La formación de los batallones rojos fue uno de los grandes hechos que marcaron la relación entre el constitucionalismo y el movimiento obrero, ya que significó que miles de personas, muchos de ellos trabajadores activos, fueran utilizados por el gobierno de Carranza para enfrentar al movimiento campesino.
El 17 de febrero de 1915 se firmó en la ciudad de Veracruz, el acta de colaboración entre Venustiano Carranza y un sector de dirigentes de la Casa del Obrero Mundial (COM), bajo el cual se formaron los “Batallones Rojos” en el seno del Ejército Constitucionalista. Su finalidad era combatir a la División del Norte encabezada por Francisco Villa. Así, esta ala de la COM organizó a seis batallones (con un total de ocho mil combatientes) de los cuales unos lucharían en El Ébano, San Luis Potosí y en otros puntos de la Huasteca contra los villistas mientras que el resto en el Bajío participaron en la crucial batalla de Celaya junto con Obregón. Aunque Carranza tomó la precaución de ponerlos bajo las órdenes de generales adictos a él.
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El constitucionalismo frente a la clase obrera
El general Álvaro Obregón convenció a Venustiano Carranza (quien previamente había tenido la misma lectura de la situación) de implementar reformas sociales y una política de cooptación de ciertos sectores de la clase trabajadora y las masas agrarias mediante las mismas. Por lo que concentraron sus esfuerzos en ganarlos utilizando medidas de corte social como el establecimiento del salario mínimo. [1] Así, en 1915 se redactan las adiciones al Plan de Guadalupe para dar cabida a la idea de esas reformas.
Tras la toma de Aguascalientes por parte de Obregón, comenzó a construir consensos mediante la repartición de bienes básicos, con lo que logró obtener una importante simpatía de los sectores urbanos. De esa manera empezó el acercamiento al sector de dirigentes de la COM más propenso a su política, valiéndose incluso del otorgamiento de dinero y prebendas, como la donación de instalaciones para que pudieran hacer sus reuniones. Gracias a esta política consiguió la adhesión de miles de personas que conformarían los Batallones Rojos, fundamentalmente desempleados.
El pacto del 17 de febrero no fue muy bien recibido por los sectores más combativos del movimiento obrero, la mayoría provenientes del anarquismo, dirigidos por españoles y estadounidenses que encabezaban a ferroviarios con grandes simpatías por el magonismo, petroleros directamente afiliados a los Industrial Workers of the World (IWW) y el ala más radical de la COM con personajes como Octavio Jahn, Luis Méndez, Eloy Armenta y Antonio Díaz Soto y Gama, quien a causa de estos eventos terminaría optando por el zapatismo. [2]
Para imponerse, frente a esta tenaz oposición, los dirigentes que acordaron el pacto, lo hicieron a espaldas de las bases. El acuerdo fue aprobado únicamente por 67 miembros de la COM que sin mandatos de una asamblea general tomaron la decisión, [3] y se limitaron a realizar una “asamblea” secreta y sólo con sus partidarios. Cuando esto fue conocido públicamente, intentaron presentar al carrancismo como “ultra revolucionario” y comprometido con la lucha contra la “burguesía” y la “reacción”, hablando de que “(…) se encuentra también aquí un frenazo al radicalismo que a fuerzas de ser radical es retrógrada”, [4] en evidente alusión a los liderazgos del campesinado insurgente referenciado con Francisco Villa y Emiliano Zapata.
Esta acción fue parte de una importante operación de cooptación política y social con un carácter fundamentalmente propagandístico, para fortalecer al constitucionalismo frente a los ejércitos campesinos, aunque sus consecuencias militares fueron más bien modestas. Además de que fue un hito, al ser la primera experiencia de subordinación política de una franja del movimiento obrero a una dirección burguesa, lo cual precedió a la estatización de los sindicatos iniciada en la década de 1920 a partir de la colaboración entre Calles y la CROM, lo cual a su vez encontraría su máxima expresión en el cardenismo. Un conocido historiador lo plantea en estos términos: “(…) la alianza de la clase obrera con el constitucionalismo no es más que una farsa propagandística, eficaz en su momento y, sobre todo, posteriormente, como parte del discurso legitimador del Estado posrevolucionario”. [5]
Las consecuencias serían funestas a largo plazo. El acuerdo comprometía a Carranza a seguir llevando adelante las legislaciones que beneficiaban a la clase obrera y a atender sus reclamos frente a los patrones, sin embargo, esto no será así, y los asalariados no recibían beneficios materiales en concreto, porque el Primer Jefe como fuerza conservadora buscaría en todo momento no cumplir con estas promesas.
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Las reformas no eran originalmente parte de la política de Carranza, pero ante su necesidad de fortalecerse frente a los ejércitos campesinos y por la influencia de otros sectores del constitucionalismo, especialmente el de Obregón al que ya nos referimos, es que leyó que era necesario dialogar con las masas obreras y campesinas a fin de sustraerlas a la influencia del villismo y el zapatismo. Por eso adoptó nuevas medidas en sus planes, de ahí que buscará tener sindicalistas de su lado, por ello es que se fundó la Junta Revolucionaria de Auxilios del Pueblo, encargada de operar este proyecto. Así, Obregón partió a Orizaba con 4 mil soldados para concentrar sus fuerzas y enfrentar a Villa, en acuerdo político y táctico-militar con Carranza.
Después de la primera ocupación de la Ciudad de México por Villa y Zapata, los ejércitos constitucionalistas tenían un dominio muy extendido, habiendo historiadores que consideran que estaban estratégicamente mejor ubicados que los convencionistas. Por otra parte, esa operación política realizada y a la que nos referimos, les dio una fortaleza política en la medida que se apropiaron de las demandas campesinas. Tenían un proyecto político nacional cuyo objetivo principal era operar un cambio en las fracciones de clase las dominantes (ante la destrucción del porfirismo) que van a reorganizar el Estado burgués después de 1917-1920. Bajo esa perspectiva es que buscaron consolidar su poder a nivel nacional, apostando incluso, a la cercanía de la Habana, o a la posible intervención de la marina estadounidense, por si se vieran necesitados.
Por su parte, a las fuerzas de Villa y Zapata les resultará cada vez más difícil aprovechar la iniciativa conquistada con la ocupación de la Ciudad de México para perseguirlos, y aunque se podía suponer que buscarían acorralarlos en el puerto, ese no será el destino final de la revolución. Además, tenían en contra la falta de recursos materiales, en buena medida porque el hambre azotaba al país. En el caso de la capital “La ciudad vivía una crisis, espejo de la crisis nacional, (…) producto de la desarticulación del Estado porfirista y su sistema monetario de la afectación de la producción agrícola en áreas cercanas a la Ciudad de México (…) el virtual colapso de los sistemas de transporte y la voracidad y oportunismo de los grandes comerciantes (…) Esta es quizá otra de las causas que retrasaron –hasta hacerla inviable– la confluencia que venía dándose entre los obreros organizados de la capital y el Ejército del Sur”, [6] esa situación material también afectó a la División del Norte, lo que le imposibilitó acudir en apoyo de Zapata en los meses siguientes.
Como decimos arriba, la táctica del carrancismo era utilizar políticas como el acuerdo con un sector de la COM como instrumento de legitimidad para ganarse a las masas campesinas y trabajadoras y quitarles ese apoyo a Villa y Zapata. Por eso, a la vez que propagaba la versión de que la COM se había volcado en apoyo al bando carrancista, hacía pequeñas concesiones a este sector y por ello también le pusieron el nombre de “Batallones Rojos” a sus milicias. Actuaban con demagogia ante los asalariados, con el discurso de que “se les incluiría en la revolución”, es decir, la promesa de reformas económicas y sociales.
Los conflictos dentro de la COM
Como dijimos, la imposición del pacto de un sector de la dirección no fue un proceso terso y libre de conflicto. Dentro de la COM la mayoría se opuso a la propuesta que posteriormente se firmaría en Veracruz. Ello se expresó en una discusión que se manifestó en una asamblea realizada el ocho de febrero de 1915, con la asistencia de más de un millar de miembros que se encontraron en el Convento de Santa Brígida.
También las bases rechazaron el pacto, como fue en Puebla y Veracruz, donde los obreros textiles resistieron al constitucionalismo, a pesar de la amenaza del ejército carrancista que controlaba esas regiones, por lo que personajes como Rosendo Salazar comenzaron a atacar a los anarcosindicalistas, declarando que habían desaparecido para ser sustituidos por el sindicalismo. Apelando al nacionalismo, que se encontraba muy enraizado en la clase trabajadora, lo que expresaba una de las grandes debilidades del movimiento obrero de aquella época.
Por esa razón los dirigentes obreros constitucionalistas continuaron apelando a la defensa de la patria, pero se encontraron con una decidida oposición de los dirigentes anarcosindicalistas más combativos, por lo que personajes como el pintor Gerardo Murillo (el Dr. Alt, correligionario ideológico de Carranza), un sujeto completamente ajeno a la organización obrera en todos sus niveles intervino, condenó a los “extremistas” que se oponían al pacto. Sus declaraciones produjeron un gran escándalo entre los asistentes quienes finalmente se levantaron; las cosas se decidieron en otra sesión secreta, realizada el 10 de febrero para nuevamente imponer su decisión donde llegaron sólo delegados sin la base.
Pero las tendencias más consecuentes se opusieron nuevamente, Díaz Soto y Gama defendió a Zapata de las calumnias en su contra por parte de los constitucionalistas dentro de la COM, el problema fue que los dirigentes constitucionalistas ya eran mayoría en esta nueva sesión hecha a espaldas de la base, con lo que lograron por fin imponerse. Lo hicieron bajo el argumento de que para ser parte de la repartición de los beneficios de la revolución carrancista, debían sumarse a ella con las armas en la mano, así, la decisión de apoyar al carrancismo fue aprobada el 11 de febrero de 1915, junto con el acuerdo de clausurar la COM y los trabajos organizativos hasta alcanzar el triunfo de la revolución.
Los dirigentes afines al pacto que subordinaba a la clase trabajadora a la dirección constitucionalista y su proyecto de reorganizar el país en una perspectiva burguesa, necesitaron de una sesión secreta para terminar de pactar con el gobierno capitalista, especialmente, porque desde California, Estados Unidos, recibían las críticas del magonismo, que era el ala del anarquismo más congruente, pero desgraciadamente, el Partido Liberal Mexicano (PLM) no podía hacer nada frente a esta circunstancia. [7] Así, estos se apoyaron en la American Federation of Labor, para buscar romper con los IWW, con el fin de terminar con la perspectiva anarcosindicalista y dar paso a un sindicalismo más conciliador con el Estado.
Los resultados del pacto
A la par que ocurrían estas luchas políticas al interior de la COM, en ese mismo año de 1915, estallaron huelgas en las fábricas porque la burguesía insistía en negar los aumentos salariales, ya que los trabajadores resentían los efectos de la guerra expresado en que los productos de primera necesidad escaseaban a causa de los esfuerzos bélicos. Fue así que tanto convencionistas como constitucionalistas comenzaron a imprimir su propio dinero para gestionar y atender el tránsito de mercancías en las zonas controladas por ellos, lo que dificultaba e invalidaba el uso del dinero por usarlo fuera de aquellos lugares.
Por otro lado, la burguesía (entre ellos los industriales y funcionarios conservadores) veía con recelo a los Batallones rojos, ya que después de todo una parte de los mismos eran obreros armados y entrenados para el combate, lo cual consideraban peligroso en medio de una situación de carestía, desempleo, gran inflación, huelgas no autorizadas y manifestaciones públicas. Situación en la que la actividad sindical se había intensificado producto de la revolución. El resultado fue que la clase dominante comenzó a presionar para suprimirlos.
Frente a dicho contexto, el 13 de enero de 1916 Carranza decretó la disolución de los Batallones rojos, desarmándolos y regresándolos a sus hogares; cuando los obreros regresaron a casa, se encontraron con que las promesas no se habían cumplido, finalmente muchos entraron nuevamente en las filas del desempleo. [8] Así, lo que lograron Carranza y Obregon fue presentar una alianza entre la clase obrera y el constitucionalismo, cuyo valor era más político que militar, pues marcó la división entre los asalariados y los ejércitos campesinos radicales.
Como no podía ser de otra manera, los trabajadores comenzaron a presionar a los dirigentes de la COM y a otras confederaciones sindicales para que exigieran derechos al gobierno carrancista. Lo que dio origen a la huelga general de 1916, que sería sofocadas con represión. Por su parte, las fuerzas villistas y zapatistas una vez destruidas no podían brindar un apoyo militar ni político a la clase trabajadora, que luchó heroicamente, pero llegó en malas condiciones a esa pelea, además de que muchos de los mejores elementos de la clase obrera habían sido relegados. [9]
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Lecciones del proceso
Los dirigentes anarcosindicalistas ciertamente eran combativos, pero un factor que le jugó en contra —además del peso de la dirección constitucionalista— para frenar el pacto fue la falta de un programa obrero que atendiera de forma concreta las necesidades de su propia clase y apostara a la vez a la unidad con las masas agrarias. Esto más allá de la consigna abstracta de la pura revolución social, fracasaron no por su falta de combatividad sino por las debilidades estratégicas que arrastraban para poder derrotar a los sectores pactistas. Por ejemplo, preferían apostar más a la organización espontánea que a la construcción de sólidas asociaciones obreras centralizadas programáticamente, lo que dio como resultado una gran fragilidad ideológica, razón por la que no pudieron disipar la confusión sembrada por el carrancismo con su propaganda.
También hay que decir, que la imposición del pacto con Carranza era resultado de un movimiento obrero que se encontraba muy atrasado en su desarrollo, además de que muchos de los dirigentes revolucionarios no estaban presentes, algunos estaban detenidos, otros deportados (al ser extranjeros) y otros más se habían marchado con Zapata a Morelos. Por otra parte, es necesario apuntar que estos resultados obedecían a la imposibilidad de las direcciones campesinas de incluir a los trabajadores a su programa mediante un proyecto nacional. [10]
Por su parte, la postura pro-constitucionalista de un pequeño sector de dirigentes de la COM se debía a la combinación entre la subordinación política a la ideología burguesa —algo que han destacado autores como José Revueltas— y una visión profundamente sindicalista que los llevó a no compartir identidad con los explotados, lo cual se mostraba en el rechazo a Villa y a Zapata con el pretexto de que sus tropas “usaban estandartes religiosos” por lo que los acusaban de estar “ligados al clero” y de reaccionarios. [11] Este sector pactista creó confusión en torno al papel revolucionario que estaban teniendo los ejércitos campesinos, coadyuvando así a la separación entre los distintos sectores de explotados y oprimidos del campo y la ciudad.
Por otro lado, el movimiento obrero era muy nacionalista, pese a los llamados de internacionalismo proletario por parte de los anarcosindicalistas y de los entonces socialistas, esta sería la causa del porqué del fracaso de la IWW sobre todo después de 1921. Ya que ambas corrientes estaban dirigidas por extranjeros. Este sector de la COM también sembró confusión al revolver a la revolución social con la revolución constitucionalista, [12] situación que los sectores que se le oponían no fueron capaces de revertir porque no pudieron dialogar con las masas para desmentirlos.
Así, las movilizaciones obreras, las tendencias a la unidad y a la organización que surgen en medio de este proceso son desviadas por los constitucionalistas, ya que, si bien sólo limitados sectores se sumaron al apoyo a la burguesía, como fue el histórico Sindicato de Artes Gráficas, no podían terminar con el dominio de los capitalistas sin la toma del Estado. En caso de haber existido un sector que articulase la necesidad de la independencia del incipiente movimiento obrero con la alianza con las masas agrarias insurgentes, eso hubiera sido un hito que habría podido ser retomado, en el futuro y con mejores condiciones objetivas en cuanto al desarrollo del capitalismo y la clase obrera, por una organización revolucionaria de la clase trabajadora.
Trágicamente fue Zapata quien llegaría a esta conclusión luego de enterarse y discutir con su estado mayor las noticias acerca de la Revolución Rusa, lo que le llevó a escribir una carta acerca de la unidad obrero-campesina, pero ya cuando la revolución mexicana estaba en declive y el constitucionalismo se aprestaba a restaurar el poder burgués cuestionado por el campesinado en armas. El desarrollo del movimiento obrero mexicano no estuvo a la altura de la crisis de un Estado capitalista en ciernes que se debatía entre someterse a la dependencia del capital imperialista o encontrar una salida propia e independiente del yugo imperialista estadounidense, ingente tarea reservada para la lucha unificada de trabajadores y campesinos en la perspectiva de un gobierno obrero y campesino.
Esta tarea aún sigue pendiente hasta la fecha, incluyendo los vagos discursos de la 4T al respecto, como decimos desde el trotskismo, lo que está planteado desde el proceso revolucionario interrumpido y desviado por el restauracionismo burgués es retomar y culminar la obra de Emiliano Zapata ofreciendo una perspectiva revolucionaria al movimiento obrero que entonces objetiva y subjetivamente no alcanzaba a asumir. Lo que era producto de: “La (…) carencia de fuerzas sociales capaces de dar una resolución al conflicto de clases desde la óptica de los explotados y oprimidos, fue la causa del ´gigantesco aborto de la revolución´, como lo definió [Octavio] Fernández, expresado en el triunfo del constitucionalismo de Carranza y Obregón, que reconstruyó el Estado burgués e institucionalizó y expropió la revolución”. [13] Aun así, reivindicamos la política de los sectores más radicales que llevaron adelante en diversos momentos una perspectiva social y política que era totalmente opuesta los sectores burgueses. [14]
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