Soledad Catoggio es socióloga, docente e investigadora especializada en estudios sobre religión, dictaduras y derechos humanos en América Latina. Autora de “Los desaparecidos de la Iglesia. El clero contestatario frente a la dictadura”.
Viernes 10 de abril de 2020 00:00
LID: La Iglesia católica en nuestro país ha estado vinculada al Estado desde su creación, e incluso compitiendo con él por el espacio público. ¿Cuáles han sido para Ud. los principales momentos de esa relación? ¿Hay elementos de continuidad y de ruptura?
Soledad Catoggio: En realidad, no es tan así esto de que la “Iglesia católica ha estado vinculada al Estado desde su creación”. Por una parte, hay que recordar que la Iglesia Católica era una de las instituciones que organizaban de la sociedad colonial y formaba parte del poder de la corona sobre sus colonias. Por ende, ya estaba presente en el territorio antes de la conformación del Estado nación. A su vez, fue una institución atravesada por la ruptura del vínculo colonial. En el proceso de la guerra de la independencia, sus clérigos se integraron tanto a las filas realistas como al bando revolucionario. Esto nos lleva a la necesidad de hacer una segunda distinción entre “La Iglesia” y el catolicismo. Mientras que la primera es una institución, el catolicismo es mucho más que eso, es un mar de actores sociales que hacen suya esa identidad religiosa (de modos diversos y con distintos matices) inmersos en la realidad de cada época, en interacción con otros espacios sociales, entre ellos el Estado.
Entonces, retomando el hilo histórico, por un lado, diversos católicos formaron parte activa de la construcción del Estado naciente; pero, por el otro, el Estado naciente se separó de la Iglesia Católica, en el acto de su conformación. En ese marco, de alianza y de disputa y, a la vez, de separación jurídica entre ambas instituciones hay que pensar este vínculo entre Iglesia y Estado. En este proceso de separación, quedaron algunas ataduras mutuas. El Estado heredó la institución del patronato regio, por medio de la cual conservaba la prerrogativa colonial de participación en la designación de autoridades eclesiásticas y de autorización para la creación de nuevas diócesis, entre otras cuestiones. La Iglesia católica mantuvo su lugar hegemónico entre otros cultos presentes en el territorio y fue consagrada como el “culto sostenido por el Estado”. A la vez, ganó su autonomía e inició un proceso de romanización, es decir, de verticalización y subordinación a la autoridad papal.
Uno de los principales momentos de relación Iglesia y Estado fueron los años 1930 cuando, con el inicio de las dictaduras militares en nuestro país, se institucionalizó un proceso de intercambio de legitimidades públicas entre el Estado y las autoridades eclesiásticas. El Congreso Eucarístico Internacional en 1934 fue emblemático: el presidente militar, Justo, consagró al país al corazón de Jesús en la calle, colmada de masas católicas y en presencia del nuncio papal Eugenio Pacelli, futuro papa Pio XII. Otro momento importante es durante los gobiernos peronistas de los años cuarenta y cincuenta. El inicial romance entre catolicismo y peronismo hizo posible la concreción de demandas históricas del catolicismo, como la educación religiosa en las escuelas públicas; pero no duró: a comienzos de los cincuenta se produjeron grandes rupturas en el plano institucional, es decir, entre el Estado peronista y la Iglesia católica. El hito que coronó la ruptura fueron los aviones de la Marina con la insignia de “Cristo Vence” que bombardearon la Plaza de Mayo, preanunciado un nuevo golpe de Estado. Se reanudó así un hilo trágico de alianza entre la Iglesia Católica y las dictaduras militares en nuestro país. Con la vuelta a la democracia, la Iglesia y el Estado se volvieron a enfrentar en torno a la sanción de la ley de divorcio vincular, concretada en 1987. Este fue solo uno de los otros muchos motivos de cuestionamientos eclesiásticos al gobierno de Alfonsín. En cambio, el gobierno menemista supo ganar simpatías de la Iglesia Católica, poniendo freno a los numerosos proyectos legislativos presentados en materia de salud reproductiva. La condescendencia hacia la Iglesia Católica llevó, incluso, al gobierno a declarar el 25 de marzo como el “Día del Niño por Nacer”, haciendo suya la posición eclesiástica con respecto al aborto legal. Aún así, desde mediados de los noventa, fue increscendo la movilización de los católicos y católicas en protestas contra las políticas neoliberales del gobierno. Esta posición crítica fue asumida por el episcopado, a partir de la presidencia de Karlic, que marcó un claro punto de inflexión en las buenas relaciones con el gobierno. La crisis del 2001, fue otro escenario donde la Iglesia cobró protagonismo a partir de la conformación de la Mesa del Diálogo Argentino como organismo asesor del Poder Ejecutivo y actor clave para salir de la crisis política y social. Estos vaivenes siguen hasta el presente, sin embargo, la llegada de un argentino al papado, con la consagración de Jorge Bergoglio como el Papa Francisco, agregó un nuevo condimento en la relación entre catolicismo, iglesia y Estado en la Argentina, incorporando al Vaticano como un actor político más del escenario nacional, ya sea como oposición o aliado del gobierno de turno.
En suma, emergen algunas continuidades y rupturas. En materia social, la Iglesia Católica ha sido históricamente reconocida por el Estado como interlocutor privilegiado para contener distintas situaciones, asesorar e, incluso, administrar políticas estatales en esa materia. En relación a la educación, la pérdida de la batalla católica por tener presencia obligatoria en el ámbito público, fue compensada por los subsidios estatales a la “educación pública de gestión privada”, de hegemonía católica. En materia de regulación de la familia y su reproducción, la iglesia católica se ha mostrado intransigente en cada coyuntura donde el Estado se propuso liberalizar estas cuestiones o regularlas por fuera o en contra de los lineamientos de la doctrina católica. Aún así, el derrotero histórico ha demostrado que los avances de laicización y secularización de estas cuestiones por parte del Estado no significaron, más allá de las fricciones, una ruptura definitiva de las relaciones entre Iglesia Católica.
LID: ¿Con qué relatos o fundamentaciones la Iglesia ha justificado o bien criticado esa relación con el Estado? ¿Hubo “triunfos” de la Iglesia sobre el Estado en esas pujas?
Soledad Catoggio: Uno de los grandes relatos es lo que se denominó como el “Mito de la nación católica”. Desde la década del veinte del siglo pasado, se hizo hegemónica en la Argentina una forma de ser católico “en toda la vida”, más allá de las fronteras de la parroquia. Con este espíritu, el catolicismo buscó tener presencia en distintos ámbitos, creando instituciones diferenciadas, para tener una llegada masiva y, al mismo tiempo, el Estado empezó a ver positivamente el rol civilizatorio que podría desempeñar el catolicismo para contener la “cuestión social”. Se produce una simbiosis entre argentinidad y catolicidad, que fundamenta el intercambio de legitimidades mutuas, antes mencionado y que permite comprender, por ejemplo, la existencia de una dependencia estatal, como el Registro de Cultos No Católicos, creada en la última dictadura y aún vigente. Aunque las encuestas demuestran que la Iglesia Católica ha perdido su monopolio creyente y que existe en el país una pluralidad de creencias diversas que tienen vínculos con el Estado; el mito de la nación católica no ha perdido eficacia política. Sigue teniendo algunos triunfos, como el reciente acuerdo entre el presidente Alberto Fernández y los curas villeros para garantizar la cuarentena y la asistencia social en los barrios populares en el marco de la pandemia del coronavirus.
LID: Teniendo en cuenta que la doctrina y los dogmas católicos, con leves modificaciones, tienen una larga historia ¿Por qué es importante estudiar en la actualidad las creencias o religiones a lo largo del tiempo?
Soledad Catoggio: El catolicismo, las religiones y las creencias son mucho más que dogmas y doctrinas, están en constante recomposición y permean nuestro modo de ver el mundo, nuestras prácticas, nuestras formas de organización social, por eso son significativas y merecen ser estudiadas. Actualmente, por ejemplo, los argentinos y argentinas creen más en la energía que en la vida después de la muerte. Incluso, un tercio de los católicos y católicas declara no creer en la vida después de la muerte. ¿Qué quiere decir esto? Que las creencias, al igual que las sociedades, no son estáticas, se transforman, se resignifican de acuerdo a las generaciones, los contextos, las circunstancias específicas que vivimos. A su vez, también las instituciones se transforman: en esa misma encuesta, 6 de cada 10 argentinos y argentinas manifestó relacionarse con Dios por su propia cuenta, antes que recurrir a una iglesia o templo. El proceso de individuación religiosa hace posible “creer a mi manera”, dejando en un segundo plano dogmas y doctrinas. Por eso, la clave es estudiar las creencias, las prácticas, las relaciones entre actores, su desarrollo a lo largo del tiempo.
LID: ¿Qué relación hay entre el poder simbólico que detenta la iglesia y su representación real en la sociedad? ¿Qué implicancias tiene ese poder para el resto de la sociedad?
Soledad Catoggio: Por un lado, el catolicismo sigue siendo la religión mayoritaria, aunque desde 2008 hay una tendencia decreciente y esa mayoría se atenúa. Según nuestra encuesta (2019), el 62, 9% de la población argentina se declara católico. Sin embargo, esas masas católicas no se comportan como cuadros institucionalizados que responden necesariamente a la autoridad de sus obispos: hay distintas maneras de creer, diversos modos de practicar el catolicismo, a menudo, alejados de los postulados institucionales. Por ejemplo, según datos de 2008, la mayoría de los católicos y católicas piensa que se puede ser buen religioso sin ir a la iglesia o templo y que se puede usar anticonceptivos y ser un buen creyente. Es decir, el poder real de la Iglesia católica no depende mecánicamente de su base demográfica. A la inversa, encontramos que la mayoría de la población argentina, más allá de su adscripción religiosa, valora positivamente el trabajo social que realiza la Iglesia católica.
Esa misma valoración extendida explica, como mencionamos más arriba, que en situaciones de crisis, como la del 2001 o la de la pandemia de coronavirus actual, sean considerados asesores privilegiados por el Poder Ejecutivo. Sin embargo, esa valoración social no justifica para las mayorías que el Estado sostenga al culto católico. Sobre este aspecto, el debate inaugurado en noviembre de 2018 acerca del sueldo de los obispos, llevó a la misma institución eclesiástica a considerar su renuncia a esos aportes y a evaluar estrategias de fundraising para su propio sostenimiento. Aunque, por el momento, esa propuesta se encuentra en suspenso, es elocuente el gesto porque pone en evidencia que “el poder” de la Iglesia católica no se limita ni a su base demográfica ni a las relaciones económicas que mantiene con el Estado. Entran otros elementos en juego: su presencia histórica en el territorio, sus redes trasnacionales, su injerencia global, etc. Ejemplo de ello es el Papa Francisco, cuyo poder simbólico es reconocido más allá de su feligresía, en diversos foros internacionales de decisión política.
LID: Teniendo en cuenta grandes debates nacionales como el derecho al aborto, el matrimonio igualitario e incluso el divorcio en los ochenta, ¿considera que los movimientos religiosos, en nuestro país, fundamentalmente la Iglesia católica y ahora los evangélicos, han recuperado poder político y capacidad de movilización?
Soledad Catoggio: Hay ciertos temas, como el aborto, que ponen en evidencia la intransigencia de ciertas instituciones religiosas, como es el caso de la Iglesia Católica y de las iglesias evangélicas. Sin embargo, como dije antes, esto significa que los fieles se encuadren necesariamente en torno a estos temas. Nuestra encuesta revela que la mitad de la población argentina está de acuerdo con la situación legal actual, es decir, que el aborto esté permitido en ciertas circunstancias. Solo un 2 de cada 10 argentinos y argentinas se manifiesta a favor de que el aborto esté prohibido siempre. Dentro de esa porción, los evangélicos parecen ser más intransigentes que los católicos: mientras que el 41.9 % de los evangélicos está a favor de que esté prohibido siempre, entre los católicos, lo hace el 17, 2 %. A su vez, si miramos cómo se ha modificado la opinión sobre el aborto en la sociedad argentina a lo largo de más una década, encontramos una diferencia entre la medición del 2008 y la del 2019. La visibilidad mediática del problema, la movilización de los feminismos y de las mujeres por sus derechos ha sensibilizado a toda la población argentina, logrando que se duplique en once años la cantidad de personas que piensa que el aborto es un derecho de las mujeres. Una vez más, se advierte el carácter dinámico de estos procesos, la autonomía de las personas de los mandatos institucionales y la reflexividad que esa autonomía demanda para las propias instituciones.
LID: ¿Quiere agregar algo más?
Soledad Catoggio: Sí, creo que lo que está sucediendo con la pandemia del coronavirus es útil para comprender algunas continuidades en la relación histórica entre el Estado y las religiones, en particular, el catolicismo. El presidente, Alberto Fernández, no solo convocó a los católicos, sino a todos los cultos a través de la Secretaría de Culto y las intendencias para solicitar ayudas para poner en marcha el plan de contingencia. Las organizaciones religiosas son claves en este contexto, como lo fueron en otros contextos de crisis porque cuentan no solo con presencia en el territorio y una red de militantes formados en la “cultura de la solidaridad”, hoy tan difundida por los funcionarios estatales. En este contexto de mancomunar esfuerzos, sin embargo, vuelve a emerger el vínculo privilegiado con el catolicismo: el presidente reza y “argentiniza” –dicen algunos medios de comunicación- la oración del “Padre nuestro” junto a los curas villeros y cita una y otra vez al Papa Francisco en sus entrevistas públicas. Es interesante notar que la apelación y la alianza es a un catolicismo popular históricamente aliado al peronismo: no son los obispos, sino los curas inmersos en los barrios populares. Habrá que ver, después de tantos esfuerzos comunes, qué sucede con el aborto legal, tan resistido por muchos –aunque no todos- de estos actores religiosos.
LID: Una lectura sugerida
Soledad Catoggio: Si no lo leyeron, les recomiendo mi libro, Los desaparecidos de la Iglesia. El clero contestatario frente a la dictadura (Buenos Aires, Siglo XXI, 2016), que problematiza en el largo plazo la relación entre la Iglesia y el Estado, para detenerse en la última dictadura y ofrecer claves para comprender cómo fue posible que víctimas y victimarios convivieran en el seno de la misma institución y qué relatos memoriales surgieron de esa experiencia trágica.
También recomiendo la lectura de los informes de las encuestas antes citadas, elaboradas por el Programa Sociedad, Cultura y Religión, del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del CONICET. Me refiero al Atlas de las creencias religiosas en la Argentina, dirigido por Fortunato Mallimaci (Buenos Aires, Biblos, 2013) y informe “Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina, Sociedad y Religión en movimiento” (2019).
Disponible en http://www.ceil-conicet.gov.ar/wp-content/uploads/2019/11/ii25-2encuestacreencias.pdf . Acceso el 5/4/2020.
Aunque las encuestas demuestran que la Iglesia Católica ha perdido su monopolio creyente y que existe en el país una pluralidad de creencias diversas que tienen vínculos con el Estado; el mito de la nación católica no ha perdido eficacia política. Sigue teniendo algunos triunfos, como el reciente acuerdo entre el presidente Alberto Fernández y los curas villeros para garantizar la cuarentena y la asistencia social en los barrios populares en el marco de la pandemia del coronavirus.
Acerca del entrevistado
Soledad Catoggio es Licenciada en Sociología (UBA) y Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Es docente de grado de Historia Social Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires y docente de posgrado en la Universidad Tres de Febrero. A su vez, es Investigadora Adjunta del CONICET, miembro del Programa Sociedad, Cultura y Religión, con sede en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales. Sus investigaciones se dedican al estudio de los vínculos entre religión, dictaduras y derechos humanos en América Latina, desde una mirada sociológica que articula historia y memoria. Es Secretaria de Redacción de la revista Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, situada en el IDES. Es autora del libro Los desaparecidos de la Iglesia. El clero contestatario frente a la dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2016.