A un año de la revuelta en Chile, se hace necesario reflexionar desde el movimiento de mujeres ¿Qué rol cumplimos? ¿Cuál ha sido nuestro papel y cuáles son nuestros desafíos? Presentamos aquí una lectura desde el feminismo socialista.
Nos encontramos en un contexto profundamente dinámico. El escenario político nacional e internacional se ha mantenido muy activo y con agitada lucha de clases. El proceso abierto el 18 de octubre del 2019 en Chile, con sus aciertos y contradicciones, es claramente la convulsión histórica más grande de las últimas décadas en nuestro territorio. Y esto es así, precisamente porque la impugnación al régimen venía desde el odio a los “30 años” de administración de la herencia de la dictadura por los partidos políticos tanto de la derecha como la Ex-concertación. Las mujeres y disidencias sexuales y de género nos hicimos parte de este proceso, protestando; desde las brigadas de salud; en la “primera línea” contra la policía; denunciando la represión y la impunidad; elaborando discursos y posicionamientos. Nuestro pañuelo verde, nosotras mismas y nuestras consignas fueron un elemento decisivo del paisaje en la lucha por la dignidad que emprendimos en la primavera del año pasado.
Cuando desde el gobierno asesino de Sebastián Piñera hablan preocupados de las mujeres, intentan dialogar con un elemento político fundamental de los últimos años, y que durante la pandemia volvió a aparecer con fuerza: el movimiento de mujeres, un factor revulsivo y catalizador de la lucha. Saben que somos precisamente nosotras las que hemos visto la cara más dura del Coronavirus, y que vivimos cotidianamente una de las facetas más rudas del capitalismo: su violencia patriarcal. Que entramos al mundo laboral para hacernos cargo de una jornada de trabajo que no termina nunca. Que nos cansamos ya de soportar tanta miseria. ¿Las mujeres despertamos? Sí, y definitivamente antes del estallido.
En ese marco, el rol que cumplimos mujeres y disidencias sexuales y de género durante la revuelta es necesario analizarlo críticamente. Venimos de una activación política profunda que ha decantado en un movimiento real; si bien aún carece de arraigo en los lugares de trabajo, de estudio, en los barrios, tiene una potencia que se mantiene latente. Debemos pensar(nos) desde ahí para sacar lecciones y aprendizajes que permitan desarrollar efectivamente una estrategia, para vencer al gran titán que es el capitalismo patriarcal y racista.
Chile despertó, y nosotras también
Las mujeres y disidencias sexuales y de género en el Chile neoliberal sabemos de qué hablamos cuando decimos que el país que heredamos de la dictadura cívico militar nos expone a la pobreza y a la violencia sistémica. Precarizan nuestra vejez con las peores pensiones; tenemos a la moral de la Iglesia sobre nuestros hombros; vivimos la violencia machista de este Estado que viola y mata mujeres. Cada vez somos más las mujeres que nos atrevemos a denunciar, cada vez habemos más mujeres que nos organizamos para luchar en contra de esta violencia: y es que el despertar de las mujeres es un fenómeno internacional.
Venimos articulando movimiento desde mucho antes de la revuelta, por lo tanto no es de extrañarse que hayamos formado rápidamente parte de sus filas. Podemos hablar de un “feminismo de masas” que permitió politizar la vida de muchas compañeras. El movimiento de mujeres y feministas, desde su denuncia correcta a la violencia machista, pasó a la denuncia de la precariedad de la vida. Hemos avanzado en la visibilización, en nombrar y reconocer. La palabra “feminismo”, como nunca, aparece en todas partes. Impulsamos importantes luchas a nivel nacional, a partir del movimiento “Ni Una Menos”. El “mayo feminista”* del 2018, si bien fue cooptado por autoridades universitarias y gubernamentales, es expresión de esta transformación subjetiva radical, donde las mujeres nos empezamos a reconocer como sujetas políticas.
Aprendimos que ni las mujeres de la burguesía, ni la policía son nuestras compañeras. El estado chileno, al servicio de los empresarios y las Iglesias, nos odia, y es profundamente anti-mujeres, aunque pongan mujeres en cargos públicos para lavarle la cara al régimen con jabón lila. Persiguen y encarcelan a las mapuche en lucha por la recuperación de sus tierras. Vivimos en un país donde criminalizan el derecho al aborto libre y los gobiernos de turno nos ven como una sumatoria de bonos. Sostienen una educación sexista, autoritaria y con filtros de clase. El Estado chileno es nuestro enemigo; ya vimos durante este proceso iniciado el 18 de octubre que no dudan en utilizar la violencia político-sexual, la tortura y el asesinato para acallar nuestras demandas. Los más de 270 casos de violaciones a los derechos humanos que involucran violencia política sexual, son bastante elocuentes. 21 de esos casos, integraron además como herramienta represiva, la discriminación por orientación sexual o género disidente.
Fueron estudiantes secundaries, adolescentes con pañuelos verdes y de la diversidad sexual, quienes nos sorprendieron con su valentía, saltando torniquetes días previos al estallido, peleando por sus madres, padres y cuidadores de la clase trabajadora, a quienes veían sortear con dificultad la vida cotidiana, producto de la pauperización neoliberal. El alza del pasaje fue la gota que rebalsó el vaso. Y así llegamos al 18 de Octubre, jornada de protesta histórica cuyo peso se concentró en Santiago, pero tuvo reacciones espontáneas en todo el territorio los días posteriores.
Durante las primeras semanas de movilización, fueron surgiendo diversos organismos de coordinación e intervención política, donde la mezcla entre la experiencia de luchas anteriores, sumadas a la espontaneidad del proceso, dieron paso a nuevas y creativas fórmulas de articulación.
En ese momento, la Coordinadora Feminista 8 de Marzo llama activamente a la movilización. Se levantan en múltiples latitudes las asambleas territoriales. Las mujeres participamos tanto en la primera línea como en las labores de asistencia a la manifestación popular. Particularmente, es necesario mencionar el rol de las mujeres en las brigadas de salud, piquetes constituidos para brindar apoyo médico a personas heridas o afectadas producto de la represión. Espacios mayoritariamente femeninos* donde tanto trabajadoras de la salud, como estudiantes de medicina y carreras afines pusieron sus conocimientos al servicio de la lucha social.
En la revuelta identificamos mucho más claramente la opresión estructural que ejerce el patriarcado capitalista en nuestras vidas. Por tanto, las desigualdades culturales que se desprenden de dicha opresión, cuyas bases son materiales (la propiedad privada y la división sexual del trabajo productivo y reproductivo) se hicieron manifiesto en la protesta popular. Varias compañeras* denunciaron en un inicio de la revuelta, la jerarquía de los varones en “la calle”. Sin embargo, la misma experiencia de compañerismo en la lucha, logró que esas diferencias fueran cada vez más secundarias, para dar paso a las mujeres en la lucha callejera y el enfrentamiento con el Estado burgués y su policía violadora.
El 12 de noviembre, ocurre el llamado a la Huelga General que sobrepasó todas las expectativas de la burocracia y, por supuesto, las del gobierno. Fue la protesta más potente que ha ocurrido en el Chile post-dictadura. Y en aquella jornada que podría describirse como revolucionaria, las mujeres estuvimos codo a codo con nuestros compañeres cortando rutas, encendiendo barricadas, enfrentando la represión y resistiendo: nos mostró una violencia que no es opresiva, una violencia liberadora del pueblo contra sus opresores y explotadores. De haber continuado ese camino, habríamos conseguido generar las condiciones para una verdadera asamblea constituyente por sobre los poderes constituidos, haciendo caer al gobierno de Piñera. Lo que vimos durante esa jornada fue entrar batallones estratégicos de la clase trabajadora que en alianza con sectores populares, mujeres, mapuche y migrante hicimos temblar al Estado burgués: teníamos el poder constituyente desplegado, la capacidad material de generar un marco jurídico totalmente nuevo, en enfrentamiento directo al viejo orden.
El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, pacto que firmaron los partidos políticos del régimen, el 15 de noviembre del 2019, sobre nuestros muertos, es gestado para contener la fuerza movilizada del pueblo. y la lucha da muestras de decaimiento producto de dicho desvío, sumado al desgaste de semanas completas donde el Estado tembló. La burocracia ejerce todo su poder de control. Baja la masividad. Y es en ese contexto donde aparece la performance de “Las Tesis”. El 25 de noviembre, con su letra y coreografía, desnudó de manera muy sencilla que el problema de la violencia machista es sostenida por el Estado, mostrando la revuelta en Chile a nivel internacional y siendo replicada en muchísimos países. La intensa actividad de mujeres y feministas aporta una revitalización a la movilización, mostrando una “revuelta con perspectiva de género”.
Trabajadoras de la educación también cumplieron un rol clave. Hace unos meses en una entrevista para este mismo medio, Patricia Romo del Colegio de Profesores de Antofagasta señalaba:
«“(...) Pude ver el inmenso potencial que tenemos (...), dialogamos con las y los pobladores que son nuestros apoderados, con trabajadores que son madres y padres o cuidadores de infantes. Un engranaje que fue fundamental para levantar un organismo como el Comité de Emergencia y Resguardo en Antofagasta, un pequeño pero ambicioso ejemplo de autoorganización obrera y popular de cuya orgánica fuimos sede. La docencia, y la asistencia en la educación, son profesiones y oficios tremendamente feminizados y de mucha precarización, por lo mismo, logramos empatizar con las vivencias cotidianas de la clase trabajadora, de la que también somos parte”.»
Durante el verano, los días 10, 11 y 12 de enero se convocó al Encuentro Plurinacional de Las que Luchan*, instancia donde se discutió y votó un programa político, cuyo centro estaba en retomar la perspectiva de la Huelga General para echar abajo este gobierno, hecho a la medida de explotadores racistas y machistas, ya que con ellos no tenemos nada que negociar. Con esa fuerza se convocó a huelga feminista para el 8M y 9M, un paro productivo y reproductivo*, llamando a acciones en las principales plazas del país. Aunque la burocracia sindical prácticamente no movió un dedo para generar una buena convocatoria, la politización que produjo la revuelta movió a millones de mujeres. Así fue como el movimiento de mujeres del territorio chileno se tomó las calles en dichas fechas, generando las convocatorias más masivas en su historia y siendo de las más grandes a nivel mundial.
Lamentablemente, esa efervescencia se vio restringida por la pandemia y sus consecuencias catastróficas en la vida humana, que ha signado todos los hechos posteriores, virulentamente. El movimiento de mujeres podría haber sido un factor para combatir la pasividad de la burocracia sindical, más aún habiendo millones de trabajadoras, pero las fuerzas reformistas prefirieron que eso no ocurriera. No obstante, incluso en condiciones de aislamiento social, crisis sanitaria y económica, no pudimos quedarnos calladas ante horrorosos casos de violencia machista como fue el de Antonia y el cruel asesinato de Ámbar. Ambos tristes sucesos generaron oleadas de protestas a nivel nacional, que si bien no recuperaban la masividad de meses anteriores, fueron un fenómeno impactante y generalizado, junto con la exigencia popular del retiro del 10% de los fondos de pensiones. Y hoy, hacia el plebiscito y el debate constituyente, tampoco pensamos quedarnos calladas.
¡No en nuestro nombre! No recubramos de lila el Pacto por la Paz y la Nueva Constitución
“Políticamente, tanto el movimiento socialista como el movimiento feminista socialista se enfrentan con la difícil tarea de luchar en favor de las mujeres sin sucumbir a dos peligros igualmente insidiosos. Por una parte, deben mantenerse en guardia contra el feminismo burgués, la limitada lucha por alcanzar la igualdad dentro del marco de la sociedad capitalista; y, por otra parte, no deben permitir que concepciones simplistas o economicistas de la lucha de clases releguen a un lugar subordinado la lucha por la liberación de las mujeres. Planteando el problema en otros términos, las/los socialistas comprometidas/os con la liberación de la mujer deben encontrar una manera adecuada de vincular la lucha feminista a la lucha a largo plazo por la consecución del poder político y la transformación social”.
(Vogel, L:“Questions on the Woman Question”, Monthly Review 31, Nº. 2, junio 1979).
En este contexto, el rol que juegan las organizaciones feministas y de mujeres es fundamental, puesto que es tiempo de impugnar a quienes han mantenido y sostenido nuestra situación de precariedad. En el Chile de la revuelta, existen dos principales organismos de masas del movimiento de mujeres; la Coordinadora Feminista 8 de Marzo (CF8M) y la Asamblea Feminista Plurinacional. La CF8M se alineó con los sectores críticos al Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución; rompiendo incluso con la Mesa de Unidad Social*, pero de todas formas llamaron a votar Apruebo y convención constitucional en la segunda papeleta, aduciendo que dicha política la proponen “en el camino a una asamblea constituyente”.
En cambio, la Asamblea Feminista Plurinacional, con un peso político importante de las feministas del Frente Amplio, ha centrado sus fuerzas en agitar el “Juntas por el Apruebo [1] ” cohesionando a los sectores de la oposición parlamentaria bajo los marcos y límites que impuso el acuerdo cocinado entre los partidos del régimen.
El problema es que con esa política recubren de lila el acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, partiendo de la base que este proceso no es lo que la calle exigía, ni tampoco las mujeres y feministas. Dicho acuerdo constituyó una verdadera traición al movimiento social, negociado de forma absolutamente cupular, es decir, validando la forma más rancia y patriarcal de la política chilena, con compañeras violadas y torturadas por este la policía de este Estado al que nos llaman a confiar.
Las feministas del Frente Amplio, junto a otros partidos de oposición, en sus diversas plataformas han desarrollado una fuerte campaña por el Apruebo y Convención Constitucional, aduciendo que el “nunca más sin nosotras” de la paridad, abre el camino para una constitución feminista.
La paridad para la Convención Constitucional parece ser una tremenda conquista; no obstante, más allá de lo simbólico, es claramente una táctica de cooptación política del régimen a nuestro movimiento. ¿De qué sirve la paridad si quienes iniciaron la rebelión, nuestras compañeras estudiantes secundarias, no podrán votar ni ser electas constituyentes? ¿De qué sirve la paridad si no contempla a compañeres de género no-binario? ¿De qué sirve la paridad si existe el quórum que le permitirá a la derecha vetar cualquier medida que vaya contra su moral conservadora y reaccionaria? ¿De qué sirve la paridad si seremos electas en base a las viejas reglas del juego, con preponderancia de los partidos políticos tradicionales versus la organización tremenda que levantamos en nuestros territorios?
No podemos echar polvo sobre nuestros ojos. Nos intentaron dejar ciegas con su represión, pero cada vez somos más las mujeres que mantenemos los ojos bien abiertos frente a las trampas del gobierno y los partidos políticos parlamentarios que se subordinan a él.
No pueden justificar el pacto con nuestros asesinos y torturadores en nosotras, en las mujeres trabajadoras y populares a las que solamente han lanzado bombas lacrimógenas y migajas. No en nuestro nombre. La derecha y la vieja concertación calzan los zapatos de tacón del feminismo liberal cuando gustan vestirse más progresistas y distanciarse de los fantasmas del pasado. La unidad con el progresismo neoliberal de los partidos de la Ex concertación -a estas alturas, una obsesión patológica del Frente Amplio- no se justifica en nada más que la idea de que un gobierno de la unidad de la centro izquierda; una administración más amable del capitalismo, sustentable e inclusiva, pero un régimen de explotación igual. Confiar en quienes administraron durante décadas la herencia de la dictadura, demostró ser una estrategia en franca bancarrota.
La lucha del pueblo chileno, que es también la lucha de las mujeres, da para mucho más que para un plebiscito hecho a la medida de los políticos de siempre. Más allá de lo que vayamos a votar en el plebiscito y aún votando por el apruebo a la nueva constitución, la pelea es por una asamblea libre y soberana, donde ningún poder del estado esté por sobre ella, ni el congreso, ni el presidente, y donde podamos discutir libremente lo que queramos. Esta asamblea solo la conquistaremos con las fuerzas de la clase trabajadora organizada, con las mujeres al frente, con una Huelga General que paralice los sectores estratégicos de la economía hasta que caiga Piñera.
La potencia del movimiento de mujeres por una asamblea constituyente y no por el desvío.
El coronavirus y su crisis ha golpeado más duramente a las mujeres. Hemos sido las más afectadas por el desempleo y la sobrecarga de trabajo doméstico producto del cuidado de infantes y adolescentes en periodo de pandemia. Permitieron que nuestro seguro de cesantía cubriera nuestro salario para no tocar las ganancias de los capitalistas, con la Ley de Protección al empleo, que votaron tanto sectores de gobierno como de oposición. Ahora, con el intento de regreso a clases presencial, pretenden que infantes y adolescentes se expongan al virus para que sus cuidadores trabajen. ¿Por qué no garantizar un salario de emergencia para poder resguardar las familias?
Y no solo hemos sido las más afectadas, sino que nos hemos visto en la obligación de ser parte de la primera línea contra la pandemia, en las tareas reproductivas y de cuidado que mostraron su carácter esencial. Por ejemplo, la pelea del sindicato siglo XXI contra los despidos, como una factor de potencialidad, muestra que las mujeres, que hoy somos más del 40% de la clase trabajadora a nivel mundial, podemos dinamizar enormemente a nuestros compañeros de clase y pelear en común. Porque el gobierno nos ve como números. En lugar de prohibir los despidos y garantizar ingresos a las familias, se dedicaron a cuidarle el bolsillo a los grandes empresarios, mostrando que para el régimen, nuestros reclamos y necesidades no son más que una molestia. Debemos dejar de hacer un feminismo de lo posible, para hacer un feminismo de lo necesario: un feminismo socialista.
La perspectiva de una Asamblea Constituyente Libre y Soberana, para conquistar las demandas de la rebelión, pese a lo que las y los reformistas nos quieren vender, no es una locura ni algo inalcanzable. Tuvimos la fuerza, y podemos reactivarla. proceso institucional no podrá garantizar la salud y educación gratuitas y de calidad, tampoco terminar con las AFP en base a un sistema de reparto solidario bajo control de trabajadores y personas jubiladas; no nos asegura ni el derecho al aborto, ni el fin a la impunidad, ni la disolución de la policía. Si queremos darle una resolución íntegra a las necesidades de las grandes mayorías, atacar las ganancias capitalistas y el poder de los empresarios es el único camino coherente. Pongamos la fuerza del movimiento de mujeres en el camino de la Huelga General y la Asamblea Constituyente; no tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas.
Desde nuestro movimiento podemos impulsar ,y azuzar la fuerza social que es la clase trabajadora y sus sectores estratégicos, para confrontar las fuerzas pilares claves del estado capitalista, patriarcal y racista. Por eso, a estas alturas resulta criminal la cuarentena de la CUT y de las federaciones estudiantiles, o que lleven toda nuestra energía a una campaña electoral sin épica alguna. Debemos ser un factor para alertar sobre las trampas que nos están poniendo los capitalistas, en vías a terminar con el “Chile de los 30 años”. Juntas, sí; pero por un horizonte de victoria. Y ese horizonte, sólo lo conquistaremos con la alianza estratégica entre personas oprimidas y explotadas.
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