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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Revolución sexual y revolución social

Viernes 29 de julio de 2016 09:14

El ex obispo de Avellaneda monseñor Jerónimo Podestá (1920-2000), que largó los hábitos para contraer matrimonio con Clelia Luro; que fuera elegido vicepresidente de la Federación Mundial de Sacerdotes Casados; que enfrentó a la dictadura clerical y falangista del general Juan Carlos Onganía; que fuera obligado en 1967 a renunciar a su obispado y suspendido "a divinis" por el Vaticano; y que, además, fuera perseguido por la Iglesia oficial por sus posiciones muy críticas hacia esa institución a la que llegó a calificar de "pilar espiritual del capitalismo", Jerónimo Podestá, decía, estuvo en el programa radial que conduzco pocos días antes de fallecer, compartiendo la emisión con la inolvidable Lohana Berkins (1965-2016), referente de la Asociación por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT) y luchadora consecuente por las reivindicaciones de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).

A boca de jarro y sin anestesia le pregunté entonces a Podestá por qué las religiones monoteístas se meten siempre en mi cama y no me dejan coger tranquilo.

Podestá, que en la última etapa de su vida se había definido como socialista y antidogmático, sin sorprenderse por mi provocación, me respondió con una sonrisa complaciente:

"Muy sencillo; la Iglesia se mete en tu cama y en la mía y en la de todos, porque histórica y fatalmente necesita castrar la vida sexual de sus feligreses para tener más poder".

(Dicho sea de paso: nótese que, como yo vengo de otra tribu, le pregunté en forma más abarcativa sobre las "religiones monoteístas", no sea que a alguien, prejuiciosamente, se le ocurriera acusarme de falta de objetividad o de llevar agua a mi molino, pero Podestá, que por lo visto carecía de las enajenaciones y pruritos que a lo mejor tenía yo, prefirió arremeter contra las lacras de su propia Iglesia, sin meterse con los otros credos).

La represión al sexo, efectivamente, ha sido desde tiempos inmemoriales una de las constantes que rigieron la moral occidental.

La moral sexual, sobre todo en esta parte del planeta que aún se rige por las pautas del eje evangélico-papal, ha sufrido a lo largo de los siglos transformaciones paralelas a las operadas en el campo de la estructura global.

En el origen de la historia, cuando ya habían quedado atrás las etapas del primitivismo y surgía la propiedad privada como ente catalizador del desenvolvimiento social, el hombre, además de propietario de su predio y de sus esclavos, pasó a ser propietario de su mujer (o de sus mujeres) e hijos.

A partir de la necesidad impuesta por estos hechos económicos concretos —tal como lo estudiara Federico Engels, el más importante historiador de este tema, en su libro "Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado"—, se irá desarrollando la moral (es decir, la ideología) que los justifique y les otorgue permanencia.

Ello origina con el correr del tiempo la sacralidad de la virginidad prematrimonial, ya que a través de la soltera virgen el hombre protegía el principio de propiedad, circunstancia ésta que terminaría por convertir a la moral sexual en sinónimo de moral general.

Durante el feudalismo, en Europa, entre los siglos XI y XV, esta filosofía maduró sus formas más asfixiantes. Decaería luego en alguna medida durante el Renacimiento, o sea durante la etapa cultural y artística del siglo XV y principios del XVI que se caracterizó, entre otras cosas, por su cuestionamiento de la civilización cristiana.

Revivió con la Contrarreforma, es decir el movimiento creado en el siglo XVIII como respuesta de la Iglesia Católica a la reforma protestante. Y alcanzaría su climax mayor como fenómeno cultural burgués ligado a la defensa de la propiedad privada, durante la época de la puritanísima reina Victoria de Inglaterra, que dio origen a lo que se conoce aún hoy bajo el nombre de "moral victoriana" como sinónimo de represión a la espontaneidad y alegría en la vida cotidiana de las masas populares. La reina Victoria estuvo al frente de la monarquía inglesa durante más de sesenta años, desde 1837 a 1901.

A partir de la Revolución Francesa de 1789 —y a pesar de que su protagonista principal, la burguesía, no tardaría demasiado en hacer las paces con la Iglesia para convertir nuevamente a la moral tradicional en instrumento de opresión del proletariado—, surgieron los mayores rebeldes y críticos que, como Charles Fourier (1772-1837, uno de los llamados "utopistas", padre del cooperativismo, mordaz crítico de la economía y el capitalismo de su época y un adversario de la civilización urbana, el liberalismo y la familia basada en el matrimonio y la monogamia), denunciaron la sumisión de la mujer.

Fourier, incluso, delineó una tesis por aquel entonces bien audaz: la mujer puede compararse al negro colonizado, ya que su esclavitud se lee en todas las etapas de su vida "desde el mismo estado de virgen sometida a sus padres".

Otros autores, como August Bebel (que fuera compañero de militancia de Rosa Luxemburgo en la Liga Espartaquista, organización obrera revolucionaria fundada en Alemania en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial), el propio Karl Marx y el ya citado Engels, se refirieron in extenso al problema, entendiendo que todos los aspectos de la sexualidad reprimida, del matrimonio y de la marginación femenina, iban a resolverse conjuntamente o después de cumplida la toma del poder que transformaría las estructuras socioeconómicas y, por supuesto, también las formas de la convivencia cotidiana.

(Dicho sea de paso: el desarrollo de la conciencia y la experiencia revolucionaria coadyuvó a ampliar luego los horizontes y a comprender que la liberación en el tema del sexo no iba a ser tan mecanicista ni tan simultánea con la revolución general, como lo demostraron trágicamente aquellos que llegaron a utilizar desde el poder la palabra socialismo, pero que, especialmente en este tópico, mantuvieron o acrecentaron las pautas represivas).

Pero, volviendo hacia atrás, después de la aparición del marxismo fueron muchos los científicos que se interesaron en el tema de la enajenación sexual y, uno de ellos, Sigmund Freud (1856-1939) llegaría a cimentar las bases de una doctrina revolucionaria: el psicoanálisis.

Sin embargo, la figura que más aportó a lo que hoy se conoce con el nombre de "revolución sexual", fue Wilhelm Reich, que nació en 1897 en Polonia y murió preso, en una cárcel norteamericana, en 1957.

El más importante aporte que realizó Reich al conocimiento fue la síntesis entre Marx y Freud, acentuando la interdependencia entre revolución sexual y revolución social.

La revolución sexual aislada —afirmó Reich a principios de la década del treinta— es imposible, porque la sociedad burguesa no otorga a sus miembros, particularmente al proletariado y a las masas rurales, la base material y cultural indispensable, como, por ejemplo, conocimientos, cuarto propio, anticonceptivos, tiempo libre, etc.

A su vez, según Reich, la revolución social aislada tampoco es posible, porque la estructura de personalidad formada en la familia monogámica va a perpetuar una mentalidad burguesa aunque la economía se haya socializado.

En este aspecto, Reich fue muy crítico con respecto a la Unión Soviética de la época de Stalin que, de acuerdo a los trabajos de Reich, impuso normas sexuales tan represivas como las de la sociedad capitalista.

No puede haber, por lo tanto, una revolución que prescinda de la otra. Revolución sexual y revolución social.

El tema, subrayó Reich, suele irritar a los timoratos, incluso a muchos que se creen o autotitulan progresistas. Pero no se puede a esta altura del desarrollo histórico, prescindir de un análisis acerca de la profunda interrelación existente entre los dogmas sexuales de una sociedad determinada y las estructuras socioeconómicas que las rigen.

Pero la vida a Wilhelm Reich no le fue fácil. Como era judío tuvo que irse apresuradamente de Alemania donde residía, sobre todo después que publicó un libro muy revulsivo y actual como "Las masas en el fascismo", donde planteaba el interrogante nada fácill de responder: por qué las masas, en algún momento determinado, se dejan tentar por el autoritarismo de derecha.

Pero Reich era también afiliado al Partido Comunista Alemán y sus ideas sobre la revolución sexual no le gustaban para nada a los burócratas stalinistas de entonces que lo expulsaron de las filas partidarias. Y, por último, también fue expulsado de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

Reich, que profundizó en la energía liberadora que significa el orgasmo, aún hoy sigue despertando controversias y réplicas. Fue un revolucionario del pensamiento y, como tantos luchadores, murió en una cárcel del imperialismo.

Reich falleció en 1957 y fue desempolvado del ostracismo por los estudiantes rebeldes de París de 1968 que lo consideraron el ideólogo de la revolución sexual contemporánea.

En uno de sus libros más conocidos, al que tituló precisamente "La revolución sexual", tras recordar la definición marxista de que la ideología de una sociedad es la ideología de su clase dominante, aseguró que la familia (tal cual la conocemos) se disimula a sí misma el embotamiento de la pasión con el paso del tiempo; niega coercitivamente la necesidad natural de variedad sexual de los seres humanos; y se aferra a una estructura de resignación autorrepresiva, que constituye la otra cara del "amor eterno" y del "hogar, dulce hogar".

Familia, Estado, Iglesia —subrayó Reich— se ocupan de una castración psicológica que tiende a crear en las masas una estructura psíquica sadomasoquista, "fenómeno muy importante, pues, junto con otras condiciones económicas y sociales, la torna presa fácil de la ideología fascista" (a través, incluso, de la canalización de los resentimientos).

Reich era judío, comunista y psicoanalista. Y fue sucesivamente rechazado por los judíos, por los cristianos, por los nazis, por la burocracia stalinista y por los propios psicoanalistas.

Tengo mucha admiración por este verdadero padre de la revolución sexual, no solo porque intentó realizar la difícil síntesis entre Freud y Marx, entre revolución sexual y revolución social, sino también porque me miro mucho en el espejo de su vida donde en todas partes se sentía sapo de otro pozo.

En la década del ochenta apareció en el semanario "Nueva Presencia" un notable trabajo de un militante de los derechos de los homosexuales, Marcelo Manuel Benítez. El ensayo se titulaba "La Iglesia católica y la sexualidad".

En ese trabajo, Benítez planteaba que la represión de la sexualidad es siempre obra de un poder autoritario y es característica inmanente de la Iglesia ser un factor de atraso. Ya lo era en la Edad Media, en tiempos de la alianza con la nobleza española que la hizo dueña de extensos territorios, a los que mantenía improductivos y alejados de cualquier innovación de tipo industrial. En nuestro país fue enemiga de cualquier plan liberador; apoyó a todos los regímenes represivos; y fue, institucionalmente hablando, el apoyo espiritual de la última dictadura genocida.

En 1973, la Iglesia oficial dio el visto bueno al exabrupto de un asesino, el coronel Jorge Osinde, el masacrador de Ezeiza, quien llegó a vociferar por los medios que para acabar con la "subversión apátrida" había que acabar primero con todos los homosexuales. El mismo apoyo le brindó la Iglesia a la feroz campaña "moralizadora" del comisario Margaride en 1974 cuando llegó a dictar cátedra sobre la longitud de las polleras y allanó hoteles alojamiento, porque, según dijo, a esos lugares "solo van las putas y los guerrilleros".

En 1975, ya muerto Perón, su labor fue continuada, ahora con características abiertamente fascistas, y con explícito apoyo del Estado y de la Iglesia, por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, quien, en febrero de ese mismo año, puso en boca de "El Caudillo", la tétrica revista de ultraderecha que era una especia de apoyatura periodística de la organización parapolicial y paraestatal Alianza Anticomunista Argentina ("Triple A"), la propuesta de "acabar con los homosexuales" y colgarlos de los árboles con "leyendas explicativas y didácticas" o crear campos de concentración para que compensen, confinados en el encierro, su pretendida "inutilidad" como reproductores.

Eran los días del terrorismo de Estado en que la Iglesia oficial derrotaba los intentos críticos de los curas del Tercer Mundo y eran los días, ya instalado el régimen criminal de Videla, en que la Iglesia llegó a emitir un documento pretendidamente moralizador y antisubversivo titulado "Acerca de ciertas cuestiones de ética sexual".

Eran los días del crimen organizado desde el Estado. Eran los días de los 30.000 detenidos-desaparecidos. Eran los días de las homilías de monseñor Bonamín en favor de la depuración del país de subversivos anticatólicos. Eran los días en que los pocos curas que se atrevían a enfrentar a su jerarquía eran asesinados.

Eran los días de monseñor Antonio Plaza justificando la tortura. Eran los días en que proliferaban las declaraciones de obispos y otros integrantes de la jerarquía avalando los métodos represivos y llamando a la población a "volver a la fe". Eran los días de los comandos de moralidad y el llamado Comando Cóndor que enviaba a todos los diarios un comunicado en el que anunciaba su intención de acabar con los teatros de revistas y los homosexuales.

Y al enunciado siguieron los hechos, ya que varios de estos teatros fueron objeto de atentados y decenas de homosexuales fueron asesinados.

***

El sexo es liberación. Todas las religiones han inventado el pecado y la culpa para frenar, para castrar, para impedir la libertad y la alegría del pueblo. Todas las religiones, en mayor o menor escala, tienen ceremonias de culto que hacen de rodillas. Quienes inventaron eso, imaginaron quizás que los seres humanos que se ponen de rodillas, tienen después pocas ganas de ponerse de pie.

Los castradores, que se autoerigieron en mensajeros de Dios, siempre estuvieron aliados con los crímenes y genocidios, con la esclavitud y la opresión, cometidos desde los poderes del Estado.

Sin la manipulación religiosa de las masas, en el nombre de tal credo o en nombre de tal filosofía, difícilmente hubiera habido sometimiento sin resistencia.

(Y hablando de manipulación, dejo para otro momento el análisis en profundidad del tema de la manipulación mediática. Porque hay un sexo del sistema; un sexo de la cosificación de la mujer y su utilización mercantil como objeto negociable en el burdel capitalista de la oferta y la demanda; un sexo que aparenta ser desprejuiciado pero que en realidad es un sexo para mantener todo como estuvo siempre en las profundidades de la desigualdad, la injusticia y la impunidad de las fuerzas hegemónicas. La TV actual de nuestro medio es un instrumento brutal para eso. Sexo para los tontos, pero no para liberar, sino para obnubilar las mentes y mantener la explotación de las masas. La policía persiguiendo madres que amamantan a sus bebés en público mientras ocultan que son proxenetas y socios o cómplices de la trata y de la reducción a la servidumbre sexual de miles de mujeres, es una ejemplificación sintomática. También lo son aquellos programas líderes como el de Tinelli que simulan ser transgresores y en realidad son una eficiente palanca operativa para mantener la sumisión).

De todos modos, en el campo popular, sobre todo en la Argentina, el tema tampoco ha sido nada fácil.

Albert Memmi, escritor y ensayista franco-tunecino nacido en 1920 (está por cumplir 96 años), de origen judío y lengua árabe, discípulo de Sartre, señaló en su libro "Psicología del colonizado", que el colonizado, en algún momento de la colonización, adquiere la psicología del colonizador; o sea, la psicología del verdugo. Conceptos similares emitió también el gran Franz Fanon en buena parte de su obra,

Y esto lo digo porque en otras épocas, en el llamado campo popular de nuestro medio, ciertos aspectos de la lucha por la liberación sexual no eran muy comprendidos. Es un buen ejemplo del colonizado que adquiere la mentalidad y las formas de pensamiento del colonizador.

Un caso típico. El 25 de mayo de 1973, cuando buena parte de la Plaza de Mayo estaba totalmente colmada con militantes de las organizaciones populares armadas que celebraban la asunción de Cámpora, hizo su ingreso un grupo del FLH (Frente de Liberación Homosexual). Algunos sectores lo recibieron al grito de "No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros". Y los homosexuales, que querían ser revolucionarios junto a los demás revolucionarios, entraron en crisis y se llamaron a silencio. Tardarían algún tiempo en reagruparse después de semejante humillación.

Hoy, cuatro décadas después, el panorama ha cambiado mucho y el tema es parte de las reivindicaciones de casi toda la izquierda y otros sectores. Hoy sí podríamos decir que muchos lo han incorporado a la agenda de la revolución.

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Revolución sexual y revolución social son, al menos para el que suscribe este trabajo, dos conceptos íntimamente entrelazados. Tan entrelazados como una pareja que se ama sin inhibiciones y sin que le importen los perimidos dogmas religiosos.