1983-2023. Cartografía de una democracia de la derrota, editado en 2023 por Herramienta Ediciones y Contrahegemonía Web, es un libro colectivo que se propone reflexionar sobre las cuatro décadas que pasaron desde el fin de la última dictadura cívico militar. Aquí proponemos algunas reflexiones y diálogos con los textos.
Este año se vienen desarrollando foros, congresos, charlas, debates y presentando publicaciones a propósito del aniversario redondo de los “40 años de democracia”. El tema habilita tantas puertas de entrada e interpretaciones que ya el hecho de ponerle título a alguna de estas iniciativas resulta indicativo del ángulo de abordaje: ¿Es correcto hablar de democracia a secas? ¿Se debe presentar como una celebración, una conmemoración, una excusa para la reflexión?
En este sentido el libro 1983-2023. Cartografía de una democracia de la derrota [1] es explícito: se trata de una reflexión crítica de la democracia capitalista, colectiva (que reúne casi 20 artículos), en la que se parte de afirmar que la avanzada de la ultraderecha en los últimos tiempos no es una “amenaza” que surgió de forma externa a la democracia liberal de estas últimas décadas, sino la consecuencia de sus promesas incumplidas.
Sería imposible abarcar aquí el contenido de todos sus artículos, así que optamos por hacer un recorte (arbitrario, como todo recorte) de algunos de sus pasajes y temáticas que nos han interpelado. Seguramente existan matices, diferencias y debates posibles en torno a todos ellos, pero aquí queremos resaltar algunas ideas que invitan a la reflexión, dejando para el final un contrapunto respecto a las referencias específicas a la izquierda.
¿Qué tipo de democracia?
Varios de los artículos del libro tienen un eje/interrogante común: ¿Qué lugar tiene la participación popular en esta democracia? ¿En qué consiste el rol del “demos” en ella? ¿Qué adjetivos son los que mejor la describen?
Miguel Mazzeo, por ejemplo, señala que la “democracia” surgida en 1983 se asentó sobre una derrota popular de magnitudes inéditas y efectos prolongados, en referencia al genocidio llevado a cabo por la dictadura del 76, que vino a terminar con un periodo de ascenso revolucionario iniciado una década antes. El llamado “pacto democrático” se basó en una pasivización social que “expresó un sentimiento de satisfacción por parte de las clases dominantes”. Sin embargo, advierte, aquella democracia nació condicionada tanto por el recuerdo de la dictadura militar como por el periodo previo a ella, caracterizado por el alza de la lucha de clases y por un alto grado de conciencia social, política, cultural y ética de las clases subalternas. (Nosotros podríamos agregar: los paros generales y las movilizaciones que aceleraron la caída de la dictadura y la “transición”, seguramente refrescaron ese recuerdo).
Por eso argumenta que esa democracia no fue sólo “contra la dictadura”, sino también contra los poderes instituidos “desde abajo”: aquel régimen se constituyó sobre la negación de la democracia entendida como autodeterminación y autogobierno popular. A lo sumo se aceptaba una movilización controlada, pasivizada, tipificada por el Estado. De ahí que “los mejores impulsos democráticos durante los últimos 40 años fueron aquellos que no se resignaron a las relaciones de fuerzas existentes”, que buscaron recomponer el sentido de lo colectivo, proponiendo traspasar las fronteras de lo propuesto por el régimen inaugurado en el 83.
En un sentido similar, Alfredo Grande describe que la democracia basada en la idea de “soberanía popular” entró en una “zona de confort” en donde la gestión del Estado desalojó los objetivos políticos, lo cual se expresa, por ejemplo, en la ausencia de programas políticos diferenciados entre las fuerzas políticas mayoritarias. La apelación al pueblo, como “masa”, da un certificado de legitimidad al sistema político, pero se apoya en la idea de que el “combate es tabú”, de que el pueblo debe ser homogéneo y se debe procurar “la unidad”. Por eso la diversidad y el conflicto son condenados, y se refuerza el rol represor de la democracia: “un enorme favor que la democracia la ha hecho a la cultura represora es el tabú de la violencia”, no entendida como “crueldad” (la violencia planificada y sistemática) sino como un mecanismo de defensa para evitar la violencia desde arriba.
Desde este punto de vista, el libro tiene varios artículos que son fuertemente críticos del período kirchnerista como un momento de contención (cooptación dice Campione) de la bronca popular expresada en 2001, de disciplinamiento y estatización de las formas de expresión popular que se dieron en esa primera gran crisis del régimen nacido en el 83. Así lo señalan Leandro Volenté y Sergio Nicanoff cuando señalan que la proclamada politización de la juventud tuvo como paradigma su incorporación al Estado que, en el mejor de los casos, venían a “administrar lo existente” de forma progresista. De ahí la creciente brecha que separó el relato que apelaba a la memoria setentista y las “tibias prácticas burocráticas cotidianas”, desestimando y desconociendo el carácter insurreccional del 2001.
Respecto a aquel acontecimiento Ezequiel Adamovsky señala que, para bien o para mal, fue el que determinó el curso de la política nacional durante los siguientes quince años. La reapropiación por parte de la derecha de algunas de sus consignas (“que se vayan todos”) no demuestra que sean sus herederos sino todo lo contrario: seguramente si vuelven las épocas de rebeliones populares se verá a la derecha en el lugar en el que siempre estuvo, reclamando más represión. Ahora bien ¿Cuál fue la relación del kirchnerismo, con la movilización popular? Por un lado, dice Adamovsky, buscó canalizar mediante el Estado algunos de los reclamos populares, pero por otro, buscó desmovilizar a los movimientos populares que habían dominado la escena en 2001, intentado desactivar aquellas demandas que implicaban cambios más profundos. El “capitalismo en serio”, requería a las masas desmovilizadas, pero al mismo tiempo contenía el germen de la disolución del kirchnerismo: la normalización del país implicaba un corrimiento al “centro” que derivó en los Scioli y los Alberto Fernandez.
Este derrotero devino en la actualidad, según advierte Daniel Campione, en una “democracia tutelada” por el FMI, por los “poderes fácticos”, en se acepta que las libertades formales son compatibles con cualquier nivel de desigualdad y de injusticia. De ahí que en su visión, cualquier demanda de democratización debe partir de una rebeldía activa contra esa autoridad patronal y burocrática.
De lo que se trata, en su visión, es de perfilar una “nueva democracia” en ruptura con el legado de estas cuatro décadas. Pero retomaremos este planteo más adelante. Pasemos a algunos datos y aportes que hace el libro para precisar estas caracterizaciones.
Los datos de la “democracia”
Otro conjunto de artículos del libro realizan un valioso aporte para inmiscuirnos en diversos ámbitos desde los que se pueden observar las “deudas” de esta democracia.
“Con la democracia se vive”, decía Alfonsín. Pero si para vivir se necesita una vivienda digna, la promesa empezó con el pie torcido. Como señala Silvio Schachter, el neoliberalismo que avanzó con la “vuelta a la democracia” obturó y desfiguró las posibilidades democráticas urbanas, logrando que se imponga una lógica privatizadora por encima de cualquier proyecto vinculado al bien común. En el AMBA viven 530 mil familias (1.800.000 personas) en barrios populares (villas o asentamientos) de las cuales solo el 16% tiene conexión de agua, el 6% cloacas y el 4% conexión de gas. CABA, el distrito más rico del país, cuenta con 50 villas o asentamientos, en los que viven 80 mil familias que carecen de los servicios básicos. Esto contrasta con enormes negocios inmobiliarios concentrados en pocas empresas y corporaciones que se han adueñado de la ciudad. Schachter concluye: “el ethos de la ciudad es cada vez más una relación mercantil que de ciudadanía y el comportamiento político de una democracia reducida al voto lo refleja topográficamente”.
Ese escenario se complementa con siniestros números de pobreza, particularmente en las infancias. Silvana Melo, reconstruye que, si antes de la dictadura se registraba un 8% de pobreza, en la actualidad cinco de cada diez niños son pobres en el país, ascendiendo a siete de cada diez en los pueblos más populosos del conurbano. En ese marco, entre 2004 y 2021, 12 de las 24 provincias argentinas redujeron su presupuesto educativo (tendencia similar a la observada en el plano de la Ciencia y la Tecnología por Poth, Gárgaro, Cerrillo y Blustein, en otro de los artículos del libro), logrando un resultado en el que sólo el 14% de los estudiantes del último año del secundario que viven en hogares pobres muestran un buen desempeño escolar, mientras que en hogares de mayor nivel socioeconómico esas cifras aumentan al 38%. Un escenario así, combinado con un incremento de la precarización laboral, la informalidad y el desempleo, profundizan las deudas y los fracasos de esta democracia con los más jóvenes.
Otro dato ineludible de ese escenario es que es insostenible sin represión. Los artículos de María del Carmen Verdú y Adriana Mayer dan cuenta de esto. Según CORREPI en estas cuatro décadas se registran 8701 personas asesinadas por el aparato represivo del Estado en sus diversas modalidades y en distintas fuerzas. Los discursos punitivistas que piden más “cárcel y bala”, conllevaron el aumento del gatillo fácil y la impunidad policial. Un entramado de violencia y represión institucional que implicó la desaparición de personas en democracia, algunos reaparecidos muertos en una trama de cínica manipulación por parte de los poderes políticos y policiales: Jorge Julio López, Luciano Arruga, Facundo Astudillo Castro y Santiago Maldonado, son solo algunos de los nombres que remiten a esta realidad.
Finalmente, y aunque parezca redundante, uno de los datos más significativos para entender estas “deudas” de la democracia es la maldita deuda externa. Beberly Keene y Pablo Goodbar analizan detalladamente cómo la estatización de las deudas privadas contraídas durante la dictadura, sumado a la presencia del FMI y otros organismos de crédito internacional, se constituyeron en piedras basales del régimen actual. El cuestionamiento o no a la deuda es un punto nodal para definir el contenido de una crítica al sistema democrático actual, porque no existen decisiones políticas y económicas que no partan de aquel confinamiento.
Puntos de apoyo
Aunque el libro afirma desde su título que se trata de una “democracia de la derrota”, sus artículos dan cuenta de que estos 40 años están atravesados por numerosas movilizaciones, resistencias y luchas que condicionaron aquel escenario de “victoria” de los opresores. El 2001 es el ejemplo más claro, pero en distintos terrenos se desarrollaron peleas que tendieron a cuestionar algunos de los cimientos que hemos descrito hasta aquí.
Claudia Korol, por ejemplo, señala la importantísima experiencia del movimiento de mujeres en estas décadas. Desde la puesta en pie de los Encuentros Nacionales hasta las masivas movilizaciones del Ni Una Menos y la Marea Verde. Pese al proceso de subordinación e institucionalización que se buscó desde el estado ya en los 80 (y en las décadas pos 2001 también), y la “onegeinzación” que se intentó establecer en los años 90, el movimiento obtuvo importantes conquistas manteniéndose movilizado como la ley de matrimonio igualitario, la ley de Educación Sexual Integral y el Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
También en el terreno de las luchas ambientales la democracia cuenta con precedentes para enfrentar el extractivismo y el saqueo de los bienes comunes. Guillermo Folguera nos recuerda que ante el “silencio” (impuesto a palazos) de la democracia sobre esta cuestión (que cuenta con el consenso de las distintas fuerzas que han gobernado en estas décadas) las comunidades y pueblos se han movilizado para defender sus territorios. Así lo hicieron en Andalgalá contra la megaminería, en Chubut, en Mendoza y en tantos otros lugares del país.
El movimiento sindical, por su parte, se halla atenazado por la doble presión que significa la creciente fragmentación de la clase trabajadora y la hegemonía de las burocracias sindicales tradicionales. Esto no obturó, sin embargo, como señala Juan Pablo Caisello, que las corrientes clasistas o antiburocráticas (y de izquierda, agregamos) hayan protagonizado valiosas experiencias de lucha en estos años que muestran la fortaleza de la clase trabajadora y la imposibilidad que tuvo la dictadura de quebrar a sus organizaciones. Aunque no fue posible revertir los trazos centrales de la ofensiva del capital en los años 90 la clase obrera siguió siendo un actor clave en la política nacional y la disputa por “poner de pie” a ese gigante fragmentado que sigue siendo central para cualquier lucha contra el sistema capitalista.
Entre medio de estos actores, el libro menciona decenas de actores colectivos que también hacen a estos puntos de apoyo: fábricas recuperadas, cooperativas, comedores, asambleas populares, colectivos feministas, anti-represivos, grupos de investigación anti-mercantilistas o dedicados a cuestiones como la denuncia de la deuda externa, etc.
Ahora bien, ¿Cómo se conjugan esas resistencias? ¿Cómo pasar de la defensiva a la ofensiva? ¿Cómo transformar estos cuestionamientos a los límites de la democracia con la construcción de otro tipo de democracia? Aquí es interesante la reflexión de Campione cuando sostiene que “No alcanza con ser ambientalista, feminista u originario a secas. Esos posicionamientos pueden ser excelentes puntos de partida para crear conciencia y acción contra todas las firmas de explotación, alienación y exclusión. Y desde allí elevarse a la convicción de que el asunto de cada grupo organización no tiene defensa radical posible si ésta no se articula con el cuestionamiento al sistema capitalista como tal”.
Es en este punto, en el “qué hacer”, o en el “cómo” articular alguna salida superadora a este escenario, donde el libro presenta respuestas más diversas, algunas un poco ambiguas e incluso excluyentes entre sí. Desde algunas reivindicaciones a la experiencia chavista, hasta algunas reflexiones sobre la izquierda actual. Mayormente los artículos refieren a la necesidad de construir una democracia “desde abajo, popular, amplia y participativa”. Aquí sería imposible detenernos en todos ellos, que en varios casos no pasan de algunos apuntes o reflexiones sobre las cuales sería injusto derivar una posición política acabada, pero queremos comentar brevemente aquellas referidas al rol de las izquierdas en esa perspectiva.
La izquierda
Hay dos artículos del libro que refieren específicamente a la cuestión de la izquierda. El primero de Jorgelina Matusevicius, que aborda la experiencia de la “nueva izquierda” durante fines de los 90 y comienzos de los 2000 (particularmente en torno al 2001), que la autora identifica con aquellas corrientes que surgieron como producto de la “metabolización de las organizaciones de clase (sindicatos, partidos) dentro de los estrechos contornos de la estatalidad y una escasa capacidad de integración, por aquel entonces, de la política contrahegemónica que construían los movimientos”. La autora realiza una interesante descripción de cómo aquellos sectores de la “nueva izquierda” que optaron luego del 2001 (pero con experiencias previas) por integrarse a coaliciones amplias con la idea de “tensionar” al Estado y a la “democracia burguesa desde adentro”. Particularmente refiriéndose a sectores de Patria Grande (la corriente que hoy encabeza Juan Grabois), la autora resalta que aquel proceso de integración devino en un abandono y desdibujamiento de la revolución como horizonte político que lejos de plantearse una política rupturista terminaron conviviendo con el acuerdo con el FMI del Frente de Todos, bajo la impronta del “mal menor”.
Luego de aquel recorrido, la autora considera que es necesario repensar si la apuesta original de aquella nueva izquierda (entendida como una apuesta por construir un proceso de autoemancipación, de una propuesta de poder que comience “aquí y ahora”) puede rescatarse alejándose de aquella perspectiva integracionista al Estado. Refiriéndose a las luchas ambientales, feministas, por vivienda, “piqueteras”, Jorgelina señala que es posible pensar esa reconstrucción de un “poder desde abajo”, entendido como un desborde, como una superación y alternativa de la democracia capitalista.
Creemos que tanto la crítica la política de adaptación al Estado por parte de aquellas corrientes como la perspectiva de construir organismos de base desde los cuales repensar un horizonte revolucionario son pertinentes y las compartimos. Tal vez la diferencia puede estar en señalar que la izquierda trotskista (o al menos el PTS, desde donde hablamos), que la autora identifica con una lógica “dirigista” respecto de los espacios de autoactividad surgidos en el 2001, también fue parte de esa apuesta por alentar una democracia desde abajo. Además de los movimientos de desocupados y las asambleas populares, el 2001 incluyó un extendido proceso de toma de fábricas y de puesta a producir bajo control obrero como respuesta a los cierres (las fábricas recuperadas) de las que orgullosamente hemos intentado ser parte en luchas como la de Zanón y Brukman. En el primer caso, la experiencia de la Coordinadora del Alto Valle es muy interesante para retomar aquello de “gérmenes de poder desde abajo”: una coordinación entre obreros ceramistas, docentes, trabajadores estatales, comunidades y movimientos de desocupados que apostaron a construir una instancia no sólo de confluencia sino también de deliberación para la lucha, apostando a extender la experiencia hacia otros sectores y movimientos [2] . Resulta sugerente que luego de 20 años del 2001 la fábrica Zanón siga en pie y sea uno de los pocos “gérmenes” de aquellos procesos que se sostuvo firme, luchando contra los diversos gobiernos, los intentos de desalojo y llevando sus lecciones a nuevas experiencias, como el caso de MadyGraf o tantas otras empresas recuperadas. Su ejemplo, además, fue importante para transmitir experiencias de lucha y organización a nuevas camadas de trabajadores y trabajadoras que encararon importantes luchas antiburocráticas y anti patronales post 2001, como los conflictos de Kraft, Lear, Pepsico o tantos otros en los que estuvo involucrada la izquierda. Por su parte, otras experiencias del 2001, se fueron diluyendo hasta prácticamente desaparecer, sin lograr trazar esos hilos de continuidad.
En ese sentido, vale destacar que las jornadas del 2001 también dieron lugar a una camada militante que llegó a la conclusión de que era necesario construir un partido revolucionario. Esto es importante porque las instancias de autoorganización desde abajo siempre implican luchas políticas, en donde se disputan programas y proyectos. La perspectiva de democratizar los sindicatos o evitar la cooptación de los movimientos sociales por parte del Estado, implica inevitablemente una lucha de fuerzas política (y a veces física) con las burocracias sindicales, sociales y políticas que buscan desmovilizar, institucionalizar y vaciar de contenido aquellas instancias. De ahí la necesidad de forjar fracciones propias en el movimiento estudiantil, obrero, de mujeres o en las luchas ambientales, basadas en la independencia política y en la perspectiva de poner en pie instancias de autoorganización.
Creemos que discutir esa experiencia a fondo, pensando la centralidad que tomó la clase obrera para tender vínculos con otros sujetos, puede abrir un diálogo interesante para poder pensar el problema una alternativa equidistante tanto de la integración al Estado como del anquilosamiento burocrático que proponen las conducciones sindicales tradicionales.
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El segundo artículo es el de Sergio Zeta, que aborda directamente la cuestión de las elecciones y la democracia parlamentaria como vía de intervención política por parte de la izquierda. Partiendo de valorar la existencia desde 2011 de una alianza electoral de la izquierda partidaria (el FIT-U) que instaló en la opinión pública la existencia de una fuerza anticapitalista, el autor considera que su alcance quedó limitado a una cuestión electoral y al fortalecimiento de cada una de las fuerzas que lo integran. Desde esta perspectiva, sostiene que la izquierda partidaria ha tendido a alejarse, o incluso ser reactiva, a los procesos de organización “desde abajo” que no implican directamente a la construcción partidaria. De este modo establece una diferenciación entre actuar “desde adentro” de aquellos procesos, o “desde afuera”. A su vez, el autor señala que las voces parlamentarias, aunque importantes, no deben relegar la construcción de voces extraparlamentarias.
Existen diversos niveles para pensar los problemas planteados pero aquí me quiero detener brevemente en dos. Por un lado, la idea de que, según nuestra perspectiva, la construcción de partidos revolucionarios y el desarrollo de movimientos de lucha anticapitalistas no sólo no son antagónicos sino que necesariamente se deben complementar. Desde la Comuna de París, pasando por los Soviets rusos hasta las Cordones Industriales chilenos y, de forma embrionaria, las coordinadoras interfabriles en el AMBA en la década del 70, es una regla de todo proceso revolucionario, o de lucha de clases aguda, que las masas tienden a construir sus propias formas de organización, en las que surgen sus dirigentes y hay una lucha concreta de programas políticos divergentes. Pero también es una regla que en todas aquellas experiencias en las que esa energía revolucionaria no contó con objetivos y una estrategia clara para sacar del poder a los capitalistas e imponer sus propias formas de gobierno, los mismos fueron o bien derrotados o bien desviados hacia alternativas construidas por las clases dominantes para preservar su dominio. Gran parte de las elaboraciones teóricas y políticas del marxismo revolucionario, desde la Primera hasta la Cuarta Internacional buscaron realizar una articulación de lo que Lenin sintetizó en la fórmula “Soviet y Partido”.
La clave de aquella idea está en las antípodas de un proceso de “representación” o de una lógica en la que el partido político se arrogue hablar por “la clase”. De lo que se trata, en nuestra visión, es de que las masas trabajadoras hagan su propia política, pero que para eso no empiecen cada vez desde cero, sino que se apropien de las conclusiones históricas de las luchas de los explotados y oprimidos por su liberación. Así como los partidos burgueses toman nota, estudian y conspiran sobre las mejores formas de defender los intereses de los capitalistas, las y los trabajadores tenemos que poder construir nuestras propias herramientas políticas para dar la pelea en todos los terrenos: ya sea en momentos de lucha pero también de pasividad, ya sea en el terreno de la lucha económica, social, política o ideológica.
Esa es la idea que nos guía también para pensar la lucha en el terreno parlamentario y denunciar la acción de los partidos burgueses y del régimen político allí. Nuestros legisladores conquistados desde el FIT-U buscan llevar a esas instancias el mandato al que nos comprometimos en nuestras campañas, que fue darle voz a cada lucha de las y los trabajadores, las mujeres y la juventud, en un espacio en donde históricamente se los ha desoído y en el que se conspira día a día contra sus intereses. Por eso, cada vez que hemos podido hemos puesto esas bancas al servicio de las luchas, dentro y fuera del congreso y de las legislaturas provinciales. Un ejemplo interesante (casi no mencionado en todo el libro, aunque sus artículos son muy recientes) es lo ocurrido en Jujuy. En esa provincia partimos de importantes votaciones de la izquierda en las últimas elecciones. Nuestros compañeros Alejandro Vilca, Natalia Morales y decenas de referentes locales han estado en cada uno de los cortes, asambleas y marchas que desarrolló el pueblo Jujeño en esta importante lucha. Allí, aprovechamos nuestro espacio en la Asamblea Constituyente trucha de Morales para denunciar que era un proceso totalmente amañado, en el cual las grandes mayorías no podían opinar ni decidir. Además de levantarnos de nuestras bancas, en signo de protesta frente a las irregularidades de todo el proceso, usamos nuestra voz para mostrar que tanto la UCR como el PJ estaban conspirando a puertas cerradas contra el pueblo Jujeño para entregar el litio y los bienes naturales de la provincia a las multinacionales contra las comunidades originarias. Esto llevó incluso a que nuestra compañera Natalia Morales fuera detenida salvajemente por la policía como han hecho con decenas de luchadores que incluso al día de hoy se encuentran detenidos.
Otro ejemplo lo constituye la lucha por vivienda en Guernica y otros asentamientos en el resto del país. Allí no sólo intervinieron nuestros diputados denunciando la feroz represión del gobierno nacional y provincial, poniendo el cuerpo en cada una de las acciones de lucha, sino que también apostamos a la puesta en pie de Asambleas Permanentes de vecinos en lucha por una vivienda digna. Instancias que buscan ser organismos de discusión y deliberación desde abajo, con libertad de tendencias, en las que se organiza la lucha.
Desde ya, dentro del FIT-U de conjunto tenemos debates y diferencias sobre cómo impulsar esta perspectiva. Por ejemplo, con los compañeros del PO y el MST hemos debatido extensamente sobre qué política tener hacia el movimiento de desocupados, en donde justamente desde el PTS hemos planteado la necesidad de confluir con esa demanda sin que se interponga la pertenencia a una organización partidaria para desarrollar un amplio movimiento de desocupados con libertad de tendencias en su interior, en la perspectiva de pelear por trabajo genuino en unidad con el movimiento obrero ocupado.
Nos parece que estos hechos que mencionamos pueden ser interesantes puntos de partida para la discusión.
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Para cerrar esta reseña, me gustaría retomar la idea de Daniel Campione en su artículo: un buen punto de partida para la superación de la democracia burguesa es tomar como propia, desde la izquierda, la cuestión de la democracia. Pero una democracia de otra clase, infinitamente superior a la actual.
Este libro, es una invitación a pensar ese problema. Las deudas de la democracia nacida en el 83 no serán pagadas por un régimen de explotación y opresión, agravado por las condiciones de dependencia y sometimiento al imperialismo que imperaran en argentina. Como ya hemos señalado, creemos, que poner en debate el imaginario sobre otra sociedad, desmitificar los relatos sobre la democracia burguesa y asumir las contradicciones estructurales sobre las que está parado el país, nos va a permitir un abordaje realista de los grandes problemas nacionales y la posibilidad de luchar por un futuro cuyos límites no estén impuestos por el deseo de una minoría, sino por la capacidad creativa de la clase trabajadora en alianza con el resto de los explotados y oprimidos.
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