La reforma previsional, punto de quiebre en el ciclo macrista. El “diálogo” y la militarización del Congreso. La dualidad kirchnerista: discurso opositor en el recinto y negativa a movilizar en las calles. El 2001, la clase trabajadora y la izquierda trotskista.
Sábado 16 de diciembre de 2017 22:25
Fotos: Enfoque Rojo
Desde su llegada al poder político nacional, Cambiemos hizo lo posible por desplegar un discurso que le permitiera despegarse de la imagen de aquel helicóptero despegando del techo de la Casa Rosada, hace 16 años. En la semana que pasó, casi sin ruborizarse, recorrió aceleradamente el camino inverso.
Deseo y decepción
A esta altura podría afirmarse que el proyecto cambiemita ha fracasado. O, por lo menos, ha fracasado aquello presentando ante la sociedad como “el cambio”. Eso que, en gran parte, logra explicar los resultados electorales de octubre pasado.
Las imágenes de un Congreso militarizado para votar un ajuste contra los jubilados tiraron al basurero el discurso, tan repetido, sobre el “diálogo”. Ese relato de campaña pasó a mejor vida ante la imperiosa necesidad económica de reducir el llamado “gasto fiscal”. Con las marcas culturales de un nuevo siglo, la CEOcracia de Cambiemos aplica las mismas políticas de Menem, Cavallo y De la Rúa. Aquellas que, según la épica fundacional del PRO, llevaron al “fracaso al país”.
Cambiemos fue el vehículo elegido por el gran capital para llevar adelante un reajuste de las condiciones sociales en Argentina, imponiendo nuevos márgenes de explotación sobre la clase trabajadora. El partido construido por CEO’s y tecnócratas se ofreció como herramienta de gestión estatal para el gran capital. Ese que no imponía grandes reparos a Scioli como ocupante del sillón de Rivadavia.
Dos años de gestión cambiemita han desnudado la imposibilidad de modificar la estructura social en favor del capital sin recurrir a un ataque abierto contra la vida de las masas trabajadoras.
Veinticuatro meses han mostrado la utopía de esperar la tan deseada lluvia de inversiones. Y esto a pesar de la profusa gestualidad market friendly. Ha fracasado, además, el débil intento de reconversión de fracciones de la clase capitalista en pos de “competir con el mundo”. Aquello que fue enunciado en el llamado Plan Productivo Nacional solo empujó el camino de la recesión y crecimiento de la desocupación.
En ese contexto, la agenda del “reformismo permanente” nacida al calor del triunfo electoral, se estrelló contra los límites internos de la relación de fuerzas. Límites que encontraron expresión en las moderadas objeciones de la CGT y en la mecánica parlamentaria, donde se evidenció el carácter de minoría del oficialismo.
Otra grieta
La demagogia macrista, en la campaña de 2015, se auto adjudicó la épica (y abstracta) tarea de “unir a los argentinos”. El fracaso es rotundo. La grieta es hoy más ancha y profunda.
En la cuestión de las libertades democráticas, al discurso negacionista sobre el genocidio se sumó el accionar represivo estatal que arrebató la vida de dos jóvenes: Santiago y Rafael. Sus nombres son bandera de lucha y símbolo de ese giro político reaccionario.
Desde ese jueves, la grieta se ensanchó exponencialmente. El oficialismo, en cuestión de horas, logró poner a millones de sus votantes del otro lado. Ese encono social, que podría rastrearse en cada rincón del país, dio el respaldo real a la acción de quienes se manifestaron y frenaron la sesión en el recinto. Millones de “votantes PRO” avanzaron varias casillas hacia la oposición.
La misérrima compensación de un bono –anunciada este viernes- podrá lavar la culpa de los diputados peronistas que acompañarán a Cambiemos. Pero no cerrará esa distancia con millones de personas que creyeron en “el cambio” y votaron por él.
La dualidad kirchnerista
Los diputados y diputadas kirchneristas fueron protagonistas de la pelea del pasado jueves en el recinto. Junto a los referentes del Frente de Izquierda –como Nicolás del Caño y Nathalia González Seligra- ocuparon las pantallas de todo el país.
Oficialismo y corporación mediática claman por estas horas contra esa “radicalidad”. Existe incluso una denuncia judicial. El absurdo es evidente. Quienes militarizaron el Congreso critican a la oposición por “poner trabas” a una sesión normal.
Pero la ubicación opositora del kirchnerismo en el interior contrastó agudamente con la negativa a impulsar una amplia movilización afuera. Las organizaciones sociales y juveniles que se ubican en ese espacio estuvieron lejos de aportar sus mejores contingentes. Los sindicatos afines a ese espacio no estuvieron ni temprano ni masivamente en las calles. Allí donde los dirigentes se identifican políticamente con la expresidenta, no hubo paro activo que mostrara la fuerza de la clase trabajadora.
Se trata de un enorme poder social. Trabajadores telefónicos, aeronáuticos, del subte y bancarios, entre otros. La paralización de tareas en esos gremios hubiera agregado infinita fuerza al reclamo contra la reforma previsional. Máxime cuando la suerte de esa ley se juega en las calles, más que al interior del recinto. La crítica se hace extensiva al moyanismo que esta semana guardó un silencio más que prudente.
Como ya se narró, el rol activo en las calles corrió a cargo de la izquierda, sectores del sindicalismo combativo y otras organizaciones.
La dualidad señalada no debería sorprender. Desde 2003 en adelante, el kirchnerismo cumplió la tarea de represtigiar a las instituciones del Estado en su conjunto. Trabajó en función de que la política retornará “de las calles al palacio”, desactivando desde arriba las tendencias a la autonomía social que habían encontrado expresión en diciembre del 2001.
El discurso “republicano” e institucionalista de Carrió y el macrismo tiene algo que agradecer a esa labor política. La casta política y el llamado Partido Judicial pasaron por la “década ganada” casi sin ser esmerilados. Claudio Bonadio incluido.
Volvamos un momento a lo ocurrido en el recinto. Daniel Scioli, la “alternativa” a Macri en 2015, estuvo ausente. Emuló, tal vez sin saberlo, al sindicalista Casildo Herrera. Igual que aquel dirigente de la CGT en 1976, simplemente “se borró”. Un símbolo de la limitada disposición al combate que recorre amplias franjas del kirchnerismo.
Añadamos que en el discurso kirchnerista, todos los dardos apunta al gobierno nacional. Las menciones a la gobernabilidad que garantizan gobernadores y legisladores peronistas están más bien ausentes. Se entiende. Hacia 2019 ese es el espacio político que el kirchnerismo buscará integrar. Hoy, esa fuerza sigue siendo la garante de los avances del macrismo.
A la luz del 2001
La imagen, a diferencia de lo que dicta el sentido común, no es todo. Las motos de la Federal recorriendo las calles y disparando son solo parte de la escena. No el conjunto. Las comparaciones con diciembre del 2001 deben atenerse a límites.
El macrismo, a diferencia del decadente gobierno de De la Rúa, goza aun de los beneficios del endeudamiento internacional. Que éste ha empezado a acotarse no es un secreto, pero mensurarlo debe servir para evitar el catastrofismo analítico.
En segundo lugar, el gobierno de la Alianza cayó luego de dos años de profunda recesión y crisis social. El marco de una desocupación cercana al 25 % y una pobreza que alcanzaba a la mitad de la población, no puede ser ignorado. El reciente gradualismo electoral de Cambiemos atempera las consecuencias sociales de una política de ajuste.
Un dato no menor, que ya ha sido señalado, es la progresiva evolución hacia la derecha de la conducción burocrática de los sindicatos. El kirchnerismo no es ajeno a ello. El repetido discurso contra “las corporaciones” no alcanzó nunca a tocar a una de las más poderosas: la burocracia sindical peronista. Ese rol moderado y moderador de la CGT se expresa, por estas horas, en el anuncio confuso de un paro que puede ser o no.
Esa moderación –complementada con creciente conversión en sindicalismo empresario- habilitó el crecimiento de la influencia de la izquierda trotskista en sectores de los trabajadores en la última década. Eso también se vio en las calles el jueves.
¿Fin de la ilusión?
El 14 de diciembre podrá ser considerado una fecha bisagra en la (mini) historia de Cambiemos. Ese día se diluyeron los efectos del triunfo electoral de octubre. Intentando remar contra los hechos, Marcos Peña y Elisa Carrió recordaron el resultado de las urnas cada vez que pudieron hacerlo.
Lejos de las oficinas del Congreso y de los despachos de la Casa Rosada, la política oficial ofrecía otros resultados. La semana que pasó constituyó un enorme aprendizaje para millones de personas. El intento de imponer una ley a punta de pistola –como lo definió el diputado Del Caño- dejó al descubierto la verdadera política de Cambiemos, derrumbando los discursos edulcorados de campaña. Esa experiencia, al calor de la política de Cambiemos, seguramente se profundizará. La nueva grieta llegó para quedarse.
Este lunes, las calles serán nuevamente escenario de la pelea contra esa reaccionaria contrarreforma. Tal como se presentan las cosas, el gobierno -con una militarización más leve del Congreso- apostará al acuerdo con los gobernadores y los diputados que le responden.
Sin embargo, en un marco de crisis política abierta y con una enorme oposición a la medida, la única certeza es que las calles volverán a ser escenario de expresión del descontento social.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.