Reseñamos la novela “La fila india” del mexicano Antonio Ortuño publicada en 2013 por la editorial Océano. El relato centra su trama en el accionar criminal al que son sometidos, en su paso por México, los centroamericanos que migran año a año hacia Estados Unidos.
Miércoles 29 de septiembre de 2021 08:00
La maldita trinidad: fronteras, migración y violencia
Podría decirse que la novela de Ortuño, La fila india intenta “trascender” narrativamente la frontera que divide en dos las tierras arrasadas (México-Centroamérica), con su consecuente discurso racista y xenófobo. Junto con una serie de textos mexicanos publicados en los últimos años, centrados en las consecuencias de la migración centroamericana por el país, como Las tierras arrasadas (2016) de Emiliano Monge o El Traslado de Enrique Díaz Álvarez (2015), se configura como un relato testimonial de denuncia y esperanza a la vez. Son una alerta de la propia barbarie, la que se cuece en casa. Narrativas que intentan desnaturalizar y dotar de historias a esas cifras a las que la sociedad -ya sea por miedo, prejuicio o desinterés- parece acostumbrada. Estos textos se suman a la prolífica literatura sobre migración de mexicanos hacia Estados Unidos que se escribe desde ambos lados de la frontera desde principios del siglo pasado.
La fila india centra su acción en las secuelas que dejan los ataques a un albergue de migrantes en una ciudad fronteriza y en el rol que desempeñan los funcionarios estatales en complicidad con los agentes criminales: narcos y polleros (o coyotes).
Podemos considerar que es una novela dual en varios sentidos. Empezando por el título, donde la hilera interminable de migrantes es la fila a la que se hace referencia, pero también lo es el desfile permanente de burócratas estatales, uno detrás de otro, que -según nos hace saber el narrador- caminan respetando siempre las jerarquías (y junto a policías y traficantes son quienes se encargan de hacer siniestro el trayecto de los demás). Aunque, este orden formal de la fila india esconde una estructura de poder real. Así se lo indica el verdadero amo y señor de la fronteriza Santa Rita, al nuevo y recién llegado Delegado, enviado por el gobierno, luego de una sucesión casi sin fin de crímenes terribles contra los migrantes: “Pero no pueden pensar que te mando. No puedes dejar que vayan a tu lado en la fila. Nadie. Ni siquiera yo [...] Cuando hagamos una visita al albergue. Tú irás al frente solo, nadie puede caminar a tu lado. Caminamos en fila india. El único que se acerca para preguntar o explicarte soy yo. Los demás caminan detrás, por niveles.” (Ortuño 2013: 223)
Así, la novela transcurre en dos espacios en simultáneo que aparecen intercalados por capítulo. Por un lado, ocurre en una zona fronteriza al sur de México, en un pueblo imaginario llamado Santa Rita (o “el culo del mundo” (Ortuño 2013: 85)) -que podría ser cualquiera o la condensación de los muchos que allí hay-, al cual se muda la protagonista, una trabajadora social de la Comisión Nacional de Migración (CONAMI) -o, tal como la denomina su expareja, “la pinche Conamierdas [que] no resuelve ni un carajo, es una oficina de buenas intenciones” (Ortuño 2013: 50)-. Allí va Irma o la Negra, como le dicen, junto a su pequeña hija, luego de un ataque a un albergue de migrantes. Por otro lado, la segunda parte de la trama se sitúa en una ciudad del centro-oeste del país. Aunque no se especifica cuál, por el narrador sabemos que allí llega el tren que trae a los migrantes que, mientras esperan cruzar, “invaden” con sus acampes el lugar, por lo tanto se transforma en un espacio fronterizo en el cual los migrantes “acechan”. Sabemos por el autor que se trata de una alegoría de su ciudad natal, Guadalajara [1]. Nuestro personaje en esta ciudad es la expareja de la Negra, al que el narrador llama -no sin ironía-: Biempensante. Un profesor de historia de secundaria, bastante mediocre, que funciona como arquetipo del desprecio y la xenofobia de la clase media urbana para con los migrantes centroamericanos, y analiza con descarnado tino esa peculiar situación social en la que se ve inmerso. A través de él vamos conociendo la verdad sobre cómo funcionan las cosas en México. Su aparición en el relato se hace en capítulos exclusivos donde hace un monólogo sobre su vida, sobre la maldita de su ex que se fue al Sur a “sobarle el lomo a los quemaditos del albergue” (Ortuño 2013: 136); temas que intercala con una especie de análisis social cargado de prejuicios. Por ejemplo, después del primer incendio del albergue en Santa Rita se refiere a los migrantes como los “achicharrados” y los compara con los estadounidenses y, por supuesto, con “ellos” -los mexicanos-, estableciendo así una escala de valores que organiza la alteridad o lo que podría ser una jerarquía de otredades: “¿No saben que los van a tratar como basura, los gringos y sus propios compatriotas? Y sobre todo nosotros […] No somos gringos, pues. Pero tampoco somos como ellos, como los centroamericanos […] Nadie les pidió venir aquí.” (Ortuño 2013: 51-53).
Esta xenofobia expresada por el Biempensante se parece demasiado a la que dirigen los gringos contra los mexicanos. Pero en este caso, al contrario de la narrativa tradicional sobre migración de mexicanos a Estados Unidos, aquí los subordinados en tierra extranjera son otros. Por parte de Estados Unidos, su xenofobia y depredación constituye una política consciente hacia la región latinoamericana en general, y hacia quienes habitan su patio trasero en particular. Algo propio del gendarme del mundo. Lo conflictivo, y en lo que hace hincapié la novela, es que los mexicanos lo reproduzcan a su imagen y semejanza. En este mismo sentido, lo que se evidencia tanto en el personaje del Biempensante que vive en la ciudad, como en la fronteriza Santa Rita, es un pánico social expresado por esos, quienes no logran inteligir la “horda migrante” que, en su viaje idílico hacia Estados Unidos se ve obligada a transitar por México. Este complejo proceso social que pone a funcionar el relato es definido por Luz Horne como “‘la periferia’ [que] se instala en el centro mismo de la ciudad. [Logrando con esto que ya no haya] una zona delimitada para la marginalidad” (2011: 163). Así, los campamentos migrantes todo lo invaden, y el mexicano medio de la novela no logra aprender a convivir con ellos, sino a través del desprecio y la violencia (los cuales justifica con la jerga del poder político, “control de daños” (Ortuño 2013: 159).
Además, en La fila… aparece la brutalidad más despiadada de la que es capaz el ser humano llevado a situaciones límites y movilizado por un profundo y legítimo deseo de venganza. Yein, quien antes de migrar vivía en la más terrible miseria en El Salvador, termina siendo la única sobreviviente de los tres ataques a los albergues en Santa Rita. En uno de ellos murió su esposo, quien era su única familia y quien durante el viaje permitió (o no pudo impedir) que la violaran [2]. Pero ella, aún quemada y siendo casi un despojo de ser humano, acaba consumando su venganza. Y lo hace en forma despiadada, contra todo el personal gubernamental y los traficantes responsables de su desgracia y la de tantos otros. Este hecho, con el que prácticamente finaliza la trama, se nos presenta a los lectores como algo que debe ser asumido con total naturalidad. Primero porque en ese mundo hecho todo de violencia, no es inverosímil que suceda; y segundo, porque el deseo de justicia que provoca empatía en los lectores hace que podamos atender a la legitimidad de esa acción.
Entonces, aunque algunos personajes de la novela hagan un esfuerzo más o menos consciente por evadirse de la violencia, como es el caso de la Negra que intenta de varias maneras realizar el trabajo de asistencia social para el que fue convocada, la lógica del crimen, el dominio, la subordinación y, en consecuencia, el afán de supervivencia, todo lo invaden. Es por esto que, una vez que logra develar toda la maquinaria criminal-estatal detrás de los ataques a los albergues y el asesinato de todos los migrantes debe desistir de las buenas intenciones de la caridad y huir de Santa Rita, si es quiere preservar su vida y la de su hija. Pero no solo huye de Santa Rita, sino que se ve obligada a salir del país. Y aunque el de la Negra y su hija sea un exilio en mejores condiciones que el de los centroamericanos, la novela nos muestra cómo la migración latinoamericana a Estados Unidos está generalizada: a todos los expulsa la violencia, la criminalidad y la desposesión, solo que unos -los llamados “espaldas mojadas”- la pasan peor que otros.
Una simbiosis: crimen y Estado
La novela de Ortuño devela la complicidad estatal y su imbricación total con el crimen organizado. Un hecho que, a 20 años del fracaso estrepitoso de la “Guerra contra las drogas” ya es vox populi en México. La mascarada de poder y división de tareas que gobierna el crimen y el Estado en el espacio fronterizo de Santa Rica busca ocultar que las segundas líneas del poder político local, son parte integrante del riñón de poderosos que gobiernan el país y no se distinguen de jefes del crimen organizado que se dedican al comercio de migrantes y/o de narcóticos.
Pero lo que hay en la novela de Ortuño es, sobre todo, una parodia al rol de la CONAMI, la Comisión Nacional de Migración. Ante cada ataque a los albergues de migrantes (que son sucesivos y buscan no dejar rastros), la Comisión no hace más que publicar una y otra vez el mismo comunicado de lamento con pequeñas variaciones en cuanto al lugar del ataque y a la cantidad de muertos. Siempre procurando utilizar palabras políticamente correctas que no digan demasiado. Más aún, por si todavía quedaban dudas de su funcionalidad, el narrador nos aclara que: “La elección de las palabras era indudable. No cambiaba una coma. El único sentido del boletín era que nadie lo creyera pero que no provocara líos. Y, sobre todo, que nadie pudiera agregar: ‘No sacaron ni un puto boletín’” (Ortuño 2013: 120). Asumiendo sencillamente la pura formalidad de esa institución y de sus posibilidades de incidencia.
Lamentablemente, el referente de esta parodia podría ser el discurso oficial de los sucesivos gobiernos mexicanos sobre “daños colaterales” en la “guerra contra el narco”, es decir, muertes y desapariciones de “civiles” -no narcos- que quedaron en la línea de fuego y se busca criminalizar.
Referencias
“El peligro de migrar: 6 de cada 10 mujeres son violadas en México”. (13/12/19).. Expansión política. Revista digital. Disponible en: https://politica.expansion.mx/mexico/2019/12/13/el-peligro-de-migrar-6-de-cada-10-mujeres-migrantes-son-violadas-en-mexico (Consultado 23/9/21)
Entrevista con ANTONIO ORTUÑO ("La fila india"). (7/1/14). Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=hG-9m1A6X_4&t=169s (Consultado 7/9/21)
Horne, L. (2011). Literaturas reales. Transformaciones del realismo en la narrativa latinoamericana contemporánea. Rosario: Beatriz Viterbo Editora.
Ortuño, A. (2013). Fila india. México: Océano.
[1] Esta ruta del Pacífico es elegida por las caravanas de migrantes desde hace algunos años para viajar, luego de la aparición en 2011 de 40 fosas con 183 cadáveres en el Estado de Tamaulipas y de los reportes de secuestros de migrantes en Veracruz, dos nodos de la ruta del Golfo de México que históricamente era la elegida para migrar, por ser un trayecto mucho más corto. En la novela, este hecho criminal “compite” por la difusión en la prensa con el que se narra como principal: la quema de albergues de centroamericanos en Santa Rita. El hallazgo de esas fosas, que recorrió todas las portadas de la prensa mexicana, se inserta como referencia real en la novela e introduce una reflexión autocrítica sobre la realidad del país que recorre toda la trama.
[2] Las cifras estiman que de cada 10 migrantes centroamericanas que pasan por México, 6 son violadas (en línea: 13/12/19).
Lucía Battista Lo Bianco
Es Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y actualmente investiga sobre temas de literatura Latinoamericana. Es militante del PTS.