Las movilizaciones e iniciativas de Juntos por el Cambio y su base social desataron tensiones y debates públicos dentro de la coalición oficialista del Frente de Todos. La crisis y la imposibilidad de quedar bien con Dios y con el Diablo. El planteo de la izquierda.
Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Jueves 16 de julio de 2020 20:11
Vicentín fue un error no forzado por parte del oficialismo. A partir de entonces, la derecha macrista y radical, junto con su base social, retomaron la iniciativa política que en buena medida habían perdido durante el comienzo de la pandemia. Incluso, a pesar de sus propias internas entre halcones y palomas.
El propio retroceso del Gobierno con el proyecto de expropiación, no hizo más que envalentonarlos. A las caravanas santafecinas contras las expropiaciones, el fantasma del comunismo y por la defensa de la propiedad privada, le siguieron campañas por la libertad de prensa (para los monopolios), exigencias de apertura de la cuarentena y banderazos en fechas patrias para intentar mostrar apoyo social a este programa.
Alberto Fernández, que hizo de su perfil dialoguista una bandera de construcción de su imagen política, decidió intentar desmontar esta situación con una aceleración y multiplicación de gestos de moderación y consenso.
Esa hoja de ruta tuvo hasta ahora su punto culminante en el acto de celebración del 9 de Julio. Allí el presidente, en espíritu “antigrieta”, dijo que venía “a terminar con los odiadores seriales”.
Pero más importante que el discurso, fue la foto. El mandatario estaba acompañado por Daniel Pellegrina de la Sociedad Rural, Adelmo Gabbi de la Bolsa de Comercio, Miguel Acevedo de la UIA, Eduardo Eurnekian por la Cámara de Comercio y Servicios y otros. Completaba el esquema junto a los dueños del poder, cuándo no, Héctor Daer de la CGT.
Pocos días después, el presidente ratificó el rumbo y para que no queden dudas señaló que es “muy respetuoso de la propiedad privada” y que no es "un loco suelto que anda con la chequera expropiando".
Dos gestos más redondearon el cuadro. La declaración del Gobierno argentino por su “profunda preocupación por las violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela” (celebrada por el PRO y en momentos en que un aliado de Alberto como López Obrador se acerca a Donald Trump) y la aceptación de una reunión a solas con Juntos por el Cambio, excluyendo al resto de los bloques políticos.
Sobre el acto del 9 de Julio, el propio Alberto Fernández le dijo a Nicolás del Caño que “lo que necesitábamos era demostrarle a la Argentina que íbamos a cambiar la Argentina con la ayuda de los poderosos”. Fue en respuesta al planteo de la izquierda de que la crisis la paguen los grandes grupos económicos, y en un marco en el cual también se encuentra congelada la iniciativa de un impuesto a las grandes fortunas.
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En otro terreno, es probable que este viernes se confirme si el Gobierno cede o no a las presiones de apertura de la cuarentena sin plan coherente, justo en el momento en que se están conociendo los picos de casos en el Área Metropolitana de Buenos Aires.
No se puede quedar bien con Dios y con el Diablo
En el Frente de Todos, que es una coalición diversa formada a partir de la necesidad del peronismo de unirse para ganar las elecciones, este combo de actos y gestos disparó las tensiones públicas más fuertes desde que asumieron el poder el pasado 10 de diciembre.
Desde otro ángulo, cabe decir que Alberto Fernández es un presidente que se encuentra en una situación prácticamente inédita, al haber sido elegido por su vice y estar asediado por el macrismo y el kirchnerismo (como dijera el politólogo Andŕes Malamud), sin una fuerte construcción de poder propia. En este marco, se está encontrando con los márgenes limitados que tiene para actuar, agravados por el contexto de una crisis económica de magnitudes históricas.
Por eso, sus gestos de “autonomía”, como el acercamiento hacia factores de poder y símbolos complejos para el kirchnerismo, como la Sociedad Rural o antes el empresario macrista Marcelo Mindlin, fueron respondidos con una fuerte “marcada de cancha” para recordarle que llegó a la presidencia en buena parte con los votos de Cristina, y que ella aún conserva un gran caudal electoral y una construcción más fuerte que la del actual presidente.
También, aunque en este caso apuntando asimismo contra funcionarios kirchneristas, se vienen alzando voces importantes como la de Nora Cortiñas para denunciar el recrudecimiento de la represión policial, señalando incluso casos graves como el de Facundo Castro en la provincia de Buenos Aires gobernada por Axel Kicillof.
Volviendo a la interna del Frente de Todos, detrás del cruce de relatos y reproches, hay también una lucha de poder. En el caso de la ex presidenta, ella también necesita actuar para mantener su base social, especialmente en el conurbano bonaerense y sectores de las clases medias con valores progresistas.
Las explosivas declaraciones de Hebe de Bonafini o Víctor Hugo Morales jugaron este rol, aunque mucho más aún lo hizo un tuit más corto y sutil de la ex presidenta recomendando una columna de Alfredo Zaiat en Página 12, en la cual criticaba el acercamiento de Alberto Fernández con varios de los empresarios más poderosos del país.
Si esta crisis con el kirchnerismo surge ahora con el giro a una mayor conciliación con el gran capital, un conflicto simétrico había tenido lugar cuando el presidente había elegido un camino distinto, al anunciar la expropiación de Vicentín. Allí la confrontación fue con los factores de poder más concentrados y su base social.
Alberto Fernández está atrapado así en la crisis de la sábana corta, porque no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo.
La profundidad histórica de la crisis económica hace prever que estas contradicciones serán fuente de mayores crisis políticas y de la lucha de clases en el próximo período. En un sentido, lo había anunciado la propia Cristina Kirchner cuando anunció la fórmula Fernández-Fernández: lo difícil no sería tanto ganar las elecciones sino gobernar.
Algo de eso comienza a preanunciarse en el horizonte. Porque acordar la reestructuración de la deuda con los acreedores privados y después con el FMI y sus exigencias, así como dejar en manos privadas el control de los resortes estratégicos del país, es incompatible en tiempos de crisis con conformar además a las grandes mayorías populares que votaron al peronismo esperando mejorar sus condiciones de vida.
Programas y perspectivas
Pero las críticas del kirchnerismo a Alberto Fernández no constituyen una salida alternativa para el pueblo trabajador. En primer lugar, porque hasta el momento cumplen también el rol de contener a los descontentos como un ala delimitada dentro del propio oficialismo que lleva adelante un plan que comienza a descargar la crisis sobre millones. En la división de tareas, unos pegan y otros, como Agustín Rossi o el “Cuervo” Larroque, llaman a “bancar a Alberto”.
En segundo lugar, porque la nota de Zaiat, reivindicada por Cristina Kirchner, va en la misma sintonía que el discurso de la ex presidenta en la Feria del Libro el año pasado, cuando enunció un programa de gobierno que tenía como eje articulador un Pacto Social como el de los ‘70, buscando una burguesía nacional progresista (bajo el supuesto ejemplo de José Ber Gelbard), en contraposición a Clarín o Techint.
Pero si esa experiencia terminó en fracaso y tragedia en los ‘70, menos aún es viable ahora, cuando la debilidad de la burguesía nacional frente al capital extranjero es mucho mayor que cuarenta años atrás. La historia demuestra que esa clase social es incapaz de llevar tareas progresistas adelante, y solo actúa como socia menor del capital internacional.
Sin embargo, que Zaiat y Cristina pongan de ejemplo ahora a Arcor, una empresa que tuvo gran parte de su crecimiento durante la dictadura y el menemismo, nos exime de seguir argumentando el punto y demuestra que en esas palabras hay mucho más relato que realidad. Lo mismo podría decirse de las difundidas reuniones de las que Máximo Kirchner participa junto a Sergio Massa con algunos de los hombres más poderosos del país.
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Frente a la gravedad de la crisis, hoy el PTS en el Frente de Izquierda viene impulsando plenarios abiertos de la clase trabajadora y la juventud, reuniendo a miles de compañeros y compañeras de todo el país para discutir un programa de salida a la crisis, pero también para impulsar la organización para pelear con más fuerza en las calles y en las organizaciones de masas (lugares de trabajo y centros de estudiantes), contra las burocracias, para salir a luchar contra la pérdida de puestos de trabajo, el deterioro del salario y contra la violencia policial que no hace más que incrementarse. También, para impulsar una gran campaña en el marco de la pandemia, "Las vidas trabajadoras importan, para que nuestras vidas valgan más que la sed de ganancia de los empresarios".
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Mientras tanto, discutimos también la necesidad de una salida de fondo: para romper con el atraso y la dependencia, hace falta un programa como el que propone el Frente de Izquierda para que la crisis no la pague el pueblo trabajador: medidas como el desconocimiento soberano de la deuda pública, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, así como el control por parte de los trabajadores de todos los resortes estratégicos de la economía, para reorganizar el país sobre nuevas bases, en función de las necesidades sociales y no de las ganancias privadas de los capitalistas.
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Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.