabajadora, que ha sido uno de los sectores más atrasados hasta ahora, puede ser potencialmente revolucionario.
Estas tendencias inscritas en la historia, también presentes de la rebelión, han sido tomadas hasta ahora, sin embargo, como datos históricos en un caso, y en otro, como un complemento a una estrategia de reforma de las instituciones. El desarrollo reciente de una amplia investigación historiográfica en torno a la llamada “teoría social” como a la teoría del “poder popular”, que ha permitido descubrir la rica variedad de formas de auto-organización de las clases subalternas en la historia chilena, no ha sido ni de suyo, al valor de las conclusiones estratégicas. No hay aún en Chile una teoría revolucionaria de la auto-organización.
Como señalamos anteriormente, la lucha por la auto-organización es una tarea estratégica actual. Y si bien los ejemplos de auto-organización que nacieron al calor de la rebelión todavía son muy débiles, la etapa que se ha abierto en el país planteará nuevos desarrollos de estos fenómenos hacia los cuales hay que intervenir, para desarrollarlos y buscar ligar a la clase obrera con el conjunto de los oprimidos.
III
Esos organismos, claves para el desarrollo de la lucha de clases, no actúan en el vacío político. En la rebelión hemos visto cómo los partidos capitalistas ensayan desde la represión a la cooptación, y para eso también tienen como apoyo a los partidos reformistas, como fue el Frente Amplio con el Acuerdo por la paz del 15 de noviembre junto a la UDI y la ex Concertación; o el PC-CUT con la desmovilización y la tregua a Piñera, legitimando posteriormente el Acuerdo.
Hemos visto que existe un extendido sentimiento de repudio a los partidos políticos en general, aunque éste se concentra especialmente en los partidos de los “30 años”, como guardianes de este orden contrario a los intereses de las grandes mayorías. También, aunque en menor medida a los partidos de izquierda como el PC y FA por ser parte de la “cocina parlamentaria”.
Sin embargo, es un sentimiento extendido la ilusión pensar que la mera espontaneidad de masas o nuevas revueltas como la que vivimos, por fuera de la política, permitirán triunfar. No se trata de huir de la política, sino de qué tipo de política, de qué clase, con qué objetivos y qué medios desarrolla.
Durante el siglo XX la clase obrera y los oprimidos fueron forjando no solo organismos tendientes a la auto-organización, sino también partidos y agrupamientos políticos. La dictadura quiso borrar del mapa a una amplia vanguardia obrera y persiguió a las organizaciones de izquierda.
En los años 80, el Partido Socialista, uno de los principales partidos de masas, abandonó su carácter de partido obrero reformista para abrazar las ideas del neoliberalismo y llenarse de gerentes de empresas, y junto a la Democracia Cristiana administrar la herencia de la dictadura. Para muchos sectores de masas la “izquierda” terminó haciendo lo mismo que la derecha.
El Partido Comunista no tuvo un giro neoliberal como el PS, como le pasó al eurocomunismo. Sin embargo, no solo en plena caída del Muro de Berlín seguían reivindicando la tradición estalinista, sino que, tras un corto intento de reformismo armado, en la transición oscilaron siempre hacia el péndulo del apoyo crítico a los gobiernos concertacionistas, Aylwin, Lagos, Bachelet. Su intento de integración al régimen post dictadura vio sus frutos el 2013, cuando llegaron a formar una coalición en común con los administradores del neoliberalismo, la Concertación, ahora junto al PC llamada Nueva Mayoría. El gobierno encabezado por Michelle Bachelet operó para desviar la fuerza de la lucha estudiantil del 2011 hacia reformas en el régimen, que no resolvieron ninguno de los problemas de las grandes mayorías. No solo ello, sino que ese gobierno asesinó obreros y mapuche, como fue el caso de Nelson Quichillao, minero asesinado por la policía con el PC adentro del gobierno. Al día de hoy el PC sigue jactándose de haber sido el partido más “leal” al decadente reformismo burgués de Bachelet.
Pero esto no les salió barato. Ya en el 2011 y 2012 un sector del movimiento estudiantil había empezado a cuestionar el rol conciliador y burocrático al interior de las federaciones estudiantiles por parte del PC. En esos años fueron naciendo colectivos y reagrupamientos como Revolución Democrática e Izquierda Autónoma, de Giorgio Jackson y Gabriel Boric. También surgieron colectivos autodenominados anticapitalistas como la Unión Nacional Estudiantil, y ganaban fuerza los ex anarquistas del Frente de Estudiantes Libertarios.
Revolución Democrática terminó haciendo indirectamente lo mismo que el PC: un pacto con la Nueva Mayoría con el que ganó la diputación Giorgio Jackson y RD ingresó al gobierno de Bachelet en un pacto de “colaboración crítica” desde el Ministerio de Educación.
Pero Bachelet terminó frustrando las expectativas sociales en su gobierno y comprometiéndose con la gran burguesía y los sectores conservadores.
Así apareció a su izquierda el “Frente Amplio” con RD liderando decenas de colectivos que se unían para enfrentar al “duopolio”. En su “debut” en las elecciones del 2017 obtuvieron 21 parlamentarios y 20% en la presidencial. Emergieron como “tercera fuerza” nacional en el marco del triunfo de Piñera y la crisis de la centro-izquierda. El Frente Amplio logró cautivar a todos esos grupos que se declaraban “anticapitalistas” y se fueron disolviendo en un reformismo social-demócrata “post neoliberal”. También hizo mella en organizaciones roji-negras estudiantiles como Juventud Rebelde o Contracorriente.
Pero el Frente Amplio no pasó el test ácido de la rebelión popular. En su afán por demostrar gobernabilidad y compromiso con la institucionalidad, firmaron el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución el 15 de noviembre del 2019 a espaldas del pueblo y después aprobaron la Ley Anti barricadas con la cual se ha encarcelado a cientos de jóvenes. Aunque siga existiendo y pueda obtener réditos del desvío electoral, es una izquierda del régimen, dispuesta a la colaboración con los viejos partidos empresariales y mantener el viejo régimen.
El FA sufrió varias rupturas de sus sectores más de izquierda, como los libertarios o Igualdad. Sin embargo, ahora todos integran una coalición común donde está también el Partido Comunista. El PC con la crisis del Frente Amplio fue el principal beneficiado, y por primera vez en treinta años empiezan a ser un actor clave del régimen. Su figura principal, el alcalde Daniel Jadue, hoy aparece como una de las principales cartas presidenciales con apoyo popular.
Su política en este momento intenta ubicarse a la izquierda, denunciando 30 años de progresismo neoliberal, con un discurso identitario para ganar peso y fuerza propia en las negociaciones venideras con la centro-izquierda. Pero que su discurso sea más de izquierda no implica una estrategia distinta a la que han seguido estos años: la unidad con los falsos amigos del pueblo del progresismo, la colaboración con partidos del viejo régimen para reformas en los marcos del sistema. Como señala Jadue, él pelea por una “primaria abierta” donde salga un candidato común de la “oposición”, al menos junto al “progresismo neoliberal” como es el PS y PPD. Mismo discurso de su amigo Gabriel Boric.
Es decir, ambos, PC y FA ahora juntos, tienden puentes con el bacheletismo para cocinar un nuevo engaño al pueblo, el de un gobierno “progresista” y “transformador” en alianza con los viejos dinosaurios empresariales de la Concertación. Es la política del “mal menor” que siempre lleva a nuevas frustraciones. O veamos el caso del Estado Español, donde Unidas Podemos terminaron de sirvientes menores de la Corona junto al socialismo imperialista del PSOE.
Por esto es que muchos sectores, de vanguardia y más allá, sacan conclusiones “ni izquierda ni derecha” y rechazan la organización política.
Pero estas experiencias no pueden llevarnos a concluir que no hace falta un partido, pues la mera espontaneidad de la lucha no permite superar este problema. Se trata de construir otra izquierda, una nueva izquierda que no tenga ninguna colaboración con los partidos empresariales “progresistas”, que no tenga ningún compromiso con el viejo régimen. Una izquierda de las y los trabajadores que sea completamente independiente de empresarios, con un programa anticapitalista y una estrategia cuyo centro de gravedad es la lucha de clases que se la juegue por impulsar sus tendencias más avanzadas en una perspectiva revolucionaria.
Hoy las condiciones plantean la oportunidad para que surja un embrión de ese partido revolucionario, que gane fuerza para incidir en el desarrollo de los acontecimientos. Nuevos colectivos y agrupamientos surgen al calor de estos tiempos marcados por la rebelión de octubre, comienzan a hacer política y sectores de masas se abren a nuevas ideas. A su vez, producto de la propia rebelión se ha configurado un espacio a la izquierda del propio Partido Comunista y del Frente Amplio. El hecho de que durante las elecciones a la Convención existan cientos de candidaturas independientes del pueblo o de movimientos sociales por fuera de los partidos de la izquierda tradicional expresa de forma desfigurada este fenómeno.
Asimismo, el PC, herederos del estalinismo, si bien son fuertes y están en su “mejor momento”, no tienen una fuerza hegemónica sobre la clase trabajadora ni las organizaciones que poseían en el siglo XX, donde era una fuerza enorme. El FA es más poder de sus figuras que militancia y peso en las organizaciones de masas.
Es decir, existen ciertas condiciones, para que emerja una izquierda de trabajadores, socialista y revolucionaria, pequeña en un primer momento, pero que gane influencia en sectores de masas y sea capaz de enraizarse en la clase trabajadora, las mujeres y la juventud. Dicha fuerza no emergerá por el crecimiento evolutivo de ninguna organización, sino de la fusión del marxismo revolucionario con sectores de la vanguardia obrera y juvenil mediante la experiencia común en la lucha de clases y la lucha política, bajo un programa y estrategia revolucionaria común.
Para triunfar la lucha debe planificarse, prepararse y estudiarse: es trabajo de la estrategia revolucionaria y no producto de un movimiento espontáneo. Se necesita una organización política revolucionaria que intervenga en los procesos de la lucha de clases, con fuertes bastiones en lugares de trabajo, poblaciones y estudio, con fuerza de movilización, que pelee por el desarrollo de la auto organización y que construya una alternativa política, con su propia prensa, elaboraciones teóricas. Que dispute en todos los terrenos por sus ideas como en la agitación electoral, para ser una tribuna que se proponga denunciar las maniobras de los partidos capitalistas y fortalecer la movilización y organización. Construir un partido así no se realizará estando ajenos a la lucha de la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares. Cada batalla, cada huelga, cada movilización, son escuelas de guerra para probar la fuerza y la musculatura de ese partido que se quiere construir.
Desde el Partido de Trabajadores Revolucionarios y desde las páginas de La Izquierda Diario, como parte de la red internacional de diarios de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional, luchamos en la rebelión en las calles por Fuera Piñera y todo este régimen, por una Asamblea Constituyente Libre y Soberana en la perspectiva de un gobierno de los trabajadores. Denunciamos las trampas y engaños del régimen como el Acuerdo por la paz, así como defendimos una estrategia por el desarrollo de la movilización y auto-organización para derrotar a Piñera, frente a la tregua que presentaba la burocracia. Desde el Comité de Emergencia de Antofagasta o el Comité de Salud y Seguridad del Hospital Barros Luco en Santiago intentamos llevar esta pelea adelante.
Frente a las trampas del régimen, la lucha para que emerja un partido que se proponga terminar con el saqueo de estos más de 30 años y con todo el viejo régimen heredero de la dictadura es más vigente que nunca. Un partido de la clase trabajadora, que busque movilizar las aspiraciones democráticas y sociales hacia una lucha unida contra el gobierno, el régimen y el capitalismo. No se trata de reformar este sistema para recibir las migajas de las millonarias ganancias capitalistas, como hemos visto estos 30 años, y después tengamos que pagar una crisis que no la generamos, como pretenden ahora. Se trata de una perspectiva para terminar con este sistema de explotación y opresión, una perspectiva internacional.
A todos esos sectores, que lucharon en las asambleas territoriales, comités y brigadas, a quienes estuvieron en las calles, a quienes denuncian las trampas de la convención, a las y los luchadores que quieren enfrentar los engaños de los partidos del régimen, es necesario hoy unificar nuestras fuerzas en una perspectiva revolucionaria. Hoy esa tarea es más actual que nunca. El escenario chileno e internacional llevará a crecientes crisis políticas y nuevos choques de la lucha de clases. Debemos prepararnos para escenarios más convulsivos. Si no oponemos un programa de ruptura revolucionaria, las clases dominantes buscarán salir de su crisis y recomponer su dominación.
Este libro que presentamos es un pequeño esfuerzo al servicio del enorme y apasionante desafío de construir un partido; de sacar conclusiones revolucionarias del principal hecho de la lucha de clases en la historia reciente del país, y así prepararnos para el futuro, para vencer.
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