Aprovechando su visita a la ciudad en el marco del festival de género policial y negro "Córdoba Mata", hablamos con Gabriela Cabezón Cámara sobre su última novela, "Las aventuras de la China Iron", sobre la situación del país y el presente del movimiento de mujeres.
Luis Bel @tumbacarnero
Jueves 4 de octubre de 2018
Cuando unas compañeras me consiguieron una entrevista con Cabezón Cámara supuse que iba a ser una de las más difíciles de todas las que había hecho. Nunca había entrevistado a nadie de quien admirara tanto su laburo.
Más allá de La virgen cabeza, Le viste la cara a dios o Romance de la negra rubia, yo estaba ahí para hablar de la China Iron, y que ese fuera el disparador.
La busco en el hotel a la hora señalada. "Pase, está desayunando en el bar", me dice con una sonrisa una de las empleadas de admisión. Me asomo y la veo de espalda con sus inconfundibles rulos, está sentada con una piba. Entro, me presento, y torpemente interrumpo una entrevista que le estaban haciendo de un medio local. Las dos me miran extrañadas. "De La Izquierda Diario", le digo. "Ah, esperame que termine acá".
A los pocos minutos aparece: lentes espejados, zapatillas rojas, jeans ajustados, saquito negro, con un pucho apagado en la boca y el encendedor en la mano me dice "Vámonos de acá que me quiero fumar un pucho".
Gabriela Cabezón Cámara tiene una actitud punk, y no solo en su escritura.
Nos sentamos en un barcito típico de la peatonal cordobesa, a unos metros del hotel donde estaba parando. Empezamos la entrevista mientras la moza nos tomaba el pedido, su avión salía en unas horas y yo entraba a trabajar en breve. Encendí la grabadora de voz del celular.
En Las aventuras de la China Iron propones un final utópico, una especie de regreso a un comunismo primitivo, ¿pensás que un futuro así puede ser posible?
No, cuando yo hago una novela no estoy pensando en generar sistemas posibles, sí me cerraba para ese texto. y en todo caso, traté de atribuirle algunos rasgos de lo que para mí sería lo deseable. Por ejemplo, la propiedad común o la convivencia de las distintas etnias, géneros y clases, por supuesto una vez que la propiedad es comunitaria.
Sí me gustaría que se pueda construir algo que tuviera esos rasgos. Pero no podemos vivir en islas, porque somos millones y millones de personas. En la novela yo quería pensar que lo posible era eso, sin ser algo que yo propondría en el mundo concreto.
Es un final muy distinto al de Beya, donde la salida de la heroína es una salvación individual, en la China hay una salida colectiva, ¿por qué el cambio de visión?
Es que a Beya la han roto tanto que no se salva nada. Es como lo que dice Primo Levi, eso de que los que no se hundieron viven ahogándose. Ahí no hay salvación, en Beya. Lo que hay es una salida del infierno, pero sin ser capaz de armar algo con otros. Está toda rota. Pero insisto, no se salva, no hay forma de construir comunidad con otros.
Ludmer dice en “El género gauchesco. Un tratado sobre la patria”, que hay una apropiación de la voz y del cuerpo del gaucho. El cuerpo desde un uso económico y militar, la voz desde el lugar del escritor y el patrón, pero vos subvertís ese uso en uno exuberante y abundante.
La China se llama Josephine por Ludmer, es un homenaje a ella. Y Josefina decía que en esa apropiación algo de la voz del gaucho queda. Cuando estaba escribiendo la China y leyendo mucha gauchesca, lo que veo es una especie de correlato literario de la consolidación del estado argentino, o sea, desde la Revolución hasta la Generación el 80, la gauchesca histórica digamos. Y a mí me hubiera gustado que el estado argentino se consolidara de otro modo. No agroextractivista, no latifundista. Que es lo mismo que decir: no en base a la trituración y al uso de los cuerpos de tantas millones de personas como mierda o como materia prima.
Y aparte lo veo muy en relación a lo que nos está pasando ahora: sigue siendo un estado extractivista y un estado criminal, que solo existe merced y gracias al sacrificio, y no lo digo en términos religiosos, sino en término de ganado si querés, de millones y millones de personas.
Digamos, este ajuste que estamos viviendo hoy significa la muerte para muchísima gente. Y para la mayor parte de los que no nos vamos a morir por esto es una vida de mierda y horrible, que nos deshumaniza. Yo vivo en Buenos Aires y tengo gente tirada durmiendo en la calle que va perdiendo la forma humana. La manera en que se tapan con las frazadas, parecen como larvas, les va afectando el cuerpo. Ver esa gente ahí, y no poder hacer mucho. Darle comida, tirarle un buena onda o cuando militamos tratamos de hacer algo, pero lo humano sería “vení, vení a dormir a casa”.
Bueno, algo así sucede en la China, todos llegan a esa especie de casa grande o “tierra prometida”…
Pero no es un vení, es un construyamos una casa. En la novela todos experimentaron una transformación, nadie invita a nadie, van llegando y se va armando, que es lo más humano. Y esto que vivimos nos va deshumanizando, nos va alienando a todos; bah, no creo que a esta banda de hijos de puta que nos está haciendo esto les afecte, y no me importa si les afecta, en todo caso.
En ese sentido cuando pienso en esos cuerpos que se liberan y que lo hacen en comunidad, ninguno se libera solo, es como una expresión de deseo. Ya quisiera yo que pudiéramos vivir así.
Vos hablabas de una consolidación del estado argentino, ¿también se pone en discusión la construcción de un “ser nacional”, de aquel que consolidó Lugones a través del Martín Fierro en el Odeón en 1913?
En principio no es nacional, es un ser internacional y es un ser universal, si querés. Y sí, de hecho, lo que dice Hernández, la mayor parte es del manual de “Instrucción del estanciero”, literal de la boca de Hernández, o por lo menos de su mano. Lo que pasa es que Hernández tiene la preocupación de hacer de la estancia un establecimiento moderno, una fábrica moderna.
Y está esa apropiación del salario también…
Ni hablar, entero, ni siquiera una plusvalía.
En la novela, la carreta simboliza el capitalismo industrial europeo penetrando en la pampa, pero también hay una tensión entre modos de producción: el esclavista, el servil y ya habíamos nombrado el comunismo primitivo; y al mismo hay una tensión entre saberes: el del gaucho, el europeo, el de pueblos originarios. En estas tensiones, ¿es ésta última la que prevalece?
A mí me flashea el baqueano de Sarmiento, es un superhéroe de ficción. El tipo sabe que la vaca tenía ganas de comer flores rojas cuando ve la pisada, y vos decís, “¡Ah bueno! Pará un poco Domingo”. Me parece también, por lo que estoy viendo, que en el frente del capitalismo tardío, el enemigo se puede medir por la gente a la que ellos matan en las organizaciones sociales y en los partidos; y en el mundo matan militantes ecologistas que en general son indios. Entonces ahí hay un saber, una práctica, algo que a ellos les está poniendo algún límite.
Viste que cada tanto dicen “han matado a tantos militantes…”, y ellos son los que están peleando contra el extractivismo, con los cuerpos digo, estamos peleando todos, pero los que están poniendo el cuerpo y a los que los matan es a ellos. Lo que me parece una diferencia, ¿no?
Ahí hay algo que necesitamos saber todos. Ellos son el enemigo concreto, el que van a matar por fuera de las guerras, al que matan en los territorios que no están en guerra. Bueno, acá mismo ni siquiera sabemos cuántos son los integrantes de los pueblos originarios que matan y desaparecen todos los días. En EEUU hace algunos años hubo un enfrentamiento entre los siouxs y el estado por la construcción de un oleoducto que cruzaba y amenazaba sus tierras. Y los tipos resistieron como un año, se pusieron ahí, tanto los involucrados como las naciones vecinas y hermanas, y se le plantaron al gobierno de Trump.
Hay una resistencia allí, hay una fuerza y hay algo del saber, no sé yo qué es; pero sí sé, que si para ellos es el enemigo, es lo más claro que tenemos ahora.
¿Por eso esa casi mimetización total con la naturaleza en la China?
Bueno, estamos viviendo un biocidio. Tus hijos, si tenés hijos, no van a tener agua probablemente. O los hijos de ellos, ni agua, ni aire, ni abejas, o sea, no hay mundo posible. Si bien la vuelta a la naturaleza puesta como está en el libro es una ingenuidad y es un planteo un poco naif; pero bueno, es una novela, insisto, yo no estoy proponiendo un programa político. En esa novela, en ese siglo, hace 150 años se podía hacer algo así, había adónde además.
Lo decís en términos de verosimilitud…
Claro. Y de territorios vírgenes, todavía no dominados, había aún la posibilidad de hacer otra cosa. Me parece que urge otra manera de pensar la naturaleza, otra manera de pensar a los otros seres vivos. Hemos hecho un infierno de planeta para todos. Para los animales hicimos un infierno horrible.
¿Pensás esto en relación a lo que pasó con Santiago Maldonado y con Rafael Nahuel?
Seguro, ahí hay un poner el cuerpo, son armas apuntándote, es la supervivencia.
Volviendo, me parece que es importantísimo rescatar eso, no lo pienso ya tanto por esta generación, pero en dos generaciones. Yo cuánto voy a durar, 30 años más, voy a tener todavía agua y aire para respirar, pero en 50 años más, o en 60, no sé qué va a haber. Me parece que la defensa de la naturaleza es urgente, y no sé si no tendría que ser el eje de la lucha. Porque es una situación grave y me parece que es una lucha que cuestiona fuerte al corazón del capitalismo y al extractivismo como modelo, la propiedad de la tierra. Si no, ¿cómo vas a defender algo que no es tuyo y el que la posee es el que decide qué se hace? Para poder defenderla tiene que ser de todos.
El gaucho es el que aparece como más despojado, incluso directamente a través de Hernández. Hay una apropiación cultural que atraviesa todo el texto.
El gaucho es ella, la China. Mirá, mi idea era que se mezclaran. El primer momento de la China es de una anglofilia loca, se vuelve loca de amor por todo eso y después va conociendo otras cosas. Y ese internacionalismo del que hablábamos antes también funciona a este nivel. Intenté que tuvieran la misma jerarquía todas las lenguas, tanto el guaraní y el mapudungún, como el inglés, como lenguas no maternas del personaje y mías. Por supuesto, me fue más fácil trabajar con el inglés que con las otras, con las cuales tuve que pedir ayuda a amigos que sí manejan esas lenguas. Pero yo quería que tuvieran la misma jerarquía.
Bueno, en el nombre mismo se ve un crisol de lenguas. China en quechua significa hembra, después el inglés en Josephine Star Iron, y Tararira era utilizado por los españoles para nombrar a aquellos que andaban campo traviesa por fuera de la ley...
No sabía lo de Tararira, pero me encanta saberlo. Si lo hubiera sabido lo utilizaba también. Yo lo puse por el pez. Mirá lo que me vengo a enterar.
Para cerrar, a lo largo de la novela se da esta especie de “borramiento” de lo genérico, en los nombres, en lo sexual, ¿pensás que se puede dar en las nuevas generaciones?
Mirá, estamos en el mismo país en que la ley de aborto no salió, en el que en muchos lugares el mero hecho de ser gay o lesbiana te puede complicar un trabajo, y ni hablar de ser trans. De hecho acá, a pesar de la ley de cupo laboral trans, no hay laburo para trans ni para travestis. Quizás pueda haber un fenómeno en alguna clase media progre. Pero no lo veo, o lo veo muy en riesgo a todo, las ofensivas conservadoras tienen una potencia feroz. Creo que es algo que tenemos que pelear todo el tiempo, porque así como se forjó esto, en diez años lo pueden dar vuelta. Mirá Brasil con el poder evangelista, y acá mismo, con la campaña que salió ahora y con lo que pasó en senadores con el aborto. O sea, el evangelismo puso guita, puso gente y la ley de aborto en el orto, valga la rima.
¿No pensás que esos fueron estertores de poderes en decadencia? ¿O crees que va a haber un reflujo del movimiento?
No digo que se va a desinflar, pero creo que va a ver una ofensiva conservadora brutal. No lo veo como algo residual a ese poder, si pueden ser residuales los senadores, pero las fuerzas que los están bancando a ellos y les están poniendo guita y les están poniendo presión, no son residuales. O sea, con qué amenazaban los evangélicos a los senadores y a los gobernadores, con dejarles sin contención a los sectores más pobres del pueblo, y eso es mucha fuerza. Cuando vos estás en un lugar muy pobre y ves el domingo a la mañana todo el mundo vestido de traje y corbata, pollera tres cuartos, medias tres cuartos, eso es mucha fuerza de presión.
Todo lo que no está ocupando el estado, si alguien lo ocupa son ellos. La iglesia católica cada vez menos, y los evangélicos me parecen peores, más fanáticos. Y la batalla va a ser cada vez más feroz.
¿Estás trabajando en algo nuevo?
Sí, pero es muy incipiente todavía, cualquier cosa que diga sobre eso puede ser una huevada.