La iniciativa fue una actividad impulsada entre la organización Zainuco con docentes de la Universidad del Comahue y la Universidad de Río Negro, para reflexionar sobre la violencia estatal y la memoria.
Lunes 21 de noviembre de 2016 15:01
La comisión por los 100 años de la masacre de Zainuco, integrada por el Organismo de Derechos Humanos, Zainuco, la Universidad del Comahue y Universidad de Rio Negro, realizaron un acto con la colocación de monumento. Una escultura del artista Ricardo Coniglio. Y en homenaje a los tres años de la partida de Gladys Rodríguez.
La actividad se desarrollo el 19 de noviembre en horas del mediodía, tal cual lo expresan desde la comisión: “nos hemos decidido a cumplir una deuda histórica con los derechos humanos en la Provincia: señalizar el sitio histórico del paraje de Zainuco (…) Cien años después de que balas policiales fusilaran a 8 personas y las enterraran en una fosa común, pretendíamos poner en valor este sitio histórico olvidado”.
La colocación de la escultura con el nombre de las victimas “No se hacía por iniciativa de los estados nacional ni provincial que no sólo han dejado en el olvido ese sitio, sino que además le han garantizado la impunidad a sus responsables materiales y políticos, y han asesinado a quien hace cien años se convertía en el primer defensor de derechos humanos de la provincia: el periodista Abel Chaneton. Sostuvieron desde la comisión.
La Masacre de Zainuco
El 24 de Mayo del año 1916 el Diario Neuquén informaba una fuga de casi 100 detenidos de la Unidad Nº 9. De todos ellos, 17 lograron refugiarse (camino a Chile) en un lejano paraje de la Provincia, llamado ZAINUCO.
Días después, el 30 de mayo de 1916, el comisario Adalberto Staub, detenía a la mitad de los 17 presos, mientras fusilaba a sangre fría a los ocho restantes. El sargento Vivot, los comisarios Blanco y García Ponte y el subcomisario Fornaguera participaron en la masacre.
La primera bala mortal alcanzó a Ruiz Díaz, quien lideraba el grupo. Al ver muerto a su compañero, los 16 restantes evadidos se entregaron, se les secuestraron las armas y fue ahí que se los separó en dos grupos: En uno se incluyó a los exhaustos, lastimados o heridos, que no podían caminar. El otro grupo, integrado por ocho personas, fueron fusilados (por orden de Staub y en manos del comisario Blanco). ¿El motivo? Habían intentado sublevarse. Se habían rebelado contra la autoridad policial.
Es gráfico el relato de Félix San Martín de este trágico desenlace: “La versión oficial de lo sucedido y de la que los diarios se han hecho eco, es de una infantilidad desesperante. Llevar a beber a los presos a un faldeo arenoso y cubierto de una vegetación arborescente enmarañada, a trescientos metros de distancia, donde no hay una gota de agua, cuando a dos metros de la puerta del rancho está la vertiente de que sus habitantes se surten, es poco menos que inexplicable, tanto más cuanto el lugar donde fueron muertos esos ocho hombres está a un rumbo diametralmente opuesto al que debieran seguir en marcha a Zapala”.
“…Muertos esos hombres de manera tan singular, no merecieron de los empleados policiales el favor que se le dispensa a un perro. Quedaron insepultos, tirados en la falda de la montaña; unos, sin más prenda de vestir que el calzoncillo, otros, con sólo jirones de la camisa, descalzos, y todos en actitudes sugerentes. El que no tenía las manos crispadas sobre el rostro, como queriendo alejar la visión pavorosa de la muerte inminente, las había cruzado sobre el pecho a manera de escudo en el supremo esfuerzo de la defensa. De bruces unos, de espaldas otros, los ojos inmensamente abiertos, yacían en la misma posición en que cayeron, conservaban la misma actitud y el mismo gesto de espanto con que murieron”.
Blanco, por orden de Staub, le disparó en la cabeza a cada uno de ellos, salvo al joven Cancino, preso por haber robado tres mulas, a quien le reventaron la cabeza a culatazos.
Los cuerpos de estos 8 presos quedaron en el olvido de muchos, enterrados en una única fosa, en aquel lejano paraje de la Provincia. Pero la masacre y la tortura no quedaron en el olvido, sino que quedaron en la identidad de la institución policial de la Provincia. Staub fue premiado con el cargo de Jefe de la policía, y hoy la escuela de cadetes lleva su nombre. Y Abel Chaneton, quien en aquel entonces encabezó la denuncia por estos hechos, terminó asesinado por la propia policía meses después.
Hace 100 años en nuestra provincia se premiaban los asesinatos policiales, y se condenaba a esos presos a un violento olvido.
Señalización y memoria
Con esta historia atrás llegamos este 19 de Noviembre, cerca del mediodía, al valle de Zainuco. Y comenzamos a trabajar con nuestras propias manos en la reconstrucción de la memoria, colocando a metros de la fosa común donde yacen los cuerpos, una escultura hecha de hierro, al igual que los barrotes carcelarios que encerraban y condenaban a la tortura y el horror a los presos, a aquellos de 1916 y a los de hoy. Una escultura que expresa el grito, no solo del dolor que vivieron las ocho víctimas asesinadas en aquel pasaje, sino el grito de libertad y resistencia que su fuga representó en aquellos años.
Un grito que además expresa la exigencia de justicia de todos aquellos que desde Chaneton en 1916 nos levantamos contra la violencia estatal, contra la violación a los derechos humanos.
Esta escultura no sólo es recuerdo, es memoria y es mensaje. Significa que el dolor que la policía intentó sembrar con la masacre de Zainuco y el posterior asesinato de Chaneton no logró acallar a quienes luchamos una vida digna.
A partir de este 19 de Noviembre de 2016, quienes visiten el valle de Zainuco no se encontrarán con una olvidada cruz oxidada, propia de la existencia de una fosa. Pero de una fosa de alguien sin nombre, sin historia, de alguien olvidado.
A partir de ahora quienes pasen por allí encontraran una escultura que expresa este grito de libertad y justicia, encontrará una fosa y encontrará una señalización que indica que, en aquel lugar, hace 100 años, se fusiló a José Cancino, Nicolás Ayacura; Fructuoso Padín, José López, Antonio Stradelli, Tránsito Álvarez, Francisco Cerdá y Desiderio Guzmán. Se enterarán que ellos fueron asesinados brutalmente por la policía de Neuquén el 30 de mayo de 1916.
Porque a 100 años de la masacre de Zainuco, nos levantamos contra el olvido y la impunidad de éste y todos los crímenes de las autoridades estatales.