Realizadores, trabajadores del medio y críticos reflexionan sobre las mismas preguntas. Acá ofrecemos la opinión del crítico Roger Koza. Se suma a las voces de Benjamin Naishtat, Clarisa Navas, Tatiana Mazu, Patricio Escobar, Ezequiel Radusky, Ximena Gonzalez, Alejandro Rath y Violeta Bruck ya publicadas. Próximamente tendremos las reflexiones de José Campusano, Lucia Casado, Gabi Jaime y Ana Fraile junto a Gustavo Alonso entre otros.
Javier Gabino @JavierGabino
Viernes 2 de julio de 2021 15:34
Este es el tercer artículo de una serie en la que invitamos a reflexionar sobre el punto límite de “querer hacer cine” en Argentina. Aunque siempre “la crisis” sea la naturaleza en que inventamos nuestras películas independientes en el ¿sur global? ¿los países subdesarrollados? ¿las semicolonias?.
A la problemática histórica de la exhibición y distribución se le sumó la producción para los realizadores independientes. Y esto dentro de un nuevo esquema mundial, ya que la pandemia aceleró todos los procesos de transformación que se venían gestando cuya evidencia es la hegemonía de las plataformas de streaming.
En estos momentos el capital se preocupa por “pensar” (e imponer) lo que llaman “nuevas formas de monetización y consumo” y nosotros podríamos denominar nuevas “crisis de la experiencia” donde pensar como (y qué es) hacer películas.
Un proceso análogo a otros de la experiencia cinematográfica, como la desaparición de la gran cantidad de cines de barrio en Buenos Aires y en cada pueblo, llenos de familias trabajadoras (donde por ejemplo en 1960 se proyectó normalmente “Los 400 Golpes” de Francois Truffaut). Reemplazados en los 90 por las multisalas de los shoppings centradas en las experiencias de la clase media y el pochoclo.
Muchas veces se habló de la muerte del cine, Susan Sontag o Godard lo hicieron desde un planteo “filosófico”. Pero por ejemplo el crítico J. Hoberman la asoció al cambio en la forma de producción y realización cinematográfica de la industria cultural norteamericana que implicó la digitalización. Lo que a su vez se dio en sincronía, por obra del azar objetivo, con el atentado del 11S y la era Bush, momento de cultura y barbarie que abre el SXXI. Esa coincidencia para él marcaría a fuego el cine norteamericano posterior, es decir la cultura norteamericana, la que encontramos a la vuelta de la esquina en Buenos Aires. El cine habría muerto ahogado en píxeles.
Hoy, este nuevo crecimiento del océano digital se da en coincidencia con un 11S global llamado Covid19, y hay que construir botes salvavidas o nuevos barcos de guerra.
El cine no ha muerto pero sobrevive en constante asedio. El cine también es lo que hablamos de las películas, las imágenes se forman o deforman en nuestros debates. Por eso es muy interesante tener la opinión del crítico Roger Koza. Se suma a las voces de Benjamin Naishtat, Clarisa Navas, Tatiana Mazu, Patricio Escobar, Ezequiel Radusky, Ximena Gonzalez, Alejandro Rath y Violeta Bruck ya publicadas. Próximamente tendremos las reflexiones de José Campusano, Lucia Casado, Gabi Jaime y Ana Fraile junto a Gustavo Alonso entre otros.
Las preguntas que todes abordamos son tres:
- 1) Más allá de la crisis que trajo la pandemia, se puede decir que hay una continuidad del ajuste en el área cinematográfica. Crecen límites a la producción y ni se habla de exhibición y preservación. Esto incluye además la vigencia de la caducidad sobre el fomento que impulsó el macrismo en 2017 y es denunciada ampliamente por distintas asociaciones. ¿Cuál es tu opinión sobre esto?
- 2) Desde varios sectores de derecha, pero también en los hechos desde la gestión del INCAA, se apunta a que se filmen menos películas y sólo por las grandes productoras, atacando la diversidad y el cine independiente. ¿Cuál es tu opinión sobre esto?
- 3) Las plataformas de streaming como Netflix, Amazon, HBO vienen ganando espacio, incluso les otorgan exenciones impositivas ¿Cuáles pueden ser las consecuencias culturales, de lenguaje y contenidos de las realizaciones nacionales?
Las respuestas de les participantes se ofrecen completas.
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Roger Koza
DESVÍOS
1) Cualquier objeto, sea este banal, útil, imprescindible o sublime, deja siempre en fuera de campo la historia de su producción. No se ve de inmediato el trabajo detrás de un rombo, un tenedor o El vestido de la novia de Ernst; solo se percibe la terminación de un trabajo. En esta línea de razonamiento, lo que sucede hoy en materia de producción no se puede pensar en lo inmediato, sino en un mañana no muy lejano. Es por eso que el presente cinematográfico no es otra cosa que la condensación de los efectos de los últimos 3 o 4 años. Por eso, el número de películas actuales y de los próximos años está signado por la desaceleración productiva comenzada por la política (cinematográfica) del macrismo, intensificada en la pandemia y tampoco esencialmente cuestionada por la administración vigente del INCAA. Por ahora, esta es la evidencia inicial: la ostensible ausencia de películas argentinas en las competencias oficiales de la Berlinale y en Cannes 2021, dos festivales claves del cine contemporáneo.
Sobre la exhibición se podrían decir muchísimas cosas: en primer lugar, la cuota de pantalla se ha auditado con el mismo empeño con el que se controla la calidad de proyección en todas las salas del país: nada, nadie, nunca, un sintagma preciso en la materia. En efecto, la ley permanece como un pretérito gesto simbólico y la aplicación de esta nunca ha dejado de ser imprecisa. Películas argentinas producidas por algunos canales de televisión masivos y empresas poderosas en coproducción con otras extranjeras han sido consideradas como los títulos vernáculos que demuestran el cumplimiento de la ley. Estas mismas películas se estrenarían en las mismas salas sin necesidad de esa ley. La imprecisión en temas como estos es siempre injusta. Lo segundo a destacar es un problema inadvertido, una difusa estafa sistemática: en prácticamente todas las salas del país las proyecciones son deficientes: se escucha mal, se ve peor. No se trata de una denuncia quisquillosa de un cinéfilo obsesivo, porque la condición indispensable para las salas actuales, si es que sus responsables desean contrarrestar la comodidad del streaming y el rendimiento de los televisores 4K, es prodigarle a su audiencia un estándar de exhibición que justifique el deseo de ver una película. No puede ser que se vea mejor en la computadora que en una sala, pero es lo que pasa casi siempre.
Hubo un tiempo, a fines de la primera década de este siglo, en que los espacios INCAA dignificaban y democratizaban en serio el cine argentino. Las salas dispersas por todo el país permitían que se vieran las películas e incluso se discutiera con los protagonistas. Ese momento de esplendor dependió de la inteligencia del responsable de turno, pero no se conquistó con su fervor una política institucional. En los últimos años, el INCAA priorizó en materia de exhibición su canal de cable y su plataforma de streaming, decisiones que presumen modernidad digital, abaratamiento de costos y una llegada más masiva a todos los confines del país, variables que no son desestimables, pero que al mismo tiempo pueden ser perniciosas si se piensa que ahí se confirma un modelo de sustitución total y no complementario de la exhibición en salas. La racionalidad económica de esta praxis es notoria, un poco menos que las consecuencias decisivas sobre muchos empleos que se evaporan y también sobre la experiencia colectiva en un cine. Esto último no es un ademán nostálgico, porque en la cómoda privatización de la experiencia de ver películas en el dominio doméstico el espectador se habitúa a ser otra cosa, un mero consumidor, figura conceptual desligada de la tradición cinematográfica.
Sobre la caducidad inminente del fomento a la producción, que no solo alcanza a la producción, sino también a otras cuestiones ligadas a la exhibición (salas y festivales) e incluso a la enseñanza, la resolución indica una lectura del cine y de la presunta industria. La voluntad expresa de algunos diputados de signos políticos opuestos prometiendo que ese cambio votado sin conciencia real de lo que se estaba votando no tendrá asidero legal ni práctico resulta un alivio, pero también constituye un indicio: podemos creerles, pero no podemos prescindir de pensar las condiciones de enunciación de esa ley y la modificación de ese artículo, porque no podemos conceder alegremente que se trató de un error involuntario, al menos no de todos los involucrados. Quien redactó eso sabía muy bien en qué estaba pensando y sus efectos. Al decir esto no se trata de ir a la caza de los responsables, sino más bien advertir que existió un contexto y que este, probablemente, aún persiste, porque se trata de una matriz con la que se piensa el cine y otras expresiones culturales. La inocente confesión de los diputados sobre su distracción es en sí toda una revelación de una perspectiva; la ideología no es una cuestión de buena voluntad y ni siquiera de honestidad.
El tema de la preservación y el desprecio fáctico sobre la materia es un escándalo mayúsculo. ¡Cómo puede ser que este sea el único país de la región que no cuente con una cinemateca! Si no fuera por algún gesto esporádico del INCAA, las tareas encomiables del Museo del Cine y su destacado equipo, el heroísmo pragmático y cinéfilo de Fernando Martín Peña y alguna que otra persona más, no tendríamos prácticamente ninguna película argentina del pasado remoto y del pasado reciente en condiciones para volver a ser vista como corresponde. Si hoy quisiera proponerle a la Viennale en la que trabajo realizar una retrospectiva completa de Favio, Kohon y Kuhn, sería imposible. ¿Qué se debe añadir? Explicar que la erosión de las películas no es otra cosa que la desaparición de segmentos de memoria colectiva es ya casi un lugar común, declaración que no deja de ser legítima y necesaria de repetir. Sí se podría transmitir que la extinción de un negativo y una copia no está lejos de la desaparición de una especie. El siglo XX argentino en imágenes y sonidos puede evanecerse, pero lo mismo sucede con las películas del siglo XXI. El mito de que el soporte digital es eterno ya se reveló como una fantasía técnica y una estafa comercial. La inestabilidad del archivo digital es indesmentible, como también lo impredecible de su falla. Por lo tanto, de no haber una política de archivos entre ese carácter contingente del archivo y la sobreproducción de archivos audiovisuales no se sabrá siquiera qué preservar ni cómo hacerlo. Los archivistas del presente y el futuro tendrá que inventar nuevas taxonomías. El régimen audiovisual actual es delirante; sinceramente no sé cómo se podrán ordenar las memorias (audiovisuales) del siglo en curso.
2) La racionalidad económica desconoce la legitimidad de lo improductivo y los criterios de rendimiento, eficiencia y ganancia son inconmensurables con cualquier orden estético. Solamente quien razona un plazo fijo con el mismo criterio con el que razona un plano cinematográfico puede llegar a decir que una película es buena cuando le interesa a una gran mayoría. Hemos visto exponentes de ese silogismo en el Congreso y en algunos programas de televisión, y no faltaron aun críticos de cine que asintieran oblicuamente a ese veredicto. En las dos últimas décadas, el cine argentino se caracterizó por una expresión pluralista en materia formal y conceptual. Películas como Lluvia de jaulas, Corsario, Luz de agua, Río Turbio, El ángel, La luz incidente, Cuerpo de letra, La flor, Adiós a la memoria, Zama, El perro que no calla, La siesta del tigre, por citar algunas, expresan una envidiable diversidad. Si venciera una concepción industrial dura, esta asombrosa existencia de multiplicidades estéticas se apaciguaría lentamente.
3) El año pasado fue el año del experimento, el período de prueba. Se midió primero y luego se instrumentó un régimen de sustitución de la exhibición cinematográfica a escala planetaria. En pocas palabras, se comprobó que el streaming podía ser de aquí en más el principal modo de poner a circular películas a nivel global. La sala de cine resultó casi prescindible, y más allá de que no dejará de existir, sí será complementaria al streaming y no viceversa, y siempre y cuando la sala pueda sobrevivir y reinventarse. En efecto, el día en el que Mulan se estrenó por streaming y en el momento en el que Warner Bros. anunció estrenos en simultáneo fuimos testigos de la instauración de este sistema de exhibición a escala mundial. La rapidez con la que los diarios, por ejemplo, incorporaron a su agenda el estreno del streaming como norma de publicación es un síntoma inapelable de la velocidad de esta mutación. Con todo esto se impone otro reemplazo: el viejo espectador, aquel que llegaba a una sala en búsqueda de aventuras y aprendizajes, prefiere ahora la comodidad de la casa, en donde ejerce la soberanía de su tiempo para mirar una película sin sentirse transportado a otro mundo; juzga como consumidor todopoderoso si lo que está viendo le interesa y lo entretiene. Ese vínculo con las películas poco tiene que ver con el del amante del cine y con el del espectador de antaño. El streaming vindica el triunfo de lo doméstico sobre la otredad y la mutación del espectador en consumidor. La sala de cine como lugar de ruptura con lo conocido y también como gimnasio sensible ante la otredad son prácticas ya minoritarias ante este régimen de circulación de imágenes. Desde casa se miran las películas por un rato, luego se chequea el Instagram, se sube una story al Facebook y luego, quizás el mismo día, se vuelve a mirar la película elegida. El consumidor se ve entregado al ejercicio de una cognición fragmentada, rara vez puede atender a una película hasta el final, sostener el interés le demanda cada vez más un verdadero esfuerzo perceptivo que, de todos modos, no está dispuesto a hacer. Una película de Lav Diaz, que puede dudar unas 7 horas y contar con planos de 10 minutos cada uno y en blanco y negro, proyectada hoy en un cine sería literalmente una especie de inmersión monástica en las antípodas de este universo regido por estímulos aleatorios sin fin.
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Javier Gabino
Nació en Santa Rosa, La Pampa, en 1972. Grupo de Cine Contraimagen. Codirector, guionista y montajista de La internacional del fin del mundo (2019), la serie Marx ha vuelto (2014), Memoria para reincidentes (2012) y diversos materiales audiovisuales sobre revoluciones y luchas obreras.