¿En qué medida el concepto narratológico de intertextualidad puede ser vehículo en el intercambio escolar en el ámbito de las aulas de la educación media? Reproducimos una nota que nos hizo llegar un profesor de escuela secundaria.
Miércoles 13 de mayo de 2020 18:19
Para definir la idea en términos sencillos diremos que se trata de la relación entre un texto y otro (hipotexto e hipertexto, de acuerdo con la terminología de Genette); este concepto puede funcionar no solo para establecer la relación entre dos textos literarios, sino también para propiciar el diálogo entre dos obras de distintas disciplinas (literatura y música, literatura y cine, literatura y publicidad, entre muchísimos etcéteras). Por eso el “Lemebel gusta de Abelardo Castillo” que aparece en el título de este artículo.
¿Un poeta, performer, cronista, chileno y activista por los derechos de las minorías sexuales enamorado de un notable escritor burgués? Sabemos que a veces las relaciones amorosas pueden ser tóxicas. Pero antes de comentar las vicisitudes de este intertextual culebrón literario, quisiera recuperar una situación en el aula en una clase de Literatura de 4º año en una escuela del conurbano lomense.
El profesor Catalina
Muy temprano, de mañana y todas y todos estamos muy dormidxs. Ingresé al aula y una alumna no me dejó terminar de cargar el mate:
—¿Profe, podemos hablar de algo?
—Claro.
Entonces ellas, pues fueron dos las que se plantaron frente al auditorio de sus compañeras y compañeros, contaron una situación que había ocurrido en la virtualidad del grupo de whatsapp del curso. El caso es que habían tenido que resolver una actividad de la materia Psicología y que a partir de eso se habían despertado pasiones encontradas en relación a tópicos vinculados con la sexualidad, la genitalidad y la diversidad de género. El planteo tenía relación con ciertas burlas que surgieron de parte de algunos varones a propósito de la homosexualidad. No tuve acceso al chat pero enseguida noté quiénes eran los silenciosos acusados. Vinieron a mí palabras y frases de uso corriente en estas circunstancias tales como “maricón”, “puto”, “fulanito se la come doblada”, u otras de esas que uno puede leer talladas en los bancos o las paredes de todas las escuelas, ahí, al lado de insultos a docentes y vanas declaraciones de amor. Al menos en los muros de las escuelas públicas. Aclaro que los inculpados eran unos pibes lúcidos y lúdicos en las clases de Literatura. Las dejé exponer y surgieron términos como “deconstrucción”, “patriarcado”, “homofobia”, “derechos”, “feminismo”. Los chicos, envueltos en la vergüenza de la revelación, mantuvieron silencio. Pedí la palabra (porque como todas y todos los y las docentes sabemos, la palabra en el aula es democrática y democratizante siempre y cuando sea compartida) y esperé mi turno en silencio. Justo antes de comenzar a decir las dos o tres cosas que se me habían ocurrido para aportar al debate nos interrumpió una chica de otro curso pidiendo permiso para manguear una netbook. Autoricé su interrupción y antes de que se retirase la frené con una pregunta:
—¿Sabés cómo me llamo?
—No, profe.
—Te doy tres chances para adivinar mi nombre.
—Diego.
—No.
—José.
—No.
—Martín.
—No. Perdiste, lo voy a anotar grande en el pizarrón.
Escribí: Catalina seguido de mi apellido. Se sonrió y salió. Recuperé mi turno para la palabra:
—Ya sacaremos conclusiones sobre este episodio, por lo pronto acabo de tomar dos decisiones: a partir de hoy vamos a cortar con el privilegio heteronormativo que se impone en nuestra lengua castellana por lo que usaré, para generalizar, el femenino, ¿estamos de acuerdo? Bien, lo segundo es que mi nombre será Catalina desde ahora y hasta fin de año.
Y así fue. Ellas fueron chicas (aunque solo hubiera varones en la clase) y yo fui Catalina.
“Son cuestiones de educación, de andar siempre entre mujeres, entre curas”
El episodio, embellecido por el rigor de la anécdota, nos devuelve a la literatura.
En el año 1961 Abelardo Castillo se bailaba un tango con la homofobia convirtiendo el grito de su personaje alter ego (o ego a secas) en un relato confesional, acaso de amor. Ese “Maricón. Maricón de mierda” con que el personaje Abelardo intima a su amigo y compañero de escuela, César, a regresar a la casa de la puta del pueblo para debutar sexualmente, se vuelve amor en la confesión final en ese: “(…) Aquella noche no pude. Yo tampoco pude (debutar con la gorda, claro)”. César, en su doble rol de protagonista y destinatario del relato, monstruo afeminado surgido de la crianza entre mujeres y la educación entre curas, se erige en héroe reivindicado por el narrador. Las normas del patriarcado parecen tambalear. Esas que se explican de manera tan didáctica aquí.
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Todo parece amable para el marica. Hasta que algunos años después, decide salir a las calles del Santiago chileno pobre, con su almita proletaria a flor de piel “olfateando algún paquetón a punto de reventar el jeans del aguinaldo obrero.” Y la crisálida trans de “Son quince, son veinte, son treinta” de Pedro Lemebel, se interna en el dulce pavor de encontrarse “con la pandilla de la Naranja Mecánica en su noche de rumba”. El Abelardo del cuento de Castillo resucita en su peor versión: homofóbico, patriarca y opresor. Esa pretendida visibilidad del sujeto homosexual, esa anhelada liberación de la dictadura del falo, esa imposición masculina, esa oscilación más política que lingüística en el uso alternado del género con que el narrador se menciona a sí misma/o, todo eso, resulta una trampa: necesitamos hacer visible al sujeto para erradicarlo, para vejarlo, para hacerlo desaparecer.
Las tres historias reseñadas colocan en la licuadora analítica la vigencia de la persecución al sujeto homosexual, los obstáculos al momento de la inserción en el mundo contemporáneo y la manifestación esperanzadora y libertaria en sus resoluciones: Abelardo se disculpó con César, el maraco chileno se salvó y volvió a su casa con la luna guiñándole un ojo protector, y todas fuimos chicas en aquel curso de Literatura.
Referencias bibliográficas
CASTILLO, Abelardo (1961). “El marica” en Las otras puertas. Buenos Aires: Emecé.
GENETTE, Gérard (1989). Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Trad. de Celia Fernández Prieto, Madrid: Taurus.
KRISTEVA, Julia (1969). Semiótica 1. Trad. José Martín Arancibia. Madrid: Fundamentos.
LEMEBEL, Pedro (2008). “Son quince, son veinte, son treinta” en Serenata cafiola. Santiago de Chile: Seix Barral.