El debate alrededor de una renta básica universal como política redistributiva de ingresos frente al desarrollo tecnológico, venía tomando impulso en las últimas décadas. Pero la ruina en que la crisis capitalista está dejando a la sociedad, trajo el debate a la escena política. Sin embargo, las políticas de transferencia directa de ingresos tienen una larga historia y diferentes usos políticos. Vamos a abordar brevemente estos aspectos y a preguntarnos qué alternativas existen.
Miércoles 13 de mayo de 2020 00:58
Ilustración: "Dolores, dólares" de @mataciccolella
Orígenes
No por nada dijimos que tienen una larga historia. En el reinado de Isabel I, en Inglaterra en el siglo XVI, se otorgó un complemento al salario que recibían quienes eran subastados a los terratenientes.
Sin embargo, el primer proyecto con las características de una renta básica fue aplicado en algunas regiones del convulsionado sur de Inglaterra en 1795: el sistema Speenhamland. Fue utilizado como alternativa a la represión, que no estaba dando resultado en contener el estallido social que se había desencadenado, producto de la miseria y del impulso a la acción que alentó la Revolución Francesa. Algunas parroquias se ocupaban de administrar los fondos que complementaban los salarios hasta un monto mínimo, o aseguraban ese monto mínimo cuando la persona no tenía ningún ingreso. Según estudios recientes, y contra la interpretación adulterada por intereses políticos, el proyecto contribuyó a contener la situación hasta la oleada revolucionaria que recorrió Europa en 1830. Una vez pasada la oleada, el sistema Speenhamland fue eliminado. [1]
Es interesante ver en esta etapa lo que Marx y Engels decían sobre las Poor Laws (leyes para pobres). Ubiquémonos. La superación del feudalismo por el capitalismo consistió, entre otras cosas, en la expropiación progresiva de las tierras de la población campesina, y su traslado a las ciudades. Allí los puestos de trabajo no eran suficientes para cubrir la demanda de los campesinos desposeídos y desempleados. Las Poor Laws nacen en ese contexto, según Marx, tanto para disciplinar a la masa de vagabundos, mendigos y ladrones de las nuevas ciudades que los capitalistas buscaban transformar en asalariados (castigando brutalmente la “vagancia” mediante las Workhouses o casas de trabajo), así como para mantener en un nivel bajo los salarios que se pagaban.
Agrega Engels: “Mientras las Poor Laws sobrevivieran, era posible complementar los bajos salarios de los trabajadores rurales en base a las tasas utilizadas. Esto, sin embargo, llevó inevitablemente a reducciones en los salarios, ya que los granjeros, naturalmente, querían que la mayor parte posible del costo para mantener a los trabajadores estuviera a cargo de las Poor Laws”. [2]
Experiencias de Renta Básica desde la posguerra
Desarrollamos el caso de Speenhamland, porque fue paradigmático en las discusiones posteriores sobre los efectos y la viabilidad de la renta básica universal.
Pero hubo (y hay) muchos más. En Dauphin, Canadá, en 1974 se le entregó una renta básica al 30% de la población de un pueblo de 13.000 habitantes: las horas trabajadas no disminuyeron, el rendimiento escolar aumentó, la violencia doméstica cayó y la salud mejoró. Algunas personas tuvieron más tiempo para dedicarse a actividades artísticas o lograron terminar sus estudios. En Estados Unidos se entregó dinero a algunas miles de personas de siete Estados distintos en 1964: los resultados fueron similares a los de Canadá. Todas, sin embargo, tuvieron un corto tiempo de vida. [3]
Más recientemente, se realizaron pruebas de Renta Básica Universal en países como Finlandia, Holanda, Bélgica, Escocia, Irán. Rutger Bregman, en su libro Utopía para realistas, nos dice que estos programas llegaban, en 2010, a 110 millones de familias en 45 países distintos. Las experiencias de Finlandia e Irán son interesantes. En Finlandia, el nivel de bienestar general de quienes recibieron el dinero mejoró, aunque no mejoraron sus perspectivas laborales. Un efecto similar al que mencionaron Marx y Engels en el siglo XIX. El de Irán fue uno de los programas de transferencias más grandes. Se aplicó en 2011 en plena Primavera Árabe. Sin embargo, se consumió por la inflación [4] y no pudo evitar, al igual que en 1830, la ola de descontento que se viene expresando en los últimos años.
La Renta Básica Universal y la crisis capitalista
En este artículo no vamos a desarrollar, por su complejidad y extensión, los fundamentos de aquellos que plantean (basados en estas “buenas experiencias”) una generalización a escala mundial de la renta básica universal con montos superiores, como única solución posible a la desaparición de puestos de trabajo por el desarrollo tecnológico.
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Lo que podemos decir es que trabajamos, en promedio, más que hace 40 años, cuando en una hora hacemos lo que entonces podíamos hacer en 3 (es decir, la productividad del trabajo se multiplicó por 3). A pesar de esto, creció la cantidad de personas que trabajan más de 8 horas diarias, creció la cantidad que no consigue trabajos de esa duración y por lo tanto sus ingresos son menores, y creció también el desempleo. Es decir, la contradicción radica en que mientras que la productividad del trabajo se triplicó en los últimos 40 años, permitiendo potencialmente la reducción de la jornada laboral y el reparto de trabajo entre ocupados, subocupados y desocupados, el neoliberalismo propició el aumento de la cantidad de horas trabajadas por un sector de la clase trabajadora, y el desempleo del otro. El capitalismo no ha podido compensar los trabajos formales que destruyó con otros nuevos, y no podrá hacerlo. Esto lo vamos a ver más adelante. Lo importante es que los planteos tradicionales de la Renta Básica Universal se apoyan, en su mayoría, en el hecho de que la continuidad de esta tendencia a automatizar la actividad económica va a profundizar esta contradicción.
Sin embargo, con la crisis desatada por el coronavirus, el debate pasó rápidamente a las editoriales de algunos periodistas, de los diarios más importantes del mundo y a las plataformas de algunos partidos políticos o sectores de ellos.
Pero no precisamente porque finalmente estemos viviendo la “cuarta revolución industrial” o la “segunda era de las máquinas”, sino por la catástrofe económica y social que el capitalismo está generando. Habiendo deteriorado o privatizado los sistemas de salud a lo largo de las últimas décadas, la paralización o disminución de la actividad de muchas empresas fue muy fuerte (no hay que olvidar que empresas como Rappi, Glovo o Pedidos Ya y sus semejantes en otros países del mundo, campeonas de la precarización, han aumentado su personal, y los costos de esta caída están siendo pagadas por la clase trabajadora. Para esto, cuentan con la complicidad de los sindicatos y de los gobiernos, que tampoco se privan de solventar a los empresarios con subsidios monstruosos, si se los compara con la miseria que están recibiendo las y los trabajadores.
Desde el Financial Times, diario que representa a los grandes magnates financieros, Elon Musk y Mark Zuckerberg, pasando por un sector del Partido Demócrata en Estados Unidos, 175 parlamentarios en el Reino Unido, hasta Podemos en España y un sector del Frente Amplio en Chile, el Papa y el sector del Frente de Todos ligado a él, todos plantean alguna variante de renta básica universal.
El razonamiento es parecido a aquel que en 1795 dio origen a la renta básica. La situación se está volviendo insostenible. Antes del coronavirus, el 1% de la población tenía la misma plata que el 99% restante, explica el economista Thomas Piketty. Ocho hombres tenían lo mismo que el 50% de la población más pobre, 3.800 millones de personas. El 20% más rico concentraba el 95,5% de la riqueza. O sea que el 80% de la población, trabajadoras y trabajadores en su mayor parte, llegábamos a juntar nada más que el 4,5% de toda la riqueza que nosotros mismos producimos.
Según la Organización Internacional del Trabajo, 195 millones de personas pueden quedar desempleadas en todo el mundo producto de esta situación, mientras aumentan con fuerza los pedidos de bolsones de comida para millones de trabajadoras y trabajadores que, por la cuarentena, se quedaron sin plata para comer y que coman sus familias. Las suspensiones y los recortes de sueldos se cuentan por millones. Los empresarios están impulsando una reforma laboral de hecho en todo el mundo y en forma simultánea.
El trabajo precario
En la nota titulada “¿Llegó el momento del salario universal?”, Itaí Hagman, parte del sector del Frente de Todos ligado al Papa, plantea que la renta básica universal “funcionará como un piso de ingresos que desalentará algunos trabajos excesivamente mal pagos, lo cual no necesariamente es negativo ya que cumplirá la misma función que el ‘salario mínimo vital y móvil’ pero de un modo más efectivo”.
La historia de las transferencias directas de ingresos, como las incluidas en las Poor Laws de las que hablaban Marx y Engels, o como la experiencia representativa de Finlandia, desmienten esto. Estas rentas no mejoraron las condiciones laborales de las personas. No se aplicaron a pesar de los capitalistas, sino con su complacencia. Esto es así porque les permiten mantener bajos los sueldos, trasladando los costos de reproducción de los trabajadores a los gobiernos, y continuar con sus planes de reestructurar las condiciones de trabajo en perjuicio de los trabajadores. Incluso cuando los gobiernos proceden a hacerse cargo de una parte más alta de los ingresos de los trabajadores, los capitalistas presionan para bajar aún más los sueldos, por lo que las rentas se transforman, indirectamente, en un subsidio al capital. Con esto, la renta refuerza para el capital otra herramienta, ya que, al no afectar las condiciones laborales, el número en aumento de desempleados no baja, y los capitalistas usan a esta parte de la clase trabajadora para presionar a la parte ocupada a que acepte los sueldos más bajos.
La historia de las rentas y sus resultados nos da muchos elementos para juzgar el fin político de la renta básica universal en una época de precarización y desempleo, en la que el capitalismo necesita atacar cada vez más fuerte a la clase trabajadora para salir de la crisis histórica que empezó a hacerse visible en 2008.
El trabajo precario viene aumentando desde el nacimiento del neoliberalismo en los ‘80. En Francia pasó del 21% al 34% entre 1985 y 2013, en Alemania, del 25% al 37% y en Italia, del 29% al 40% [5]. En Argentina en 1985 el trabajo informal era del 25,9% [6], y en la actualidad no baja del 35% (sin contar a quienes viven de changas). Entre los jóvenes, más del 60% tenemos un trabajo precario.
En nuestro país, las crisis fueron siempre aprovechadas por los patrones para arrancar derechos laborales que nunca se recuperaron. La tasa de desempleo bajaba con los crecimientos después de las crisis, pero se hacía a costa de un aumento de la tasa de trabajo informal, que luego quedaba en niveles superiores a los de antes de las crisis. Una parte del trabajo luego era devuelto, pero degradado. Así fue en la segunda mitad de los ‘80, a principios y mediados de los ‘90 y en el post 2001. Durante el macrismo, aunque casi sin crecimiento, el aumento también fue muy fuerte. La informalidad solo bajaba en momentos de crecimiento sostenido.
Dado que la crisis más general del capitalismo viene de arrastre y que nadie se anima a pronosticar un crecimiento sostenido para los próximos años, lo más probable es que en todo el mundo, el trabajo informal vuelva a crecer junto con altos niveles de desempleo, más tarde o más temprano.
Como vemos, cuando hablamos de las magnitudes y los efectos que pueden tener las transferencias de ingresos, todo depende del contexto. A diferencia de aquellas experiencias de renta básica que significaron una mejora en las condiciones de vida de algunos miles, hoy los empresarios también presionan para bajar los gastos del Estado, y la deuda es una aspiradora interminable de recursos. Así las cosas, una renta de estas características no será básica (porque no alcanzará a cubrir lo que cuesta la canasta básica familiar) ni tampoco universal (porque alcanzará tan solo a los sectores de la sociedad al límite de la supervivencia). La miserable experiencia de los 10 mil pesos de IFE en Argentina, que no llega ni siquiera a todas y todos los que lo necesitan, es expresión de esto.
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Entonces se plantea otro problema: ¿Quién la pagaría? La resistencia del gobierno a tocar los intereses de las grandes fortunas nos permite, por lo menos dudar, de que estos sectores vayan a cubrir todos los gastos. Los trabajadores con empleos formales también están siendo castigados con rebajas de sueldos, despidos y suspensiones. No hay que descartar que los capitalistas quieran sacar parte de los recursos necesarios para una renta de estos sectores, dividiendo así a la clase trabajadora y quitándole fuerzas para enfrentar esta situación. La transferencia de subsidios a los empresarios en base a recursos de la Anses es más que una alerta.
En consecuencia, más que una solución a la desigualdad y a la precarización, la renta no podrá evitar que la estructura laboral siga degradándose. Más bien, tiene el objetivo de que los trabajadores aceptemos peores condiciones de vida y de trabajo. Es que las políticas de redistribución de ingresos operan en el terreno de la distribución, secundario con respecto al terreno donde ocurre lo esencial: el de la producción. Por lo que resultan estériles para detener la marcha hacia el colapso económico y social al que nos conduce el capitalismo. En el mejor de los casos, la pelea en este terreno puede hacernos ir más despacio.
¿Qué más hay?
¿Podemos imaginar alguna opción que no sea la que se baraja en los centros de mando capitalistas?, ¿se puede utilizar de otra manera el desarrollo de la tecnología que hace posible que solo haga falta un sector de la sociedad, los “esenciales”, para mantener produciendo y funcionando lo que el conjunto de la sociedad necesita?
No solo podemos imaginarlo, sino que está quedando en evidencia que esta forma de organización es irracional. Ese es uno de los temores por los que los empresarios quieren volver lo antes posible a la normalidad.
Algunos atravesamos la cuarentena trabajando en tareas que no eran para beneficio de la sociedad sino claramente para llenar los bolsillos de los empresarios. Algunos más de 8 horas por día y otros menos, aunque a nadie le alcanza para llegar cómodo a fin de mes. Otros estamos desempleados. Y otros cumplimos tareas esenciales, pero a la medida de los empresarios: los aumentos incesantes de precios en un momento crítico, es prueba de eso. ¿No es el momento de repartir las horas de trabajo en las tareas esenciales de la sociedad, para trabajar todos y trabajar menos? Si muchos de nosotros cambiamos permanentemente de trabajo porque nos echan como perros, es una hipocresía que nos digan que esto no se puede hacer. ¿No es el momento para que en vez de que se socialicen las pérdidas de los empresarios, se socialicen sus ganancias y así disponer todos de trabajos estables con los que podamos cubrir la canasta básica familiar?
Si en algunos trabajos, frente al desprecio que tienen los patrones por nuestra salud, somos los trabajadores los que nos hacemos cargo de las medidas de higiene necesarias para no contagiarnos, ¿por qué no podemos hacernos cargo de todo lo que se produce, de cuánto se produce, cómo, con qué medidas de higiene y seguridad; de cómo llega y se distribuye entre la población y a qué precio; de los servicios esenciales como el transporte, las comunicaciones, la energía?, ¿cuánto mejorarían nuestras vidas si junto a los barrios y la comunidad educativa se planificara y se decidiera democráticamente cómo organizar todo el entramado económico?, ¿cuánto mejoraría nuestra interacción con la naturaleza?
Sabemos que este camino puede no ser compartido todavía por una parte importante de la clase trabajadora y el pueblo, pero estamos en la primera línea y tratamos de aportar a la organización de los trabajadores para todas las peleas que mejoren sus condiciones de vida. Vemos la necesidad impostergable de un subsidio de emergencia de 30 mil pesos, lo mínimo para cubrir las necesidades básicas, para todos quienes vieron reducidos sus ingresos durante la pandemia. Tenemos que poner todas nuestras fuerzas para arrancarle esta medida a los capitalistas. Es decir, que debe financiarse con un impuesto a las grandes fortunas del país.
Para que esta medida signifique un beneficio inmediato para la clase trabajadora, no solo hay que evitar que los empresarios busquen compensarla aumentando aún más los despidos, las suspensiones, las rebajas salariales y los precios. Se necesita la presión activa de los trabajadores para que una medida de este tipo se plantee seriamente. Ya vimos que el gobierno saca muchos decretos, pero que los únicos que se cumplen de principio a fin son los que implican subsidios a los empresarios o los que concentran poder en el Ejecutivo. Los dirigentes sindicales, por su parte, fueron comprados por las patronales y el Estado hace mucho tiempo.
Pero como toda medida de redistribución de ingresos a favor de los trabajadores, no se puede confiar en que se sostenga en el tiempo. Los capitalistas no van a permitir que la población mejore su vida a costa suya, cuando en todo el mundo la están degradando para conservar sus ganancias. No podemos perder nunca esto de vista. La pelea por un subsidio de emergencia de 30 mil pesos a costa de las grandes fortunas, si es tomada por amplias franjas de trabajadores como parte de un plan de conjunto, que incluya la formalización del trabajo, el reparto de las horas entre ocupados, subocupados y desocupados sin rebajas de sueldos, el monopolio estatal del comercio exterior, la estatización de los bancos y de la producción esencial bajo su control, y el desconocimiento soberano de la deuda; no solo mejoraría nuestras condiciones de vida. Sería, al mismo tiempo, un fuerte impulso a la unidad de las filas de nuestra clase para afrontar las batallas decisivas contra los capitalistas.
[1] Bregman, R. (2018). Utopía para realistas. A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 hs. y un mundo sin fronteras, Ediciones Salamandra.
[2] Citado en Aguirre J. y Lo Vuolo R. "El Sistema de Speenhamland, el Ingreso Ciudadano y la "retórica de la reacción", Universidad Nacional de Cuyo
[3] Bregman, R., Op Cit
[4] Boletín de la Economía Mundial, Num 59, Escuela de Economía y Negocios, Universidad Nacional de San Martín, febrero 2019
[5] Benanav, A. (2020) "La automatización y el futuro del trabajo - II", New Left Review, enero-febrero, 2020.
[6] EPH-INDEC Recuperado de https://docs.google.com/spreadsheets/d/1D5wUPO3WOj2I_JEDuuV-cbD9T7o5OCPQeEq5KfP301w/edit#gid=0