Falleció el pasado 28 de enero a los 87 años. En 1995 fue galardonado por sus investigaciones sobre la destrucción de la capa de ozono. También incursionó en elaboraciones sobre el invierno nuclear y el cambio climático.
Viernes 19 de febrero de 2021 19:26
El pasado 28 de enero, a la edad de 87 años y tras enfrentar una larga enfermedad, falleció el científico neerlandés Paul Crutzen, premio noble de química y principal teórico del Antropoceno, definición de una nueva época geológica marcada por el impacto humano en la naturaleza. Entre otras cosas, exploró el concepto del invierno nuclear y fue galardonado en 1995 por su papel en ayudar a comprender el agotamiento de la capa de ozono.
Nacido en Ámsterdam el 3 de diciembre de 1933, estudió ingeniería en la Middelbare Technische School de Harlem y trabajó en la Universidad de Estocolmo (Suecia), en la Universidad de Oxford (Reino Unido) y en la National Center for Atmospheric Research en Boulder (Estados Unidos). Entre 1980 y 2000 fue director del Departamento de Química Atmosférica en el Instituto Max Planck de Química en Mainz, Alemania.
“Paul Crutzen fue un pionero en muchos sentidos”, dice Martin Stratmann, presidente de la Sociedad Max Planck. “Fue el primero en mostrar cómo las actividades humanas dañan la capa de ozono. Este conocimiento sobre las causas del agotamiento del ozono fue la base de la prohibición mundial de las sustancias que agotan esta capa, un ejemplo hasta ahora único de cómo la investigación básica ganadora del Premio Nobel puede conducir a una decisión política global”.
Según Stratmann, “Crutzen también fue un pionero de las ciencias que se centraron en el impacto de la civilización humana en el ambiente, ya sea a través de sus hallazgos sobre la destrucción de la capa de ozono o mediante su trabajo científico posterior sobre el cambio climático de origen antropogénico”.
Los colegas de Crutzen, los geólogos y químicos Jan Zalasiewicz, Colin Waters y Will Steffen despidieron a su amigo a través de Scientific American: “Cuando era niño en la Holanda de la guerra, Crutzen sobrevivió al infame ‘Invierno del Hambre’, en el que murieron miles, incluidos algunos de sus amigos de la escuela. Después de la guerra, continuó sus estudios, se convirtió brevemente en ingeniero civil, se sometió al servicio militar y conoció y se casó con una chica finlandesa, Terttu, una elección feliz, ya que ella sería un pilar durante toda su vida. La oportunidad de la carrera académica que siempre había anhelado llegó a través de un trabajo como programador de computadoras en el Instituto de Meteorología de la Universidad de Estocolmo, y eso lo llevó finalmente a un doctorado, para el cual eligió el tema entonces oscuro del ozono estratosférico y tuvo que reinventarse como químico”.
Después de mudarse a Boulder, Colorado, para trabajar en la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y el Centro Nacional de Investigación Atmosférica (en el que eventualmente se convertiría en director), su atención se centró en los clorofluorocarbonos (CFC) supuestamente “inertes” utilizados como refrigerantes y en aislamiento. Crutzen estuvo en el centro del trabajo, tanto en el desciframiento de los procesos químicos de destrucción del ozono (por los que compartió un Premio Nobel en 1995 con Mario Molina y F. Sherry Rowland), como en los esfuerzos globales (ampliamente exitosos) a través del Protocolo de Montreal para prohibir el uso de CFC.
En su discurso de aceptación del Nobel dijo que su investigación lo había convencido de que el balance de fuerzas en la Tierra había cambiado dramáticamente: “Las actividades humanas habían crecido tanto que podían competir e interferir con los procesos naturales”.
Su disposición a afrontar problemas grandes y difíciles también fue evidente cuando, en la década de 1980, con John Birks, teorizó sobre los efectos de una guerra nuclear, sugiriendo que el hollín y el humo inyectados en la estratosfera darían lugar a condiciones invernales, con catastróficos impactos en la agricultura y pérdida de vidas.
Su incursión en la redefinición de la historia geológica de la Tierra tuvo un polémico bautismo en el año 2000 con su intervención en una reunión del Comité Científico del Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP) en Cuernevaca, México. Así lo recuerda su amigo Will Steffen, por entonces presidente del IGBP:
“Los científicos del proyecto de paleoambiente del IGBP estaban informando sobre su última investigación, refiriéndose a menudo al Holoceno, la época geológica más reciente de la historia terrestre, para establecer el contexto de su trabajo. Paul, vicepresidente del IGBP, se estaba volviendo visiblemente agitado con este uso y después de que el término Holoceno fuera mencionado nuevamente, los interrumpió: ‘Dejen de usar la palabra Holoceno. No estamos más en el Holoceno. Estamos en el… el… (buscando la palabra correcta) ¡el Antropoceno!’”.
Para entonces Crutzen era un científico superestrella, siendo −según el Instituto de Formación Científica− el más citado en los últimos diez años en el mundo de las geociencias. Según recuerdan sus colegas en su despedida, la improvisación en el lugar llamó la atención de la audiencia, cristalizando la creciente comprensión de que el sistema Tierra había comenzado recientemente a cambiar a un ritmo y escala mucho más dramáticos que el de los muchos milenios anteriores de ocupación humana del planeta en crecimiento lento.
“Crutzen -añaden Zalasiewicz y compañía- desarrolló su idea con energía y generosidad. Descubrió que la palabra ‘Antropoceno’ había sido inventada de forma independiente unos años antes por Eugene Stoermer, un ecólogo de agua dulce con sede en Estados Unidos, que la utilizó en discusiones con sus estudiantes y colegas, pero no en el sentido propuesto por Crutzen. Sin embargo, Crutzen invitó a Stoermer a coeditar el término y concepto, lo que hicieron el mismo año (aunque nunca se conocieron)”.
Las primeras elaboraciones de Crutzen sobre el Antropoceno vincularon claramente su inicio con la Revolución industrial, tras la invención de la máquina de vapor por James Watt, ya que marcaba el cambio de un largo período de crecimiento lento, aunque desigual, de la población humana, la modificación agrícola del paisaje y el uso de energía a un intervalo de explosión demográfica y urbana e industrialización impulsada por el uso creciente de combustibles fósiles.
Sin embargo, el carácter diacrónico de este proceso lo llevó a rexaminar su posición, adhiriendo posteriormente a la del Grupo de Trabajo del Antropoceno (que él mismo integró junto a Zalasiewicz, Waters y Steffen), según la cual este nuevo periodo geológico estaría mejor asociado al cambio ambiental que tuvo lugar tras la Segunda Guerra Mundial, un proceso conocido como el de la ‘Gran Aceleración’.
Crutzen continuó sus actividades científicas durante muchos años después de su jubilación formal en 2000, con un interés cercano en el Antropoceno, incluso cuando su salud empeoró. Al celebrarse los 80 año del Instituto Max Planck, Crutzen propuso el Antropoceno como tema. “Cuando los miembros del Grupo de Trabajo del Antropoceno vinieron para una reunión a Mainz en 2018, Crutzen, que se encontraba muy mal y frágil, ausentándose de la oficina durante tres semanas, se presentó durante dos largos días de pruebas detalladas y disputas”.
“Estoy profundamente entristecido por la muerte de Paul”, declaró Jos Lelieveld, actual director del Instituto Max Planck ante el fallecimiento. “Su curiosidad científica ilimitada, sus ideas creativas y su personalidad carismática dejaron su huella no solo en mí y en nuestra institución, sino en muchas generaciones de científicos”.
“No parecía en lo más mínimo posesivo acerca de su creación -agregan Zalasiewicz, Waters y Steffen-, pero apoyaba y alentaba infaliblemente el trabajo que se estaba realizando, incluso cuando las minucias de procedimiento del trabajo de escala de tiempo geológico iban en contra de su propia rapidez y claridad. No todos los grandes científicos son agradables y buenos, Crutzen lo era. Lo extrañaremos terriblemente como persona y tendrá una presencia profundamente importante en la ciencia, incluso mientras continúa la revolución que inició”.
Paul J. Crutzen publicó más de 360 artículos de revistas científicas revisadas por pares, otras 135 publicaciones científicas en revistas de investigación y 15 libros. Fue uno de los científicos más citados del mundo, recibió numerosos premios y honores, y fue miembro de muchas academias científicas, como miembro del consejo de la Academia Pontificia de Ciencias y miembro honorario de la Academia Nacional Alemana de Ciencias Naturales Leopoldina.
A Paul Jozef Crutzen le sobreviven su esposa Terttu, sus hijas Ilona y Sylvia, y tres nietos.