Realizadores, trabajadores del medio y críticos reflexionan sobre las mismas preguntas. Benjamin Naishtat, Clarisa Navas, Tatiana Mazu y Patricio Escobar en este artículo, a los cuales se unirán Ezequiel Radusky, Ximena Gonzalez, Alejandro Rath, Violeta Bruck, José Campusano, Lucia Casado, Gabi Jaime y el crítico Roger Koza entre otros en las siguientes entregas.
Javier Gabino @JavierGabino
Miércoles 30 de junio de 2021 12:16
El impulso inicial para hacer esta serie de artículos es la certeza de que la actual situación de “crisis de hacer cine” en Argentina se ubica en un punto límite no metafórico. Aunque pueda sonar repetitivo hablar de crisis, ya que esa parece ser la naturaleza en que inventamos nuestras películas independientes.
En la tríada producción, distribución y exhibición, que es la base del circuito de las obras audiovisuales, los dos últimos actos se arrastraron siempre como un problema histórico. Como contrapartida, la producción tuvo oleadas que evidenciaron el persistente deseo de contar nuestras historias, con diversidad de miradas y con o sin ayuda estatal. Mientras en ese esquema las grandes empresas del sector invariablemente se ubicaron aliadas a las multinacionales internacionales cinematográficas, sin más pulsión que negociar una parte del mercado saturado de productos norteamericanos, pero sin olvidarse de echar mano de los fondos públicos a través del INCAA. La mayoría del cine que producimos queda exiliado en su propia tierra.
La “novedad” para hacer sonar nuevamente la alarma es la coordinación de la crisis de esos tres factores en una aguda línea descendente. La pandemia no inventó nada, aceleró los procesos de transformación que se venían gestando y para los cuales no había plan de contingencia (favorable).
En lo que hace a la producción el golpe fue certero en 2020. El freno casi total al trabajo en lo que se denomina como “industria” tuvo algunas reactivaciones en 2021 en ficciones pero acompañadas de mayor precariedad. Mientras que las políticas del Instituto de Cine en un año y medio de gobierno del FdT pueden considerarse sustancialmente continuidad de la línea de ajuste del macrismo. Quien escribe habla por sí mismo en esta introducción, sin pretender que las opiniones aquí volcadas tiñan las demás respuestas que además son muy claras.
En lo que hace a distribución y exhibición, la apertura de salas a partir del 18 de junio es un ejemplo del punto límite, simplemente los tanques de Hollywood salieron en busca del tiempo perdido. Elevaron casi al 100% la ocupación de pantallas bajo “protocolo covid” (mientras la única “producción nacional” es una tanqueta de Patagonik). A su vez el acelerado crecimiento de Netflix y otras plataformas es la misma guerra por otros medios. La N roja tiene al menos el 65% de la importación de productos audiovisuales al país, unos 5 millones de suscriptores únicos, y diferentes estudios indican que en “los contenidos” que ofrece apenas un 3% son de origen nacional. Aunque hay que decir que el streaming permite un poco más de diversidad, la porción principal de la torta es obviamente de la cocina norteamericana y al acomodador algorítmico le encanta ofrecerla.
Quien escribe, considera que en este guión toda relación con la historia latinoamericana está permitida y es deseable recordarla, pero incluso la inexistencia de una política de preservación y resguardo de nuestro cine dificulta esta memoria. Es imposible que una fuerte crisis de las llamadas “producciones simbólicas” no acompañe el crecimiento exponencial de la desigualdad en nuestro continente, la concentración de la riqueza y el descenso a la pobreza de 22 millones de personas sólo en el primer año de pandemia. Si hacer películas, libros, teatro, música, arte, siempre fue un problema para los habitantes del... ¿sur global? ¿los países subdesarrollados? ¿las semicolonias?. Ahora estamos en un momento límite no sólo para el cine, y en el que todas las ambigüedades deberían descartarse.
Por esta misma razón es un momento en que es importante la diversidad de voces y perspectivas, abrir el debate. Con esta idea convocamos a varios realizadores, críticos y trabajadores del medio a dar sus opiniones. Benjamin Naishtat, Clarisa Navas, Tatiana Mazu, Patricio Escobar en este artículo, a los cuales se unirán Ezequiel Radusky, Ximena Gonzalez, Alejandro Rath, Violeta Bruck, José Campusano, Lucia Casado, Gabi Jaime y el crítico Roger Koza entre otros en las siguientes entregas. Diversidad de formas de producción, de perspectivas, de experiencias atacando los mismos problemas.
Las preguntas que abordamos fueron tres:
- 1) Más allá de la crisis que trajo la pandemia, se puede decir que hay una continuidad del ajuste en el área cinematográfica. Crecen límites a la producción y ni se habla de exhibición y preservación. Esto incluye además la vigencia de la caducidad sobre el fomento que impulsó el macrismo en 2017 y es denunciada ampliamente por distintas asociaciones. ¿Cuál es tu opinión sobre esto?
- 2) Desde varios sectores de derecha, pero también en los hechos desde la gestión del INCAA, se apunta a que se filmen menos películas y sólo por las grandes productoras, atacando la diversidad y el cine independiente. ¿Cuál es tu opinión sobre esto?
- 3) Las plataformas de streaming como Netflix, Amazon, HBO vienen ganando espacio, incluso les otorgan exenciones impositivas ¿Cuáles pueden ser las consecuencias culturales, de lenguaje y contenidos de las realizaciones nacionales?
Las respuestas de les participantes se ofrecen completas. Antes de dejarlos con ellas comparto una última reflexión que me trae esta crisis.
En 1978 Jorge Sanjines recordaba que “su primer película seria” había visto la luz en 1963, pero que en esos 15 años “la mayor parte de las películas pensadas y soñadas habían quedado en los papeles o en el interior de nuestro pensamiento, esperando resignadamente el día en que pudieran existir.” Sin embargo, se entusiasmaba porque “unas cuantas” habían logrado llegar a sus destinatarios y “provocado inquietudes y reflexión”. Contrario a cualquier resignación, traigo la cita solo para recordarnos nuestro destino sudamericano. La generación de cineastas de los 60 y 70, tanto los ultra politizados como los menos tenían claridad de la existencia del imperialismo en la región, una idea que nos permite pensar mejor el enemigo al que nos enfrentamos que desde las inconsistentes “relaciones asimétricas”.
Creo que en la historia de nuestro cine hay una riqueza enorme de experiencias que deberían volver a la luz porque se enfrentaron a los mismos problemas aunque en situaciones distintas. Pienso que sería saludable quitarles el mármol y hablar con ellos, no separar nuestras luchas de nuestra historia. Fernando Birri, Pino Solanas, Glauber Rocha, Santiago Alvarez, Jorge Sanjines, Raymundo Gleyzer desde estas tierras, J. L. Godard, Chris Marker y muchos más debatieron profunda y “sofisticadamente” en los años 60 y 70 sobre los problemas del imperialismo (sin eufemismos) sus injerencias en la distribución y exhibición, incluyendo la problemática del lenguaje y del “llamado profano del mundo” que recibe quien decide hacer cine aún en el fin del mundo. Pero ese tema excede esta introducción ya demasiado larga.
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Clarisa Navas
1) Creo que toda la crisis del sector viene desde hace mucho. Lógicamente, ahora hay una urgencia que es la caducidad del Fondo de Fomento que, más allá de todo lo que viene luchando el sector, a mí me sorprende que no se haga nada con la urgencia del caso. Creo que no sólo se pone en riesgo miles de puestos de trabajo y las películas en sí, la posibilidad de hacer desde acá, sino que también atentan contra un montón de formas de expresión que tienen que ver con la educación: las Enercs, los festivales nacionales. Hay un montón de recursos que salen del Incaa y que si dejaran de estar plantearían el problema qué va a ocurrir con esa diversidad justamente. Creo que todo apunta a una mayor concentración del capital, de quiénes pueden filmar. Son muy pocas las provincias argentinas que tienen un fondo propio o que incentivan la actividad, entonces directamente es llevar a inexistencia la diversidad del cine nacional.
2) Me parece que esa lucha por quiénes filman, en donde se filma y quienes pueden filmar, es algo que es casi inherente al cine en Argentina. Para mí siempre estuvo en manos de una clase, y lógicamente que con el correr de los años se ha ido abriendo por la facilidad de filmar, en cierto sentido, pero me parece que eso nunca deja de estar presente y más todavía en estos tiempos super extraños que estamos viviendo con respecto a los cines cerrados, a la concentración de las plataformas. Me parece que más que nunca se perfila un tipo de cine o una forma que es muy hegemónica, que desconoce de otro tipo de expresiones, de registro, de formatos, y eso me parece muy peligroso porque en esas formas de homogeneidad y de anulación de la diferencia, eso también son los microfascismos. En el cine, tienen tanto poder todavía las imágenes en sí, que arrasar contra otras formas de expresión y que solamente quede en manos de quienes detentan el poder me parece que es sumamente peligroso.
3) Con respecto a las plataformas, creo que son debates muy profundos, y que muchas veces desde las instituciones no se dan porque se corre con la urgencia de los puestos de trabajo, del generar empleo, y muchas veces es a costa de perder muchas libertades y creo que en ese sentido trabajar para una plataforma tiene que ver también con no ser dueño, ni siquiera tener libertad de pensar duraciones, temas, formas en que esas imágenes se vayan creando. Digo; esa libertad en la creación probablemente no esté. Entonces creo que hay que saber distinguir muy bien las cuestiones meramente laborales, generadoras de trabajo para el sector audiovisual, de las que tienen que ver con otro tipo de valor simbólico, con un cine diferente. Podemos llamarlo independiente, comunitario, de autor, como se quiera, pero que tiene que ver con una expresión sensible de otras cosas, y eso me parece que no está contemplado, no aparece en las agendas de las plataformas. Entonces esa no tiene que ser la única salida, sino justamente el fondo de fomento. El fomento que permite el Incaa, los recursos tienen que seguir estando para que no sea imposible crear en libertad, con un mínimo de libertad y no naufragar en el intento. Ya que es inviable prácticamente la actividad para un montón de personas que hacemos un cine un poco más diferente. Hay que trabajar de un montón de otras cosas para cada tanto poder hacer una película, si ya deja de existir eso se vuelve todo el triple de difícil.
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Tatiana Mazú
1) Creo que siempre, en algún punto, la política cinematográfica del INCAA ha sido excluyente. No se podía hacer cine sin tener antecedentes “oficiales” como directorx o productorx y menos que menos sin una estructura empresarial hasta que, gracias a la lucha de lxs realizadores, se consiguió la Vía Documental Digital en 2007. Pero el acceso a los fondos del INCAA siguió siendo un espacio restrictivo para las ficciones independientes de ópera primistas y para cualquier forma de producción híbrida, experimental o por fuera de las lógicas de tiempos y formas estrictos que maneja el Instituto. Sin contar con que, desde entonces, todas las gestiones mantuvieron los fondos de la Vía Digital en un monto insuficiente, que nos obliga a una suerte de auto-precarización de nuestro trabajo a quienes somos realizadores integrales. Hasta 2016, además, discutimos en torno a la completa ausencia de políticas públicas orientadas a favorecer la exhibición del cine independiente frente al acaparamiento de las pantallas por parte de las grandes distribuidoras y productoras, en torno a la necesidad de más salas públicas, de formación de espectadores y de la necesidad inmediata de una cinemateca. Pero cuando el macrismo detonó las condiciones de producción, todo esto pasó a un segundo plano. Los montos se congelaron y el plan de fomento se volvió aún más restrictivo. Con el cambio de gobierno en 2019, la mayoría de las asociaciones confiaba ciegamente en que esta situación se iba a revertir. Pero no fue así. Los montos siguieron congelados, las trabas burocráticas para acceder a fondos se triplicaron, les trabajadores del sector estuvieron gran parte de 2020 sin ingresos en plena pandemia y estamos a un paso de que directamente el Fondo de Fomento cinematográfico caduque, tras la aplicación de una normativa impulsada en pleno macrismo. A mi criterio, es hora de organizarse -cineastas, trabajadores, técnicxs, estudiantes del sector-, desde abajo, de forma asamblearia y más allá de las conducciones de las asociaciones, que priorizan normalmente ciertas lógicas de lobby y conciliación que hace años viene mostrando sus límites.
2) Desde ya que estoy en contra de esas posiciones. Incluso mi posición al respecto es más tajante: no acuerdo con que el Estado financie a las grandes productoras. El Estado debería financiar a quienes no tienen fondos para producir, distribuir y exhibir. No a quienes muchas veces están asociadxs o son parte de multimedios de comunicación o multinacionales de la industria cinematográfica o el streaming. Creo que el INCAA debería apoyar, a través de un nuevo plan de fomento, a lxs realizadores independientes, las pequeñas y medianas productoras, al cine hecho por fuera de los grandes centros urbanos blancos y gentrificados, al cine hecho por mujeres cis, varones y mujeres trans, lesbianas, travestis y personas no binaries. Esa es la diversidad que me interesa: la que ataca el status quo.
3) Personalmente, defiendo el cine que se realiza de forma artesanal y amateur. En palabras de Maya Deren, una de las primeras cineastas feministas de la historia, “(…) la clasificación de amateur tiene una connotación de disculpa. Pero esa misma palabra, del latín amator (amante) se refiere a alguien que hace algo por amor y no por razones económicas (…) lx amateur debería hacer uso de una de las mayores ventajas que tiene y que todos los profesionales envidian: la libertad, tanto artística como física- (…)”-.
Defiendo el cine que experimenta con la forma y la materia. El cine que se realiza de forma colectiva y contra cualquier jerarquía, el cine que cuestiona este mundo del horror capitalista y heterocispatriarcal que nos tocó habitar y que es necesario cambiar, también desde las imágenes y sonidos. El apoyo público a este tipo de cinematografías, precarias económicamente pero de indiscutible aporte estético, social y político, es importantísimo para que ese cine pueda ser también nuestra labor cotidiana y no sólo lo que hacemos en los ratos libres que nos deja el trabajo que hacemos para pagar el alquiler, los impuestos, la comida. Y esto es lo que yo entiendo que hay que salir a defender, frente a medidas públicas que permiten que día a día avance el apoyo a estas empresas, que entienden el cine y las artes audiovisuales como mercancía.
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Benjamin Naishtat
1) Creo que a muchos esta gestión del INCAA nos ha decepcionado. Luego del retroceso en todos los frentes que significó el macrismo para la producción cinematográfica, muchos creímos que esta gestión, encabezada por gente de cine, respetada por el grueso de la comunidad audiovisual, iba a encabezar un INCAA dinámico, proactivo, amigo de las pequeñas y medianas productoras. Es cierto que vino la pandemia, una crisis insoslayable que puso en jaque no solo a la producción sino también la capacidad financiera del organismo al estar cerradas las salas. Pero pienso que esto debió leerse como una especie de oportunidad forzada para avanzar en frentes que ya eran urgentes antes de la pandemia: en primer término, impulsar los cambios legislativos para que las OTT sean gravadas como corresponde y aporten al fondo de fomento como exhibidores que son. En segundo término, hacer cumplir a las plataformas algún tipo de cuota de pantalla igual o mayor a la que (in)cumplen las salas. Obviamente, se esperaba que la gestión impulse y materialice esa deuda eterna transversal a todas las gestiones que es la Cinemateca Nacional que por ley debiera existir. Lo mismo se percibe en torno a la cuestión de la caducidad del fomento, una inacción política. En definitiva, la pandemia no es excusa para no tener iniciativa política sobre cuestiones estructurales, y no coyunturales, del quehacer cinematográfico. Y si el problema es que no hay peso político específico de la gestión para avanzar en esos frentes urgentes, entonces la gestión debiera comunicarlo y dar un paso al costado y unirse a los reclamos. Pero es triste que los problemas neurálgicos del cine argentino permanezcan desatendidos, como boyando en un limbo, cuando la expectativa es otra.
2) Creo que el problema es un poco más complejo de lo que se plantea en esta pregunta. Es fácil y cómodo decir que la derecha apunta a que se filmen menos películas, y es complejo e incómodo confrontar con el hecho de que en los últimos años las condiciones de producción y de exhibición a las que están sujetas las películas que hacemos han llegado a márgenes francamente insostenibles. Por un lado, sufrimos los atrasos arrastrados desde hace años por el costo medio, que fuerzan a que se filmen óperas primas de ficción en 2 o 3 semanas. ¿Quién puede hacer su primera película de ficción en 2 semanas y salir airoso? También es incómodo abordar la pobreza de las posibilidades de exhibición que han tenido muchas de las películas nacionales (las que pasan por el fomento) en los últimos años, una semana en cine.ar, algunas proyecciones en el Gaumont. Abordar el tema de la cantidad de películas, como si fuera una abstracción, me resulta inconducente. Abordemos el tema del Fondo de Fomento y cómo ampliarlo, porque el Fondo de Fomento no es una abstracción, es una cantidad de plata que se divide aritméticamente por la cantidad de proyectos que tienen el interés en los comités. Soy partidario de que haya muchísimas películas argentinas por año, de todo tipo y en toda la geografía nacional, pero creo que esas películas debieran tener garantizadas las posibilidades técnicas y artísticas que se merecen, que debieran tener más instancias de desarrollo, y que debieran pensarse para circuitos de exhibición física y digital que hoy no existen o no son funcionales. En otras palabras, habría que avanzar en las cuestiones legislativas antes mencionadas y pensar un plan de Fomento que acompañe a los proyectos en sus naturalezas y dimensiones diversas con normas específicas, propiciando un marco virtuoso para el desarrollo profesional, algo que hoy no sucede. Y paralelamente, desde el INCAA y desde el Ministerio de Cultura, debiera entenderse de una vez que la exhibición de cine argentino es un asunto estratégico para la construcción de subjetividad. Trabajar en la formación de audiencias, formar docentes para que el cine argentino sea parte de la cultura argentina que se enseña en las escuelas, para construir audiencias que vayan al encuentro de esas películas. Todo eso es factible con voluntad política y gestores comprometidos, las instituciones que necesitamos existen, necesitamos que funcionen.
3) La pandemia ha acelerado un cambio de paradigma en la exhibición que ya se venía dando: hoy la gente mira películas, o contenidos (espantosa palabra), en sus casas, en las plataformas. Esto es una realidad, como es una realidad que esos contenidos, y me refiero en particular a las series, a grandes rasgos no tienen un valor cultural intrínseco, ni pretenden tenerlo. Se trata de una industria del entretenimiento, que a mi juicio corre por un andarivel distinto y no antinómico al del cine nacional. Hoy se están produciendo muchas series en la argentina, y eso ha generado un pequeño boom de empleo en la industria audiovisual. Me parece una excelente noticia que técnicxs y actores y actrices, realizadorxs y guionistas tengan trabajo, particularmente después de lo que implicó 2020 para la industria audiovisual. Yo mismo tengo trabajo en una serie y me siento agradecido por eso. Me resulta una evidencia que el INCAA no debe destinar dinero del fomento a esas series, como me resulta también una evidencia que la producción de series puede contribuir al desarrollo profesional de muchísimos trabajadorxs de la industria, así como darle un lugar a los miles de estudiantes de cine que hay en las escuelas y que tan difícil tienen históricamente la inserción al medio. En cuanto a las consecuencias culturales, es una excelente pregunta que aún no tiene respuesta. Intuyo que las series argentinas, aunque sean pobres artísticamente y abúlicas en sus pretensiones de contribuir a un imaginario de las particularidades nacionales, con todo son preferibles a un escenario de un monopolio norteamericano de los imaginarios. Acaso ver más contenidos con elencos nacionales, filmados en el país, contribuirá a fortalecer la audiencia de las películas nacionales. Pronto lo sabremos
Pato Escobar
1 y 2) El principal problema es que entienden la cultura como una mercancía. En un estado capitalista es lo más lógico. No importa quién gobierne, puede ser un poco más a la derecha, un poquito más de centro izquierda, la cultura tiene que pagar. En esta área específica del cine está claro que al INCAA lo único que le importa es la industria, las grandes corporaciones, los tanques ¿Para qué? Para generar ganancias. Negrear a los trabajadores de esa “industria” ¿para qué? Para generar ganancias. Ganancias que son re “invertidas” en las producciones de las grandes productoras, en los grandes festivales que se retroalimentan de esa producción y utilizan al cine independiente como una lavadita de cara del sistema.
En el 2007 una agrupación como DOCA salió a pelear migajas de esa torta. Se cortaron calles, se debatió y se presentó un proyecto de fomento al cine independiente, por fuera de la industria, por fuera de las distribuidoras y productoras. Arrancamos la famosa 632. Pero al INCAA nunca le importó ese cine. Jamás pensó en fortalecerlo. Se hicieron más películas, pero nunca se pensó en una política de exhibición y todo se redujo al embudo del cine Gaumont. ¿Los espacios INCAA? Son una gran mentira para el cine independiente por cómo se programan, pero esto es para otra discusión sobre exhibición.
Y mientras pasaron los años fueron acotando el fomento del cine documental, desalentando producciones, metiendo trabas burocráticas que para lo único que sirven es para licuar las cuotas del subsidio por la feroz inflación de Argentina.
3) Cine antisistema, contracultural, histórico, de investigación; es lo que nos lleva a pensarnos, a discutirnos, como sociedad. Pero eso no entra en la categoría de mercancía. Debemos hacer productos que se puedan vender en el mercado, esa es la cuestión. Y qué mejor que entregar toda la producción audiovisual del país a los que saben de negocios. Démosela a NETFLIX, Amazon, HBO, etc., etc. Pero van a achatar la producción nacional. ¡Qué importa! ¡Nos entran dólares! ¡Aleluya! Pero van a precarizar aún más a los trabajadores del audiovisual ¡Pero qué importa! Mejor, nosotros no ajustamos, ajustan ellos, y bue… hay que acomodarse a los nuevos tiempos, nuevas tecnologías.
El problema es que estas nuevas tecnologías siempre están al servicio de los poderes económicos del mercado. O sea, nada nuevo en estos tiempos.
Películas como las nuestras, que debaten sobre la democracia representativa, denuncian al poder de la iglesia católica, la desinformación de las grandes corporaciones “periodísticas”, de cómo el Estado desaparece personas en democracia ¿las va a financiar Netflix?
Javier Gabino
Nació en Santa Rosa, La Pampa, en 1972. Grupo de Cine Contraimagen. Codirector, guionista y montajista de La internacional del fin del mundo (2019), la serie Marx ha vuelto (2014), Memoria para reincidentes (2012) y diversos materiales audiovisuales sobre revoluciones y luchas obreras.