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Red Internacional
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El Telescopio. ¿Bailarán como nosotros?

Así se preguntan algunos. Las pibas no lo dudan y toman el timón de la danza más típica de la ciudad porteña. Roberto Arlt, resurge para compartir poemas y bailes que fueron y serán, eternos y no por eso, semejantes

Viernes 2 de agosto de 2019 13:00

Imagen: Julián Corgan

Imagen: Julián Corgan

Querido Arlt. Discúlpame por tomar prestada una pizca de tu prosa. Tenía que escribir una aguafuerte sobre el tango. Así entraste en mi vida, -leyéndote en mis noches a solas- y así te dejo salir: en medio de una clase, en una milonga cualquiera, un miércoles o sábado por la noche, me senté a escribirte. Es que las piruetas sobre el piso de madera me atravesaron fuerte, como a vos, hace más tiempo.

Esquivando rayos de sol que entraban por tu ventana, en una mañana cualquiera de diciembre, le escribiste a ella. No necesitaste al tango musicalizando tu aguafuerte: tus palabras vencieron al tiempo y hoy destilan melodías de milonga, el crujir de un bandoneón arrabalero, el alma melancólica de alguien que escribe como cantando, el pellizco de las zapatillas al suelo caliente de tantas suelas, tantas caricias. A ella, le dijiste que para bailar bien, hay que sentir que el alma se te ha subido a la azotea; que “si te miraras en un espejo bailando, comprenderías de qué género es esa sonrisa que asoma a ciertos rostros de mujeres y de hombres. ¿Ves? Parecen que hubieran tomado opio”. Se te notaba enroscado; no habías podido convencerla de lo lindo que es bailar. Pero a mi si: decidí ir a bailar, no iba a ser como aquella, la que se aburre sentada…

  •  ¿Bailas de hombre?

    Me pregunta una señora cuando me le acerco. Mis ojos de repente miran a un costado. Ella lo nota y se corrige,

  •  Bueno, quien va guiando, ¿cómo se dice?

    Pasan estas cosas hoy, Roberto, y hace un tiempo este tema también mareaba; vos, te preguntabas, “Yo no sé si ustedes, las mujeres, sentirán como nosotros”.

  •  Te digo una cosa: Argentina viene perdiendo.

    Dijo el profesor, a media voz, levantando el dedo, en medio de una pista de madera opaca. Estábamos sacándole viruta al piso, en uno de esos sótanos tan típicos del suburbio urbano, sin ventanas, donde la luz tenue dejaba entrever algún que otro rostro, o rebotaba en el brillo de zapatos oscuros, alguna vez lustrados. Un rato antes, ni bien empezó la clase, la profesora de tango, había sentenciado lo que podría significar un conjuro en una noche friolera de milonga: faltan líderes. Claro, había un partido de fútbol y las pistas escaseaban de hombres. Los hombres históricamente guiaron a las mujeres en el tango -y porqué no, en tantos otros bailes, espacios, palacios, ranchos-. Fue lo que llevó, a que los profes de pronto se convirtieran en ‘les profes’. Comenzaron a hablar de lideresas, porque de repente, las pibas bailan juntas. Las pibas de pronto guiaban.
    Tuvo que cambiar algo, para que el lenguaje surgiera. No al revés. La materialidad de los cuerpos es más fuerte que cualquier conjetura. Me dirás, querido Arlt, que a una milonga no se viene a hacer filosofía. Pero es que a veces para bailar bien, para que se ablande el cuerpo, para que se afile el espíritu, para que se trencen los cuerpos, hacen falta palabras.

  •  ¿Y los que seguimos como hacemos?

    Preguntó una mujer, de unos 50 años. Ya no era, ‘las mujeres como hacemos’.
    El profesor comenzó a hablar con les. Y si, el tango un poco cambió...Otras tantas cosas quedaron inmóviles; son realidades fosilizadas para tantos. Los pobres siguen siendo millones. Tal vez una realidad tragicómica atraparía tu curiosidad galopante: los dinosaurios, que después de 8 décadas tendrían que estar aún más metros bajo tierra, resucitaron. Las columnas de los centros políticos siguen en pie, pero ahora son amenazados por mares verdes.
    Me pregunto si alguna vez bailaste Roberto. De pronto sentí, que para escribir sobre el tango primero había que sentirlo, sufrirlo, bailarlo. Porque así, un poco volando, un poco bailando, fue que agarré el teclado. Pero tus manos dibujaron fantasías inolvidables, personajes inconfundibles, locos irremediables. Tal vez tus versos milongueros son una vaga expresión de tu talento: escribir sobre lo ajeno, sumergirse en mares desconocidos. O tal vez en los años 30 se bailaba así como se respiraba en las colas de los bancos, en la parada del colectivo, en los vagones de un tren. Atesoro este misterio, como el que envuelve, como un torbellino, el vaivén de las caderas, el mañana de la danza, los horizontes de los cuerpos, las formas de los pasos.

  •  El líder, que en este caso soy yo, tiene que quedar así.

    Dijo el profe. Por fin, quien hacía ese rol, podría no coincidir con el sexo/género de la persona. Las mil y un combinaciones se hacían posibles, en una dialéctica imparable; en una espiral de abrazos. Y vos dijiste, Roberto, minga la literatura, minga todo esfuerzo mental. Bailemos, bailemos mucho. Ochenta y ocho años pasaron, y en las pistas se dice, minga los mandatos, minga los roles estipulados, minga los dúos “así sí” y “así no”. Bailemos. Bailemos mucho. Y que las tablas de los pisos de madera se transformen en las brazos de un arco iris, vibrantes, libres.