El fin de las primarias no trajo paz ni concordia a ninguno de los partidos. Hillary Clinton y Donald Trump se dirigen a las convenciones con índices de impopularidad superiores al 50 por ciento.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Jueves 23 de junio de 2016
Si las primarias estuvieron cruzadas por la crisis de los candidatos del establishment y el protagonismo de los outsiders en ambos partidos, la carrera presidencial arranca marcada por los altos índices de impopularidad de los candidatos. La imagen negativa de Hillary Clinton trepa al 52 % mientras la de Donald Trump llega al 57 %.
El próximo acto de la virtual revuelta del establishment republicano se verá en Cleveland cuando la convención oficialice a fin de julio al candidato que consiguió los delegados necesarios: Donald Trump. Hasta el momento, los sectores del partido que rechazan su candidatura no han conseguido una alternativa.
Existen varios grupos que buscarán aplicar las reglas “a su modo” para impedir la nominación de Trump. El mayor problema de esta variante es que el magnate inmobiliario es el candidato más votado en la historia de las primarias republicanas. Esto alejaría todavía más a la dirección del partido de la base harta de los políticos de Washington.
Trump y el tiro en el pie de los republicanos
Lo que más anima a los detractores de Trump es su caída en las encuestas, especialmente después del bochorno del magnate ante la masacre de Orlando (Florida). Luego de la tragedia de la discoteca Pulse, un cóctel trágico de homofobia, violencia armada y xenofobia que caracteriza la grieta social que recorre la sociedad estadounidense, Trump arremetió contra la comunidad musulmana y anunció que prohibiría la inmigración de los países que “atentan” contra Estados Unidos y Europa.
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Esa “fotografía” aterrorizó a importantes figuras del partido republicano. Paul Ryan, jefe de la bancada republicana en el Congreso, volvió a criticar al nominado de su partido, como había sucedido con las declaraciones racistas de Trump sobre el juez Gonzalo Curiel, de familia mexicana, que actúa en una causa contra las empresas del millonario. Ryan no es el único, la candidata a gobernadora por California, Meg Whitman, comparó explícitamente a Trump con Hitler y Mussolini.
Una delegada republicana puso en palabras la preocupación que recorre gran parte del partido: “Dediqué 30 años para construir este partido, toda mi vida adulta, para mantener su base conservadora. Y ahora ves un potencial nominado que quiere venir y destruirlo… Si él es la cara del conservadurismo, no hay partido republicano” (The Hill).
Cuando parecía que la cosa no podía empeorar, se conoció una denuncia de violación contra Donald Trump, que vino a completar una seguidilla de declaraciones misóginas del magnate, declarado enemigo de los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT.
Sus comentarios racistas, la prepotencia contra la prensa y la reciente denuncia le permitieron a Clinton ampliar la brecha en estados clave como Florida, con gran peso latino (comunidad que promete jugar un rol importante en la elección). Y esa ventaja se consolidó con la verborragia xenófoba después de la masacre de Orlando. A su vez, el horror de Trump ayuda a reforzar la idea de Clinton como el mal menor para muchos de los sectores que tradicionalmente apoyan al partido demócrata pero no veían con gran entusiasmo la candidatura de la exsecretaria de Estado.
La caída de Trump se refleja también en los fondos de campaña. En el último informe, el nominado republicano solo alcanzó 1,4 millones de dólares, mientras Clinton consiguió 12 millones (redondeando su fondo electoral en 42 millones de dólares al 31/5). Pero ni siquiera la urgencia financiera parece imponer disciplina, ¿se atreverán a dejar a Trump en bancarrota? Imposible saberlo hoy, pero el mismo Ryan declaró en el programa de la NBC “Meet the Press”: “Lo último que haría sería decirle a alguien que haga algo que va en contra de su consciencia”.
Clinton y la cinta alrededor de la bomba
El partido Demócrata, a diferencia del republicano, supo administrar su propia crisis durante las primarias. Para esto fue fundamental la decisión de Bernie Sanders de competir dentro del partido, que no niega sin embargo el cuestionamiento que significó su candidatura motorizada por miles de jóvenes que creen en la igualdad, que odian a la elite del 1 % y creen que la estructura demócrata no responde a los intereses de su base.
El magro entusiasmo que genera Hillary Clinton es la expresión de ese descontento dentro de un partido que sirvió para contener enormes movimientos sociales y políticos como los derechos civiles de la comunidad afroamericana o el movimiento de mujeres. Muestra de esto fueron las candidaturas “antisistémicas”, neutralizadas eventualmente en pos de alternativas de centro, presentadas como “mal menor” contra los republicanos.
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El escándalo de los correos electrónicos de Clinton no había terminado de apagarse cuando salió a la luz el mecanismo de elección de la candidatura “en las sombras”. Hace algunas semanas, volvió a resonar la eliminación de las trabas para que los lobistas aporten financieramente al partido. Las restricciones habían sido establecidas por Barack Obama en 2008 y fueron eliminadas por la diputada Debbie Wasserman, hoy al frente del Comité Nacional Demócrata (dirección del partido).
En febrero, el diario Washington Post había publicado que, “la reversión absoluta de la prohibición previa de donaciones de lobistas y comités de acción fue confirmada por tres lobistas demócratas que dijeron haber recibido solicitudes del Comité”. La denuncia se amplificó en voces críticas como la del periodista Shaun King, activista contra el racismo, activo en Black Lives Matter, que convocó a los seguidores de Bernie Sanders a abandonar el partido demócrata por considerarlo irreformable.
La figura de King es representativa de la base demócrata: un joven pastor afroamericano, impulsado a la militancia por su madre, que le enseñó que era el partido de "los pobres, los trabajadores y los negros". Participante entusiasta de la campaña de Obama en 2008 y partidario acérrimo de Bernie Sanders, su llamado a romper con el partido es expresión del descontento actual: “… creo que estamos al borde de algo muy especial. No va a ser la presidencia de Hillary Clinton o Donald Trump (…) No crean lo que nos dicen, la pelota está en nuestra cancha y tenemos más poder del que los progresista han tenido en mucho tiempo en este país. Voy a pelear por Bernie Sanders hasta que no pelee más por la presidencia. Después de eso, esta será mi última elección como demócrata. Voy a seguir adelante y espero que ustedes también lo hagan”.
A las denuncias internas se suma la filtración de documentos del DNC, donde se habla de mecanismos para manipular a los periodistas, en los que el organismo muestra una clara preferencia por Hillary Clinton en plenas primarias (en mayo de 2015 ya anunciaban su triunfo y alentaban a preparar la elección general).
Estas revelaciones no han hecho más que alentar el descontento que ya existía dentro del partido. El sábado 18 se realizó en Chicago una reunión de partidarios de Sanders para discutir la participación en la convención demócrata en Filadelfia. Allí se discutió cómo presionar por las reformas que impulsa Bernie Sanders, centradas en los mecanismos de elección y el financiamiento de los candidatos. Los organizadores esperan que decenas de miles de personas se presenten en la convención para apoyar a Sanders. Sin embargo, las declaraciones del senador por Vermont confirman por ahora el apoyo a Clinton comprometido al comienzo de las primarias. Lo que no ha podido garantizar es la obediencia de sus votantes.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.