Cuando algo entra en el terreno mitológico no hay explicación, se siente y Carlovich es una de esas historias románticas para toda la vida.
Viernes 22 de mayo de 2020 23:00
“Un día, hace mucho tiempo, me lo dijo un periodista y le respondí no entiendo lo que es llegar, yo jugaba descalzo, en el barro, igual con mis amigos que con 20 mil personas. Jugar era mi pasión, mi locura”. Tomas Felipe Carlovich
¿Quién no quisiera jugar a la pelota y que Maradona te firme una camiseta poniendo “fuiste mejor que yo”? Porque Carlovich jugaba a la pelota, entiéndanlo, no jugaba al futbol.
Muchos se preguntan si de verdad era mejor que Maradona o Messi en su plenitud, ¿y qué importa? Son los mismos que están todo el tiempo haciendo comparaciones absurdas entre tal o cual. Otros teorizan sobre si podía haber llegado a jugar en “un grande” o hacer camino en Europa y jugar en el Madrid o tal vez algún mundial. Pero pocos entienden lo que sentía, lo que lo hacía feliz. Y al Trinche lo hacían felices esas pequeñas cosas. El olor de la tierra del potrero, la puteadita al costado del alambrado a dos metros, los pozos que producían todo un desafío para dominar la redonda, los aplausos ante un caño limpito. Porque lo más importante siempre será lo que dicte el corazón hasta el final, y el zurdo no se traicionó nunca en eso.
Un rosarino indisciplinado
Carlovich, hijo de inmigrantes yugoslavos y el menor de 7 hermanos, creció en el barrio Belgrano, zona oeste de la city rosarina. Allí, en terrenos baldíos y calles de tierra empezó a tener contacto con su único juguete, la pelota. “El primer regalo que me hicieron los Reyes Magos fue una pelota Pulpo. ¿Sabés lo que era yo con esa maravilla saltarina, de goma? No la tocaba más nadie. Ese regalo me alegró la vida. Ojo que también me encantaban las pelotas de trapo que me hacía mi mamá”.
Ya en su adolescencia trabajó en una fábrica de pianos y tocaba cada semana la mejor sinfonía musical con la redonda. “Jugaba de 10 como se jugaba antes, después de 5 bien paradito delante de la línea de 4 con salida, toques y pelotazos”.
El gitano sedentario arrancó en las inferiores de Rosario Central, pero se fue a jugar al campo (Sportivo Bigand) con 18 años. En Bigand se dio el lujo de salir campeón junto a su hermano (que decía era mejor que él), cortando una racha de 10 años de títulos seguidos de Independiente, la contra. Luego retornó para debutar en la primera del C.A.R.C. a los 23 años en 1969, algo irrisorio, donde solo jugó un partido y fue borrado. Ignomiriello y sus discípulos en esa época traían toda la “revolución táctica y física” que atentaba contra el espigado joven. Solo jugó dos partidos en primera, uno en Central y otro en Colón (debut con lesión del profeta), y de ambos clubes se fue rápidamente porque no le gustaba entrenar profesionalmente. Siendo profesional, los domingos que no había fútbol, se iba a algún pueblo a jugar entre 6 y 7 partidos en un mismo día, los famosos torneos relámpago que empezaban y terminaban en una jornada. El rockero del fútbol tenía poco apego a la disciplina y la desprolijidad era su sello.
Un vago con convicciones
“Para mi jugar en Central Córdoba fue como jugar en el Real Madrid”. El charrúa fue el patio de su casa, donde más cómodo se sentía y lo hacían sentirse debido a las licencias y pocas exigencias de la categoría. Allí obtuvo los ascensos de 1973 y 1982. En la institución de barrio Tablada inmortalizó el doble caño (de ida y vuelta) y el tacazo, (una jugada llamativa donde en días de lluvia y campo mojado solía llevársela corriendo a puro taco en el aire). Tiene la particularidad de ser el jugador más expulsado en la historia de Central Córdoba, algo llamativo debido al lirismo que comulgaba. El potrero le había enseñado que si le jugaban limpio él jugaba de la misma manera, pero si lo iban a buscar respondía con mucha más vehemencia.
“Yo jugando en Mendoza el primer partido el técnico me dice, mire Carlovich que el 6 de ellos es un carnicero, lo va a salir a buscar y lo va a matar. Empezó el partido y efectivamente, me salió a matar, me pegó dos patadas y quedé dando vueltas en el aire y la tercera me paré… se chocó solo y se cayó, que se yo, lo sacaron”. En Mendoza también es ídolo y guardan un gran recuerdo del rey, como lo bautizaron.
El Trinche sigue enseñándonos al respecto: “Mi virtud futbolística era querer la pelota a cada ratito, si no la tenía me desesperaba”. Un enamorado total.
Soy leyenda
“Son partidos que salen” atinó a decir alguna vez el trinche sobre aquel encuentro histórico entre el combinado rosarino y la selección argentina, preparatorio para el Mundial de Alemania 74. La característica humildad del jugador invisible para retratar ese momento, filtrándose entre 5 jugadores de Central y 5 de Newell´s en aquel conjunto que dirigían Griguol-Montes y que le dio una paliza futbolística a la selección de Cap, siempre fue una marca de distinción.
Así como bailó a la selección argentina también lo hizo contra el poderoso Milan de Gianni Rivera y un jovencito Franco Baresi. Corría el año 1979 y Carlovich ya asomaba con 33 años jugando para un combinado mendocino. “Me divertí un poco, estaban enojados los gringos” soslayaba el Trinche en una entrevista que le hizo Julian Bricco hace unos años.
El día que Carlovich viajó con la hinchada a jugar su último partido como profesional en 1986.
El año pasado se estrenó en la Avenida Corrientes la obra de teatro El Trinche, el mejor futbolista del mundo. Allí la obra recalca que el rosarino es alguien que pudo haber tenido “todo” pero eligió quedarse con “nada”. ¿Qué sería la nada? Tal vez en el mundo Carlovich “la nada” sea “el todo”.
Según palabras del sociólogo De Biase reproducidas en la autobiografía Trinche de Alejandro Caravario, “El negocio del fútbol argentino se fue estructurando de un modo en el que la exportación de talentos se convirtió en un sistema. De aquí la necesidad de leyendas, de encontrar y atribuir características del Quijote o del Che a jugadores de conductas singulares”.
Modesto Marrone, presidente de Argentino de Monte Maíz en 1988 dijo al respecto: “Yo me renegué de que en ese partido no vino, (por la revancha) hasta que hace unos años lo empecé a entender. Era un tipo muy particular, habíamos quedado muy calientes con el ‘Trinche’ en alguna medida porque en el último partido no vino. El Trinche no decía que era jugador de fútbol, sino que iba a jugar a la pelota y así lo demostraba en algunas cosas de su juego. El tipo tenía un desinterés por el dinero casi total”.
El único video de jugadas del rosarino hasta el momento es en una final de una liga chacarera. Jugando para Argentino de Monte Maíz (Provincia de Córdoba) un Carlovich ya retirado, con 42 años, prácticamente sin entrenar y casi en una pierna; se lo puede apreciar tirando lujos sin perder la magia.
Me he nutrido también, como muchos, de lo que nos narraron. Por mi parte, viejo me contaste que te diste el lujo de enfrentar al Gaboto del Trinche con tu Napoli en un par de partidos del torneo interno de Provincial. Hubo chispas, fútbol y corazón. Qué lindo que es jugar a la pelota. ¿Querer ganar? Por supuesto, siempre, pero disfrutando y apuntando a ser feliz dentro de una cancha. Y el gitano rosarino hizo de eso una bandera.
Brilló en los años setenta, en canchas desastrosas del ascenso donde la pelota daba saltos por los pozos y se hacía difícil de dominar. Seguramente surja el “trinchismo” (si ya no existe desde antes), una empatía por tipos comunes, barriales, antihéroes, donde se pregona una resistencia a lo estructural. Cuando jugás por prácticamente nada y la gente te sigue eso te hace único e irrepetible. Dicen que le gustaba el vino, la caza, la pesca, la noche, que era un vago, un atorrante irreverente… dicen tantas cosas. Nada de eso importa.
Ese sábado en su funeral “violaron” la cuarentena cerca de un millar de personas agolpadas en el Gabino Sosa, su lugar en este mundo, para despedir a ese Numero 5 que tantos momentos hermosos les hizo pasar. ¿Quién puede acusar con el dedo a esa gente movilizada únicamente por la pasión? Por la tarde unos loquitos improvisaron un picadito en homenaje al Trinche frente al estadio. Mucha intensidad en un par de horas. Carlovich fue un intenso de la pelotita, jugó como vivió y llegó hasta donde él quiso llegar. Yo elegí creer en su historia, porque elegí lo romántico por sobre todas las cosas. Lo distinto, esa llama de pasión que los que pintan canas añoran y siguen diciendo día tras día…
¡Esta noche juega el Trinche!