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100 años. Xi Jinping en el aniversario del PCCh: "El partido es la columna vertebral de China"

Con un discurso nacionalista, una tónica que ha caracterizado a su Gobierno desde 2013, amenazó a las potencias que pretenden frenar a China, advirtiendo que cualquier violación de la soberanía del país será respondida con una "gran muralla de acero".

André Barbieri

André Barbieri @AcierAndy

Jueves 1ro de julio de 2021 14:57

El presidente de China, Xi Jinping, habló este jueves ante las más de 70.000 personas presentes en la Plaza de Tiananmen. Lo hizo como secretario general del Partido Comunista de China, que celebra su aniversario desde la era de Mao, además de dejar en claro su cargo de presidente de la Comisión Militar Central.

Llevando puesto el abrigo tradicional de Mao Zedong, con quién se compara en grandeza histórica al frente del PCCh, Xi subió al escenario frente a las puertas de Tiananmen.

Con un discurso nacionalista, una tónica que ha caracterizado a su Gobierno desde 2013, amenazó a las potencias que pretenden frenar a China, advirtiendo que cualquier violación de la soberanía del país será respondida con una "gran muralla de acero". "Un país fuerte debe tener un Ejército fuerte, pues sólo así puede garantizar la seguridad de la nación", dijo Xi. La dura retórica, sin embargo, tenía como objetivo presentarse como el jefe máximo de un partido de 92 millones de miembros, que gobierna la mayor población del mundo, y lleva 72 años en el poder, sólo 2 años menos que el periodo total que estuvo en el poder el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en la URSS.

Haciéndose eco de las declaraciones de Mao en el mismo lugar en 1949, Xi dijo que la victoria del Partido Comunista "mostraba al mundo que la nación china se había levantado: la época en que el pueblo chino podía ser intimidado por otros había desaparecido para siempre". El partido, añadió, sigue siendo "la columna vertebral de la nación". En una de las primeras ceremonias de apertura de las celebraciones del centenario, Xi Jinping, exaltó la "lealtad al Partido" e hizo entrega de una nueva medalla de honor ("Medalla del 1 de julio") a 29 miembros del PCCh: "Ahora marchamos con pasos seguros hacia el objetivo del segundo centenario de convertir a China en un gran país socialista moderno en todos los aspectos".

El tono amenazante tuvo una connotación distinta a la que presidió la celebración del 70 aniversario de la fundación de la República Popular China en octubre de 2019. En ese momento, Xi Jinping encabezó un desfile militar en el que se presentaron las más recientes adquisiciones del Ejército Popular de Liberación, como los modernos misiles balísticos chinos. Este barniz marcial también fue adoptado por el presidente chino en 2015 durante la conmemoración del aniversario de la derrota de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial.

Ahora, Xi ha tratado de integrar la agresión con un sentido de "poder blando" chino en Asia-Pacífico y en el mundo. "La nación china no lleva en sus genes rasgos agresivos o hegemónicos. Nunca hemos intimidado, oprimido o subyugado al pueblo de ningún otro país, y nunca lo haremos". Se trata de una campaña a contracorriente de la fanfarria internacional que Estados Unidos, Japón y otras potencias imperialistas llevan a cabo sobre las verdaderas intenciones de Pekín de reincorporar Taiwán a su territorio continental, así como de asegurarse la soberanía exclusiva sobre las aguas estratégicas del Mar de China Meridional. Al tiempo que aseguraba no oprimir a ninguna nacionalidad o minoría étnica -mientras que mantiene a millones de musulmanes uigures en campos de concentración en Xinjiang, y apoya a la junta militar asesina de Myanmar-, Xi Jinping advirtió a la prensa mundial que nadie conseguirá volver a oprimir a los chinos, como ocurrió durante el "siglo de humillaciones" entre 1840 y 1945. "Nunca permitiremos que ninguna fuerza extranjera nos intimide, oprima o someta. Cualquiera que lo intente se encontrará en curso de colisión con una gran muralla de acero forjada por más de 1.400 millones de chinos".

Xi se centró en el papel del partido para lograr el "gran rejuvenecimiento de la nación china". "Debemos mantener el liderazgo firme del partido", dijo Xi. "El éxito de China depende del partido". Entre los asistentes a los festejos había funcionarios del gobierno y del partido, soldados, empleados de empresas estatales y estudiantes, así como grandes multimillonarios capitalistas que ahora forman parte, no sólo del Partido Comunista, sino de sus esferas dirigentes. En un tono amistoso con las naciones de Asia-Pacífico, y especialmente con socios fuertes como Rusia, Xi dijo que "estamos deseosos de aprender lo que podamos de los logros de otras culturas, y damos la bienvenida a sugerencias útiles y críticas constructivas. Sin embargo, no aceptaremos la prédica hipócrita de quienes se sienten con derecho a darnos lecciones".

Pero el discurso del presidente chino, de una hora de duración, no reveló nuevas iniciativas ni plazos para los objetivos políticos más importantes del partido, como la reunificación con Taiwán. Se esperaba que la cuestión de Taiwán fuera una parte central del discurso, y Xi decidió mantenerse ambiguo sobre el tema. La ausencia de plazos concretos fue leída internacionalmente como una forma de desinflar las presiones externas, que habían ido en aumento con las declaraciones en el Senado de EE. UU. del almirante Philip Davidson, comandante de la flota estadounidense en el Indo-Pacífico, sobre la capacidad de China de invadir Taiwán en pocos años, confirmadas también por el almirante John Aquilino, para quien la "amenaza china en Taiwán está más cerca de lo que pensamos". Declaraciones como éstas habían caldeado los ánimos en Washington. Xi no quiso abordar la cuestión, como ya hizo en enero de 2021, asegurando que China no descartaría ningún método, incluido el militar, para reincorporar la isla. Pero declaró que la unificación con Taiwán seguía siendo "una misión histórica y un compromiso inquebrantable del Partido Comunista Chino". Nadie debe subestimar la determinación, la voluntad y la capacidad del pueblo chino para defender su soberanía nacional y su integridad territorial".

En vísperas de la celebración, se reveló que Estados Unidos y Japón llevaron a cabo planes bélicos secretos, durante las administraciones de Trump y Shinzo Abe, destinados a repeler una posible invasión china de Taiwán, lugar de refugio del Partido Nacionalista (Kuomintang) tras la derrota en la Guerra Civil de 1946-49, que se convirtió en un protectorado estadounidense, ahora presidido por Tsai Ing-wen, del separatista Partido Democrático Popular, muy hostil a China.

EE.UU. y Japón se han alarmado en las últimas semanas porque China ha volado más cazas y bombarderos en la zona de defensa aérea de Taiwán, incluyendo un récord de 28 cazas el 15 de junio. La armada, la fuerza aérea y la guardia costera chinas también se han vuelto cada vez más activas en torno a las disputadas islas Senkaku/Diaoyu, administradas por Japón pero también reclamadas por China, que ha llegado a reclamar la posesión de las islas Ryukyu.

Los actos de esta semana para conmemorar el centenario del Partido Comunista Chino fueron los primeros desde el estallido de la pandemia de coronavirus en Wuhan hace 18 meses. El partido elogió su éxito en la contención del Covid-19 como prueba de la "superioridad" de sus sistemas políticos y económicos en comparación con los de las potencias imperialistas occidentales, a pesar de las pruebas de ocultación de información al inicio de la pandemia que provocaron la muerte del médico Li Wenliang, que había descubierto el brote.

Del mismo modo, las celebraciones se producen días después de las cumbres del G7 y la OTAN, cuando el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, decidió realinear a sus socios transatlánticos tradicionales para un intento de coalición contra China.
Sobre el tema chino, Biden adoptó una postura agresiva y de continuidad con la línea de Trump, sin revertir las sanciones económicas, tecnológicas y comerciales impulsadas por el republicano, e incluso incluyendo en el comunicado conjunto de la OTAN -aunque países como Francia y Alemania no quieren adoptar una mentalidad antichina para la Organización del Atlántico Norte- la definición de la Guía de Seguridad Nacional de EE. UU., según la cual China es "el único competidor potencialmente capaz de combinar su poder económico, diplomático, militar y tecnológico para plantear un desafío sostenido a un sistema internacional abierto y estable". Biden se reunió personalmente, tras las cumbres, con el presidente ruso Vladimir Putin, que con Xi Jinping ha mantenido las mejores relaciones diplomáticas de la historia reciente sino-rusa, hasta el punto de promover la construcción de cuatro reactores nucleares para Pekín. No es imposible que, a pesar de la continuidad de las fricciones entre Washington y Moscú, herederas de la Guerra Fría, Biden intente maniobras para perturbar las relaciones entre los nuevos "mejores amigos" de Asia, en una especie de "1972 a la inversa", en palabras del escritor Rafael Poch-de-Feliu (es decir, acercarse a Rusia para aislar a China, de la misma manera que Nixon y Kissinger se acercaron a China para aislar a la URSS en los años 70).

Internamente, el Partido Comunista aún enfrenta divisiones, y Xi hizo notar sutilmente este problema en su discurso: "El frente único patriótico es un medio importante para que el Partido una a todos los hijos e hijas de la nación china, tanto en el país como en el extranjero, detrás del objetivo del rejuvenecimiento nacional".
En autocracias como la china, los llamados a la unidad a menudo revelan dificultades para alinearse con el tirano, y Xi Jinping no está dispuesto a tolerar fisuras frente a los desafíos internacionales de China. La prensa ha estado llamando a este momento una "fortaleza insegura". Como dice el periódico británico The Economist, las campañas anticorrupción orquestadas por Xi - que, además, es tan inherente al capitalismo chino como a los occidentales - han sido las más largas desde el comienzo de la era de las reformas de apertura de Deng Xiaoping en 1978. En los primeros cinco años de Xi en el cargo, los investigadores leales al nuevo gobierno entregaron a los fiscales un promedio de casi 12.000 funcionarios al año, más del doble de los cinco años anteriores. Un número mucho mayor fue castigado de otras formas, como mediante despidos.

Estas purgas internas generalmente se denominan "autoreforma", en otras palabras, moldear la burocracia gobernante a imagen y semejanza de Xi. Como dijo en el discurso de celebración, "Una marca que distingue al Partido Comunista de China de otros partidos políticos es su coraje para emprender la autoreforma". Esto también sirve a ciertos capitalistas chinos, a quienes se les garantiza superbeneficios siempre que cooperen con Xi: Jack Ma, propietario de Alibaba, y Wang Xing, fundador del gigante tecnológico Meituan, han sido disciplinados por Xi Jinping para regresar humildemente a las filas del PCCh. Otros expertos, como los sinólogos Richard McGregor y Bruce Dickson, dicen, sin embargo, que la población está abrumadoramente satisfecha con Xi, cuya firme gobernanza, economía en crecimiento y asertividad internacional son signos eficientes de representación popular. Es con este apoyo que Xi cuenta para renovar su mandato sin mayores baches, más allá de los lineamientos de "liderazgo colectivo" implementados por Deng y revocados por el actual presidente en 2018.

El Partido Comunista Chino ha pasado por distintas fases de desarrollo y se parece poco o nada a lo que era en 1921. Fundado como un partido obrero vinculado a la Tercera Internacional dirigida por Lenin y Trotsky, sufrió un cambio en su base social tras la derrota de la Revolución China en 1925-27 por la política catastrófica de Stalin. Expulsado de los grandes centros obreros y perdiendo su conexión con la clase obrera urbana, el PCCh se refugió en el campo y se convirtió en un partido-ejército apoyado en el campesinado chino, bajo la dirección de Mao y Zhu De. Victorioso en 1949, el PCCh recuperó por la fuerza su prestigio en las ciudades, y se erigió en gobierno expropiando las conquistas de los obreros y campesinos, pasando a ejercer una dictadura sobre ellos, y apoyando la represión de los procesos de revolución política contra los regímenes estalinistas, como en Hungría en 1956. Encabezando el proceso restauracionista en China, en el marco de la derrota del levantamiento de 1968-81, el PCCh comenzó a integrar a empresarios -principalmente pequeños empresarios- a sus filas, algo que se incrementó con Jiang Zemin y Hu Jintao, que en la década del 2000 multiplicó el ingreso de grandes burgueses en puestos clave de la dirección del partido. Xi Jinping encabeza un partido que, en palabras de McGregor, "ya no es un partido de obreros y campesinos, es un partido de gerentes y empresarios", y que durante décadas gestionó la salvaje sobreexplotación de su mano de obra en común con las multinacionales occidentales, siendo el máximo gestor del capitalismo chino en rápido ascenso.

Pero el principal desafío a la burocracia antiobrera de Pekín puede venir del terreno de la lucha de clases. Según el China Labour Bulletin, en los últimos seis meses se han producido alrededor de 400 huelgas de trabajadores, lo que pone en primera línea a los trabajadores más precarios de los servicios digitales, que han tenido que trabajar en la pandemia, y que tienen poca representación en el Partido Comunista Chino. La huelga de los repartidores de la empresa Eleme en Hefei y Shanghái, así como los paros de los trabajadores de la construcción en Sichuan y Henan, sin dejar de ser económicos, se convierten en una piedra en el zapato de Xi Jinping, ya que la burocracia de la Federación China de Sindicatos tiene menos peso en estos sectores.

Los trabajadores migrantes de las fábricas de la costa este de China también tienen poca representación en el PCCh, que tiene dificultades para crear células del partido en las empresas privadas, que emplean a casi el 90% de la mano de obra china. Según Richard McGregor, de los 2,1 millones de nuevos miembros que el partido reclutó en 2018, menos de 5.700 eran trabajadores migrantes, a pesar de que estos trabajadores representan más de un tercio de la población china en edad de trabajar.

La juventud trabajadora también es una incógnita en China por su falta de entusiasmo ante la cultura de la "agilidad para evolucionar, sin cuestionar" que depende de la superexplotación de su mano de obra. Esto está creando una sensación de tensión entre la nueva generación de trabajadores chinos. El cuestionamiento de la cultura del exceso de trabajo es una fuente de fuertes contradicciones de clase (en las fábricas chinas las horas extras se han consagrado como una obligación, porque no se puede sobrevivir sin hacer un trabajo extra). The Economist menciona que los trabajadores de las "empresas tecnológicas" llevan adelante un ritmo de protestas contra la "cultura del 996" (trabajar de 9 de la mañana a 9 de la noche, 6 días a la semana), y los trabajadores migrantes de las ciudades costeras de China -el centro de gravedad de la clase obrera china desde 1990- protestan sistemáticamente (también a través de las redes sociales) contra el ritmo infernal de las fábricas y la precarización de los servicios de reparto.

El "gran rejuvenecimiento" del movimiento obrero en China, despojado del veneno nacionalista, es fundamental para que surja un actor independiente de las disputas reaccionarias entre Estados Unidos y China.


André Barbieri

Nacido en 1988. Licenciado en Ciencia Política (Unicamp), actualmente cursa una maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Federal de Río Grande el Norte. Integrante del Movimiento de Trabajadores Revolucionario de Brasil, escribe sobre problemas de política internacional y teoría marxista.

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