Días después de ganar el torneo local, un Boca deslucido se llevó la Copa Argentina con colaboración de un impresentable Ceballos.
Lionel Pasteloff @LionelPasteloff
Jueves 5 de noviembre de 2015
Foto: Télam
De alguna manera, el duelo entre Boca y Rosario Central en Córdoba fue un cierre del 2015 en el fútbol argentino. Si bien queda una fecha y algunos desempates, los títulos en juego ya fueron otorgados. Boca se impuso en ambos, aunque de formas disímiles. En el caso de la Copa Argentina, el recuerdo quedará posado en el 2-0 en la final ante el conjunto rosarino, atravesado por el arbitraje del juez Ceballos.
Boca llegó a esta instancia precedido por triunfos contra Huracán Las Heras (sufrido 2-0), un 3-0 contundente ante Banfield, 4-0 a Guaraní, 2 a 1 a Defensa y Justicia y un holgado 2-0 a Lanús en semifinal. Los de Coudet vencieron 3-1 a Riestra, 2-0 a River, por penales a Ferro, 2-1 a Estudiantes y 1-0 a Racing.
Eso fue lo mejor de ambos. En Córdoba vimos a un Boca con ganas de atacar pero incómodo. Los rosarinos se asentaron a partir de los 15 minutos y empezaron a dominar. Las jugadas de gol eran sólo proyectos. Pablo Pérez, acelerado como siempre, tuvo un tiro aceptable recién pasada la media hora. A los 37 Ruben cabeceó al gol y todos reclamaron. Pero Larrondo, adelantado, fue a buscar la pelota y generó la anulación. Ese fallo caldeó los ánimos, pero el primer tiempo concluyó sin mucho más.
En el complemento Boca arrancó mejor, pero una buena jugada de Peruzzi que se cerró con una infracción fuera del área y fue (mal) sancionada como penal, desarmó el partido. Lodeiro marcó y Boca se encontró arriba injustamente, no sólo por el fallo sino por el global del juego. Central empezó a alterarse. Coudet, pese a la injusticia, ya arrastraba ataques de ira desde el comienzo y no ayudó en calmar a sus jugadores, más bien lo contrario. Inmediatamente al gol, Ruben hizo lucir a Orión con un cabezazo tremendo (su especialidad) que forzó una volada espectacular.
Desde ahí el xeneize se paró de contra y bordeó el gol un par de veces. La academia buscó pero fue perdiendo esa frescura que supo tener en el torneo y en buena parte del primer tiempo. El fallo adverso pudo ser factor, pero no es excusa que lo exima de haber tenido sólo breves pasajes de juego en la final.
Fue una pena que el marco excediera largamente el nivel del partido, que abundó en tensión pero no en emociones. La cancha no ayudó para nada, pero es hora que los protagonistas dejen de usarla como atenuante de sus falencias. Siempre llovió y paró. Quien no paró fue Ceballos, que terminó de exasperar a los auriazules validando la definición de Chávez en offside que selló el 2-0 final. Si bien fue un detalle (lo determinante fue el penal y no un gol decorativo al final), dejó en claro que la responsabilidad excedió a los equipos y al propio juez: le pertenece puramente al organismo capaz de designarlo en una instancia decisiva. La paga estuvo a la vista. Hubo tiempo para que Pinola se fuera expulsado y el descontrol fuese absoluto.
El festejo fue tenue. Pese a que los de Arruabarrena no se sintieron favorecidos (pudieron no estar al tanto de lo ocurrido), notaron la desazón de sus rivales y la sensación de despojo. El fútbol no estuvo y el espíritu del deporte se vio lesionado. Ganó Boca, que cierra un año incómodo con dos éxitos pero sin encontrar la unanimidad, adentro y afuera. Central se va con la bronca (que sirve para tapar algunas falencias propias) y un juego celebrado que lo puso al borde de consagrarse. Se termina el 2015 y la presencia de un árbitro así entorpeciendo una final nos recuerda que hay grondonismo de sobra aún en AFA y sus jueces. A lidiar con la resaca.