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13 ¿Para los socialistas las revoluciones las hacen los partidos revolucionarios?

SOCIALISMO
Ilustraciones: Cor_gan

13 ¿Para los socialistas las revoluciones las hacen los partidos revolucionarios?

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Las revoluciones no son conspiraciones, complots o golpes de Estado, sino la movilización de sectores de masas luchando por terminar con la opresión y para poder forjar sus propios destinos. Pero la revolución es un proceso, no un solo acto, y en él habrá momentos de avances y retrocesos, sectores de vanguardia y de retaguardia, distintas alternativas políticas. Para enfrentar la resistencia de sus enemigos, para sortear sus maniobras, para ganar para su causa nuevos aliados entre los oprimidos, es necesario forjar un partido revolucionario que, en base a la experiencia y las lecciones de las luchas pasadas, pelee por promover la autoorganización independiente de las masas que le permita desplegar su fuerza, y que sea capaz, en los momentos decisivos, de definir una estrategia para vencer.

A los enemigos de la revolución, por falta de imaginación histórica o porque no pueden ir más allá de los límites que les impone el sistema, les gusta compararla con las maniobras de las que de tanto en tanto se sirven por arriba distintas fracciones dominantes unas contra otras: golpes de Estado, complots, conspiraciones, etc. Pero salvo que vaciemos de todo contenido al término, las revoluciones son todo lo contrario. Porque aunque las tensiones sociales a veces crezcan a niveles que hacen propicio su aparición en el horizonte, las revoluciones no pueden predecirse o provocarse. Es que no estamos hablando de cambios de gobiernos o crisis ministeriales o de regímenes, sino de la explosión de la iniciativa y de la puesta en acción de porciones masivas de la población. Las revoluciones las hacen las masas –de hecho, Trotsky las definió como “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de su propio destino”–.

Pero los procesos revolucionarios no son, tampoco, pura espontaneidad. Habrá en esos procesos vanguardias surgidas en la lucha, retaguardias que aún no se deciden a salir a pelear, alianzas y rupturas, luchas para que surjan nuevas instituciones creadas por las masas donde se disputen distintas alternativas de hacia dónde encauzar los esfuerzos, qué prioridades darse, cómo defenderse de la respuesta del sistema, cómo avanzar; en suma, habrá disputa política y estratégica. No solo por la magnitud de tareas en juego, sino porque la clase obrera misma no es un bloque homogéneo: conviven en ella distintas tradiciones políticas y nacionales, experiencias y lecciones previas, así como también instituciones propias pero influidas por la política burguesa, como sindicatos burocratizados y estatizados, partidos con base popular pero reformistas, que buscarán hacer que las masas vuelvan al redil de lo establecido.

Es cierto que una de las características de toda revolución son los cambios bruscos y acelerados de la conciencia: la dominación que se aceptaba como natural, la ideología de la clase dominante que parecía “universal”, pueden en pocos días mostrar quiebres por los que se cuela la fuerza de los oprimidos que reconocen su fuerza conjunta, que desafían lo establecido, que comienzan a pensar otros futuros posibles, que registran quiénes son sus aliados y sus enemigos. Pero la revolución no es un único acto y las instituciones que se forjaron por generaciones no necesariamente ceden al unísono, incluso cuando las condiciones en las que surgieron se desploman. Pueden sobrevivir en crisis o en paralelo a las nuevas instituciones sociales creadas hasta que decida, en definitiva, la lucha de clases en su sentido más concreto: el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución. Es justamente para esos momentos decisivos de choque entre las clases que se plantea la necesidad de un partido revolucionario capaz de definir una estrategia para vencer. Pero ese partido no puede forjarse de un día para el otro aunque, como dijera Trotsky, entre ellos mediara la noche de la revolución. Por eso, los socialistas creemos que un partido revolucionario necesita prepararse previamente, organizándose, agrupando fuerzas y transformando la experiencia de la lucha de clases en teoría y estrategia. No consideramos a estas “etapas evolutivas”: el desarrollo de la teoría y el programa, los debates estratégicos y la formación de cuadros no se realizan por fuera de las experiencias de las masas y sus luchas. La práctica dirigida a ganar influencia en sectores del movimiento obrero no está exenta del debate ideológico y teórico, ni de nuevas lecciones políticas de la lucha de clases en que el partido debe seguir siempre educándose. Si hay distintos momentos en el desarrollo de un partido revolucionario, tienen más que ver con el contexto general de la relación de fuerzas entre las clases que abren o cierran posibilidades y que el partido debe saber aprovechar y sopesar en sus justos términos –algo que ya había planteado Lenin contra visiones esquemáticas y de aparato en el propio partido bolchevique cuando surgieron los primeros soviets–. Tampoco se trata de forjar el programa y después ofrecérselo a las masas. La defensa y la pelea por el desarrollo de las instancias de autoorganización de las masas tienen un peso destacado entre las tareas de los revolucionarios antes, durante y después de la revolución, pero no en contra de la construcción de un partido, sino como instituciones donde las masas tengan protagonismo y se discutan, peleen y conquisten las fuerzas para llevar a cabo la mejor política posible. Varios de los fenómenos que mencionamos antes, tanto los procesos revolucionarios que recorrieron el siglo XX como incluso las distintas revueltas que trajo el nuevo siglo, demostraron que se trata de una tarea urgente si no queremos que la fuerza y sacrificios de las masas se disipen por el cansancio o las maniobras del sistema para que vuelvan a la “normalidad”.

Lo que decimos los socialistas es que así como la clase dominante tiene su Estado mayor –sus think tanks, sus estrategas, sus generales–, la revolución obrera y socialista necesita el propio: un partido revolucionario que, ligándose cada vez más estrechamente con las masas obreras, y proponiéndoles tareas cada vez más importantes, logre sortear las trampas del régimen, unir lo que la burguesía divide y ganarse la hegemonía sobre el conjunto de los oprimidos para avanzar en derrocar a la burguesía.

Un partido revolucionario no puede consistir entonces en un “engorde” paulatino que en algún momento llegue a representar a toda la clase, sino que deberá buscar que su experiencia, hecha teoría, se haga carne en un sector de la clase que a través de distintos engranajes –sindicatos recuperados, coordinadoras, consejos– logre ganar para su política a distintos sectores del movimiento obrero y a otros sectores de las clases explotadas y oprimidas. Es decir, que el partido debe buscar conscientemente la posibilidad de ser parte (sacando las mejores conclusiones posibles) de sus victorias y derrotas, para contar con las fuerzas materiales suficientes y ganarse el derecho de dirigir las grandes “maniobras” de masas en los momentos de giros bruscos de la lucha de clases.

Un partido revolucionario deberá, también, sacar lecciones de los principales acontecimientos y vibrar al calor de la lucha de clases a nivel internacional, identificando dónde están las condiciones dadas para avanzar en poner en pie una internacional de la revolución socialista, porque como reflejamos en estas páginas, el sistema al que combatimos es internacional, y a esa altura debe estar nuestro desafío. Los revolucionarios sabemos que si bien las revoluciones comienzan en un determinado espacio nacional, ningún partido puede limitarse a sus fronteras y desentenderse del desarrollo de la revolución fuera de ellas. La revolución debe extenderse a nivel internacional y, la victoria definitiva de una nueva sociedad solo puede realizarse a nivel mundial.

En suma, un partido revolucionario no garantiza la victoria pero, creemos, es la única forma de abrirle el paso a su posibilidad.

Ver el folleto completo: ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS SOCIALISMO? 14 preguntas y respuestas sobre la sociedad por la que luchamos


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