Recientemente, Gustavo Esteva publicó el texto “Entre la ilusión y el coraje” en La Jornada, a propósito de las divisiones que recorren la sociedad contemporánea y las resistencias políticas y sociales. Aquí debatimos con algunas de las consideraciones que vierte en su columna de opinión.
El presente muestra destellos intempestivos. Revueltas y rebeliones que en el 2019 estallaron en América Latina. La lucha de clases en Francia, imponiendo el protagonismo proletario y echando por tierra —una vez más— los relatos posmodernos. Una crisis profunda, de carácter “orgánico” tal como diría el marxista italiano Antonio Gramsci, que abrió el camino para las primeras tendencias, incipientes pero presentes, hacia la revolución y la contrarrevolución en esta tercera década del actual siglo.
En Estados Unidos —a lo que se refiere la columna mencionada— el ascenso de Trump expresó bien la presencia de esta crisis en la sociedad de la principal potencia imperialista, que Esteva retoma planteando la existencia de una división profunda. El triunfo del magnate republicano, que ahora busca su reelección mostró —y a la par capitalizó— la desilusión con los representantes tradicionales de la “clase política”. Pero también tiene su contraparte en el surgimiento sintomático de una juventud que, según algunas encuestas, en su mayoría prefiere al socialismo antes que al capitalismo y que ahora apoya al candidato Bernie Sanders en su disputa por la nominación demócrata.
En ese panorama internacional, la realidad no es lineal y México camina retrasado. Aún así, el ascenso de AMLO expresó también la crisis y la desilusión con los viejos partidos, y hoy se evidencia la contradicción entre las expectativas de cambio que generó y la realidad de una Cuarta Transformación que, en temas como la migración y los megaproyectos, es continuidad de la subordinación a la Casa Blanca y las transnacionales.
Esos son los tiempos que vivimos, y requieren de una estrategia política para transformar el descontento en movilización y la rebelión en revolución, si nuestra búsqueda es que la lucha de clases triunfe. Y eso necesita, qué duda cabe, de recrear y actualizar el debate político.
Resistencias y cuestionamiento al orden capitalista
La columna a la que nos referimos recoge algunos de los postulados puestos en juego en los últimos años por distintos intelectuales autonomistas, articulándolos como respuesta a los hechos que relata en relación con Estados Unidos, pero haciendo un ejercicio de generalización en el contexto actual.
“Finalmente, de eso se trata. En vez de prepararnos a la guerra civil, enfrentando a quienes siguen colgándose de ilusiones, necesitamos concentrarnos en la construcción del mundo nuevo. Lo que hay que hacer es muy distinto en una pequeña ciudad del norte de California, en la Sierra Norte de Oaxaca o en un barrio de la Ciudad de México. Como dicen los zapatistas, cada geografía tiene sus propios desafíos y formas de organizarse. Pero eso es lo que hay que hacer: organizarse”.
“... Mientras políticos e intelectuales siguen hablando de cómo salvar el país, el mundo o la biosfera, mientras sus afirmaciones o promesas se alejan cada vez más de la realidad, abajo se teje otra percepción. Cualquier persona sensata y decidida puede caer en una sensación de impotencia e incluso desesperación si se plantea qué hacer ante los problemas actuales del país o del mundo. ....”
“... Necesitamos recuperar sentido común y escala humana. Hacer lo que se necesita a nuestra escala. La realidad no cambia porque algún líder tome decisiones que resuelvan todo o al menos conduzca a las masas hacia alguna tierra prometida. Cambia cuando hombres y mujeres comunes consideran insoportable la situación en que se encuentran y tienen el coraje suficiente para actuar en consecuencia”.
En esta generalización, el autor retoma en sus argumentos la desconfianza respecto a los “políticos, los intelectuales y los líderes”; y frente a los que propugna el cambio local, impulsado “desde abajo”, evitando entrar en la disputa ante los proyectos políticos nacionales o globales de aquellos.
En las décadas previas, en América Latina, la emergencia de la primera oleada de los llamados gobiernos progresistas abrió un debate sobre si los mismos resolverían las demandas de las rebeliones populares de inicios del siglo XXI, lo cual evidentemente no fue así. El autonomismo, aunque fue crítico de aquellos, sostuvo una postura similar a la de Gustavo Esteva, lo cual implicó renunciar a pelear por proyectos políticos alternativos a los representantes de la burguesía.
Como decimos al inicio, si bien la crisis que viene manifestándose desde el 2008, motorizó la emergencia de fenómenos de derecha reaccionaria como Trump, también marcó el retorno de la lucha de clases, que sacude nuestra región y algunos de los centros imperialistas.
Estos procesos plantean la necesidad de oponer, al proyecto de los capitalistas y sus representantes políticos, la perspectiva de los explotados y oprimidos. ¿Como pueden los trabajadores, la juventud y los pueblos originarios de Chile, que luchan —como ellos mismos dicen— no por 30 pesos sino contra el legado de 30 años de neoliberalismo, resolver sus aspiraciones de cambio sin enfrentar al gobierno nacional y sus trampas, así como la dominación imperialista? Pero para eso se requiere un proyecto alternativo que busque construir un Chile de los trabajadores y el pueblo, sin lo cual las instituciones se recompondrán y la dominación capitalista se preservará.
Podemos decir lo mismo respecto a otro de los puntos culminantes de la lucha de clases en los últimos meses: la histórica huelga protagonizada por sectores de la clase obrera francesa, al inicio motorizada por una reforma del sistema de pensiones. Estos necesitan forjar una poderosa alianza con el conjunto de los explotados y oprimidos de ese país, para lo cual es central tanto unificar las demandas de los distintos sectores obreros y populares como avanzar en el cuestionamiento de todo el orden capitalista. De hecho, el no hacerlo —como resultado de la acción consciente de las direcciones burocráticas— debilitó y puso límites al movimiento.
Sin duda este planteo político-estratégico no resuelve automáticamente la división social que existe y a la que se refiere el columnista de La Jornada. Pero hay que considerar que muchos de los sectores medios o populares que apoyan a personajes como Trump o Le Pen en Francia, lo hacen motorizados por la desesperación que provoca los resultados de la globalización capitalista. Que la clase obrera y los sectores más avanzados impulsen un programa que dé respuesta a las demandas y aspiraciones progresivas de estos sectores puede permitir ganarlos y arrancarlos a la influencia de los representantes más reaccionarios y de los capitalistas. De hecho, es la única forma de lograrlo; no hacerlo implica caer en la impotencia política.
La reducción a lo local o una estrategia para vencer al capitalismo
Como decimos antes, el autor plantea que el cambio debe y puede hacerse “a nuestra escala”, esto es, en el territorio, pueblo o ciudad donde nos encontremos. Esta sería la única forma de sustraerse a la desesperación ante “los males que nos agobian” y la supuesta incapacidad de transformar la realidad a una escala global o cuando menos nacional. Esta es una argumentación afín con lo que sostiene la dirección del EZLN y sus intelectuales afines, que pretenden que de lo que se trata es de construir espacios autonómicos de resistencia al capital, como islas en el mar capitalista. [1]
Lo que mencionamos se relaciona íntimamente con el punto anterior. Si queremos resolver de manera íntegra y efectiva las demandas y aspiraciones que motorizan la resistencia, no se puede lograr bajo una perspectiva local. Eso significaría renunciar a la necesidad de una estrategia para derrotar al enemigo. Es necesario afectar los intereses de la clase dominante, por una parte, y atacar las instituciones garantes de esos mismos intereses. Sin duda existen particularidades en la situación objetiva y las reinvindicaciones de los distintos sectores oprimidos y explotados, pero ante eso lo que se requiere es construir un programa que las articule y las vincule a la lucha por acabar con el sistema capitalista.
Esto es particularmente cierto en torno a la lucha de los pueblos indígenas, que hoy articula la histórica demanda de reforma agraria y autonomía, con la resistencia al despojo y los megaproyectos que sostienen los partidos patronales y el gobierno de López Obrador. Aunque las resistencias se desplieguen localmente, el horizonte político para lograr triunfar, pasa por enfrentar a los representantes políticos —esto es, el gobierno y los partidos capitalistas— que mantienen la situación de opresión y expoliación de los pueblos originarios, y bajo los cuales se despliegan los intereses de las grandes trasnacionales, desde las mineras hasta los grandes emporios turísticos.
Desde la aplicación del TLCAN —cuya versión modernizada es el T-MEC— el campo fue especialmente castigado: se avanzó en la desregulación y privatización de la cadena maíz-tortilla, los pequeños productores no pueden competir con los agrobusiness y en la mayoría de los casos apenas producen para el autoconsumo. Los jóvenes y adultos de las familias campesinas pobres se han visto obligados a vender su fuerza de trabajo como jornaleros y peones —y a vender o abandonar sus parcelas en algunas ocasiones—, transformándose en parte del proletariado rural y migrante.
La unidad de los sectores que luchan y resisten, con la clase obrera es fundamental tanto por la necesidad de luchar contra el sistema capitalista forjando una fuerte alianza revolucionaria de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, sino también porque ésta —por su lugar en la producción— es la que puede garantizar, por ejemplo, el acceso a créditos baratos, herramientas y tecnología para el campo. Sin duda, esto implica enfrentar a la burocracia sindical, que en sus distintas variantes impidió, desde 1994, la confluencia entre los trabajadores y las masas indígenas y campesinas de este país; esta no es una tarea sencilla, pero es impostergable para conquistar esa alianza revolucionaria.
Esto nos lleva a una tercera discusión, fundamental en el debate entre marxismo y autonomismo: si la resistencia se limita a la dimensión local, y se trata de construir espacios de autonomía sin pretender que trasciendan a nivel nacional, no hay necesidad alguna de una estrategia política para la toma del poder. De hecho, la misma se considera incluso contraproducente, en la medida que reproduciría la misma lógica de dominación.
Sin embargo, sin conquistar el poder para los trabajadores, los campesinos y los pueblos indígenas, no hay forma de atacar las causas profundas de la opresión y la explotación: la dominación económica de la burguesía, que se sustenta en un Estado e instituciones que la preservan y que sostienen la subordinación del país al imperialismo estadounidense y las grandes trasnacionales. Abandonar esa perspectiva equivale a renunciar a triunfar sobre los responsables del saqueo y la entrega.
Evidentemente, no se trata de cambiar al actual personal político de la burguesía por otro, aunque tenga un discurso más “progresista”, como es el caso del actual gobierno de la Cuarta Transformación. De lo que se trata es de apuntalar una perspectiva anticapitalista y socialista: un gobierno de los trabajadores y los oprimidos del campo y la ciudad tendría, como primera tarea, expropiar a los expropiadores y romper con el imperialismo, frenando de inmediato los megaproyectos y el despojo.
Esto implica, para los marxistas, la destrucción del viejo estado capitalista y sus instituciones, y poner manos a la obra en la construcción de un estado de nuevo tipo, basado en los organismos de democracia directa de los trabajadores, los campesinos y los pueblos indígenas, donde se discuta y resuelva todo, en el terreno económico, político y social, en el camino de la lucha por el comunismo. La resistencia anticapitalista requiere, para triunfar, de una estrategia socialista y revolucionaria.
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