El caso de Alejandro Vilca, delegado de base expulsado como afiliado del SEOM de Jujuy, permite recordar otros casos en la historia del movimiento obrero, y retomar las tradiciones de defensa de los delegados de base y la democracia obrera.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Miércoles 9 de diciembre de 2015
“Debemos luchar por sindicatos libre de la tutela estatal y democráticos, única forma de tener sindicatos que respondan a nuestros fines” (volante distribuido en 1948 por militantes trotskistas del gremio textil, expulsados por la conducción de la AOT)
Desde los anarquistas y socialistas hasta los peronistas combativos. Desde los clasistas de los 70 hasta el sindicalismo de izquierda hoy. En sus 200 años de existencia, la clase obrera ha hecho gestas memorables. Entre ellas, ha escrito páginas históricas de luchas en defensa de sus delegados de base y activistas contra las expulsiones y persecuciones de las cúpulas.
En la década del 20 y el 30, el movimiento obrero construía y defendía sus primeras organizaciones. Junto a la dura represión del Estado, comenzaba la burocratización de algunos sindicatos. Dirigentes de los principales gremios (Ferroviarios, Construcción, Municipales) expulsaban a militantes anarquistas, comunistas o del sindicalismo revolucionario. Surgían campañas internacionales contra las expulsiones y por la democracia sindical.
En la década del 40, tras conquistar el poder, el General Perón impone su modelo político y sindical. Los sindicatos ganan peso en la vida política nacional, pero a cambio de subordinarse al peronismo. Los trabajadores ven crecer sus organizaciones, pero con un mayor control por parte del Estado y las cúpulas. Los dirigentes del Partido Laborista que habían aportado al ascenso de Perón, serían duramente perseguidos, lo mismo que muchos referentes comunistas. No sólo desde el Estado sino también por las cúpulas sindicales, que profundizaban su proceso de burocratización. En el gremio telefónico, en la carne, la madera y otros gremios, muchos dirigentes opositores serían expulsados. También militantes trotskistas del gremio textil o metalúrgico. La Asociación Obrera Textil expulsaba a Elías Rodríguez (delegado en Bunge & Born) y a tres activistas opositores en Sudamtex. La UOM a Dante Minazzoli, trotskista y miembro de la comisión interna de SIAM. Los expulsados exigían democracia sindical y en sus volantes planteaban una de las tareas del momento: “debemos luchar por sindicatos libre de la tutela estatal y democráticos, única forma de tener sindicatos que respondan a nuestros fines”.
En la década del 50 las cúpulas sindicales apuntaban contra los delegados de base que resistían el intento de acuerdo de Perón con los empresarios a través del Congreso de la Productividad. Tras el golpe gorila, muchos obreros que formaban parte de la Resistencia Peronista eran expulsados por los sindicalistas “participacionistas”. El gobierno de Frondizi acordaría con las cúpulas una Ley de Asociaciones Profesionales que les daba más poder para controlar las comisiones internas y expulsar opositores. Pero en muchos conflictos, los trabajadores defendían a los compañeros que habían elegido para representarlos.
En la década de los 60 comenzaba una etapa de ascenso del movimiento obrero y estudiantil, en nuestro país y en el mundo. Otra vez, el Estado y las burocracias sindicales utilizarían las persecuciones y expulsiones para aplastar la insurgencia que terminarían pariendo grandes gestas como el Cordobazo y el Rosariazo. En 1969, Rodolfo Walsh explicaba cómo funcionaba la maquinaria de Augusto Timoteo Vandor para perseguir y expulsar opositores de todas las fábricas del gremio. “El que molesta en la fábrica, molesta en la UOM; el que molesta en la UOM, molesta en la fábrica”.
La década del 70 ve surgir nuevas convulsiones y gestas obreras, contra la dictadura de los militares en el gobierno y de los patrones en las fábricas. Perón hace aprobar una nueva Ley de Asociaciones Profesionales en 1973 que otorga más poder a las cúpulas sobre las bases y los opositores. La burocracia sindical apela, más que nunca, a la persecución de los sectores combativos y de izquierda. En Córdoba, tras combatir el proceso clasista del SITRAC-SITRAM, el SMATA interviene la seccional que había ganado la Lista Marrón de René Salamanca, expulsado del gremio en 1973. También se expulsa a 12 afiliados y delegados combativos de otras plantas con argumentos insólitos. La Federación Ceramista (FOCRA) suspende gremialmente a delegados de Lozadur, y los obreros toman la fábrica. La UOM persigue y expulsa del sindicato a los combativos delegados de Acindar, los obreros ocupan las fábricas y los restituyen y logran elecciones libre de seccional. Un año despues la burocracia organiza la represión a los que habían ganado la seccional Villa Constitución en 1974 con la Lista Marrón. También expulsa a los delegados de Propulsora, de varias metalúrgicas de Vicente López y otras seccionales del país. El SMATA de José Rodríguez llama a combatir “la contrarevolución marxista con la movilización activa de los mecánicos auténticos, que sólo reconocen un Líder, el General Perón”. Arma listas negras contra los delegados y luchadores de Mercedez Benz, Ford, Chrysler, Renault, Peugeot, Citroen expulsados del gremio y luego despedidos. En un profundo proceso de radicalización, el movimiento obrero aceleraba su experiencia no sólo con la burocracia sindical sino también con el peronismo. En las jornadas de junio y julio de 1975 se terminaban de constituir las coordinadoras interfabriles. En las jornadas de junio y julio de 1975 se destacan las coordinadoras interfabriles. Como una de sus principales banderas plantean “la plena democracia sindical” contra las persecuciones y expulsiones (Declaración del Primer Plenario de la Coordinadora Regional Buenos Aires, 29 de junio de 1975).
La década del 80 ve resurgir la fuerza obrera, duramente golpeada por la dictadura. El sindicalismo peronista intenta evitar el surgimiento de tendencias de izquierda, que ganaban peso en gremios de servicios (telefónicos, ferroviarios, subtes), docentes, estatales y en algunas industrias. La UOCRA de Gerardo Martínez interviene la combativa seccional Neuquén que había emprendido duras huelgas. El SMATA persigue a los delegados que dirigen la lucha de Ford en 1985. La UOM, el Sindicato de la Carne y la UTA también expulsa a delegados combativos elegidos por sus compañeros. Las bases se pronuncian en defensa de sus representantes y levantan campañas democráticas junto a organizaciones de izquierda y derechos humanos.
La década del 90 sería una dura experiencia para la clase trabajadora. El plan del neoliberalismo contaría con la colaboración de las cúpulas y la persecución al sindicalismo combativo y la izquierda.
La historia continuaría en este nuevo siglo. La UTA iniciaría un proceso de expulsión de los delegados combativos del Subte, que durante la década resistirían uno a uno los embates y pondría en pie su nuevo sindicato. La misma cúpula intentó expulsar a los delegados de la Línea 60. El surgimiento del sindicalismo de base tendría como motor no sólo la pelea por reivindicaciones salariales y condiciones de trabajo, sino también la pelea por la representación democrática. El Smata y la UOM repetirían su historia. La burocracia metalúrgica con la expulsión de delegados combativos en Córdoba en 2009 o el caso de Guillermo Bentancourt y otros activistas de Siderca Campana. El SMATA expulsaría entre otros a Hernán Puddu, el delegado de Iveco que se negó a firmar el despido de contratados. El caso más emblemático sería el ataque de Ricardo Pignanelli a los obreros de Lear, que llevaron adelante una lucha histórica contra los despidos y en defensa de sus delegados de base.
Tradiciones
No sólo en nuestro país. La defensa de los delegados de base contra las persecuciones y expulsiones es parte de las tradiciones históricas de la clase obrera internacional. Desde sus orígenes, una y mil veces ha emprendido luchas contra aquellos que intentaron disciplinar a los sectores más combativos, a quienes enfrentaban los métodos de las cúpulas y defendían la democracia obrera, a quienes sostenían ideas revolucionarias. En 1922, cuando el IV Congreso de la Internacional Comunista votaba sus tesis para la acción sindical, le daba una importancia fundamental a la lucha contra las expulsiones: “la exclusión de los comunistas, luego de su elección para desempeñar funciones sindicales, por parte de las organizaciones locales no solamente debe suscitar protestas por la violencia ejercida contra la voluntad de los electores sino que debe provocar una resistencia organizada”.
La historia muestra también que muchos que dijeron defender “los intereses obreros y populares” en realidad intentaban aplastar cualquier proceso de organización que escapara a su control y su política. Si las cúpulas sindicales peronistas persiguieron a la izquierda bajo la consigna de “los sindicatos son de Perón”, en muchos países fue el estalinismo el que dirigió las campañas de expulsiones contra los clasistas, trotskistas y otras corrientes que lo cuestionaran.
La tradición burocrática contó no sólo con el auxilio de las patronales, sino también del Estado. Las leyes sindicales se convirtieron en un molde para fabricar burócratas y eliminar opositores.
La tradición democrática en cambio, supo emprender grandes batallas, pero también materializarlas en históricos aportes a su clase. Vale el ejemplo de los ceramistas neuquinos, que recuperaron el sindicato para revolucionarlo y transformarlo en una organización democrática y de lucha. Por eso aprobaron un estatuto que defiende la libertad de tendencias para todas las corrientes que defienden los intereses obreros, representación de las minorías en la comisión directiva, asambleas democráticas con garantías para todos los afiliados.
Campaña
El caso de la escandalosa expulsión de Alejandro Vilca del SEOM se inscribe en esta historia de ataques y defensas a los delegados de base. Carlos Santillán terminaría aplicando los mismos métodos anti-democráticos que anteriores conducciones del SEOM, aplicando sanciones gremiales por diferencias políticas.
Vilca, como reflejamos en La Izquierda Diario, es un emergente del sindicalismo combativo, pero como dirigente del PTS-FIT que salió tercera fuerza en las elecciones jujeñas, es una expresión del avance de la izquierda trotskista en nuevos sectores de trabajadores y jóvenes.
Retomando esas tradiciones que reflejamos, la campaña contra Vilca ha sido respondida por la ferviente defensa de sus compañeros de recolección que lo eligieron delegado en Alto Comedero, y 600 municipales de distintas dependencias. Pero además, una campaña democrática que ha recibido la adhesión de trabajadores, organizaciones sindicales, estudiantiles, de derechos humanos y políticas de un amplio espectro.
Es un primer paso. La defensa de Vilca y cada compañero perseguido deberá continuar, llegando a cada lugar de trabajo y a todos los luchadores. La lucha por la democracia sindical y contra la burocratización de las organizaciones obreras es una tarea fundamental para quienes queremos construir agrupaciones clasistas y una corriente revolucionaria en el movimiento obrero. Así estaremos continuando esas históricas tradiciones.
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.