La acción revolucionaria de masas y las ilusiones parlamentarias
En La revolución española y la táctica de los comunistas redactado desde su exilio en Prinkipo (24 de enero de 1931), podemos leer que la “cadena del capitalismo se ve de nuevo amenazada con romperse por el eslabón más débil: ha llegado el turno a España”. Trotsky señala que la dimisión de la presidencia del general Primo de Rivera -que había sido nominado por el rey Alfonso XIII-, “despertó todo los descontentos y todas las esperanzas” en las masas. Dámaso Bérenguer, nombrado por el rey en reemplazo de Rivera, para intentar salvar el régimen monárquico, “se convirtió en el portero de la revolución”. Sabemos lo que vino más tarde ese año: la república fue proclamada en abril. En junio se realizaron las elecciones a las cortes constituyentes por medio de sufragio masculino. Terminando el año, ya había sido aprobada una nueva constitución como base de la llamada “segunda república” que terminaría trágicamente con la dictadura de Franco.
El trasfondo de estos hechos políticos históricos era la acción de masas y las tendencias del proletariado a realizar grandes acciones mancomunadas como “la jornada del 15 de diciembre (1930), caracterizada por el hecho de que los obreros se levantaron simultáneamente no sólo en las grandes ciudades, sino también en las poblaciones secundarias aprovechándose de la señal de los republicanos porque ellos no disponen de un vocero propio suficientemente sonoro”. Trotsky escribe que la derrota de ese movimiento –dirigido políticamente por socialistas, republicanos y fracciones militares-, “no ha provocado ni una sombra de decepción. La masa considera las propias acciones como experimentos, como escuela, como preparación. Es este uno de los rasgos más elocuentes de los periodos de impulso revolucionario”.
Aun visualizando este impulso revolucionario del movimiento de masas, el dirigente marxista era consciente de las ilusiones que aquél tenía en la vía parlamentaria-constitucional para realizar las transformaciones que requería España en 1931, empezando por la proclamación de la República. Según Trotsky, teóricamente no estaba excluida la hipótesis de que el movimiento revolucionario se hiciera tan fuerte “que no dejará a las clases dominantes ni el tiempo ni el lugar para el parlamentarismo”, pero, a su entender, ese camino era el menos probable. El principal límite para avanzar a un tipo de poder obrero basado en la autoorganización que no tuviera necesidad de atravesar una etapa de parlamentarismo burgués, era que:
«El proletariado español, a pesar de sus excelentes cualidades combativas, no cuenta aún con un partido revolucionario reconocido por él ni con la experiencia de la organización soviética. Además, en las filas comunistas, poco numerosas, no hay unidad, ni un programa de acción claro y admitido por todos. Sin embargo, la cuestión de las Cortes ha sido puesta ya a la orden del día. En estas condiciones, hay que suponer que la revolución tendrá que pasar por una etapa de parlamentarismo».
Las cortes constituyentes revolucionarias contra las trampas de la monarquía
Pero el hecho de que el rey Alfonso XIII y el recién nominado Dámaso Berenguer se mantengan en el poder, para Trotsky implicaba que “los obreros avanzados deberían oponer a las cortes regimentadas desde arriba “la consigna de Cortes Constituyentes revolucionarias”. Agregaba que:
«debemos desenmascarar implacablemente el charlatanismo de la consigna de las Cortes Constituyentes en los labios de la burguesía de “izquierda”, la cual en realidad no quiere más que unas Cortes de conciliación por la gracia del rey y de Berenguer para hacer un trato con las viejas camarillas dirigentes y privilegiadas. Unas verdaderas Cortes Constituyentes pueden ser convocadas únicamente por un gobierno revolucionario, como resultado de la insurrección victoriosa de los obreros, de los soldados y de los campesinos. Podemos y debemos oponer las Cortes revolucionarias a las Cortes de Conciliación; pero, a nuestro juicio, sería erróneo renunciar, en la etapa actual, a la consigna de las Cortes revolucionarias».
Es notoria la contraposición que realiza en este párrafo: unas “verdaderas cortes constituyentes que pueden ser convocadas únicamente por un gobierno revolucionario” producto de una insurrección versus unas Cortes de conciliación con el rey y el presidente. Que las constituyentes planteadas por Trotsky sean “revolucionarias” tiene que ver con el hecho de que entendía de que las cortes sesionando bajo Alfonso XIII eran en última instancia un disfraz democrático de una monarquía profundamente retrógrada que sostenía el atraso económico y la miseria social, el privilegio de la Iglesia, los terratenientes y los industriales, razón por la cual destruir el poder monárquico se asociaba a la posibilidad de unas “verdaderas cortes constituyentes” que no limitaran su actuar a las coordenadas impuestas por los poderes constituidos.
Cortes constituyentes y poder obrero
Ahora bien, el programa democrático radical de derribar el poder monárquico por medio de la insurrección con el fin de poner en pie cortes constituyentes revolucionarias, para Trotsky no implicaba un camino llano y directo al poder obrero.
Para él “reducir todas las contradicciones y todos los objetivos a un solo denominador: la dictadura del proletariado, es una operación necesaria, pero completamente insuficiente”. Para “reunir y cohesionar alrededor de la vanguardia a los sectores heterogéneos de la clase obrera ya las masas trabajadoras del campo, todavía más heterogéneas” no sirve “oponer pura y simplemente la consigna de la dictadura del proletariado a los objetivos históricamente condicionados que impulsan actualmente a las masas hacia la senda de la insurrección”. En su mirada, hacer eso, “sería el mejor medio de perder la revolución”.
Lejos de un iluminismo que no tiene en cuenta la conciencia democrática de las masas, Trotsky considera que “la lucha por la representación democrática, así como la participación en las Cortes en una u otra etapa de la revolución, pueden facilitar incomparablemente la realización de este cometido (el poder obrero)”. La cuestión del parlamento y la necesidad de una república, en la España monárquica de 1931, era precisamente uno de los objetivos "históricamente condicionados" más importantes que motorizaban la lucha de masas.
A partir de esta definición, cuando fue proclamada más tarde la república, Trotsky tuvo la suficiente flexibilidad táctica para proponer girar desde la táctica del boicot a las cortes convocadas por Berenguer y la monarquía, a la táctica de conquistar una tribuna revolucionaria en las cortes constituyentes convocadas por el recién asumido gobierno republicano, lo que no significaba depositar en aquéllas la confianza política. Esto lo ejemplifica a propósito de la lucha por la tierra contra los grandes terratenientes, que en España era un problema central:
«Ya sabemos que no son las Cortes las que resolverán el problema de la tierra. Es necesaria la iniciativa audaz de las propias masas campesinas. Pero para una iniciativa semejante las masas tienen necesidad de un programa y de una dirección. La tribuna de las Cortes es necesaria a los comunistas para mantener el contacto con las masas. Y de este contacto nacerán los acontecimientos que desbordarán las Cortes. En esto consiste el sentido de la actitud revolucionaria - dialéctica hacia el parlamentarismo».
El programa de transición y la estrategia revolucionaria
Trotsky, a partir de su análisis de la realidad económica, social y política en España, observa que entre los objetivos históricamente condicionados de las masas, los “objetivos y divisas de la democracia revolucionaria (república, revolución agraria, separación de la Iglesia del Estado, confiscación de los bienes eclesiásticos, libre determinación nacional, Cortes Constituyentes revolucionarias)” tienen -como hemos visto- enorme peso. Pero además de esos objetivos democráticos ¿qué otros “objetivos históricamente condicionados” impulsan o pueden impulsar a las masas a acciones históricas independientes?
En su análisis estratégico de la revolución en España, Trotsky concluye que la miseria generada por la crisis económica y el desempleo, plantea también la necesidad de luchar por demandas mínimas como “un programa radical de legislación social, particularmente el seguro de los sin trabajo, la transferencia de las cargas fiscales a las clases poseyentes, la enseñanza general obligatoria”. En su visión “todas estas y otras medidas análogas, que no sobrepasan aún el marco de la sociedad burguesa, deben ser inscritas en la bandera del partido proletario”.
Pero como sabemos, Trotsky no hacía una política en los marcos de la sociedad capitalista. Por eso consideraba que estas tareas políticas democráticas y mínimas se articulaban con “reivindicaciones de carácter transitorio: nacionalización de los ferrocarriles, los cuales son todos en España de propiedad privada; nacionalización de las riquezas del subsuelo; nacionalización de los bancos; control obrero de la industria; en fin, reglamentación de la economía por el Estado”. En su visión las demandas transitorias son inherentes al paso del régimen burgués al régimen proletario” y constituyen un “sistema de medidas de la economía organizada según un plan que sirve para preparar la sociedad socialista”.
¿Cómo realizar este programa que incluye demandas mínimas, democráticas y transitorias? Por supuesto, no depende de la “buena voluntad” de la burguesía o de los mecanismos de la democracia formal parlamentaria: se impone a través de la lucha de clases. Por eso, el programa, para Trotsky, requiere de consignas organizativas que hacen posible el desarrollo de una estrategia de combate. Una central es “la consigna del armamento de los obreros y de los campesinos (creación de la milicia obrera y campesina)”, la que “debe adquirir inevitablemente en la lucha una importancia cada vez mayor […] Esta consigna debe asimismo enlazarse estrechamente con las cuestiones de la defensa de las organizaciones obreras y campesinas, de la transformación agraria, de la libertad de las elecciones y de la protección del pueblo contra los pronunciamientos reaccionarios”. Además del armamento, es importante la coordinación o el frente único obrero: “La creación de juntas obreras está a la orden del día en España […] la organización de juntas presupone la participación en las mismas de los caudillos de la lucha huelguística: comunistas, anarcosindicalistas, socialdemócratas y sin partido”.
Pero además de la autoorganización Trotsky ve que un factor estratégico-organizativo determinante es el partido revolucionario: “Las masas populares, antes de que puedan conquistar el poder, deben agruparse alrededor de un partido proletario dirigente”.
Que eso ocurra no está dado de suyo. Precisamente, para ganar la confianza de las masas de la clase trabajadora y dirigir al movimiento de masas, el partido revolucionario necesita dialogar con su “estado de conciencia” y pelear por las consignas democráticas, mínimas y transitorias. Sin esas batallas, no hay unidad de las filas obreras y alianza con los sectores populares y, por consiguiente, no hay revolución victoriosa.
Viendo esto desde una óptica más general, Trotsky señalaba que “sólo los pedantes pueden ver una contradicción en la combinación de consignas democráticas con otras transitorias y puramente socialistas. Un programa combinado así, que refleja la estructura contradictoria de la sociedad histórica, se desprende inevitablemente de la diversidad de problemas legados en herencia por el pasado”.
Ahora bien, la “interrelación” de los distintos aspectos del programa no es un hecho automático: la lucha para que las masas se agrupen tras un partido revolucionario, la construcción de ese partido como fuerza material concreta y el desarrollo del poder obrero y la autoorganización, son los factores que permiten ir implementando el programa de transición de conjunto. El programa, según lo entiende Trotsky, no se separa de la estrategia, es decir, del problema de los sujetos y las fuerzas sociales que pelean por su implementación.
Actualidad
Cuando Alfonso XIII seguía rigiendo, Trotsky fue capaz de defender el programa de la corte constituyente revolucionaria como parte de un programa de transición que incluía una perspectiva anticapitalista. Su consigna de “corte constituyente revolucionaria” o “asamblea constituyente revolucionaria” no era simplemente una repetición del parlamentarismo de los partidos reformistas o una simple consigna democrática radical, sino parte de un programa revolucionario más amplio.
En el Chile de 2020 no tenemos un monarca pero sí tenemos un presidente de la república que se acostumbró a gobernar en estado de excepción y un parlamento odiado por el pueblo. Poner en pie una asamblea constituyente libre y soberana (sin ningún poder por sobre ella) conquistada a través de la huelga general y los métodos revolucionarios, es un camino que se planteó posible en octubre y sobre todo el 12 de noviembre de 2019 con la jornada de huelga nacional y los enfrentamientos de masas con las fuerzas represivas en todo el país. Pero los partidos de la cocina hicieron el pacto por la paz (15 de noviembre) que está en la base del actual proceso constitucional en el que la opción de asamblea constituyente no está presente y en el que hay una serie de trabas antidemocráticas. Esto, mientras el gobierno de Piñera continúa.
En este escenario, una cuestión básica es alinearnos en el campo de las masas que quieren terminar con la constitución de Pinochet. Por eso votamos apruebo. Pero al mismo tiempo -junto a decenas de organizaciones sociales y políticas- advertimos que la convención constitucional, en sus dos versiones (mixta y no mixta), está diseñada con el fin de facilitar un nuevo pacto social funcional a los intereses de los capitalistas, los grupos dominantes del país y el propio gobierno. Por eso, en la segunda papeleta anulamos y contraponemos una tercera papeleta con la consigna asamblea constituyente libre y soberana, que para nosotros sólo puede ser conquistada sobre las ruinas del régimen y a través de los métodos revolucionarios como la huelga general. El mensaje detrás de esta opción es que sin derribar el régimen y con Piñera en el poder, cualquier deliberación constitucional será sumamente restringida. Con esto creemos tomar las lecciones estratégicas -en las condiciones del presente-, de la discusión que hacía Trotsky en el debate constituyente de 1931 en España y su consigna de “cortes constituyentes revolucionarias".
Por otro lado, los actuales niveles de desempleo y la situación del país, hacen insuficiente cualquier programa que se limite a la cuestión constitucional. Un programa de transición que incluya demandas mínimas contra el desempleo, consignas democráticas como el derecho a la autodeterminación del pueblo mapuche o transitorias como la nacionalización de los recursos estratégicos bajo gestión de los trabajadores, al mismo tiempo que desarrollar las experiencias de autoorganización (como el comité de emergencia y resguardo de Antofagasta) y construir un partido revolucionario de la clase obrera, son tareas ineludibles para quienes luchamos por una transformación socialista de la sociedad. El abordaje que hace Trotsky del proceso revolucionario en España, a inicios de la década de 1930, es una caja de herramientas muy valiosa para encarar estos problemas actuales.
COMENTARIOS