Una nueva generación precarizada impulsa sindicatos por sus derechos laborales y contra cualquier tipo de discriminación en Estados Unidos. Gays, lesbianas, trans y no binaries vienen siendo parte destacada del proceso. Lejos del sálvese quien pueda y los estereotipos que ubican a las personas LGBTIQ+ como un nicho de mercado, ponen en evidencia a esa mayoría que está precarizada y plantean una pelea colectiva contra las desigualdades que sostiene el capitalismo.
Pablo Herón @PhabloHeron
Lunes 18 de abril de 2022 06:55
A Gabriel Ocasio Mejias lo despidieron de un Starbucks en Orlando, Florida, por tomar agua detrás de la caja registradora a principios de 2020. Eso dijeron desde la empresa, en realidad buscaron sacárselo de encima porque él y sus compañeres de trabajo impulsaron una campaña pública para formar un sindicato en febrero de ese año. Gabriel es activista LGBTIQ+, emigró de Puerto Rico y estaba emocionado de haber conseguido ese trabajo porque escuchó que Starbucks era “pro-LGBTQ”.
Tras meses de reclamos logró ser reinstalado en su puesto y que le paguen los sueldos adeudados, lo resumió en que “fue una gran victoria” [1]. Además de los ataques antisindicales, describió distintas situaciones de discriminación: un gerente que le pidió dejar de actuar amanerado, que no usara maquillaje ni su mochila con la bandera arcoíris. Trabajar ahí “me hizo sentir, en cierto modo, que volvía al armario” aseguró.
En diciembre del año pasado, un local de Starbucks en Buffalo (Nueva York) se convertía en la primera de las 9 mil tiendas que la empresa posee en Estados Unidos, en votar a favor para sindicalizarse. A partir de ahí en distintas ciudades y estados, como Nueva York, Boston, Arizona y Florida, se logró conquistar nuevos sindicatos. En empresas emblemáticas del capitalismo trabajadores jóvenes vienen poniendo en pie organizaciones como sucedió hace pocas semanas en Amazon.
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A diferencia de Argentina, donde a pesar de la creciente precarización hay importantes sectores de trabajadores nucleados en gremios, en Estados Unidos la tasa de sindicalización del sector privado es de apenas el 6%. El neoliberalismo atacó a las organizaciones obreras, buscó deslegitimarlas, limitar su capacidad de pelear por los reclamos de la clase trabajadora. La llamada “generación U” (por union, sindicato en inglés), muestra un nuevo panorama de una juventud precarizada que busca organizarse contra las condiciones de explotación, atravesada por el movimiento Black Lives Matter y la pelea por los derechos de las mujeres y la diversidad sexual.
¿Por qué luchan?
Mars Moreno es no binarie y barista en un Starbucks de Cleveland, les pagan 14 dólares la hora cuando podrían pagarles 22 [2]. “Un trabajador tendría que trabajar 40 horas a la semana a $16,63 la hora para poder pagar un apartamento de dos habitaciones a un precio justo” asegura. La propia empresa puede asignarles arbitrariamente el tiempo que trabajan semanalmente, nunca saben cuánto cobrarán. Un arma que vienen usando contra quienes impulsan la formación de sindicatos asignándoles pocas horas, además de las amenazas y los despidos. Su organización infunde miedo en las altas esferas empresariales que hacen de todo para ponerles palos en la rueda, temen que pongan en cuestionamiento sus intereses.
Leo Hernández de Tallahassee (Florida), viene de una familia de clase trabajadora y daba por sentado que iba tener múltiples trabajos para vivir con lo justo [3]. Por eso además de en Starbucks, trabaja cuidando niñes y como repartidor de comida de una app. “No tengo tiempo para pasar el rato con la gente. Francamente: trabajo, voy a casa. Y luego voy a trabajar un poco más” describe cansado de estar preocupado por el dinero todo el tiempo.
Esta situación se entrelaza con los cuestionamientos hacia la discriminación racial, la xenofobia, por sexualidad y género. Muchas de las personas que participan de los procesos de organización son parte de una generación que se movilizó contra el racismo y la desigualdad, para elles no existe un muro divisorio entre pelear contra la discriminación y por condiciones laborales justas. Casi la mitad de trabajadores de la empresa en Estados Unidos es negra, de origen asiático o latino, y siete de cada diez son mujeres [4]. No tienen relevadas cuantas personas son LGBTIQ+ pero se vienen expresando en los distintos locales donde se organizan.
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La composición de trabajadores se refleja en quienes se destacan en este proceso que atraviesa locales de todo el país, Angel Krempa tiene 23 años y fue despedida hace poco por encabezar la organización de un sindicato en Buffalo: “A las mujeres y a la comunidad LGBT se nos ha quitado la voz tantas veces, somos quienes estamos realmente levantándonos por todos, no solo por nosotros mismos, sino por todos”.
Starbucks forma parte de esas empresas que en cada mes del orgullo pinta su logo de color arcoíris y vende una imagen gayfriendly. Brinda beneficios de salud para personas trans como la cobertura de intervenciones quirúrgicas y tratamientos hormonales, en un país donde la salud es muy costosa y de difícil acceso hasta para quienes tienen un seguro. Eitzman, un chico trans que trabaja también en Cleveland, denuncia que hace dos años intenta acceder a ese derecho y no puede por las trabas que pone la propia empresa, debe cumplir al menos 20 horas semanales durante 3 meses seguidos que le permitan calificar para un seguro médico. Algo de por sí complicado y más desde que comenzaron el proceso de sindicalización. Incluso con el mejor seguro de salud le plantearon que tendría que gastar más de 5 mil dólares para acceder a una cirugía de menos de 9 mil.
Los obstáculos de Eitzman para acceder a una operación contrastan con la realidad de figuras como Caitlyn Jenner, una mujer trans millonaria y famosa que hace poco participó de las elecciones para ser gobernadora de California con un discurso conservador. La vida de esa mayoría joven LGBTIQ+ precarizada no es la que venden las publicidades, donde pareciera que el principal problema es qué servicio o mercancía pintada de los colores del orgullo consumir. No se amoldan a ese estereotipo tan instalado de gay o lesbiana con poder adquisitivo que tan bien le calza al neoliberalismo para explotar el nicho de mercado de la diversidad sexual.
No todos los sectores pueden acceder en igualdad de condiciones a los derechos que tanto reclamó el activismo LGBTIQ+. Por eso los reclamos contra la discriminación de les trabajadores de Starbucks ponen en evidencia las dos caras de un neoliberalismo que a la par de difundir el discurso de tolerancia -limitado a conquistar algunos derechos-, profundizó a una escala nunca vista la desigualdad material. En el propio proceso cuestionan esa contradicción y apuntan contra la empresa: “No podés ser pro-LGBTQ, pro-Black Lives Matter, pro todas estas cosas y ser anti-sindicato. No funciona de esa manera” plantea Casey de Buffalo [5].
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Leo Hernández reflexiona que organizarse les da un “sentido de comunidad” y luego lo ven reflejado en cómo lo van haciendo otras tiendas: “estamos conectados entre nosotros de una manera que no hemos visto antes”. También tejen lazos con trabajadores de Amazon que se encuentran en un proceso similar y con otras peleas como junto a trabajadores de la salud del Hospital Mercy en piquetes para apoyar su huelga [6].
Por eso las compañías emblemáticas buscan boicotearlos y se sienten amenazados por su organización. Ahí ven una generación que no solo cuestiona la pauperización de la vida, sino también todo tipo de discriminación por género, sexualidad, raza o nacionalidad. Lejos del sálvese quien pueda, los estereotipos que abonan al individualismo consumista y los discursos de resignación a vivir cada vez peor, plantean un horizonte de lucha colectiva que pone en cuestión las desigualdades que sostiene el capitalismo.
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Pablo Herón
Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.