La victoria del “en contra” representó un aire para un gobierno que parece solo seguir la corriente. Ahora, con el proceso constitucional “cerrado” el Frente Amplio deberá volver a discutir sus fundamentos. Presionados por la realpolitik, pareciera que del proyecto de “grandes transformaciones” queda poco o nada. Con un pragmatismo por delante, una fusión con la ex Concertación sería inminente.
Lunes 25 de diciembre de 2023
Con el cierre parcial del proceso constitucional, el gobierno de Gabriel Boric y el Frente Amplio parecen haber ganado un breve respiro para reflexionar sobre el proyecto político que representan y pretenden construir.
Esto, que podría ser parte de la realidad natural de todo conglomerado, pone una dificultad adicional al Frente Amplio si consideramos que accedió a la primera magistratura y a una amplia bancada parlamentaria con el compromiso de impulsar "grandes transformaciones" que mejoren las condiciones de vida de las y los chilenos.
Pero de esta promesa queda poco o nada. Y no como pudieran justificar muchos militantes frenteamplistas debido a la falta de mayorías en el parlamento, sino por la propia renuncia programática que asumió el gobierno que se dió por dos vías: uno integrar al Socialismo Democrático en el riñón de la administración (hoy tiene los principales ministerios políticos del gabinete) y dos, asumiendo como propia la agenda represiva de la derecha (Ley Nain Retamal, militarización del wallmapu, ley anti-usurpaciones, aprobación de más de 50 leyes sobre "seguridad", etc). La aprobación de reformas estructurales pasó a segundo plano y debieron pasar por "victorias" leyes que ampliaron la flexibilización (como la ley de 40 horas) o que no marcan hasta el final la diferencia para las grandes mayorías (conciliación vida familiar, modificaciones en el seguro de cesantía, etc).
Con este camino trazado, el "criterio de realidad" del gobierno, sus parlamentarios y autoridades pareciera estar cada vez más mimetizado con el proyecto político concertacionista que con ese discurso de cambio que intentó posicionar en los orígenes de la coalición.
Es más, durante la formación de los partidos que hoy conforman al Frente Amplio, se pudo observar un amplio debate programático y estratégico, con congresos de fusión, unidad y otros, donde se debatió desde el sujeto transformador, hasta el rol de las organizaciones sociales en el impulso de dichos cambios.
Todos estos debates, una vez en el poder fueron tirados a la basura y se cambió por una práctica totalmente adaptada al régimen del Estado cuya máxima expresión es el escándalo de democracia viva y que tuvo como postal un Daniel Andrade (ex presidente FECH, exdirigente UNE y ahora exdirigente RD) esposado junto a otros militantes de este último partido, acusado de malversar fondos públicos a través del caso fundaciones. Y no es que esto sea solo una mala práctica de Andrade y compañía, sino que responde a una lógica de cómo funciona el Estado y su sistema de prebendas para sostenerse como régimen legitimado frente a la sociedad. Como señaló un dirigente del FA a La Tercera: "El poder finalmente termina actuando como una máquina disciplinadora y de contención", pero no cualquier disciplina, es la de los capitalistas, los poderes fácticos y eso incluye a la derecha y la concertación.
Atrás quedaron las consignas del "no más AFP", "No al TPP11", contra la megaminería o la soberanía territorial. Consignas que representarían un lastre, según Carlos Peña, del cual Boric debe desembarazarse si quiere consolidarse como alternativa. Y parece que este estaría siendo el camino adoptado por el gobierno y el propio Frente Amplio que cada vez más se aleja de su proyecto inicial y que ahora, por resignación y un poco de hábito adquirido, tenderá a mimetizarse con sus socios de coalición.
Este giro, que es una combinación de pragmatismo y necesidad, es fruto de la decisión estratégica que fundó la coalición.
Por eso no extrañan sus zigzag entre un discurso de izquierda y de centro; el Frente Amplio y sus partidos no representan una alternativa histórica de superación del capitalismo y se han circunscrito a proponer una reforma moderada del capitalismo salvaje bajo la idea de construir una “salida al neoliberalismo”.
Hacia una colación moderada
El Frente Amplio nunca buscó terminar con el capitalismo; siempre sus dirigentes y en sus documentos hablaron de terminar con el modelo neoliberal, que serían las características de un capitalismo salvaje y nada humano. No por nada sus principales dirigentes vieron y ven aún con simpatía los proyectos burgueses del socialismo del siglo XXI que en su momento encarnaron el Chavismo (Venezuela), Evomoralismo (Bolivia) o el Kirchnerismo (Argentina), todos modelos que pusieron sus fichas en la redistribución de la riqueza sin atacar las bases fundamentales del capitalismo.
Así como fracasaron dichos proyectos, fruto de sus propias contradicciones y la situación internacional, las alternativas de los movimientos de segunda ola como los indignados en España, Grecia o EEUU, dieron como nacimiento a las corrientes neoreformistas que sin identificar ninguna clase/sujeto en el que anclar el proyecto emancipador, terminaron naufragando bajo el gobierno de Syriza, PSOE/Podemos o el liderazgo de Sanders en el Partido Demócrata.
Entonces, si sumamos el fracaso de los proyectos internacionales, el conservadurismo y pragmatismo que invadió rápidamente al gobierno y la mimetización con las prácticas habituales del “poder”, el leitmotiv del gobierno pareciera ser conservar el poder más que impulsar los cambios a los que se aspiraban. La impotencia de los votos se transformó en acomodamiento y en hacer propio el lema de los treinta años: “gobernar en la medida de lo posible”.
Ahora, con dos años por delante y ambos con elecciones mediante, el cálculo electoral pasará a primer plano si se quiere retener el poder a la espera de un mejor escenario. La necesidad de ampliar la coalición hacia el centro y construir una gran alianza electoral con la ex-Concertación pareciera ser el único camino viable.
Ya no importan las viejas querellas sobre el rol de dirigentes como Lagos o Vidal en la profundización del neoliberalismo en Chile; esas discusiones parecieran ser, a estas alturas, añejas y llenas de rencor juvenil, propio de salones universitarios donde la fauna selvática domina.
Ahora estos señores, esos que antaño encabezaban marchas o llamaban a la calle, esos que añoraban la anarquía, ahora nos dicen que “Los programas son horizontes a largo plazo, y bajo la actual correlación, requieres lograr avances para que el pueblo viva mejor. Jamás va a ser una derrota lograr un pequeño avance que signifique más dinero en los bolsillos de las familias trabajadoras. Eso es parte del arte de llegar a acuerdos”, decía Ibañez a La Tercera. ¿Dónde tendrá guardadas las tesis de la ruptura democrática que propugnó la Izquierda Libertaria de la cual Ibañez o Yeomans fueron miembros casi desde su fundación? Parecen ser cosas de juventud, como la tesis de Lagos (1963) contra “La concertación de los grupos económicos”, esos mismos que lo aplaudieron a la salida de su gobierno (2006). Pero a diferencia de Lagos y otros dirigentes concertacionistas, los muchachos del Frente Amplio no han vivido ninguna derrota histórica, no vivieron la caída del muro de Berlín o el derrumbe de la URSS, solo perdieron dos plebiscitos y algunas elecciones.
La renuncia a sus propias ideas no responde por lo mismo a balances propios, sino a su propio interés para acoplarse a las reglas del juego institucional, un juego del que parecen estar disfrutando.
Por lo mismo no es extraño oír a los dirigentes hablando de la necesidad de la “unidad”, de “ir al centro” o de buscar grandes acuerdos. De lo que se trata es de sacarse el mote “izquierdista” y pasar de lleno a los jugadores de grandes ligas, de pasillos parlamentarios y ser vistos como “serios” por el poder real, es decir, empresarial.
No sería raro que en el próximo ciclo electoral el Frente Amplio desaparezca bajo la bandera de una nueva gran coalición de centro-izquierda, desde la alicaída Democracia Cristiana hasta un desintegrado frenteamplista que sume siglas a este nuevo esfuerzo por retener el ejecutivo frente a una derecha que se ve como ganadora.
¿Una fusión o desmembramiento?
La reducción del espacio que hoy ocupa el Frente Amplio seguro llevará a una fusión de los partidos que lo componen. Ya se habla de una absorción de Convergencia Social de la mala marca que representa Revolución Democrática. Comunes, un partido al que aún le pesa Karina Oliva, deberá evaluar qué tan conveniente es mantener un espacio propio, sobre todo cuando se deban negociar los cupos municipales. Del resto de los grupos poco o nada, muchos han desaparecido o terminado orbitando al Partido Comunista.
Con la disolución de Apruebo Dignidad, la puerta para la alianza con los partidos de los treinta años se pone a la orden del día.
La opción de volver al camino propio, para estos grupos, no se ve viable, sobre todo porque significa perder la legalidad y seguramente los cargos parlamentarios y municipales. Al final, si se mantienen en los márgenes del modelo, primaría la tesis de Guzmán donde “La Constitución -ahora la política para el Frente Amplio- debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque – valga la metáfora – el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para ser extremadamente difícil lo contrario”.