Creada por el consagrado Alberto Migré, logró involucrar en una obra melodramática, por primera vez, a públicos de distintas edades, géneros y con realidades sociales muy distintas. Fue pionera en meterse en temas ajenos al género en la época y también muy polémica en su manera de abordar la militancia en los 70’s, con especial demonización de la guerrilla.
Javier Nuet @javier_nuet
Lunes 7 de marzo de 2022 14:30
Se cumplen 50 años de, probablemente, la telenovela más exitosa y recordada de la historia de la televisión argentina. Rolando Rivas, Taxista, creada por el consagrado Alberto Migré, logró involucrar en una obra melodramática, por primera vez, a públicos de distintas edades, géneros y con realidades sociales muy distintas.
La trama, vista desde hoy, se podría decir que es algo sencilla. El protagonista, un taxista de 27 años que vivía con sus hermanos y hermanas en el barrio de Boedo, se enamoraba de una joven de una familia rica, personificada por Soledad Silveyra. La historia se trataba del romance entre ellos dos que nunca se terminaba de concretar.
Pensando cincuenta años después, se podría escribir un listado interminable de novelas televisivas con tramas similares -y en su enorme mayoría de pésima calidad.
Pero Migré logró atrapar la atención de miles y miles de personas con una creatividad sorprendente. Las novelas melodramáticas de aquella época, en general, tenían los roles opuestos: un galán de una familia “bien” que se enamoraba de una chica pobre. En este caso, el actor protagonista, Claudio García Satur, tenía la pinta de un pibe “común”, de barrio. Un poco desarreglado, laburante y sencillo.
El público al que estaban dirigidas las telenovelas era femenino. Los horarios en los que se emitían los episodios eran durante la tarde, buscando llegar a las amas de casa. En cambio, Rolando Rivas Taxista fue la primera telenovela que estuvo a las 10 de la noche, un horario que en general es el que reunía a toda la familia.
Pero además, la novela transcurría en las calles de Buenos Aires, en la cocina de una casa donde se tomaba mate y en un bar donde paraban los amigos del protagonista. Había cualquier cantidad de escenas en las que se hablaba de cuestiones cotidianas, que no hacían a la trama pero que generaban un clima. Los personajes eran porteños. Usaban el lenguaje típico del barrio, con palabras y gestos del lunfardo.
Basta con preguntarle a nuestros familiares, padres, madres, abuelos. Los martes a las 10 de la noche, una parte del país se paraba para ver Rolando Rivas Taxista. La anécdota cuenta que el dictador Agustín Lanusse, presidente de facto en ese momento, tuvo que cambiar su reunión de gabinete, que se hacía los martes, porque sus ministros querían mirar la novela. Si no había colectivos, había que volver caminando del trabajo o de cualquier otro lado: los taxistas no trabajaban en ese horario. Incluso algunas escuelas vespertinas cortaban una hora más temprano las clases.
Desde el primer momento, la telenovela estuvo pensada de forma tal que se lograra una identificación con un público amplio. Preferentemente de “clase media” urbana, pero amplia. El primer capítulo pateó todos los esquemas de la época. Rolando Rivas llegaba a los estudios de canal 13 con su taxi, se bajaba, miraba a cámara y empezaba a hablarle a la audiencia, pidiendo que se quedaran mirando, que le dieran una oportunidad.
La serie se puede buscar en YouTube. Compartimos el primer capítulo donde se ve el monólogo de Claudio García Satur.
Lo que se llama “romper la cuarta pared” es un recurso que hoy en día conocemos de sobra porque se usó en un montón de películas y series. Por ejemplo, El lobo de Wall Street, el Club de la Pelea, Jumanji y, más recientemente, House of Cards. De hecho, Woody Allen lo usó para uno de sus mayores éxitos, Annie Hall, que empezaba con un monólogo suyo mirando a cámara y contando chistes. Pero esa película era de 1977. Migré lo hizo 5 años antes, y en Argentina. Absolutamente impensado.
Sentido común, telenovela y guerrilla
Uno de los aspectos que más se recuerda de la novela es cómo incorporó a los diálogos elementos de la política nacional. Todo un dato de la época: era tan convulsiva la situación social que no se podía hablar de la cotidianidad sin discutir los problemas del país. Solo tres años habían pasado de la semi insurrección del Cordobazo y la insurgencia obrera estaba más presente que nunca. La gran burguesía, que había echado a Perón en el 55, se debatía en si dejarlo volver al país para que lograra contener a las masas y frenar el proceso revolucionario abierto en 1969.
Los discursos de la burguesía también estaban impregnados en cada aspecto de la realidad y en todos los ámbitos de la sociedad intentaba instalar sentidos comunes que demonizaran a quienes se organizaban políticamente para pelear por el fin de la explotación, algo que en la época estaba muy extendido, no solo en Argentina sino en un mundo que venía del Mayo Francés, la Primavera de Praga y fenómenos políticos que convocaban profundamente a la juventud y a la clase trabajadora. Ni siquiera una novela con un romance como eje central se pudo correr de esa problemática.
Uno de los hermanos de Rolando, Quique, era presentado como un guerrillero dentro de un grupo llamado “Ejército Revolucionario Reivindicativo”, nombre que puede asociarse fácilmente al PRT-ERP. En determinado momento, sus “jefes” políticos lo mandaban a secuestrar al padre de la protagonista, un empresario. La situación terminaba en un tiroteo con la policía y Quique era asesinado.
Desde la preparación del secuestro hasta los diálogos posteriores a la muerte, la construcción que se hacía de Quique era la de un universitario, que tenía ideas “de otro mundo” (así lo define después el propio protagonista), que se las habían metido en la cabeza “cuatros locos en cuatro días”, que no estaba muy seguro de lo que hacía. Los diálogos se pueden buscar en los capítulos 12 y 13 de la primera temporada.
Es muy impactante ver esas escenas y comparar los diálogos con las ideas que instaló después la dictadura de Videla: por ejemplo, Rolando Rivas dice que todo fue su culpa por “no prestarle atención” a Quique. Una respuesta que recibieron muchas veces las madres cuando buscaban a sus hijos desaparecidos.
¿La novela fue parte de la construcción de ese sentido común demonizador? ¿O Migré tomó una idea que ya estaba extendida para ofrecer como diálogo a un público de clase “media” que se pudiera sentir identificado con esa forma moral de (no) entender la militancia política y la violencia de aquella época?” Más bien parece lo segundo, sobre todo teniendo en cuenta que en el momento de la novela todavía no existía ni siquiera la triple A. Pero el ejemplo ayuda a comprender que los relatos sobre la “subversión” que utilizaron los genocidas para desarrollar su plan, y más en general los discursos políticos que sirven de soporte para representar intereses sociales, no surgen de un día para el otro sino que son construcciones.
Una salvedad, además, con este tema: mientras se va desarrollando la situación de Quique, no hay una condena absoluta sobre el militante. De hecho, en el secuestro se reclama no sólo dinero sino también útiles escolares y la reincorporación de obreros a la fábrica del empresario. Además al personaje se lo escucha decir que lo que hace es para mejorar al país. Es decir, no lo mueve la envidia o el resentimiento sino que actúa “desinteresadamente”. Si volvemos a la comparación, sería impensable que un discurso oficial, cuatro años después, incorpore esos elementos.
El género y una contradictoria rebeldía
Pero hay otras temáticas que Migré incorporó de una manera muy particular en la novela y luego en otras obras. El aborto, por ejemplo. Si, leyeron bien. El aborto en una telenovela de 1972.
Cuando terminó la primera temporada, Soledad Silveyra decidió no continuar para un segundo ciclo. El problema que eso generaba para la trama se tenía que resolver de alguna manera para que Mónica Helguera Paz (el nombre de la protagonista) no fuera más parte de la historia. En el primer capítulo de la segunda temporada, Mónica estaba embarazada. Su personaje podría haber muerto, haberse ido de viaje o podría haberle sucedido cualquier otra cosa. Pero sin embargo lo que termina pasando es que ella decide abortar, lo que la separa definitivamente de Rolando. Se puede interpretar de muchas formas, pero lo cierto es que Migré eligió contar la historia de una mujer que decidió abortar, en 1972.
Dentro de la “barra” de amigos del taxista, había una taxista mujer, que se llamaba Magoya. Pero esa presencia, esa manera “rebelde” de ubicar a una mujer en un rol establecido socialmente como masculino, tenía como contracara el lugar en el que se ponía a las mujeres para hablar de política, donde siempre la autoridad en el tema quedaba para los hombres.
Es evidente que Migré tenía un talento que pocos tuvieron. Hoy en día, cada vez que hay una situación dramática, el comentario es “parece una de Migré”. Rolando Rivas, taxista, revolucionó un género televisivo, lo dio vuelta como una media. Tomó elementos de la cultura popular y los puso a jugar a su favor. Alimentó sentidos comunes de la burguesía sobre la situación política del país. Se metió en temáticas muy poco o nada presentes en la televisión de su época.
Volver sobre los productos culturales que tuvieron enorme éxito es muy importante. No porque digan lo que nos gustaría que digan. No porque reflejen todo lo que nos interesa sobre cómo fue una época. Pero si ayudarnos a entender cómo era una sociedad en determinado momento, qué grandes debates se podían encontrar hasta en la cocina de una casa y cuáles eran los sentidos comunes que dominaban la época.
En otras palabras, entendernos, cuestionarnos y explicarnos cómo sociedad con todas las contradicciones existentes. Las de 1972 y, también, las del tiempo que nos toca.