El próximo sábado el presidente López Obrador presentará en Anenecuilco, Villa de Ayala, Morelos —cuna del jefe del Ejército Libertador del Sur—, el Programa Centenario de Emiliano Zapata. Ya muerto Zapata, los gobernantes que se formaron bajo la ideología del “nacionalismo revolucionario” le rinden homenaje como si acordaran con lo esencial de la lucha del revolucionario sureño.
Al iniciarse la revolución mexicana en 1910, los campesinos de Morelos y estados cercanos lucharon dirigidos por el general Emiliano Zapata en el bando de Francisco l. Madero, para derrocar a la dictadura porfirista. El contexto político en el que actuaban era la crisis que atravesaba el régimen autoritario que, en un proceso de décadas, había acumulado —en manos del ejecutivo— una concentración del poder que le fue restando fuerza a los poderes legislativo y judicial de la Federación; y subordinando a los gobernadores, legisladores y jueces del mismo régimen.
Por eso los zapatistas pensaban que con Madero, que era un reformador político que buscaba un régimen con ciertas libertades democráticas, sus demandas de restitución de tierras y el pago de indemnización a los campesinos, serían resueltas. Y es que la revolución que inició en 1910 no puede explicarse solo por el carácter autoritario del porfiriato: las aspiraciones democráticas se enlazaban con lo que fue el motor de la irrupción de masas, la aspiración de tierra y la lucha contra los latifundistas.
Sin embargo, a la caída de Díaz y una vez pactada la transición política hacia el nuevo régimen con el dictador exiliado, el período que va de la rendición del porfiriato hasta la toma de posesión presidencial de Madero en noviembre de 1911, fue adverso para los zapatistas. Inmediatamente surgieron las contradicciones de clase entre el ala de la burguesía terrateniente que representaba Francisco l. Madero y el sector radical de la revolución, encarnado por los zapatistas. La historiografía oficial de la Revolución Mexicana —y ahora el gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) también— tratan de ocultar estas contradicciones.
Y es que Madero, que había despertado grandes expectativas de cambio en las masas pobres (y en las clases medias que demandaban cambios democráticos), se negó a realizar profundas formaciones estructurales; esto, cuando para las masas campesinas la palabra “democracia” significaba resolver las demandas de una revolución social. A eso se negó el nuevo presidente cuya demanda central de su programa era la no reelección.
Pero la no reelección y algunos otros cambios en la forma de gobierno (como el respeto a la división de poderes y al pacto federal), no resolvían las viejas demandas —algunas desde la época virreinal— de los pueblos y masas campesinas. El zapatismo irrumpió en la historia no solamente contra el sector más concentrado de la oligarquía agraria y comercial representada por el porfirismo. Sus demandas chocaban también con la oligarquía liberal representada por la familia Madero en el norte del país, como se mostró una vez que “Panchito” (como le llamaba Villa) tomó el poder, y contra el conjunto de la clase dominante en el campo.
Madero intentó conciliar entre la revolución y el antiguo régimen (la oligarquía porfirista), en medio de una dinámica donde la fuerza de la revolución demandaba una ruptura radical con el régimen depuesto. Esta política conciliadora con sectores oligárquicos fue minando su base entre los revolucionarios campesinos, provocando la ruptura con el Ejército Libertador del Sur y una mayor radicalización del zapatismo. Más allá de los errores políticos de Madero o de su ingenuidad para mantenerse en el poder (como conservar intacta la jerarquía del ejército porfirista), en el centro de su política estaba el carácter de clase de su gobierno, que tendía a chocar frontalmente con las aspiraciones y demandas del sector más radical de la revolución, por lo que el coahuilense, una vez desatadas las fuerzas internas que expresó la revolución, quiso contener por todos los medios la radicalización del campesinado que, como clase, no estaba representado en el nuevo gobierno ni en sus instituciones.
Y es que Zapata no sólo luchó contra un “demócrata”, sino contra un terrateniente que buscaba un cambio formal en el régimen a partir de concesiones democráticas, pero sin cambiar el carácter capitalista del Estado, ni afectar a los grandes terratenientes que oprimían y explotaban a la masa campesina a nivel nacional. Para Zapata la conciliación era imposible, por eso rompió con Madero e incluso estuvo a punto de fusilarlo durante la visita de éste a Morelos, pues “Panchito” (como le decía Villa), a exigencia de los hacendados, le pidió a Zapata que abandonara la lucha a cambio de propiedades personales para el general suriano.
A raíz de esta ruptura y después de este intento de soborno, Madero calificó a los zapatistas como “bandidos” y “rebeldes” (es decir, lo que hoy en la 4T serían los “radicales”). Por coincidencias en la historia —que se rige por lucha de clases— Madero, una vez en el poder, también pidió paciencia a Zapata para la solución de las demandas prometidas durante el combate contra la dictadura de Díaz. Pero el Ejército zapatista no se desmovilizó; y ante su decisión de continuar la lucha hasta que se cumplieran las demandas contempladas en el Plan de San Luis, a su vez superadas por el radical Plan de Ayala lanzado al poco tiempo que Madero asumió la presidencia, éste lo tildó de “radical” y “enemigo de revolución”.
El carácter radical del zapatismo que no reivindica la 4-T
Ante la transición política acordada entre el viejo régimen y Madero (sobre la base de la derrota del porfirismo) que buscaba contener las fuerzas desatadas por la revolución y cambiar su dinámica, las diferencias entre el zapatismo del nuevo régimen, llevaron a más derramamiento de sangre de los campesinos pobres.
A la ruptura de Zapata con Madero, el terrateniente presidente “Apóstol de la democracia” mandó aprobar en el Congreso una ley que suspendía las garantías constitucionales de los estados de Morelos (el bastión del Ejército Libertador del Sur), Guerrero, Tlaxcala, y parte del Estado de México y de Puebla, que eran la base del ejército zapatista. Esto, acompañado de las campañas de exterminio dirigidas por el sanguinario general Juvencio Robles, que aplicó una política de tierra arrasada y de asesinatos en masa contra las comunidades de esos territorios. Fue tan brutal la ofensiva contra los rebeldes surianos, que incluso Madero censuró a la prensa para que no publicara estas masacres. Después que Madero y Pino Suárez fueran asesinados, el golpista victoriano Huerta mandó también al general Juvencio Robles a Morelos, profundizando la política de exterminio contra los zapatistas.
El documento programático que muestra abiertamente la diferencia de proyectos políticos y el contenido de clase del maderismo y el zapatismo, es el Plan de Ayala publicado el 15 de diciembre de 1911. Significó el programa más radical de la revolución mexicana, que atentaba contra el proyecto económico y político del “democrático Madero”, y en donde se señalaba al “Apóstol de la democracia” como enemigo de los campesinos pobres.
Vale la pena destacar dos artículos del plan de Ayala (un programa social y político que chocaba con el programa de la democracia terrateniente maderista). Por ejemplo, el artículo 6 del Plan establecía que los pueblos y los individuos que habían sido despojados de sus tierras aguas y montes por los hacendados, caciques y científicos, entrarían en posesión inmediata de ellas y las defenderían con las armas en la mano.
Incluso el artículo 8 disponía que los bienes de los enemigos de la revolución, que se opusieran a la expropiación de reparto agrario, (en clara referencia a los hacendados “científicos” o caciques) serían nacionalizados y las dos terceras partes de sus propiedades confiscadas se destinarían a pagar pensiones para viudas y huérfanos de la revolución. Esto chocaba de lleno con la institucionalidad impuesta por Madero, que estaba negociando, con la élite oligárquica del régimen derrotado, formas “democráticas” para mantener la propiedad privada y subordinar a los revolucionarios zapatista, es decir, un pacto entre sectores de la clase dominante contra la clase más oprimida y explotada del país.
Después, el revolucionario de Anenecuilco y las masas campesinas que luchaban bajo su mando, profundizaría su radicalización en la etapa abierta con el golpe de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero. Fue esta radicalización la que, una vez derrotado el usurpador Huerta y con el triunfo del Constitucionalismo, durante las discusiones en el Congreso Constituyente, obligó a Venustiano Carranza a incluir en la Constitución promulgada en Querétaro de 1917, los artículos, 3, 27 y 123, cuyas ideas empezaron a madurar los zapatistas en la convención de Aguascalientes de 1914. Es decir, fue un pacto social impuesto a la naciente burguesía por la fuerza avasallante de los ejércitos campesinos de Villa y Zapata y el peso que las mismas, aún en la derrota, tenían en el imaginario de las clases oprimidas del país. Eran demandas que, por su impacto en la clase dominante, expresaban objetivamente un cierto carácter anticapitalista. Sin embargo, la institucionalización y la incorporación realizada por la burguesía a la Constitución negaba su aspecto más radical, expresado tanto en que suponía una expropiación generalizada de los terratenientes, como en que se basaba en el poder armado de los pueblos y las comunidades.
Contra todo homenaje oficial a Emiliano Zapata que intenta limitar los objetivos zapatistas y ocultar el carácter revolucionario de su movimiento (en particular su cuestionamiento a la propiedad latifundista y su pelea irreconciliable contra la clase dominante) basta conocer las propuestas que en materia sindical propuso el zapatismo como forma de fortalecer la organización del movimiento obrero.
Esto incluso lo llevó a chocar con representantes políticos de sus propios aliados. Cuando los representantes del Ejército Libertador presentaron en la Convención de Aguascalientes la iniciativa de reconocer los sindicatos, para que tanto el gobierno como los capitalistas se vieran obligados a tratar con organizaciones obreras y no con trabajadores aislados, un representante del general villista Felipe Ángeles (quién dentro de la División del Norte expresaba más claramente la ideología y los intereses de la burguesía democrática), expresó: “El obrero, dicen, es el creador de la riqueza social y no aprovecha de esa riqueza; al contrario, sólo los hombres que la crean son los que se benefician con ella”.
Y dijo además, en un tono racista que: “El peligro de reconocer en forma de ley a los sindicatos es bien grande en todos los países de raza latina; porque el sindicalismo para los latinos no es más que una forma de mal conducir a las clases ignorantes, a las clases trabajadoras que especialmente en nuestro país son de escasísimos conocimientos”. (Francisco Pineda, “Ejército Libertador, 1915”).
Pero allí mismo, Luis Méndez, delegado del Ejército Libertador, respondiendo a representante de Felipe Ángeles, dijo en la tribuna que el sabotaje no era un crimen. Que la revolución era el sabotaje llevado a su más alta expresión, en manos de los campesinos del país.
Por lo que contra toda tergiversación del zapatismo como una fuerza que luchó por la democracia y los fines maderistas, basta saber que las masas campesinas del sur acudieron a los métodos más radicales (a la violencia revolucionaria) quemando palacios municipales, fusilando hacendados, destruyendo archivos de oficinas públicas y ataques a las cárceles y para liberar a los presos durante los meses de marzo abril y mayo de 1911 contra la dictadura porfirista.
La contradicción de AMLO de homenajear al radical de Anenecuilco
En el marco de la declaración del 2019 como el Año de Emiliano Zapata, López Obrador irá el sábado 10 de agosto a Anenecuilco, Morelos, tierra del radical e indomable jefe del Ejército Libertador del Sur, a presentar el programa centenario de Emiliano Zapata.
Lo hace a pocos meses de imponer la construcción de la termoeléctrica en Huexca, que es rechazada por un movimiento que abarca los estados de Morelos, Puebla y Tlaxcala. Resistencia popular por la que fue asesinado el activista ambientalista Samir Flores, dado que el proyecto termoeléctrico, disminuiría el agua para la población (la central consumirá 280 litros por segundo). Y donde, pese a este asesinato y a las protestas, que planteaban un problema ecológico y social digno de atender, AMLO llevó a cabo una consulta a modo para justificar dicha construcción.
Es sabido que López Obrador califica peyorativamente como “radicales” o “conservadores” a todos aquellos que no acuerdan con sus proyectos. Estos han provocado que muchos sectores sociales y de trabajadores salgan a manifestarse a la calle. Tan sólo los recortes al gasto en salud, cultura, programas del DIF, etc., han provocado protestas frente a Palacio Nacional y afuera de donde se realizan las entrevistas “mañaneras” del presidente.
Este homenaje al revolucionario llamado “Caudillo del Sur”, busca dar la imagen de una similitud de ideas entre la lucha emprendida por Zapata en 1910, y la 4a Transformación. Sin embargo, un muro de hierro divide a estos dos movimientos.
Zapata encabezó un movimiento armado por recuperar las tierras, incluso expropiándolas. AMLO no sólo no plantea una reforma agraria elemental, sino que no está en su programa de gobierno echar abajo la reforma al artículo 27 que privatizó el ejido creando una gran pobreza entre la población campesina.
¿Qué diría Zapata, que saludó la revolución socialista en Rusia de 1917 —una revolución que fue también antiimperialista—, si viera cómo López Obrador subordinó a México a los mandatos y exigencias del presidente de la primera potencia imperialista, Donald Trump y militarizó el país para impedir que los migrantes centroamericanos pudieran llegar a los Estados Unidos? No podemos obviar que, al calor del endurecimiento de la política migratoria del gobierno y la persecución de hermanos centroamericanos en todo el país, la policía de Coahuila asesinó a un migrante hondureño.
Anenecuilco quedó para la historia como símbolo de desobediencia, de radicalidad e intransigencia revolucionaria, que fue combatida por Madero con saña. ¿Cómo puede entonces la 4-T pretender homenajear a Zapata, cuando en Morelos y en otras partes del país AMLO señala como “radicales” a los que protestan? A esos que no aceptaron “licenciarse” y siguen en las calles; a esos que no bajaron las armas (de la crítica) y cuestionan las formas autoritarias del nuevo gobierno.
A esos “impacientes” que al igual que Zapata, se inconforman porque no se cumplieron las promesas hechas en la campaña presidencial. Sin pretender igualar a López Obrador con el terrateniente de Parras, Coahuila, así como Madero mandó tropas para perseguir a “Miliano” (como le llamaba su gente), no podemos obviar que la militarización encabezada por la Guardia Nacional va a llegar a Morelos también, por lo que cabe preguntarse si la Guardia Nacional va a actuar contra los movimientos que allí existen.
La promulgación de la “ley garrote” en Tabasco para criminalizar cualquier bloqueo o manifestación contra la construcción de obras (en Morelos sigue latente el descontento contra la termoeléctrica Huexca), apunta a una política represiva que alcanzaría a la tierra de Zapata. Por eso, ir a Anenecuilco, en medio de estas contradicciones, es un despropósito. Sería más propio del gobierno, homenajear a Madero que llamó “radical” y “bandido” al héroe de Anenecuilco, y no pretender cierta similitud entre los ideales del general Emiliano Zapata y los de la Cuarta transformación.
López Obrador no se cansa de reivindicar al “Apóstol de la democracia”, pero entre Madero y Zapata existieron profundos antagonismos de clase, y eso es lo que demostramos en este artículo. Luego entonces, reivindicar a dos personajes históricos tan distintos entre sí (uno, representante de una fracción de la oligarquía terrateniente, y otro, representante de los intereses de los campesinos pobres de los campesinos pobres sin tierras) apunta a imponer, en el imaginario popular, la idea de una armoniosa conciliación de clases. Por eso, estos simbolismos deben ser rechazados por todos aquellos que mantienen en alto las banderas de lucha contra el capitalismo.
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