Se cumplieron 120 años del nacimiento de uno de los escritores más trascendentales de nuestro país.
Catalina Ávila @linaa_avila
Lunes 27 de abril de 2020 19:24
Se cumplieron 120 años del nacimiento de uno de los escritores más trascendentales de nuestro país. Sus obras nos hablan de la cotidianeidad de la ciudad en un período entreguerras y durante la década infame, entre arrabales y pensiones de mala muerte, entretejiendo un cuestionamiento profundo al mundo capitalista que hoy, en el marco de la pandemia, muestra las formas de precarización más miserables.
El barrio porteño de Flores vio nacer a Roberto Emilio Gofredo Arlt en abril de 1900. Fue el hijo de una austrohúngara y un prusiano, inmigrantes que llegaron a Argentina a fines del siglo XIX. Antes de consolidarse como escritor y periodista, Roberto Arlt pasó por diferentes oficios, viviendo el día a día: fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, y trabajador portuario, entre otros.
Fue duramente criticado, sin embargo, Arlt inauguró una nueva manera de hacer literatura, de pensarla incluso. No hablaba la buena vida, los buenos amores, los éxitos individuales, sino de las crudas escenas diarias que vivían los trabajadores, de los marginados, de las vivencias de los viejos, las pasiones de los jóvenes, el razonamiento de los locos. En realidad, lo que decía la crítica, no le importaba, como escribió en el prólogo de “Los Lanzallamas”: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.
Esa “violencia de un ’cross a la mandíbula’, esa cotidianeidad golpeada y andrajosa tan característica en sus personajes escenifican una sociedad de clases antagónicas que hoy, en el marco de la crisis desatada por la pandemia del Covid-19, vemos de manera más cruda que nunca en las luchas de los de abajo que empiezan a despertar los “esenciales” con el repudio a la precarización de la vida.
Ya para 1920 contó con su primera publicación, “Las ciencias ocultas de Buenos Aires”, y ese sería solo el inicio. En 1926 salió a la luz su primera novela, “El Juguete Rabioso”, su obra más autobiográfica, que originalmente iba a llamarse “La vida puerca”, pero en ese entonces, Ricardo Güiraldes, poeta y novelista del que Arlt era secretario y amigo, le sugirió que cambiara el título para “amortiguar” el mensaje violento que inspiraba el primero. Le siguieron “Los siete locos” (1929) y “Los lanzallamas” (1931), esta última como continuación de la primera. Publicó durante largos años sus reconocidas columnas de “Aguafuertes porteñas” en los diarios El Mundo y Crítica, donde integró también la sección de Policiales. Además, escribió innumerables cuentos, y más tarde se dedicó a escribir obras de teatro, como “Trescientos millones”, basada en el suicidio de una empleada doméstica con el que Arlt se cruzó siendo cronista de Crítica. Sus escritos fueron llevados también al cine y la televisión en varias ocasiones.
Ricardo Piglia, el escritor y crítico argentino de literatura, opinaba que Arlt fue el iniciador de un nuevo género en nuestro país: “Arlt lisa y llanamente inaugura la novela moderna argentina. Porque tiene una decisión estilística nueva, quiebra con el lenguaje de ese momento. Es el primer novelista argentino, y el mayor, por donde se lo mire”. Algunos incluso, llegan a ubicarlo junto a los más reconocidos escritores argentinos, como Borges y Walsh, por mencionar algunos.
Pero esto no fue todo. Quiso también, de manera errante, hacerse un nombre como inventor, y puso en pie un pequeño taller en Lanús. Pretendía sacar al mercado unas medias reforzadas con caucho, pero el negocio no funcionó. Su desventura puede recordarnos a Erdosain, el protagonista de “Los Siete Locos”, un metafísico obsesionado con la creación de la “Rosa de Cobre”, un invento sinsentido de una supuesta utilidad dudosa que nunca llegaría a materializarse.
El escritor de la calle
Fiel a su estilo narrativo, se mantuvo distante del estilo que marcaba la época, alejado de la estética modernista. Se consideraba parte del Grupo Boedo, un conjunto de escritores que solía reunirse en el bar Japonés y en la editorial Claridad, ambos ubicados en la calle Boedo al 800, y cuyos escritos eran de literatura popular y crítica social, cercanos a los sectores populares.
En ese sentido, las obras arltianas nos hablan sobre la cotidianeidad de la ciudad en un período entreguerras y durante la década infame, sobre historias de personas anónimas, comúnmente marginadas, a quienes les ha sido negada la posibilidad de tener una vida digna. Sus escritos contienen un fuerte contenido cuestionador al orden de la sociedad y ha sabido mostrar, a partir de graficar pequeños detalles, las diferencias sociales que había (y que aún hoy mantienen vigencia) en nuestro país. Además, su especificidad para describir la vida porteña entre bares, arrabales y pensiones de mala muerte es asombrosa. Esto quedó evidenciado en sus “Aguafuertes porteñas”, como por ejemplo “La tragedia del hombre que busca empleo”, “Laburo nocturno”, “Silla en la vereda”, “Amor en el Parque Rivadavia”, por mencionar algunas.
Arlt y la política
El 1 de febrero de 1932, fue cronista del fusilamiento del anarquista italiano Severino Di Giovanni, y escribió la reconocida aguafuerte “He visto morir”, donde transmite los últimos momentos del militante condenado y permite ver la amargura que él mismo sentía frente a tremendo desenlace, como otros periodistas que también reportaron la escena: “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo (…) Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: -Está prohibido reírse. -Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.
Fue parte, junto a Elías Castelnuovo, de la formación del colectivo “Unión de Escritores Proletarios”. Este agrupamiento llegó a tener –aunque por única vez- una publicación propia, llamada “Ahora”, que salió a las calles en septiembre de 1932 y firmó el “Manifiesto de Escritores Revolucionarios”, que entre otras cosas establecía: “De un lado estarán los que con su arte al servicio de la clase explotadora obscurecen el horizonte para engañarse así mismo, y del otro los que con su arte prometen en una posición claramente revolucionaria desenmascarar a los mistificadores, analizando las causas del fracaso de un sistema de democracia burguesa, y señalándole a las masas el camino de revolución y de la verdad en todos los aspectos de la vida”. Además, colaboró con publicaciones relacionadas a la ideología de izquierda como Bandera Roja y Actualidad.
Sin embargo, Arlt nunca permaneció en un espacio político de manera orgánica. Era más bien, un agudo crítico de la sociedad burguesa, cuestionada en su pensamiento y sus opiniones expresados sus obras: “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias. Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad”.
Finalmente, murió el 26 de julio de 1942 en Buenos Aires después de sufrir un paro cardíaco. Según relatan los historiadores, ese mismo día fue publicada en El Mundo la última aguafuerte que escribió, titulada “Un paisaje en las nubes”.