La reunión entre los presidentes de México y Estados Unidos, el pasado miércoles 8 de julio, particularmente los discursos posteriores de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), superaron todas las expectativas, en cuanto al grado de subordinación que allí se iba a expresar.
AMLO le dedicó varias y sonadas alabanzas a Donald Trump, a quien se refirió como “su amigo”. Declaró que aquél trató a México con respeto, pretendiendo borrar de un plumazo las denigrantes agresiones sucedidas desde la anterior campaña electoral del vecino del norte. López Obrador llegó a establecer paralelismos forzados entre el republicano y personajes fundamentales de la democracia imperialista, como Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt.
El magnate lo correspondió, afirmando que las relaciones entre ambos países nunca habían sido tan cercanas. Se refirió a su contraparte mexicana en términos mucho más amistosos de lo usual, lo cual respondió a una intención política, tal como se plantea más adelante.
Los elogios superaron los que podían presentarse en reuniones previas entre mandatarios de ambos países, esto a pesar de que siempre se enmarcaron en una relación altamente dependiente y asimétrica.
La reunión fue pautada cuidadosamente por los equipos diplomáticos. La cuestión migratoria fue ignorada, AMLO se comprometió públicamente a no hablar del muro fronterizo, y tanto el encuentro a puertas cerradas como los discursos posteriores se centraron en el nuevo acuerdo comercial, el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC).
Privilegiar en la agenda el nuevo tratado, no fue sólo para lograr una reunión más tersa, respondió a las necesidades internas de ambos presidentes, quienes necesitaban echar mano del T-MEC, para presentarlo como un gran logro y contrarrestar los elementos de crisis que enfrentan en cada país.
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El progresismo lopezobradorista y la cumbre
El encuentro marcó la culminación de un trabajado proceso de acercamiento diplomático y subordinación política a la Casa Blanca, por parte del gobierno de la Cuarta Transformación [1].
Es evidente que las anteriores administraciones priistas y panistas impulsaron una dependencia estructural que cruza la frontera serpenteante. Si algo caracterizó al neoliberalismo, desde mediados de la década de los 80, fue edificar una gran empresa de la clase dominante, de la que el ahora extinto Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) es su mayor testimonio, basada en la recolonización económica y política del país por parte de las transnacionales imperialistas.
De esa forma México se incorporó a las cadenas de valor más importantes a nivel global, como la de automotriz-autopartes, y aumentó enormemente las exportaciones manufactureras. El resultado fue un incremento de las ganancias capitalistas, la relocalización en el país de muchas industrias que se beneficiaron de la precarización laboral, así como el crecimiento de una nueva clase obrera, con millones de trabajadores en la industria de exportación en los estados fronterizos y en otras regiones, como el Bajío.
El gobierno de AMLO no sólo continúa ese “modelo” que se basa en la subordinación del país al imperialismo. También tiene el triste mérito de haber cultivado una estrecha relación con uno de los presidentes estadounidenses más xenófobos, racistas y anti mexicanos de toda la historia contemporánea. Hay quienes sostienen que fue para evitar que la relación con Trump fuese un foco de inestabilidad que afectase su imagen internacional. Esto a costa de aceptar las extorsionadoras exigencias de la Casa Blanca.
Una de ellas fue en el terreno migratorio. Cuando Trump condicionó el T-MEC a que AMLO actuase como gendarme fronterizo, las señales de alarma se encendieron en Palacio Nacional, pero la respuesta no dejó lugar a dudas. Ciento veinte mil migrantes centroamericanos fueron deportados en el último año, la Guardia Nacional fungió como policía migratoria, y entró en vigor el programa Quédate en México, por el cual 65 mil migrantes están varados en la frontera, esperando la respuesta de las autoridades de EE. UU., en condiciones de gran precariedad y peligro para su salud.
La otra imposición destacable fueron las modificaciones consagradas en el T-MEC. Éstas no sólo fueron concedidas, sino también saludadas por el gobierno de AMLO, como se vio el pasado miércoles en Washington.
En este punto, el progresismo lopezobradorista -que le permitió llegar a la presidencia apelando a las aspiraciones populares-, fue dejado de lado. La retórica que fustiga al neoliberalismo y los conservadores, fue convenientemente olvidada en la visita a Washington, al grado que AMLO declinó reunirse con migrantes y dijo que no hablaría del muro, “porque soy dueño de mi silencio”. “Fallaron los pronósticos, somos amigos”, afirmó.
A nadie puede escapar que López Obrador acudió a EE. UU. , cuando la Casa Blanca acaba de afrontar el desafío de grandes movilizaciones, que cuestionaron la violencia policial y el racismo estructural constitutivo del estado imperialista. Qué mayor muestra de que México, bajo el gobierno de la 4T, se convirtió en un importante aliado del gobierno del republicano Trump.
Las causas utilitarias de Trump
Sin duda, no debemos exagerar el efecto de la visita en la campaña electoral estadounidense, donde el magnate está 8 a 10 puntos abajo del candidato demócrata, Joe Biden y su reelección es más que incierta. Pero, igualmente, la visita le resultó favorable a Trump al menos por dos causas.
La primera, fortalecer su intención de presentar -con evidentes fines electorales- al T-MEC como uno de sus grandes éxitos, en sustitución del que llamó “el peor acuerdo comercial de toda la historia” (el TLC), y diseñado de acuerdos a sus exigencias, para “favorecer a los estadounidenses”. De hecho, Trump postergó la entrada en vigor del T-MEC y la hizo coincidir con los inicios de la campaña electoral.
La segunda, mostrarse - en un momento político desfavorable- junto a un “amigo” y aliado como el presidente mexicano, echando mano a un discurso más contemporizador que el que tuvo en los años previos. Apeló además a palabras de elogio hacia la comunidad mexicana, un colmo del cinismo considerando que desde 2015 los ha llamado criminales y violadores. Varios analistas plantean que intenta llegar a una porción del voto latino, para recuperar el apoyo alcanzado en 2016. Lo cual no es tan fácil de lograr en estos momentos.
Es por todo eso que privilegió, durante la reunión, buscar puntos de apoyo, en lugar de poner en práctica su discurso abiertamente xenófobo.
Sin embargo, pocas horas después volvió a la carga, defendiendo el muro fronterizo como la barrera que impidió ser “inundados por el COVID19”. Esto fue un nuevo comentario racista que adjudica a los migrantes centroamericanos y mexicanos el aumento de los contagios en EE. UU. Inequívocamente, el respeto que alabó AMLO no existe, y Trump responde también al núcleo duro de su base social y electoral, que se hace eco de sus acciones antiinmigrantes.
Los saldos para la Cuarta Transformación
El gobierno mexicano presentó como “muy positivo” el resultado de la reunión con Trump, y el que haya sido un encuentro sin sobresaltos [2].
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Como decimos aquí, la reunión no se entiende sin considerar la situación en México, con perspectivas alarmantes en la economía, un ascenso de la pandemia y una caída relativa en la popularidad del gobierno. En ese contexto, AMLO acudió al encuentro viendo en el T-MEC un salvavidas para la crisis actual.
Al llevar a 10 grandes empresarios -encabezados por los “amigos” del gobierno, Ricardo Salinas Pliego y Carlos Slim Helú- y centrar su actividad en la reivindicación del T-MEC, López Obrador se mostró como un guardián, velando por los intereses económicos de los capitalistas mexicanos. Esto además lo ayuda en su disputa con aquellos sectores patronales que lo criticaron en los meses previos por no contraer más deuda pública para un rescate empresarial.
Con esto pretende jugar internamente, en aras de soldar sus alianzas hacia las próximas elecciones intermedias, en particular con un sector empresarial muy concentrado. Y contrarrestar la coalición que intentan forjar sectores de la oposición burguesa, quienes lo criticaron en los días previos al encuentro, señalando la falta de oportunidad del mismo.
Sin embargo, estas críticas se detienen ante el umbral del T-MEC: toda la “clase política” coincide en impulsarlo, al ritmo de la subordinación a los Estados Unidos. Por eso, otro resultado del encuentro es que AMLO se mostró como el representante del interés común... de la clase dominante.
La cumbre se dio además en el marco de varios hechos nacionales. Junto a la extradición de Emilio Lozoya -acusado de corrupción en el caso Odebrecht-, se conoció la identificación de los restos de normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, que AMLO presentó como la negación de la versión oficial del pasado gobierno de Enrique Peña Nieto, la famosa “verdad histórica”, nunca aceptada por los familiares de los 43 estudiantes. El gobierno busca que estas noticias le permitan contrarrestar los efectos de tanta pleitesía ante Trump. A esto se suma la detención en Florida, el mismo miércoles, de César Duarte, ex gobernador de Chihuahua que se encontraba prófugo; un regalo de la Casa Blanca para su combate contra la corrupción.
Más allá de la voluntad de AMLO de apoyarse en el T-MEC para enfrentar la crisis, es difícil que eso contrarreste de forma sustancial la caída del 10 % pronosticada para el PIB, o el descenso pronunciado de las exportaciones. Esto, -aunado a las políticas de austeridad y despidos- desgastan su base social más rápidamente de lo que podía esperarse, con un presidente que llegó con el 53 % de los votos.
La cumbre reciente no resuelve el descontento que existe en sectores de la población trabajadora. Lejos de eso, Exhibe a AMLO como "amigo” de un personaje que, según distintas encuestas, es repudiado por un 80/90 % de la población del país.
Además. esto puede generar, entre sectores avanzados de la clase trabajadora y la juventud, un reverdecer del antiimperialismo en México.
El T-MEC: un salto en la subordinación
Como decíamos antes, la burguesía mexicana y sus representantes políticos están unificados en torno a las bondades del T-MEC.
Su antecesor, el TLCAN, fue fundamental en el desarrollo del proyecto neoliberal impulsado por las transnacionales imperialistas estadounidenses y sus socios nativos. Esto es, una integración productiva y comercial transfronteriza, bajo la cual México se transformó en una plataforma exportadora de su industria maquiladora y automotriz, aprovechando para eso las ventajas competitivas de la mano de obra barata y la cercanía geográfica de las casas matrices de las empresas y el mercado estadounidense.
Esto profundizó la subordinación y dependencia estructural al imperialismo yanqui, que se expresó también en los terrenos políticos, diplomáticos y militares. A lo largo de los años, esta “gran empresa” neoliberal no fue cuestionada por ningún sector de la gran burguesía mexicana -que se benefició de la misma- ni de sus representantes políticos. Tampoco ahora, con su sucesor, el T-MEC, que supone aún mayores ventajas para el capital estadounidense.
Una de ellas es la imposición de que las mercancías contengan un porcentaje mayor de contenido regional, que en el caso de las automotrices subirá al 75 %. Estas deberán además utilizar al menos 70 % de acero y aluminio de los tres países socios. Dichas modificaciones a las reglas de origen muestran que el T-MEC está en sintonía con la guerra comercial entre Estados Unidos y sus competidores, como China y las potencias imperialistas de Europa.
Otras modificaciones que favorecen a EE. UU. son en torno la propiedad intelectual -donde hay un reforzamiento de normas en software, patentes y modelos industriales-, así como en el terreno del intercambio digital, con mayores medidas de control gubernamental. De igual forma se establecen cambios en la Ley de Propiedad Industrial, en particular sobre patentes de la industria farmacéutica, lo cual posiblemente afectará la producción de medicamentos genéricos en México.
Además, con este nuevo acuerdo, como se plantea aquí “México tendrá que cumplir nuevas reglas laborales vigiladas desde el propio Estados Unidos y por otro el artículo 232 del tratado permite que el gobierno estadounidense pueda imponer aranceles a todas aquellas importaciones que el presidente considere que son una “amenaza” para la seguridad nacional.” Se trata de una formulación tan amplia que puede utilizarse para imponer medidas proteccionistas contra las exportaciones que EE.UU. considere que afectan sus intereses.
El tratado tiene una duración de dieciséis años, pero será revisado cada seis años, lo cual permite que el gobierno estadounidense ejerza presión y poder de veto para introducir nuevos cambios a su favor.
La implementación del T-MEC se articula con el impulso de distintos megaproyectos -como el Tren Maya-, en interés de los grandes capitales, y en oposición a los reclamos de los pueblos originarios que defienden su territorio y el acceso a los recursos naturales para sus comunidades.
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Estamos entonces ante un tratado que profundiza la subordinación a los EE.UU., y un mayor alineamiento de México a sus intereses, en el concierto mundial y ante un panorama de mayores roces comerciales. Esto es lo que dejó ver el discurso de AMLO, que explícitamente afirmó que se privilegiará la relación económica y de intercambio con el vecino del norte.
Sus beneficiarios serán nuevamente las transnacionales y sus socios locales. Como se vió en los 26 años de vigencia del TLCAN, se profundizará la explotación y la precarización del trabajo, al calor de la actual crisis económica internacional.
Una salida alternativa a la opresión y expoliación imperialista
En estos momentos se muestran los profundos límites del “progresismo” de AMLO y su retórica: aquél acaba donde empiezan las necesidades de la subordinación al imperialismo.
Como planteamos aquí, los trabajadores y la juventud mexicana debemos levantar un conjunto de medidas que enfrenten la opresión imperialista, asumiendo un camino alternativo al que nos propone el gobierno de la Cuarta Transformación.
En esa senda, los verdaderos amigos de trabajadores y campesinos del país están en la clase obrera multiétnica estadounidense, así como en las movilizaciones que sacudieron las ciudades y pueblos de EE.UU. contra la violencia policial y el racismo sobre los afroamericanos. Están también entre los pueblos de Centroamérica y el Caribe, lo cual implica hacer propia la causa de los migrantes de esos países, y denunciar la política de AMLO, que actúa como la patrulla fronteriza de Trump al sur del Río Bravo.
Frente al T-MEC, que profundiza una integración productiva y comercial de acuerdo a los intereses de las transnacionales, los socialistas sostenemos que se requiere una integración distinta, política, social, económica y cultural, que apunte a la planificación de la economía regional en beneficio de las mayorías, en una Federación de Estados Unidos Socialistas de América del Norte. Para eso es clave adoptar una perspectiva independiente de los partidos y los programas de la burguesía, que sea anticapitalista y socialista, y que apunte a trastocar el orden existente de forma revolucionaria.
Para eso, hay que construir organizaciones revolucionarias tanto en México como en Estados Unidos. Ésta es la tarea que proponemos desde el Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas, y que llevan a cabo nuestros camaradas de Left Voice en el corazón de la bestia imperialista. Esto es también parte de lo que impulsamos desde la Fracción Trotskista, para dar pasos en la construcción de un Partido Mundial de la Revolución Socialista, la Cuarta Internacional, como planteamos recientemente en este acto internacionalista.
La perspectiva estratégica bajo la cual debemos organizarnos, no puede ser otra que enfrentar la opresión imperialista, lo cual está indisolublemente vinculado a acabar con el capitalismo por vía revolucionaria y construir una sociedad sin explotadores ni explotados.
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