Después de la reaparición de Lev Trotsky como personaje histórico y la publicación de sus escritos en los años finales de la URSS, los estudios referidos a la vida y las ideas de este revolucionario se prolongaron en la Rusia postsoviética. Esta nueva etapa de la trotskología tuvo como trasfondo el restablecimiento del sistema capitalista y la fundación de un orden político democrático-liberal en el país euroasiático.
El poscomunismo en los años 90
A principios de 1992, las reformas introducidas bajo la presidencia de Borís Yeltsin tuvieron efectos en la investigación histórica. Un hecho a destacar es la apertura parcial de los archivos del Partido Comunista y la desclasificación documental de los órganos estatales soviéticos, disposición que favoreció el trabajo de los historiadores, que, además, quedaba liberado de la sujeción al gobierno monopartidista.
Sin embargo, los investigadores enfrentaron limitaciones en cuanto a la difusión de su trabajo. La liberalización de los precios, como consecuencia de la introducción de la economía de mercado, afectó considerablemente la actividad editorial. De ahí que, en comparación con las publicaciones sobre temas históricos en los años de la perestroika, el número de estas descendió notoriamente en la década de 1990.
Por otra parte, el Gobierno adoptó como Día Nacional el 12 de junio, fecha de la Declaración de la Soberanía Nacional de la Federación de Rusia, aprobada el 12 de junio de 1990. Este hecho reemplazaba en la efeméride el Día de la Revolución, que se conmemoraba oficialmente el 7 de noviembre. Y, en el plano de los símbolos patrios, la bandera de la Unión Soviética era sustituida por el emblema tricolor. También se elaboró un discurso histórico que condenaba el pasado comunista.
Según esta óptica, la época prerrevolucionaria había traído beneficios y prosperidad al país, en tanto que la Revolución de Octubre marcaba el inicio de un experimento social con resultados trágicos. Se asociaba el gobierno bolchevique a un régimen de terror instituido por Lenin y perfeccionado luego por Stalin. De acuerdo con esta versión, Trotsky fue uno de los arquitectos del sistema totalitario que aspiraba al ideal utópico del comunismo. Los hechos aludidos en abono de dicha tesis se referían a las severas medidas represivas que Trotsky y Lenin defendieron en los años de la Guerra Civil.
Tal interpretación fue expuesta en diversas obras. Al mismo tiempo se publicaron otras opiniones, como aquella que destacaba el rol opositor de Trotsky frente al autoritarismo burocrático en el Partido y su combate político por el establecimiento de una democracia obrera en los sóviets. Así, el sociólogo Vadím Rogovin sostuvo en una serie de libros que la oposición trotskista representó una alternativa factible al estalinismo.
De forma paralela a las biografías y los estudios académicos, se publicó gran parte de la obra de Trotsky. De tal suerte, vieron la luz algunos de sus libros capitales, como La revolución permanente, La Revolución traicionada e Historia de la Revolución rusa.
La era de Putin
En el año 2000 asciende a la presidencia de la Federación rusa Vladímir Putin, cuyo gobierno representará los intereses de los servicios de seguridad del Estado, del Ejército, de la oligarquía y de los grupos políticos interesados en cimentar el poder de Rusia. Su política se ha orientado al fortalecimiento de la presencia del Estado y a la afirmación de su autoridad. La observancia formal de las reglas democráticas, el pluralismo limitado y el estilo autoritario del presidente son rasgos de un sistema político que los analistas califican de “autoritarismo liberal”.
Un objetivo central de la política putiniana ha sido reforzar el sentimiento nacional a través de un discurso patriótico-nacionalista. Para ello se destaca el glorioso pasado de la “Gran Rusia” como elemento de identidad. Con este propósito se ha reapropiado de símbolos del zarismo, como el águila bicéfala, que figura en el escudo. A la vez se ha mantenido la bandera tricolor –símbolo nacional ruso– y la música del himno de la Unión Soviética. Se pretende así que el amplio conjunto social se sienta representado en los símbolos patrios.
Si bien Putin ha sido explícito al declarar que la época soviética representa un capítulo cerrado de la historia rusa, su régimen glorifica el triunfo del Ejército Rojo sobre Alemania en la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, el 9 de mayo, fecha que conmemora la victoria sobre el fascismo, se ha convertido en festividad nacional y en uno de los símbolos de la nueva identidad rusa.
Estimando que la función esencial de la enseñanza de la historia es infundir el patriotismo, el Gobierno observó que los textos escolares divulgaban una visión negativa de la historia contemporánea de Rusia, sobre todo en lo que respecta a la represión y las purgas bajo la dictadura de Stalin; y ordenó la redacción de un nuevo texto correspondiente al noveno grado de instrucción. Aprobado por el Ministerio de Educación y Ciencia de la Federación Rusa y publicado en 2013, el libro Historia de Rusia. Siglo XX – Inicios del siglo XXI señala que el derrumbe de la autocracia zarista, en febrero de 1917, no solucionó los problemas relacionados con la guerra y agregó otros: “la creación de un gobierno incapaz y el futuro del régimen estatal del país”. [1] Y describe la Revolución de Octubre como un “golpe de Estado que condujo al poder al partido de los bolcheviques”. [2] El texto escolar exponía una visión más positiva del período soviético, indicando que la URSS “en breves plazos históricos se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo”, [3] y que en el transcurso de más de cuarenta años la Unión Soviética alcanzó el nivel de superpotencia, superando de esta manera a sus rivales, entre ellos a los Estados Unidos, país al que aventajó en muchos aspectos del desarrollo científico-técnico. Al mismo tiempo recordaba que el coste de estos logros fue muy elevado.
En cuanto a Trotsky, el citado manual describía en términos objetivos su actividad en la Revolución y en el Partido Comunista. Acerca de la Guerra Civil, además de hacer referencia al “gran papel” que Trotsky jugó en la creación del Ejército Rojo, le atribuye la iniciativa en la creación de campos de concentración “en donde fueron enviados los rehenes, desertores y prisioneros de los así llamados enemigos de clase, así como los delincuentes”. [4]
Sobre la lucha partidista en los años veinte, interesa apuntar que el texto destaca la opinión favorable de Trotsky al desarrollo de la democracia interna del Partido, mediante discusiones y la libertad de formar fracciones. Y agrega que:
“Para la cúspide partidaria y la dirigencia soviética, ya acostumbrados a los privilegios y prácticamente a un poder ilimitado, las propuestas de Trotsky y sus seguidores sobre la ampliación de la democracia interna partidarista eran inadmisibles.” [5]
En el área de la investigación histórica se han publicado trabajos que estudian diversos aspectos de su actividad política y pensamiento. En este campo, hemos de citar los libros: León Trotsky: teórico militar (2003), de Yuri Kirshin, Trotsky y sus camaradas: la Oposición de Izquierda y la cultura política del Partido Comunista Ruso. 1923-1924 (2017), de Aleksandr Reznik, y la biografía de Trotsky en cuatro tomos, publicados entre los años 2012 y 2013, de los historiadores Yuri Felshtinskii y Georgui Cherniavski.
Al margen de este tipo de obras científicas y acorde con la visión nacionalista de la historia que promueve el gobierno de Putin, han resurgido antiguos mitos sobre Trotsky, a la vez que se han falseado desembozadamente hechos de su vida política. Por ejemplo, en la biografía titulada Trotsky: mitos y personalidad, de Yuri Emeliánov, publicada en Moscú en 2003 –y reeditada en 2018–, se afirma que Trotsky mantuvo lazos con organizaciones secretas mundiales, como la masonería, con el propósito de debilitar a Rusia. También sostiene su autor que el proyecto de revolución mundial, preconizado por Trotsky, buscaba subordinar el país a la hegemonía y los intereses políticos de Occidente.
Otra teoría conspirativa es la que difunde el documental de la televisión rusa Lev Trotsky. El misterio de la revolución mundial (2007), dirigido por Galina Ogurnaia. Aquí se sostiene que las actividades de Trotsky obtuvieron apoyo económico del banquero judío estadounidense Jacob Schiff, quien se hallaba vinculado a la banca alemana; informa que Schiff planeaba aniquilar el Imperio ruso y que, para tal fin, encontró en Trotsky a un “peón útil”. Además, asegura que Trotsky estuvo asociado con el socialista judío ruso Aleksandr Helphand (Parvus), que lideró dos organizaciones de espionaje a favor de Alemania y de Inglaterra. Así, el documental informaba que Trotsky, sirviendo a intereses extranjeros, había desarrollado una actividad conspiradora en contra de Rusia. Como puede notarse, tal versión es una variante de la imputación de Stalin, que en los años treinta acusó a Trotsky de ser agente contrarrevolucionario al servicio de países imperialistas.
Pero la deformación más grotesca e infame que se haya presentado de Trotsky en la Rusia contemporánea es la miniserie de ocho capítulos de los directores Aleksandr Kott y Konstantín Statski. Producida por Sreda, emitida por la televisora estatal Canal Uno en noviembre de 2017 y exhibida a nivel mundial por la plataforma Netflix un año después, la serie ha provocado numerosas reseñas que denuncian la tergiversación dolosa que se exhibe de los hechos históricos, que bien podría haber justificado una querella judicial por difamación. Entre aquellos textos destaca la declaración conjunta del ingeniero Esteban Volkov, nieto del revolucionario, y del CEIP “León Trotsky”, publicado el 20 de febrero del presente año, que resumió en diez puntos las más graves distorsiones de esa producción. El documento tuvo gran repercusión mediática y contó con la adhesión de centenares de firmas a nivel internacional.
La falsificación desvergonzada de los hechos en Trotsky revela los temores políticos del actual Gobierno ruso, que observa la revolución “como un mal y un peligro”. De ahí el interés del oficialismo en que la conmemoración del centenario de la Revolución de Octubre haya transcurrido de manera discreta; con ello se evitaba profundizar la reflexión sobre este hecho histórico que pudiera dividir la opinión de los ciudadanos e incentivar alguna forma de radicalización.
Mientras el Gobierno razonaba de esta manera, a contramano, en el sitio web “1917. Historia libre”, dirigido por el periodista Mijaíl Zygar, se informaba en ruso y en inglés de los sucesos acaecidos diariamente en el año 1917. El objetivo principal de este proyecto era explicar, a partir del uso de diversas fuentes, las causas de la Revolución y cómo esta transcurrió. En cuanto a los líderes revolucionarios, Zygar informaba que de todos ellos el más popular entre los usuarios era León Trotsky:
“Los que leen el proyecto saben que Trotsky es la figura más importante de esa historia, que Trotsky fue el que organizó la Revolución de Octubre, no Lenin ni Stalin. Para ellos Trotsky es el personaje central. A medida que se acerca octubre, entramos en ese periodo de nuestro proyecto, cuando Trotsky se va convirtiendo en el personaje más importante y popular.” [6]
De tal suerte, se comprueba que, mientras los medios oficiales se empeñaban en deshonrar la memoria de Trotsky, una considerable audiencia en el ciberespacio, conformada sobre todo por jóvenes, se interesaba en indagar sobre su papel en la Revolución de Octubre.
Consideraciones finales
En la Rusia postsoviética se han ampliado las explicaciones históricas en torno a León Trotsky. En la bibliografía especializada observamos distintas perspectivas acerca de su vida y legado. Entre las principales, hemos de mencionar los estudios académicos que, desde un enfoque crítico y contextualizado, abordan aspectos de su itinerario político. Destaca, asimismo, la interpretación marxista de su pensamiento en los trabajos de autores que simpatizan con sus ideas. Se halla también el relato nacionalista, que recrea antiguos mitos a la vez de elaborar nuevas mistificaciones. En tal concepción pueden hallarse elementos de la tradición rusófila y seculares prejuicios antisemitas.
Esta última versión es la que le interesa difundir a los medios de comunicación vinculados a Rusia Unida, el partido gobernante, con el objetivo de perpetuar el envilecimiento de Trotsky y exhibir la Revolución como un trágico error. Ello permite entender por qué Trotsky es percibido por la opinión pública como una figura esencialmente negativa. Esto se expresó en el sondeo realizado por el Centro de Estudios de la Opinión Pública de Rusia en 2017, donde se registró que el personaje en cuestión despertaba un 52% de antipatía y 21% de simpatía. [7]
Existe, pues, la voluntad del gobierno conservador de Putin por alterar la memoria histórica de acontecimientos y personajes considerados incómodos para el proyecto nacionalista que ampara y lidera, creyendo conjurar así el fantasma de la revolución.
Bibliografía
BONET, Pilar, “Lenin y Stalin están cada vez mejor valorados entre los rusos”, El País, 7 de noviembre de 2017 [en línea] [Consulta: 4 de junio de 2019] <https://elpais.com/internacional/20...>
DAVIES, R.W., Soviet History in the Yeltsin Era, Londres, Macmillan Press, 1997.
EMELIÁNOV, Yu., Trotskii: mifi i lichnost, Moscú, Veche, 2003.
GARCÍA HIGUERAS, Gabriel, Trotsky en el espejo de la historia (Ensayos), 2ª ed., Ciudad de México, Editorial Fontamara, 2017.
GROPPO, Bruno, “Los problemas no resueltos de la memoria rusa”, Nueva Sociedad, n.° 253, septiembre-octubre 2014, pp. 89-104.
LEE WYNEE, Patricia, “La Revolución Rusa vía Internet”, en El nacimiento de una utopía 1917-2017. Centenario de la Revolución Rusa, Ciudad de México, Proceso, 2017, pp. 41-45.
TAIBO, Carlos, Rusia en la era de Putin, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2006.
ZAGLADIN, N.V. et al., Istoria Rosii. XX – nachalo XXI, Moscú, Russkoe Slovo, 2013.
COMENTARIOS