El movimiento LGTB moderno tuvo su punto de partida en la revuelta de Stonewall. La reacción tras años de sometimiento no sólo expulsó esa noche a la policía homófoba, también implicó que miles de gays, lesbianas y travestis comenzaran a organizarse y luchar contra la opresión.
Martes 4 de julio de 2017
El cuestionamiento radical al capitalismo como garante de la heteronorma y reproductor de la desigualdad no estaba apoyado únicamente en la terrible persecución que sufrían las personas LGTB sino en la hermandad que hallaban en otros sectores que también salían a la lucha. El Frente de Liberación Homosexual (GLF por sus siglas en inglés) fundado luego de la revuelta de Stonewall encontró en los movimientos contra la segregación racial, el machismo, y las intervenciones militares del imperialismo sus principales aliados, coordinando acciones con las Panteras Negras y logrando que sus dirigentes reivindiquen a la militancia por la liberación sexual como parte del movimiento revolucionario.
Sin embargo, aun en épocas donde la perspectiva de la revolución social se hacía concreta por la radicalización de las masas, estos movimientos carecieron de una estrategia consciente para vencer. Aunque ligados a los sectores más oprimidos y marginados, no consideraban a los trabajadores como la única clase que, organizada, es capaz de acabar con las bases de la opresión burguesa, su dominación económica. Este escepticismo se origina en la política criminal del Estalinismo que ataba de pies y manos al movimiento obrero internacional mientras preparaba la restauración capitalista en la URRS, y la burocracia sindical norteamericana quien depositaba todos sus esfuerzos en someter al proletariado yanky al partido Demócrata, haciendo uso de los prejuicios anticomunistas, raciales, machistas y homófobos para evitar la radicalización de los trabajadores.
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Este vacío estratégico, reemplazado con una concepción abstracta de poder popular y resistencia armada, dejó expuestas a las organizaciones radicales frente a los ataques del aparato de inteligencia Estadounidense, con programas como el COINTELPRO del FBI. El programa de autodefensa de las Panteras Negras y su organización autónoma de programas de asistencialismo despertaron la necesidad del estado de perseguirlos, asesinarlos, y armar causas judiciales en su contra para desprestigiarlos debido al apoyo popular que despertaban, pero lejos estuvo de poder construir un poder real capaz de resistir esos ataques, menos aún derrocar a la burguesía y construir una nueva sociedad libre de opresión.
El movimiento en épocas de reacción
La derrota y desarticulación de estos movimientos radicales en Estados Unidos y la imposición (y preparación) de nuevas dictaduras a nivel mundial implicó un retroceso en la militancia revolucionaria. Los errores estratégicos de la izquierda implicaron además que los años de derrota no fuesen utilizados para prepararse para futuros combates, sino que fuesen años de adaptación al régimen. La lucha contra la legislación homofóbica continuó vigente principalmente en los canales institucionales y abogados y políticos eran ahora sus referentes. Ya sin el carácter subversivo de los primeros años, las movilizaciones por los derechos homosexuales y las marchas del orgullo gay continuaron aumentando en convocatoria convirtiendo a la comunidad homosexual en un actor político, y un electorado a ser tenido en cuenta.
Numerosos grupos de presión o lobbies surgieron a lo largo de los años 70, enfocados no ya en una organización militante sino en obtener legislaciones o fallos judiciales que reconocieran derechos a las personas homosexuales. Esto implicó que grupos como el Gay Activist Alliance abandonaran durante años la lucha contra la criminalización de las personas travestis y transexuales para poder presentar exigencias más “aceptables”. Esa organización surgió como una separación del Frente de Liberación Homosexual a meses de fundarse, denunciandolos como izquierdistas que buscaban encauzar la lucha LGTB en una lucha revolucionaria, dejando de lado las cuestiones que “realmente afectan” a los homosexuales.
Enfocados en un ùnico tema, “la cuestión gay”, su carácter pierde toda radicalidad e incluso, diálogo con la situación de miles de jóvenes homosexuales y travestis vagabundos empujados a la pobreza. Al no cuestionar las diferentes formas en las que se expresa la opresión dependiendo cuestiones como el género, el color de piel y la clase social, el régimen encuentra en ellos un interlocutor razonable con quien negociar las migajas.
Pero aún en proceso de asimilación y aceptando la integración al sistema, el cuestionamiento a la heteronorma despertaba una y otra vez la reacción. La oficina central del Gay Activist Alliance fue incendiado en 1974. Uno de los primeros representantes electos abiertamente homosexual, Harvey Milk, es asesinado en 1978 por un ex-policìa, Dan White. Tras recibir apoyo del Departamento de Policía de San Francisco, quienes realizaron colectas para financiar su defensa, su pena fue la más baja posible acorde al crimen cometido.
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Este fallo, fue respondido con los “Disturbios de la Noche Blanca” una movilización espontánea que enfrentó físicamente a la policía llegando a incendiar varios patrulleros. La policía, horas luego de reprimida la revuelta, realizó una razzia el barrio homosexual, golpeando violentamente a personas no relacionadas a la revuelta. Con 100 personas y 61 policías hospitalizados, la nueva alcaldesa resolvió fomentar la incorporación de personal gay y lésbico a la policía. La misma que tras las razzias fue encontrada celebrando la represión diciendo “Sonreímos la noche que murió Milk, sonreímos también hoy”. Las organizaciones homosexuales de San Francisco, ligadas al Partido Demócrata, consideraron esto una conquista en el camino a la aceptación. El movimiento contra la brutalidad policial que existe hoy en día en Estados Unidos indicaría que no.
Al momento de enfrentar los primeros momentos de la crisis del SIDA, esta asimilación y progresiva pacificación del movimiento fue el principal límite organizativo que encontró la comunidad homosexual para enfrentar un sistema que mientras miles de jóvenes morían, montó una campaña de odio y desinformación condenando su estilo de vida. Debieron pasar varios años para que la pasividad de los lobbys políticos dieran paso a muestras de activismo y acción directa nuevamente, aunque ya incorporados a estrategias reformistas. En una próxima nota, analizaremos las organizaciones Gay Health Crisis Group y ACT-UP y su activismo contra la desidia de la industria farmacéutica y el gobierno de Ronald Reagan.