Se cumplieron 20 años del estreno de El club de la pelea (Fight club), el film dirigido por David Fincher se transformó rápidamente en una cinta culto y en una referencia cultural y política para miles de jóvenes durante los 90. Acá un breve análisis histórico y su relación con algunas otras películas que marcaron esa década.
Luis Bel @tumbacarnero
Martes 31 de diciembre de 2019 11:55
Fight Club (El club de la pelea) se podría relacionar con una serie de películas que en los 90 se transformaron en cintas de culto, comenzando por Pulp Fiction (1994) de Tarantino, las británicas Trainspotting (1996) de Danny Boyle y The Full Monty (1997) de Peter Cattaneo, The big Lebowski (1998) de los hermanos Cohen y American Psycho (2000), dirigida por Mary Harron, basada en el libro homónimo escrito por Bret Easton Ellis en 1991.
“El club de la pelea” se estrenó en noviembre del 99 y durante todo el año han salido diversas críticas y análisis en medios digitales y escritos. Muchos de estos se centran en la cuestión del “bromance”: una relación íntima, cercana y asexuada, entre dos o más hombres (parafraseando un poco a Wikipedia); otros se centran en su crítica a la sociedad de consumo y al capital financiero; o como expresión del movimiento antiglobalización; o como inspiración de los foros machistas del denominado “Incel” (celibato involuntario); como referencia para grupos de ultraderecha y hasta desde el feminismo se vio en el filme los destellos del fin del patriarcado.
Sin contar que también marcó una época de la mano de Tyler Durden (Brad Pitt) con su campera de cuero roja y sus pantalones a cuadros y Marla Singer (Helena Bonham Carter) y sus extravagantes atuendos a lo “dark doll”, en lo que a moda se refiere.
Podríamos decir que El club de la pelea es un poco de todos esos elementos y mucho más. Pero para eso vamos a verla un poco más en contexto.
“- We still men?-
- Yes, we’re men
- Men is what we are”
En lo que respecta al “bromance” es un tópico que tienen en común casi todas las películas nombradas. La focalización está puesta en personajes masculinos en conflicto con otros personajes masculinos. Aunque cada narrativa nos muestre diferentes realidades.
“Somos una generación de hombres criados por mujeres, me pregunto si otra mujer es la respuesta que necesitamos”.
Si bien en algunas hay personajes femeninos fuertes, como Marla Singer, son complementarios de los masculinos, incluso el personaje de Uma Thurman en Pulp Fiction, Mia, lleva el apellido de Marcellus Wallace.
Quizás, más en el fondo, en algunas de estas películas lo que se nos muestra es a la mujer como víctima de las decisiones de los hombres. No es que vayamos a restar importancia a los análisis de género realizados alrededor de obra de Fincher, pero nos vamos a concentrar en el contexto histórico de su emergencia.
“Everything is the copy, of the copy, of the copy”
Podríamos decir que la alineación es uno de los ejes que atraviesa casi todas las tramas, los personajes están enajenados, no son dueños de sus destinos, y forman parte de una maquinaria que no les pertenece y que los extraña (y en algunos casos los expulsa) de la producción social. Los 90 son el resultado de los 80, el ascenso triunfal de un neoliberalismo indiscutido, el mundo tras Margaret Thatcher, Ronald Reagan, la caída del Muro y el fin de la URSS, un mundo que Francis Fukuyama plasmará como tesis en su libro El fin de la historia y el último hombre (1992).
El posmodernismo profetiza el fin de los grandes relatos, la clase obrera es negada como sujeto de cambio histórico y disuelta bajo un manto “igualitario” de ciudadanía con la promesa de que todos y todas podemos acceder a ser consumidores.
Este panorama histórico social de decadencia cultural capitalista puede verse de diferentes maneras en los filmes.
Pulp Fiction es la que nos muestra quizás de una manera más cruda la descomposición cultural capitalista, no hay un gesto, nada rescatable en una sociedad donde lo importante es la salida individual a través de la obtención de dinero fácil.
Trainspotting (ambientada en los 80) y The big Lebowski son dos odas nostálgicas a un mundo que ya no existe. La primera es una mixtura de las tensiones del fin del punk con el ascenso del yuppismo, mientras que en la segunda los personajes transitan errantes una época que ya no les pertenece, mirando la Guerra del Golfo por televisión mientras juegan a los bolos: tres personajes sesentistas en un mundo sin ideales y nada por qué luchar.
Este emergente del yuppie como personaje negativo en los 90 puede verse claramente en American Psycho (esta percepción cambiará en los 2000). El lado oscuro de quienes en apariencia han obtenido todo lo que el sistema puede ofrecerles, choca con un vacío existencial donde nada es suficiente y entra en juego la voracidad como fin. Entonces, el sujeto ideal que la época puede construir, se transforma en un monstruo sin sentimientos que solo encuentra placer en la destrucción del otro.
En The full monty (frase que en Gran Bretaña significa algo así como “absolutamente todo”) aparece la clase obrera, pero como sujeto derrotado por el neoliberalismo. Los trabajadores despedidos, la mayoría de mediana edad, buscan la forma de poder sobrevivir y alimentar a sus familias hasta llegar a la impactante metáfora de tener que hacer un show de strippers. Curiosamente, un show que en esos momentos era mayormente realizado por mujeres. La destrucción de la industria metalúrgica inglesa es tal que los ensayos se realizan en una fábrica abandonada.
Algo similar ocurre en Billie Elliot (2000), ambientada en las huelgas mineras de los 80 en Inglaterra, el padre de Billie y su hermano rompen la huelga para que el más chico se salve de la decadencia en la que se ve sumergida la industria minera y pueda cumplir su sueño de convertirse en bailarín clásico.
Hay varios elementos en estas dos películas, la resignación de la clase obrera, la puesta en discusión de la masculinidad construida alrededor de ella y la pregunta sobre el ¿qué harán los hombres ahora? Como en The full monty, Billie termina haciendo aquello que para la época estaba circunscripto al terreno de lo “femenino”. Algo que estará en el centro del conflicto.
La “ilusión de seguridad”
Fight club responde de manera parcial a todas estas preguntas. Su denuncia al consumismo y al predominio del capital financiero indican ya una reacción. Si bien es una reacción anárquica que no conlleva la organización de una clase, sí se puede vislumbrar como emergente aquellos trabajadores de servicios que laburan en la precariedad.
“Somos los hijos del medio de la historia. Sin lugar y sin propósito. No tenemos una gran guerra, ni una gran depresión. Nuestra gran guerra es una guerra espiritual, nuestra gran depresión son nuestras vidas”.
El pequeño ejército de “monos” que logra reclutar Tyler Durden está formado mayormente por trabajadores de servicios: porteros, seguridad de los edificios, personal de mantenimiento, recolectores de residuos, camareros, operadores de call centers, son los protagonistas de los atentados.
“Crecimos frente al televisor pensando que algún día seríamos millonarios, estrellas de cine, rockstars. Pero no lo seremos, lentamente nos damos cuenta de eso. Y estamos muy enojados”.
Para algunos esta frase representa el espíritu de la generación millenial, pero lo que resalta es el final, el “Y estamos muy enojados” es el punto de giro sobre el cual se desencadenan las acciones y es una vuelta de tuerca a la resignación que flotaba en los guiones de las otras cintas.
Dr. Yuppie y Mr. Durden
El libro está lleno de guiños a un thriller que podríamos denominar en gran medida psicológico. La doble personalidad que desarrolla Edward Norton (el narrador de la historia), es una lucha interna entre sus aspiraciones yuppies (compras por catálogo y ascenso social) y el pasar a la acción contra un sistema que no le puede ofrecer nada más que consumo desprendiéndose de todo lo material. Una gran metáfora de esto es el hecho de que Norton vaya al grupo de ayuda para cáncer testicular: un lugar donde un montón de hombres literalmente “sin bolas” se juntan a abrazarse y llorar.
Su alter ego, Tyler Durden, vive en las afueras de la ciudad en una casona derruida ubicada en Paper Street, un término que se utiliza en las planificaciones y los mapas de los desarrollos urbanos para indicar una calle que aún no fue construida. Fabrica jabón de la grasa de las liposucciones que la alta sociedad neoyorquina se realiza en una prestigiosa clínica de cirugía estética y orina en la sopa de un elegante restaurante.
Esta lucha (Dr. Jekyll y Mr Jackass), magistralmente narrada por David Fincher, es la lucha de toda una generación adormecida bajo el letargo de las promesas de un nuevo “sueño americano”.
“Yo estoy yendo al grupo de deudores anónimos. Esos están realmente jodidos”.
Quizás el punto débil del guión está en la ilusión de que volando por los aires a todo el centro financiero de EEUU se puede voltear al sistema. La visión naif expresada en la frase “Si se borran los records de deuda, todos volvemos a cero. Se crea un caos total”, está sustentada en lo mismo que en las otras películas, la falta de visión estratégica y de clase provocada por la reciente derrota histórica.
Pero también tiene un sustento real: los hogares estadounidenses están entre los más endeudados del planeta, superando esa deuda por arriba del 100 por ciento los ingresos anuales. Esta presión sobre la clase media en EEUU explica en parte la crisis del 2008 con la caía de Lehman Brothers tras el estallido de la burbuja financiera e inmobiliaria, la llegada al poder de Donald Trump, el Brexit y el ascenso de la lucha de clases en diferentes países con punto neurálgico en Francia.
Crisis que aún continúa abierta y a la que ni Obama, ni los llamados gobiernos pos neoliberales pudieron darle una salida.
“Veo una generación entera vendiendo gasolina, sirviendo mesas, esclavos de oficinas. En trabajos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos”.
No es raro que Fight club se haya transformado en referencia para parte del movimiento de extrema derecha surgido en Europa, el movimiento antiglobalización surgido a finales del siglo XX, encerraba no solo la lucha contra el consumismo y el neoliberalismo, entre otros elementos poseía un germen nacionalista y de rechazo a las inmigraciones provocadas por la exportación de grandes capitales en busca de mercados donde la mano de obra fuera más barata y por la rapacidad extractivista de los países imperialistas.
La protagonista de El club de la pelea es esa clase trabajadora estadounidense a la que Trump le habló en su campaña.
“Dependes de las personas que estás persiguiendo. Somos los que cocinamos tu comida, recogemos tu basura, hacemos tus comunicaciones, manejamos tus ambulancias, te cuidamos mientras duermes. No jodas con nosotros”.
La frase pronunciada por Durden al jefe policial que prometía frente a las cámaras investigar los actos vandálicos cometidos por una organización relacionada con el boxeo ilegal, posee en potencia aquello que el marxismo revela al elegir al proletariado como sujeto revolucionario, éste tiene en sus manos los medios de producción estratégicos del sistema capitalista. Y es justamente ese giro el que aún no llegó a profundizarse por ejemplo en la rebelión del pueblo chileno o en la resistencia al golpe de Estado en Bolivia. Esa estrategia es la que está puesta sobre la mesa hoy en Francia donde la clase trabajadora ha tomado el control de algunos sectores estrátegicos en su lucha contra las reformas neoliberales de Macron.
Fight club también anticipó la caída de la Torres Gemelas, un hecho que abrió el nuevo milenio y que dio lugar a la doctrina de “guerras preventivas” de Bush Junior, en una aventura desesperada del imperialismo estadounidense por apropiarse de recursos naturales.
¿Dónde está mi mente?
Precisamente en la aceptación de su destino, el narrador y Tyler Durden, ya vueltos uno solo, tomado de la mano de Marla Singer, ve caer como fichas de dominó los edificios del corazón financiero de occidente.
De fondo suena la guitarra cruda de “Where is my mind?” de los Pixies, pero bien podría haber sido algún tema de Radiohead (the yuppies networking reza Paranoid Android) o cualquier canción de Nirvana.
Porque las grandes bandas de los 90 están hechas del mismo material que estas películas, una crítica ácida a la sociedad capitalista y la certeza de que hay que revolucionar todo.