Esta investigación fue publicada originalmente en el portal del Partido de los Trabajadores Socialistas (www.pts.org.ar). La publicamos para los lectores de La Izquierda Diario porque da un panorama completo, histórico y actual del prontuario de la burocracia sindical del sindicato SMATA. Conocer esta trayectoria es importante cuando los trabajadores de Lear acaban de obtener un gran triunfo, mientras siguen enfrentando el contubernio entre la mafia del SMATA y las patronales, que el mismo día del triunfo de la reinstalación de los despedidos liberaba a su patota dentro de la empresa, para hostigar a los compañeros reincorporados.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Miércoles 24 de diciembre de 2014
I PARTE
Los luchadores mecánicos de hoy los conocen. Son los que se llevan de maravilla con los gerentes y verduguean a los obreros. Los que echaron a delegados de base como Hernán Puddu por no querer firmar los despidos en Iveco, y golpearon a los activistas opositores en VW Córdoba. Los que quisieron patotear y barrer al activismo en Lear.
Los que les pegaron a los mecánicos que fueron a volantear VW Pacheco en solidaridad con los obreros de Gestamp, y quieren expulsar a los delegados que sí se solidarizaron. Los que hicieron fraude y apretaron a los candidatos independientes en General Motors. Los que cada vez que amaga una crisis te dicen “muchachos, hay que ajustarse”.
Y son los que sacaron una solicitada que les dice a los obreros de Gestamp que piden su reincorporación que “la representatividad de los trabajadores no se logra abrazándose a una columna”, y a las organizaciones de izquierda que los apoyamos, y a sus diputados, que “incentivan el ejercicio anárquico de imponer representación a través de la coacción de los trabajadores”. Porque para el SMATA, “ser revolucionario o no, de izquierda o no, no es la discusión. Gracias a Dios, vivimos en una nación que permite a todos sus ciudadanos expresarse libremente” (¿!). Sin vergüenza, invitan al debate, y repudian “el autoritarismo y la anarquía”. Finaliza la costosa solicitada reclamando “determinar claramente donde termina un reclamo y empieza un delito”, y pidiendo a “todos los entes que correspondan que PONGAN UN VISO DE RACIONALIDAD Y JUSTICIA A ESTA SITUACIÓN” (el subrayado pertenece a Pignanelli). En criollo: piden un juez que trate a los obreros despedidos como criminales, y un gobierno que ordene la represión.
Si la solicitada guarda las formas castrenses, en los diálogos radiales los dirigentes del SMATA se desbocan: “Nosotros no defendemos ni vagos ni ladrones”, “que se dejen de hinchar las pelotas”, para terminar amenazando a las organizaciones de izquierda y los despedidos que quieran reingresar a Gestamp. Para eso el SMATA estuvo alistando sus patotas estos días.
Pero nada de esto puede sorprender, por lo menos para quien conozca un poco su historia. No es un problema de “tipos malos”. La Verde del Smata es un buen ejemplo de la burocracia sindical: una patota vendida a los empresarios y el gobierno.
Los sindicatos “de Perón”
El SMATA se fundó en la década del 40, y como todos los gremios de esa época, se ajustó al modelo sindical que proponía el General Perón: el movimiento obrero obtenía ciertas concesiones, pero a costa de que sus organizaciones se burocratizaran. Los “dirigentes” se independizaban cada vez más de sus bases, al mismo tiempo que se subordinaban más al partido peronista y al Estado. “Los sindicatos son de Perón” era la máxima del SMATA, y de toda la burocracia.
Bajo ese modelo llegó el SMATA al ascenso obrero de los años 60/70. Y ese modelo empezó a crujir: los trabajadores enfrentaban a los patrones y también a los gobiernos, la mayoría militares. Y como parte de esas peleas, elegían a delegados combativos y comisiones internas que no respondían a la burocracia: la izquierda ganaba peso en las grandes automotrices de Córdoba y el Gran Buenos Aires.
Sitrac, Sitram, Fiat, Perkins, Ika-Renault, Peugeot, General Motors. En todas ellas los trabajadores elegían a delegados de base clasistas para discutir a las patronales las condiciones de trabajo y los ritmos de producción, decidían en asambleas, emprendían conflictos durísimos que incluían tomas, rehenes y enfrentamientos con la policía, se aliaban a trabajadores de otros gremios y a estudiantes combativos.
Pero si los trabajadores avanzaban en su conciencia y elegían a delegados combativos y de izquierda para ser representados, la burocracia también se preparaba, a su manera, para enfrentar ese ascenso.
Cualquier general les venía bien
En 1968 se queda con la dirección del gremio la dupla conducida por Dirk Henry Kloosterman y José Rodríguez, con la lista Azul y Blanca. No eran justamente hombres de manos curtidas por los fierros. Kloosterman era “toma-tiempos” en Iafa-Peugeot. Se sabe que los trabajadores no miran con buenos ojos a los sujetos que elige la patronal para controlar los ritmos de trabajo (y aumentarlos). El “Gordo” Rodríguez, su lugarteniente, era contador auxiliar (por su título de perito contable), en la Deutz. Meta cronómetro y calculadora – nunca una soldadora – se quedaron con el gremio.
Kloosterman se convirtió rápidamente en uno de los dirigentes sindicales “participacionistas” que apoyaban la dictadura del General Onganía. En acuerdo con las empresas y los milicos, se dedicaba a perseguir opositores. Cada conflicto que ocurrió durante su mandato terminó con cientos de despidos: General Motors, Mercedes Benz, Peugeot, Citroen. Y casualmente, como sucede hoy, buena parte de los despedidos eran los “activistas”, los “opositores”. Había hecho suyas las palabras de Augusto Timoteo Vandor: el que molesta en la fábrica, molesta al sindicato; y el que molesta al sindicato, molesta en la fábrica.
Pero después del Cordobazo, el Viborazo y el Rosariazo, las grandes gestas obreras que cercaron a la dictadura, miles de trabajadores abrazaban una militancia sindical y política que empezaba a cuestionar no sólo a los militares, sino a todo el orden capitalista. La burocracia jugaba su nueva carta.
El 23 de mayo de 1973, dos días antes de la asunción de Héctor Cámpora, un comando de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) mataba a Kloosterman en La Plata. La guerrilla peronista había optado por embarcarse en una "guerra de bolsillo" con la derecha y la burocracia sindical. Otros secretarios generales traidores caerían bajo las balas de la guerrilla. Esas acciones no tenían por objetivo desarrollar la auto-organización obrera para sacarse de encima la odiada burocracia (e incluyera la autodefensa contra los grupos de choque), ni mucho menos la independencia política de los trabajadores. La burocracia traidora no solo veía temblar sus privilegios sino su vida. La derecha y la burocracia, impulsadas más tarde por Perón y luego Isabel como bandas paraestatales, aprovecharían la situación no sólo para perseguir y asesinar a militantes de la izquierda peronista, sino también a delegados y activistas obreros.
Eran momentos de radicalización política, y el General había regresado como anteúltima carta de la burguesía para “imponer orden” y evitar un ascenso revolucionario.
Los pistoleros del SMATA en la masacre de Ezeiza
En ese panorama, Perón regresaba al país para intentar desviar el ascenso obrero.
La burocracia sindical sería uno de los principales pilares de ese plan. Lo dejó claro cuando, en junio de 1973, el General llegaba a Ezeiza y su movimiento le organizó un acto. Ese día la derecha peronista – integrada por policías, integrantes del Comando de Organización y la patota sindical – disparó contra miles de manifestantes que llegaban con las columnas de la izquierda peronista. Hubo decenas de muertos.
El SMATA estuvo esa tarde en Ezeiza: su grupo de choque estaba a la izquierda del palco, bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso. Según la documentada investigación de Horacio Verbitsky, “el puente estaba en poder de compactos grupos del SMATA”, que además tenía asignada la custodia de las postas sanitarias, junto a la UOM. Las armas largas que usó el SMATA habían llegado desde Lomas de Zamora. Días después, la conducción sacó una solicitada donde felicitaba a sus hombres por “haber logrado un puesto de avanzada” y “su valentía ante la agresión” (Verbitsky, “Ezeiza”).
Ataque a los combativos mecánicos cordobeses
Llegaron las elecciones de 1973. A pesar de que Héctor Cámpora les parecía “medio zurdo”, el SMATA terminó apoyando su candidatura. No sólo gastó millones de pesos en apoyar al candidato, sino que se dedicó a perseguir a los delegados y trabajadores que no votaban la fórmula peronista.
Es el caso de René Salamanca. Como dirigente de la combativa Lista Marrón había ganado la seccional Córdoba del SMATA. Los mecánicos habían sido protagonistas del Cordobazo y el Viborazo, y eran vanguardia en la lucha contra los planes de las patronales y los gobiernos de turno. Kloosterman y Rodríguez no toleraban semejante desafío. Por eso, aprovecharon el rechazo de la conducción cordobesa a la fórmula peronista (y el voto de muchos obreros a candidatos de izquierda), para intervenirla.
Ni por desconocer un plan de lucha ni por arreglar con una patronal: la seccional sería intervenida por “propiciar públicamente el VOTO EN BLANCO, durante toda la campaña electoral previa al 11 de marzo de 1973, (…) colocándose de esa manera directamente en contra del General Perón”. (SMATA: Memoria y balance 1973).
Si los argumentos eran insólitos, el interventor ya sería siniestro: el mismo Adalberto Orbiso que había liderado a los francotiradores del SMATA en Ezeiza. Quien intentara erradicar al sindicalismo de izquierda de las automotrices cordobesas sería “un hombre ligado a la Triple A de Lopez Rega, luego a las bandas parapoliciales en la última dictadura militar” (Infonews, octubre 2013). Sus hombres no arrancaron bien: la primera volanteada en las fábricas terminó con varios burócratas hospitalizados y cinco remises incendiados. Pero Orbiso mantendría la intervención con la colaboración de los gerentes y la policía cordobesa, y varios obreros mecánicos serían asesinados por la derecha peronista y luego los milicos.
Paréntesis: hoy Orbiso sigue caminando tranquilo, como militante del Frente Renovador de Sergio Massa en Morón.
Un llamado al “escarmiento”
La derechización del gobierno del General Perón, crecía al ritmo de la desilusión del pueblo que lo había votado y el avance de las tendencias combativas y de izquierda en los sindicatos. El Pacto Social – un congelamiento de precios y salarios acordado con la CGT y las cámaras patronales – hacía agua por todos lados. El gobierno peronista cada vez podía contener menos, entonces buscaba poner orden con las fuerzas de seguridad y las bandas para-estatales. Otra vez, el SMATA decía desembocada lo que pensaba:
“No vamos a esperar más sentados que la traición y la contrarrevolución marxista destruya nuestro pueblo. Estamos dispuestos a darles batalla en todo el país, estén donde estén, en las fábricas, seccionales, talleres, etcétera, y con la movilización activa de los mecánicos auténticos, que sólo reconocen una bandera, la Azul y Blanca, y un líder, el Teniente General Juan Domingo Perón y una Doctrina, la Justicialista, SMATA eliminará para siempre de nuestras filas a quienes han actuado y actuarán al servicio de la anarquía internacional con apoyo de adentro y afuera.” (Revista Avance, enero de 1974).
La muerte de Perón terminaría de desatar la cacería de militantes por parte de las bandas de la derecha peronista, financiadas desde el Estado y la CGT. Como había anticipado el general en el discurso del 1 de mayo, “iba a tronar el escarmiento”.
Ford: preparando el genocidio
En la Zona Norte del Gran Buenos Aires, los sectores combativos habían ganado los cuerpos de delegados y las comisiones internas de importantes fábricas. Estas organizaciones de base ponen en pie las Coordinadoras Interfabriles, un desafío a la conducción peronista de los sindicatos. Como parte de la pelea contra el Pacto Social y por las paritarias de 1975, surge un proceso que derivaría en los meses de junio y julio de 1975 en las primeras huelgas generales contra un gobierno peronista: las huelgas contra el plan económico conocido como Rodrigazo. El SMATA se ve desbordado, incluso en fábricas donde la mayoría de los delegados eran “verdes”, como Ford. Allí las asambleas obreras se oponen al aumento pactado por la directiva, inician una huelga, y se movilizan por la AU Panamericana. La Ford, el SMATA y el gobierno declaran ilegal la huelga, y despiden a 300 trabajadores. Como hacen ahora, eran “casualmente” los activistas, los más luchadores.
El “Gordo” Rodríguez explica el motivo: “Acá hemos dicho que nadie saca los pies del plato, pero hay una fábrica, Ford, que sacó los pies del plato. (...) La huelga de Ford es ilegal porque el Consejo Directivo no la respeta” (declaraciones julio de 1975).
Parecen los mismos argumentos que repiten hoy ante cada reclamo obrero que supera al SMATA…
Los mecánicos de Ford eran parte del sindicalismo combativo, y le discutían a la empresa las condiciones de trabajo. “Los Falcon se vendían como caramelo. Nosotros tomábamos la velocidad de las líneas y eso a Ford le molestaba. Ford quería producir, producir y producir. Eso era un matadero”, cuenta Pedro Troianni, ex delegado de la automotriz yanqui. Por rebelarse contra la prepotencia patronal, los obreros y sus delegados serían atacados primero por el SMATA y el gobierno, luego por la dictadura. Dentro de la misma planta funcionó, después del golpe, un Centro Clandestino de Detención, donde torturaban a los que habían “sacado los pies del plato”.
El SMATA lo sabía. Peor aún: recaudó dinero para los obreros secuestrados pero como cuenta el mismo Troianni “nosotros nunca vimos un peso”.
Las listas negras de Rodríguez, el ministro de Trabajo y Mercedes Benz
Otro caso, profundamente investigado, es la complicidad del SMATA con la persecución y posterior desaparición de 14 delegados y trabajadores de Mercedes Benz, en González Catán. Todo se desencadenó durante las negociaciones salariales de 1975. Como la comisión interna ya había sido intervenida por la burocracia, los trabajadores eligieron en asamblea sus delegados paritarios, a los que llamaron “La comisión de los 9”.
El 4 de noviembre de 1975 Smata envió una carta al ministro de Justicia, firmada por Rodríguez que comienza planteando que “cuando los trabajadores argentinos han postergado sus legítimos requerimientos y nuestros soldados, hijos del pueblo, se inmolan a diario en la lucha contra la subversión, una empresa extranjera se ha permitido pactar con la delincuencia asesina y sidociadora (sic)”. El “pacto” eran en realidad los puntos que los obreros y sus delegados habían conseguido con la lucha.
Pero para Rodríguez ellos eran “un grupo de provocadores aliados de la sedición que ha hecho de Mercedes Benz Argentina SA su aguantadero”.
Los acuerdos de la empresa con el sindicato, para echar a los activistas, fueron descubiertos años después por la periodista alemana Gaby Weber, y la empresa terminó reconociendo un pacto con el Ministro de Trabajo Carlos Ruckauf (PJ) y José Rodríguez (SMATA), para echar a 115 trabajadores que impulsaban los reclamos. 14 de aquellos trabajadores serían desaparecidos durante la dictadura. Tras los despidos y desapariciones la empresa aumentó su productividad un 30%. Cuando le preguntaron a un ex gerente si el motivo de ese aumento había sido la “limpieza” del activismo, respondió “Y…milagros no hay”, una frase que sirvió como título del excelente documental de Weber.
Ricardo Pignanelli trabajó en Mercedes. Lo recuerda Eduardo Fachal, ex delegado de la planta de González Catán por aquellos años, “hoy 2014 otro ‘gordo’ del Smata, Ricardo Pignanelli, justamente trabajador de Mercedes-Benz, pero que no surgió de esa luchas de 1975 sino de la represión posterior dentro de la fábrica y que nunca se acordó ni hizo nada por sus compañeros desaparecidos, al igual que Rodriguez acusa al PO y al PTS (¿los nuevos prohijados?) de ser los responsables del conflicto (nunca la patronal) en Gestamp. Amenaza con el desalojo de la fabrica (¿una nueva carta pidiendo más despidos?). Si pudiera llamaría a los militares, golpearía los cuarteles, pidiendo nuevos desparecidos”.
Otra de las denuncias judiciales asegura que gerentes de la multinacional alemanda se apropiaron de bebés nacidos en cautiverio. ¿Será por eso que habla con tanto odio y desprecio por las nietas de desaparecidos que apoyan a los obreros de Gestamp?
Lucrando con la sangre obrera
El caso Mercedes terminaría ventilando una de las más grandes traiciones de la historia del movimiento obrero argentino. De las más siniestras e imperdonables.
Según una investigación judicial, “en 1975, la empresa Mercedes Benz aportó durante casi un año el 1 por ciento de su facturación a un Fondo Extraordinario de Acción Social que manejaba el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata). Este dinero era –según figura en el Convenio Colectivo– para contribuir al mejoramiento de la producción mediante la erradicación de todos los factores negativos que puedan perturbar el normal desenvolvimiento de la actividad laboral y empresarial” (Página 12, febrero de 2002). Ese dinero, que según el artículo 29 del convenio iba a parar a la caja del SMATA sin control alguno, era utilizado para “financiar las tareas sucias de los grupos de choque del gremio”.
Muchas de las listas negras del SMATA sirvieron para arrasar las fábricas la mañana del 24 de marzo de 1976. Algunos de los pistoleros del sindicato siguieron haciendo trabajo sucio durante la dictadura, como el nombrado Orbiso.
Por las dudas, el “Gordo” Rodríguez ya había hecho su voto de confianza, cuando el 6 de noviembre de 1975 había publicado una solicitada saludando al “Ejército Argentino, garante de la ley, la moral y las instituciones”.
Resistencia obrera
Durante la dictadura, las cúpulas sindicales prácticamente no ofrecieron resistencia, y se produjeron varias divisiones entre sus filas. En el caso del SMATA, 19 seccionales respondían a José Rodríguez, y 34 a Rubén “Buscapié” Cardozo (el sobrenombre no era porque jugaba bien al fútbol, sino por lo oportunista).
Las bases mecánicas mostraron, a pesar de la terrible represión y ataque a la condición obrera, actos de enorme valentía desde los primeros días del Golpe. En la IKA-Renault trabajan a reglamento; en General Motors no se mueve una máquina hasta liberar a los primeros secuestrados; comienzan los paros rotativos en la Mercedes Benz y la Chrysler. Los obreros de la Ford hacen la ‘huelga de la sopa’: sólo tomaban sopa y pan, y alegaban debilidad para cumplir con los ritmos de producción que pedían los capataces. O saboteaban la producción dejando bulones dentro del motor de los futuros patrulleros Falcon.
La bronca y la organización clandestina, darían lugar a paros e incluso tomas de fábrica en 1977, 1979 y 1980. Los mecánicos fueron además grandes protagonistas de la Jornada Nacional de Protesta, que por presión de las bases terminan convocando los distintos agrupamientos sindicales el 27 de abril de 1979. Henry Ford y Panamericana fue un epicentro de aquella acción.
II PARTE
Se va el verde militar, sigue la verde sindical
En 1983, la burocracia sindical peronista sale desprestigiada, por su actitud en el gobierno de Isabel y la dictadura. El peronismo pierde las elecciones generales, pero también empieza a perder elecciones sindicales, en manos de listas “renovadoras” donde participan sectores de izquierda.
Con increíble cinismo, Rodríguez declaraba por esos días que “hemos observado el sufrimiento de nuestros hermanos y el salvaje desempeño de la dictadura militar”. Sin embargo, ni en el Juicio a las Juntas ni en los Juicios de la Verdad, pudo señalar a siquiera uno de los responsables del asesinato y desaparición de cientos de mecánicos. Lo que sí había señalado eran los activistas que tenían que ser “erradicados”.
Pero 1985 sería un año de revanchas para Rodríguez: con el dinero de los afiliados del SMATA hizo su campaña como diputado justicialista, para finalmente ingresar al Congreso durante el período 1985-1989.
Otro gusto que se permitió ese año fue traicionar nuevamente a los obreros de Ford.
Durante las elecciones gremiales la Lista Naranja (con delegados de izquierda y opositores), aplastaba a la Verde oficialista. Los trabajadores iniciaron una serie de reclamos que terminarían con 33 despidos. Entonces deciden tomar la fábrica. Más de 5000 trabajadores y sus familias resisten durante 18 días, haciendo funcionar sectores de la planta, demostrando que no necesitan de los patrones para producir. Alfonsín decide desalojar la fábrica de Pacheco la madrugada del 14 de julio: 2000 policías armados, 200 patrulleros, tres helicópteros de combate, carros de asalto y tanquetas.
La traición del SMATA se termina de consumar el 24 de julio, cuando firma con el gerente de Ford y el Ministro de Trabajo el cierre del conflicto, con casi 400 despedidos. Una asamblea de 1600 repudió el acuerdo y defendió a los activistas despedidos, pero tras varios años la Verde terminó “recuperando” la Ford.
Pioneros del neoliberalismo
Rodríguez fue uno de los primeros entusiasmados con la “revolución productiva” de Carlos Menem. Altos servicios le prestó. Primero como diputado nacional entre 1991 y 1995, donde apoyó la mayoría de las medidas anti-populares del menemismo.
Pero además el “Gordo” y el SMATA fueron pioneros en uno de los principales objetivos que se propuso el neoliberalismo: voltear conquistas que la clase obrera había obtenido con años de lucha.
La batalla clave fue el convenio Fiat-SMATA de 1996. Para Domingo Cavallo, era el globo de ensayo para reformar las negociaciones colectivas de acuerdo a las necesidades de las empresas, sobre todo las multinacionales que llegaban a hacer negocios a la Argentina. El convenio Fiat flexibilizaba la jornada de trabajo, que podía ser organizada según las órdenes patronales, se instauraban los “equipos rotativos continuos”, simplificaba las categorías y ataba parte del sueldo a la productividad. Semejante beneficio a las ganancias empresarias tenía su correlato (miserable por cierto) en las cuentas del SMATA: a partir de la firma del convenio 20 mil dólares mensuales se depositaban en la cuenta del gremio, como “contribución patronal”.
Los obreros de Fiat Córdoba enfrentaron el plan neoliberal y la traición del SMATA (también de la UOM), resistiendo durante más de un año. Finalmente, con despidos y persecuciones, el convenio se termina imponiendo.
Luego siguieron otros convenios por empresa que aumentaron la explotación obrera (Toyota, General Motors, etc). Si al inicio del gobierno de Menem un obrero producía 6 autos en 209 horas, en el segundo mandato ya producía 15 autos en 132 horas. Más que las innovaciones técnicas, lo que había aumentado tamaña “productividad” eran las condiciones de trabajo que había impuesto el neoliberalismo.
El SMATA, otra vez, había sido cómplice.
Con Néstor y Cristina
El kirchnerismo, a pesar de su discurso “nacional y popular”, fue uno de los grandes impulsores del boom automotriz que favoreció a las grandes multinacionales. Y el “boom” de la década se hizo a costa de los nervios y los músculos de miles de mecánicos. Para eso, las terminales continuaron firmando con el gobierno y el SMATA los convenios por empresa. El primero fue con Mercedes Benz (212-2005): contratos a plazo fijo, banco de horas, contratación en categoría inicial más allá de las tareas asignadas. Después vinieron los de Volkswagen, General Motors y Ford , y durante la crisis de 2008-2009 se volvieron a firmar convenios flexibles. Los nuevos trabajadores, en su mayoría jóvenes, entraban en condiciones más precarias. Eso sí, la mayoría de los acuerdos incluía cláusulas de “aporte solidario”: aunque no estés afiliado y no puedas votar en el gremio, te descuentan entre el 2 y el 3% del salario, “por usufructo del convenio”.
Así, entre 2002 y 2007, la cantidad de vehículos producidos en relación a la cantidad de trabajadores contratados se incrementó un 70%. Para 2008, la productividad de los trabajadores mecánicos había crecido un 97,7% en relación al año 1998.
Y, otra vez, para cumplir esos objetivos fue fundamental el trabajo sucio del SMATA. José Rodríguez fue uno de los primeros aliados que eligió Néstor Kirchner. Y lo hizo “a pesar” de su trayectoria y de que la misma semana que asumía la presidencia, en mayo de 2003, la Federación Internacional de los Trabajadores Metalúrgicos (FITIM) suspendía a José Rodríguez de su cargo, por las denuncias de periodistas y obreros perseguidos durante la dictadura.
El mismo camino siguió Cristina Kirchner, e incluso fue más lejos: eligió como Embajador en Francia al aristócrata y gerente de Peugeot Luis Ureta Sáenz Peña. Cuando se conoció que había firmado solicitadas en apoyo a Videla y era directivo de la empresa francesa cuando desaparecieron varios obreros, prefirió nombrar otro.
Pero más allá del traspié, las patronales comprendieron el mensaje del kirchnerismo.
El SMATA también. Por eso siguió con su línea de “a los que saquen los pies del plato, le damos”. Fue el caso de los obreros de Dana Spicer, que en 2008 emprendieron un conflicto contra la empresa autopartista. La noche del 14 de enero, bajaron de un micro 70 patoteros del SMATA San Martín y la hinchada de Chacarita.
Golpearon a los obreros, hirieron con armas blancas a dos de ellos, incendiaron autos y se fueron. La zona había sido liberada por la Policía Bonaerense, y el Ministerio de Trabajo más tarde terminó convalidando los despidos persecutorios. La misma alianza de siempre contra los trabajadores.
La persecución la sufrieron después los delegados de Iveco y VW Córdoba, o ahora de VW Pacheco, que no siguen las órdenes de la Verde y defienden a los trabajadores mecánicos.
Con todos estos antecedentes, el ataque de la Presidenta a los obreros de Gestamp y la defensa de la patota vendida, recuerda a aquel discurso de Perón del 1º de Mayo de 1974, cuando defendía a los viejos dirigentes (“sabios y prudentes”) y amenazaba con el escarmiento.
Negocios “gordos”
Capítulo aparte merece el enriquecimiento del secretario general de SMATA durante 25 años, José Rodríguez. Cuando falleció el jerarca, la justicia determinó que “la familia Rodríguez cuenta con propiedades por 2 millones de dólares, cuentas bancarias por 3 millones de dólares y una sociedad comercial por otros 2 millones en moneda estadounidense. La Justicia sostiene que los fondos salieron de la Argentina en 1996 –durante el menemismo– y tras un recorrido internacional, llegó a dos cuentas en Suiza y un fideicomiso” (Diario Perfil, septiembre de 2013).
La justificación de los Rodríguez se semejante riqueza fue que “comenzaron con la fabricación y venta de autopartes y su vinculación con el gremio los llevaron a adquirir vehículos destinados al transporte urbano de pasajeros, llegando a ser los dueños de una flota de veinte unidades”. “Hacia fines de los 80 comenzaron sus incursiones en la prestación de servicios para la salud”. (Perfil)
Luego la justicia comprobó que las hijas de Rodríguez habían montado empresas para prestar servicios, a precios elevados, a la Obra Social y otras prestaciones del gremio.
Durante épocas durísimas para los mecánicos, que incluyeron la dictadura, la hiperinflación y la hiperdesocupación, el neoliberalismo y la precarización laboral, al máximo dirigente del SMATA le fue tan bien como a un gerente automotriz…
Ricardo Pignanelli, sucesor de Rodríguez, tampoco la pasa mal. Hace años que está sentado en el sillón del gremio, y en 2012 se supo que cobraba 61.000 pesos mensuales por sus cargos en el gremio y OSMATA.
La esencia de la burocracia
Estos son sólo algunos “hitos” en la historia del SMATA. Pero como decíamos, la burocracia no son sólo tipos “malos” y “corruptos”, que no hacen asambleas. Cumplen una función social: contener a la clase obrera, “educando” a los trabajadores en la conciliación con los patrones y garantizando el orden en las fábricas. Y cuando emerge la lucha de clases, se convierten abiertamente en un aparato que colabora con el Estado y las patronales para imponer el orden. “En conflictos claves, las burocracias realizan abiertamente su función esencial: policía interna de la clase obrera”. (Rosso-Dalmaso, “Gestamp, la bancarrota del progresismo”).
De esa manera, los sindicatos en manos de la burocracia se convierten en uno de los pilares del régimen de explotación capitalista. Son una necesidad de los patrones para controlar “desde adentro” al movimiento obrero. Por eso los recompensan con leyes que impiden la democracia sindical y permiten que estén 30 años atornillados a sus sillones, con cuotas compulsivas que cobran a sus afiliados (y a los no afiliados también), con los fondos sin controles para las obras sociales, e incluso con múltiples negociados que montan para “brindar servicios” o asociarse a las patronales. Tipos que no laburan hace décadas y llegan a vivir como empresarios.
José Pedraza fue el más trágico ejemplo de estos años: en defensa de sus negocios, llegó hasta el ataque contra los tercerizados en lucha y el crimen del militante Mariano Ferreyra.
La situación actual es distinta a aquellos años 70, cuando los mecánicos fueron uno de los sectores protagonistas del ascenso obrero. Hoy la burocracia sindical endurece su discurso porque está cuestionada, es mas débil, su fortaleza no es la de antes. Pero la oscura historia de los dirigentes de SMATA sirve para entender cómo podrían actuar las cúpulas sindicales ante futuros procesos de lucha de clases.
Cuando en estos días el diputado Nicolás del Caño (PTS-FIT), denunció la trayectoria de la cúpula y sus fuerzas de choque, el diputado del PJ y dirigente del SMATA, Oscar Romero, aseguró que Ricardo Pignanelli no tenía causas por delitos de lesa humanidad. Pero lo cierto es que todos los directivos del gremio han defendido lo actuado por el SMATA en esos años (o al menos nunca lo criticaron), y muchos ya eran parte de la cúpula con Rodríguez. Por eso, la actual directiva homenajea todos los años al “Gordo” como su histórico líder y ejemplo.
La rebelión de los obreros de Gestamp, junto a la de Lear, volvió a amenazar ese modelo sindical y a las ganancias de las automotrices. Por eso Cristina (y después Scioli) los atacaron.
Para derrotar esa alianza entre la burocracia, las multinacionales y el Estado que las apaña, habrá que oponerle otra alianza que reúna no sólo al sindicalismo combativo, sino también a todos los trabajadores que simpatizan con los obreros en lucha, a los estudiantes y las organizaciones de izquierda que vienen apoyando estos conflictos.
Más en perspectiva, para los militantes obreros, plantea más claramente la necesidad de conformar agrupaciones clasistas, capaces de organizar conscientemente al activismo de cada fábrica. Para que esos luchadores puedan ganar el apoyo de la mayoría de sus compañeros, y para que estén preparados para enfrentar cada intento de quebrarlos, de cooptarlos y golpearlos (si es necesario respondiendo con la autodefensa contra las patotas). Un activismo que, en la experiencia y el debate, aprenda que de la lucha sindical se tendrá que elevar a la lucha política si quiere vencer, y que cada conquista no sea arrancada por los patrones tiempo después.
Con esa convicción se podrá avanzar en la pelea por recuperar los sindicatos. No sólo para ponerlos al servicio de los mecánicos y del resto de los trabajadores, sino también para ayudar a forjar esa alianza obrera y popular que termine con la explotación del hombre por el hombre.
Fuentes
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.