El grupo conmemorará las tres décadas de su disco más sólido y conceptual en el teatro principal de la calle Corrientes y recordamos una serie de detalles que explican esa obra cumbre.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Viernes 5 de octubre de 2018
Una tapa que fue una foto
Cuatro gigantes guadañando multitudes entre rascacielos modernos y ruinas precolombinas. Negro y blanco en contraste, sin sombras, apenas interrumpidos por unas mayúsculas doradas que decían “Violadores” y “Mercado indio”. La tapa del cuarto disco de la banda fundamental del punk sudamericano fue una verdadera obra de arte que plasmó Gustavo Romano, muralista que el grupo conoció en una exposición que hizo en Cemento. Imagen y sonido produjeron un interesante sincretismo que condensó la idea fuerza de un álbum atravesado por los viajes que antes de la grabación Violadores había hecho por países cercanos.
La contratapa y la lámina interna mantienen el mismo criterio estético, aunque ya no reproduciendo figuras humanas sino distintos objetos precolombinos como artesanías incaicas, o contemporáneos, como un rollo de fotos. Un trabajo de diseño completamente diferente al de la portada, que en realidad se trató de una fotografía sobre un mural que Romano desplegó nuevamente en Cemento, al cual le pegaron las letras con un material plástico.
Alto Perú
En Perú Los Violadores llegaron a vender más discos que Queen. Ocurrió en 1987, cuando viajaron dos veces a ese país y se convirtieron en furor antes de publicar Mercado indio. Entraron con “1, 2, Ultraviolento” e instalaron como hit una canción que en Argentina no fue de las más recibidas: “Sentimiento fatal”.
El debut se produjo en febrero con tres shows en la Plaza de Acho, multitudinario aforo de Lima. Empezaron de menor a mayor y la última noche, en la que metieron diez mil personas, Pil casi muere electrocutado por el cableado del escenario.
Volvieron en junio y arrasaron con treinta mil entradas en Acho, el triple que Soda Stereo semanas antes. A esos dos shows en Lima le siguió una gira de tres semanas por el interior peruano con escenas de intenso fanatismo. “En Piura tocamos en un estadio de básquet donde el público estaba en las tribunas porque había que cuidar el parquet de la cancha, pero intentaban bajar y los de seguridad les daban con todo para que volvieran a subir”, recuerda Pil. “¿Y te acordás cuando fuimos a Chiclayo?”, le pregunta Stuka. “Nos vinieron a buscar con el camión de los bomberos y andábamos por la ciudad saludando a todo el mundo como celebridades. ¡Y a la noche tuvieron que cortar la luz en el pueblo para que el estadio tuviera electricidad!”.
¿Cartas a Londres o bombas a Londres?
La Guerra de Malvinas fue objeto de varios temas de Violadores. Mercado indio retoma la temática a través de “Bombas a Londres”, un himno de letra y música de Stuka.
Todavía hoy Pil recuerda la primera vez que la tocaron en vivo. “Fue en Perú, antes de sacar el disco. Ese país también estaba convulsionado y preguntamos: ¿Qué le mandamos a Londres? ¿Cartas o bombas? La respuesta fue unánime e impresionante”.
Los Voladores de la ley
En sus inicios, durante la dictadura, Los Violadores debían suprimir la letra “i” de los afiches por prescripción militar, quedando un insípido y hasta ridículo Los Voladores. En su apogeo, ya en democracia, recuperaron su nombre, aunque debieron explicarlo.
Así surgió “Violadores de la ley”, poderoso cierre del lado A de Mercado indio, tal vez una de las canciones más breves de su historia (menos de dos minutos y medio) pero a la vez más explícitas: “Nosotros somos un grito: Violadores… ¡de la ley!”.
Aunque la canción explicó hace ya tres décadas atrás que los músicos no se reivindican como violadores de personas, algunos aún hoy siguen acusándolos en determinados foros como las redes sociales. “Hay mucha gente irritada que abre su celular, escribe como autómata y te tira mierda sin ningún tipo de fundamento. Está claro que no somos depravados, sino que hablamos de violar un orden establecido”, opina Pil. Stuka se queja y con razón: “Es increíble que haya gente que nos cuestione el nombre. No entendieron nada. ¡Son unos caídos del catre!”.
Mychel Peyronel o la teoría del quinto Violador
Por Los Violadores pasaron muchos músicos, aunque la formación emblemática se reduce a cuatro: Pil, Stuka, el Polaco Zelazek y Sergio Gramática. Los que grabaron los discos, digamos, más exitosos: Y ahora qué pasa, eh?, Fuera de sector y Mercado indio.
Preguntarse quien fue el quinto Violador, no obstante, abre un juego interesante con varias postulaciones. Podría ser Hari B, el único de los candidatos que de hecho participó en Violadores quinteto. Acaso Sergio Vall, sustituto de Gramática y el baterista que más discos grabó. O bien el Tucán Barauskas, la guitarra del modelo 2000.
Pero hay uno que, a diferencia de todos aquellos, fue influyente sin pertenecer a la parte orgánica de la banda: Michel Peyronel. El baterista de Riff fue productor artístico de Y ahora qué pasa, eh? y volvió a desempeñar ese rol en Mercado indio, siendo en parte el responsable de un sonido que en momentos se aleja de punk y suena a hard rock. Como ocurre en “Al borde del abismo”, el vibrante y oscuro tema que cierra el disco.
“Al borde del abismo” es una canción que crearon Stuka y Peyronnel para A toda mákina, el disco solista que el baterista sacó en 1985 con el aporte del guitarrista. Esa sociedad creativa generó varias canciones, entre ellas una que el músico de Riff finalmente marginó del álbum. Pocos meses después Los Violadores grabarían una versión en Y ahora qué pasa, eh?, convirtiéndola en ese acto en uno de sus principales himnos para siempre: “Nada ni nadie”.