El siguiente texto fue presentado como ponencia del autor en el evento “Vigencia de Trotsky en tiempos turbulentos”, el cual se llevó a cabo en el Museo Casa León Trotsky el 24 de agosto de 2019.
Como decimos en la convocatoria a este homenaje, el signo de nuestro presente es turbulento:
- Una crisis económica que no cesa de manifestarse —ahora a las puertas de una recesión mundial—, expresión de la decadencia del capitalismo, que no sólo depara explotación y miseria para miles de millones de trabajadores, sino también pone en peligro al mismo planeta, como se ve ahora en el caso de la devastación de la Amazonia, responsabilidad de la rapacidad de los capitalistas de los agronegocios, tanto de Brasil como de Europa y Estados Unidos.
- Disputas y guerras comerciales entre las grandes potencias, como la que vemos entre Estados Unidos y China, que preanuncian mayores conflictos en un futuro ya no tan lejano.
- Y nuevas manifestaciones de la lucha de clases, desde la resistencia obrera y popular que afloró en Matamoros, en las calles de París o en las manifestaciones en Costa Rica; hasta las movilizaciones de miles de mujeres por sus derechos a nivel internacional y otras tantas de miles de jóvenes contra el cambio climático.
En este mundo convulsivo, la política del imperialismo estadounidense y del presidente Donald Trump es uno de los mayores factores de inestabilidad internacional.
Su política xenófoba y racista busca profundizar lo que han hecho todos los gobiernos demócratas y republicanos: el saqueo de las riquezas naturales del continente y la subordinación política y económica de nuestros países.
I
El título de este evento es la vigencia de Trotsky en los tiempos actuales. Su legado es muy pertinente. Trotsky tiene mucho que decir para entender el carácter de la política imperialista y la necesidad de una perspectiva internacionalista.
Cuando llegó a Mexico en 1937, perseguido por el estalinismo, el camino hacia una nueva guerra inter-imperialista —que él había pronosticado— ya estaba abierto.
Años antes, ante el escenario que abrió la caída de Wall Street en 1929, el fundador y dirigente de la IV Internacional había afirmado que la crisis económica sólo aceleraría la agresividad del ascendente imperialismo estadounidense y que el militarismo de las viejas potencias europeas de inicios de siglo sería un juego de niños en comparación con lo que depararía el despliegue de Estados Unidos. La realidad es que no se equivocó y allí estuvieron, años después, los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki para atestiguarlo.
Decía Trotsky entonces que, si la Doctrina Monroe proponía “América para los americanos”, el expansionismo estadounidense —resultado de su ascenso como potencia económica— propondría “el mundo para los americanos”, es decir, para Estados Unidos.
En esos años, la política imperialista sobre América Latina se encubría bajo el discurso del “buen vecino”: Estados Unidos se proponía velar por la seguridad y la democracia en los países de la región. Pero la realidad estaba lejos de eso: América Latina era el terreno de disputa entre Washington y potencias en ascenso como Alemania, y otras que, como Inglaterra, declinaban en su influencia en la región.
En las discusiones que Trotsky y los militantes de la IV sostuvieron con el APRA, una formación populista continental originada en Perú y dirigida por Haya de la Torre, afirmaban que la democracia estadounidense no dudaría en desplegar “en un futuro próximo, una política imperialista extremadamente agresiva, dirigida, especialmente, contra los países de América latina”. Esto se vio en los golpes militares de Batista en Cuba, Somoza en Nicaragua o en las salvajes represiones en Puerto Rico, por ejemplo.
Esta afirmación desnudaba el carácter imperialista de la política estadounidense en la región y enfrentaba la actitud claudicante de los populistas que embellecían al imperialismo democrático y lo contraponían con el fascismo, pero también a la orientación seguida por los Partidos Comunistas, que de acuerdo a las alianzas de ocasión de la burocracia estalinista, apoyaban a uno u otro bloque imperialista.
La pertinencia de las definiciones de Trotsky para el presente es obvia. En ese entonces, Estados Unidos buscaba alinear al continente en su camino hacia la guerra. Hoy quiere reconstruir su hegemonía y poner límites al avance de sus competidores, como es el caso de China o Europa, con una política de mano de hierro así como a través de la derecha continental como Bolsonaro o Macri.
II
En ese contexto hay que entender la situación que se vivió en México en 1938 y de la que se ocupó con detenimiento Trotsky.
Las expropiaciones petroleras y de los ferrocarriles, realizadas por el gobierno de Cárdenas, despertaron la furia de Inglaterra y Estados Unidos. Los gobiernos de Roosevelt y de Chamberlain impusieron represalias: un embargo al petróleo mexicano, junto con las compañías que poseían los buques tanques con los que se enviaba al extranjero. Una campaña de calumnias internacionales. El gobierno demócrata de EE.UU. dejó de comprar plata mexicana, prohibió el uso de petróleo mexicano en el gobierno y aumentó los impuestos a las importaciones de nuestro país.
Para Trotsky, las medidas de Cárdenas eran medidas de defensa nacional, altamente progresistas, pero al mismo tiempo, tenía claro que no eran medidas socialistas. No había necesidad de adjudicarle al gobierno de Cárdenas un carácter que no tenía. El gobierno del PRM (como se llamaba entonces el antecesor del PRI) era un bonapartismo sui generis, de tipo especial, que oscilaba entre el capital extranjero y el relativamente poderoso proletariado; se recostaba en este, le hacía concesiones, para poner límites al capital imperialista y a la par fortalecer la subordinación de la clase obrera a la burguesía nacional.
Decía Trotsky que las medidas llevadas adelante por Cárdenas no se podían entender por fuera de la situación internacional: las disputas entre los imperialismos y que éstos tenían sus energías puestas en preparar la guerra.
México, decía Trotsky, está luchando denodadamente por su independencia nacional y la clase obrera de todo el mundo debía ponerse de su lado.
Para los socialistas, la lucha antiimperialista era, junto a la cuestión agraria, las demandas motoras de la movilización obrera y popular y la gran tarea por la cual luchar. ¿Pero cómo darla?
Aunque el gobierno cardenista realizó una acción valiente, los revolucionarios eran (y somos) conscientes que la lucha antiimperialista no se daría de la mano de la burguesía. Sus partidos y sus gobiernos —aun aquellos más nacionalistas— no romperían con el imperialismo ni atacarían hasta el final y de conjunto los intereses de las grandes trasnacionales, ya que eso implicaba atacar las bases mismas de la dominación capitalista tal como se ejerce en nuestros países.
Esto se verificó posteriormente, cuando se pactaron las indemnizaciones con las empresas norteamericanas e inglesas, y después de eso, en la derechización de los gobiernos posteriores, hasta llegar a la apertura petrolera en el 2014.
Frente a esto, la lucha antiimperialista pasaba necesariamente por la acción de la clase trabajadora, organizada democráticamente y en alianza con el resto de los oprimidos y explotados del campo y la ciudad.
La resolución misma de la independencia nacional y de demandas claves como la cuestión agraria, estaba entonces inseparablemente ligada a una perspectiva socialista y de ruptura con el capitalismo. Esto era la esencia de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky y su aplicación a nuestros países. Hoy podemos decir que esto no se aplica a cuestiones tales como la independencia nacional o el problema de la tierra, sino que también la depredación ambiental solo puede ser frenada poniendo en jaque la dominación capitalista.
Ese legado estratégico se verificó una y otra vez en nuestro continente. Sin ir más lejos, se mostró, por la negativa, en los llamados gobiernos posneoliberales de las últimas décadas, de los cuales AMLO es una expresión tardía.
Aunque mostraron matices entre sí, todos los gobiernos progresistas tuvieron en común que ninguno de ellos puso en cuestión seriamente la dominación imperialista, ni impugno el pago de la deuda externa, mecanismo fundamental de saqueo sobre la región. El resultado es que se mantuvo esta dominación subordinación y saqueo que en los tiempos actuales, se profundiza.
III
Volviendo a los tiempos de Trotsky en México durante las expropiaciones petroleras: para sostener una estrategia que permitiese derrotar al imperialismo, era imprescindible la solidaridad activa de la clase obrera de los países imperialistas.
Por eso Trotsky se dirigía al Partido Laborista Británico —que agrupaba a la mayoría de la clase obrera inglesa y era la principal fuerza opositora a los conservadores en aquel país— y planteaba que debía pronunciarse y expresar activamente su solidaridad y el repudio a la acción de su propio gobierno.
Escribía, en una carta pública al partido laborista publicada en el Daily Herald: “El mayor desarrollo de los intentos del imperialismo británico contra la independencia de México dependerá en gran medida de la conducta de la clase obrera británica... Es necesaria una firme resolución para paralizar la mano criminal de la violencia imperialista.”
Por eso es que también les decía a los trotskistas estadounidenses, que en ese momento agrupaban alrededor de 2000 militantes y reconocidos dirigentes sindicales: “sería muy bueno si nuestro partido se dirigiese al partido laborista británico, a los sindicatos, etc., con la propuesta de oponerse vigorosamente a la política de Chamberlain en el asunto del petróleo Nuestro partido podría asumir el papel dirigente en esta cuestión”.
Por eso es también que los trotskistas estadounidenses vinieron aquí a solidarizarse con el pueblo mexicano, y participaron en los mítines a favor de la nacionalización de la industria petrolera.
La postura de Trotsky era que la acción de los trabajadores en los países imperialistas, paralizando los resortes fundamentales de la economía, resultaba clave para el triunfo de los países oprimidos.
Consideraba por ejemplo que la misma acción del movimiento obrero estadounidense por sus propias demandas (aun y sin tomar en sus manos la lucha en defensa del petróleo mexicano), disuadió a Roosevelt de no emprender acción contra México, temeroso de que pudieran confluir con los trabajadores mexicanos.
Este legado tiene gran actualidad. Si los de arriba se unen, los trabajadores deben unirse más allá de las fronteras para enfrentar al enemigo común. Pensemos en lo que podría lograrse si los trabajadores de Estados Unidos enfrentasen hoy las políticas migratorias de Trump, exigiendo la apertura de las fronteras y plenos derechos a todos los migrantes, el retiro y la disolución de sus cuerpos militares como la border patrol en EEUU o la Guardia Nacional de AMLO en México, y si la clase obrera de ambos países forjara una poderosa fuerte alianza en contra de sus gobiernos. Sería un poderoso impulso y fortalecería la lucha antiimperialista en nuestros países.
De igual forma, en los países imperialistas no hay internacionalismo por fuera del antiimperialismo, como dicen en Estados Unidos los socialistas de Left Voice, periódico que es parte de la red internacional de diarios La Izquierda Diario, que impulsamos desde nuestra corriente internacional, la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional.
La única vía por la cual puede surgir un movimiento obrero revolucionario en Estados Unidos, que rompa con los partidos defensores de la colonización imperialista, es si levanta como propias el desconocimiento de la deuda externa y el fin al saqueo de los recursos naturales, por los cuales las trasnacionales succionan, como decía Trotsky, la savia vital de nuestro continente.
Avanzando en ese camino, es que la clase obrera estadounidense podrá abrazar una estrategia de lucha por el comunismo, para acabar con la dictadura de un puñado de grandes empresas sobre más de 250 millones de personas.
Esto requiere de construir organizaciones revolucionarias en nuestros países, partidos anclados en una perspectiva antiimperialista y socialista, y reconstruir el partido mundial de la revolución socialista.
Quiero culminar esta participación, recordando que en 1938, Decía el manifiesto de la IV Internacional: “Sud y Centro América solo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo todos sus estados en una poderosa federación Pero no será la retrasada burguesía, esa sucursal del imperialismo, la llamada a resolver esta tarea. Sino el joven proletariado, quien dirigirá a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha contra la violencia del imperialismo mundial será, por tanto, por los Estados Unidos Soviéticos de Sud y Centro América”.
Hoy, cuando nuevos ataques imperialistas se ciernen sobre los pueblos de la región, cuando los gobiernos de la burguesía nativa son los administradores de los intereses de las trasnacionales más allá de posible retorica progresista, la lucha antiimperialista y por la independencia efectiva de nuestros países debe ser tomada en sus manos por la clase obrera, y está inseparablemente ligada a una estrategia socialista y de lucha por el comunismo.
COMENTARIOS