La manifestación de este sábado es utilizada por el “procesisme” como un intento de clausura y vuelta a la normalidad. La CUP y la izquierda independentista tienen la oportunidad y responsabilidad de llevar adelante otra hoja de ruta con eje en la independencia de clase, la movilización obrera y popular y la lucha por un proceso constituyente.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Martes 29 de octubre de 2019 00:10
Este lunes se cumplirán dos semanas del inicio del que ya se conoce como el segundo otoño catalán. Catorce días de movilizaciones que han reabierto agudamente la crisis catalana. No solo por la masividad de las protestas -algo poco novedoso desde 2012-, o la importante huelga general del 18-O, sino sobre todo porque desde las calles hay decenas de miles que han hecho patente el cuestionamiento de la dirección burguesa y pequeñoburguesa, encarnada en los partidos del actual Govern - Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Junts per Catalunya (JxCat)- y las entidades soberanistas -Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Ómnium-.
Una crisis del procesisme que ha desatado la irrupción de una vanguardia juvenil que cuenta con el respaldo de amplios sectores de masas. Son los nanos y las noies (chicos y chicas) que están plantando cara a la violencia policial, que quieren poner fin a una represión que viven en primera persona -en estos días 28 de ellos han entrado en prisión provisional- y conquistar un futuro distinto al de la precariedad laboral y vital al que se les condena.
Una nueva generación que tiene más que ver con la chilena, ecuatoriana o los millones que se movilizan contra el cambio climático, que con la casta política catalana que desvió la enorme energía movilizadora del 1 y 3 de octubre y lleva dos años buscando el camino de retorno a la gestión neoliberal del gobierno catalán.
El procesisme trata de hacernos volver a su normalidad
El riesgo de que estas dos semanas terminen clausuradas por una combinación de represión, desgaste y falta de una orientación clara, es muy real. De hecho, la operación está en curso. En política no se opera en el vacío, y sin que haya emergido una alternativa al procesisme senil, éste avanza en la imposición de un retorno a la normalidad y la paz social que le exigen al unísono la patronal -independentistas y no independentistas- y el Régimen del 78 -desde la derecha hasta el gobierno del PSOE, pasando por Podemos y los Comunes-.
Aún así, el fenómeno es profundo y será persistente en el tiempo. La desafección de una mayoría de las y los catalanes con el régimen ha venido para quedarse, y lo que expresa esta nueva generación también. Tendremos por delante otras jornadas similares o aún más profundas, azuzadas tanto por la represión del Estado y el Govern -que prometen dar nuevos y peores zarpazos-, nuevas intervenciones contra el autogobierno o un posible empeoramiento de la economía que tendrá sus principales victimas entre quienes hoy están a la cabeza de la resistencia en las calles y en la clase trabajadora.
El pasado sábado hubo grandes manifestaciones en toda Catalunya, con epicentro de Barcelona. Los convocantes pusieron a la cabeza al Govern y sus partidos, haciéndole pasar por un pasillo como si fueran los grandes protagonistas. Son los mismos que han reprimido las movilizaciones de estos días y que volvieron a hacer lo mismo unas horas más tarde para disolver a golpe de porra y balas de goma la concentración en la Vía Laietana, una de las arterias más importantes de la ciudad. Denunciaron la violencia en general desde el escenario, alimentando la campaña de condena a la juventud que se defiende, y sin hacer la más mínima denuncia a los distintos cuerpos policiales, incluidos los Mossos (policía catalana), que han dejado más de 600 heridos.
El procesisme quiso convertir la movilización en una ceremonia de clausura de estas dos semanas y de vuelta a su normalidad. Pero en la manifestación también había cánticos en contra de esto que venían del bloque de la izquierda independentista y el sindicalismo alternativo. Pero sobre todo, hubo miles de jóvenes que, cuando los oradores los mandaron a casa, decidieron que se iban a la Jefatura Superior de Policía.
¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo construir una alternativa al procesisme?
En medio de todo este malestar y descontento flota también una pregunta: ¿a dónde vamos? Las redes arden contra el actual president Quim Torra, ERC o JxCat, pero ¿cómo podemos realmente transformar la energía de estas dos semanas en una alternativa real al procesisme? Seguramente la primera expresión que tenga este fenómeno la veremos en las elecciones del 10N, en un posible buen resultado de la izquierda independentista representada en la Candidatura d’Unitat Popular (CUP). Sus denuncias al Govern y el apoyo a las movilizaciones que han amenazado con un desborde, hacen que sea la referencia política principal de quienes han hecho una experiencia con ERC y JxCat.
Es justo por ello que la responsabilidad de la CUP y la izquierda independentista en ofrecer una alternativa clara es mayúscula. No se trata solo de acompañar, sino de proponerse construir una nueva hoja de ruta junto a todos estos sectores descontentos con el procesisme, para conseguir los objetivos inmediatos del movimiento – la amnistía y el fin de la represión- y avanzar en poner en pie la “nueva institucionalidad” de la que hablaban en la Declaración de Sants, y que debería concretarse en la lucha por un proceso constituyente libre, soberano e impuesto desde la movilización.
La CUP y la izquierda independentista ha llegado a este nuevo capítulo del movimiento democrático catalán todavía sin sacar todas las conclusiones que se desprenden de su propio balance del 2017. Algunas cuestiones fundamentales se han plasmado en una ubicación diferente a entonces, sobre todo una mayor separación del Govern y el procesisme en crisis. Pero su política ha oscilado entre estos elementos y viejas inercias donde la primacía de lo institucional y las presiones a la unidad del soberanismo se han hecho presentes.
Desde la izquierda independentista se ha venido haciendo una lectura del 2017 que señalaba la falta de desarrollo de una “institucionalidad desde abajo”, en clave de “contrapoderes”. Sin embargo, esto no se ha traducido en 2019 en apoyarse en las fuerzas sociales que han entrado en escena para avanzar en el desarrollo de la autoorganización. ¿No era el momento de que la CUP convocase a un gran encuentro abierto a los activistas de la juventud que estaban a la cabeza, al movimiento estudiantil, a los sindicatos, delegados y comités que hicieron posible la huelga del 18, al activismo de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) y el resto de la izquierda anticapitalista para definir el plan de lucha y los objetivos?
Creemos que sí. Aunque quizá sea tarde para la actual oleada de movilizaciones, medidas así ayudarían a prepararse para el siguiente embate del movimiento. Que todas estas fuerzas trabajemos en común para promover la autoorganización y definir una hoja de ruta claramente independiente del Govern y sus partidos, nos puede encontrar mejor preparados.
En el movimiento obrero la izquierda independentista es débil, pero podría tratar de animar un reagrupamiento de sectores -independientemente del sindicato al que pertenezcan- junto con la izquierda sindical -exigiéndole a la CGT que abandone su posición de negarse a convocar asambleas y movilizaciones en los centros de trabajo-. Por ejemplo, llamando a un trobada (encuentro) de delegados, secciones y grupos de trabajadores, para discutir como imponerles a los grandes sindicatos una nueva jornada de huelga general, pero mucho más organizada por abajo, constituyendo coordinadoras de delegados, y no solo garantizada por la adhesión individual de cientos de miles de trabajadores como pasó el 18.
En el movimiento estudiantil por el momento la principal organización de la izquierda independentista, el SEPC, se ha negado a desarrollar la movilización en esta clave. En vez de promover asambleas, elección de delegados clase por clase, organismos de coordinación para definir democráticamente un plan de lucha, sigue lanzando convocatorias por arriba -como la huelga indefinida que convocan a partir del 29 de octubre- que luego pretenden sostener con una combinación de acciones realizadas por unas decenas y negociación con las autoridades académicas. Esta es una razón clave para entender por qué, aunque en la calle son miles las y los estudiantes universitarios, en las llamadas asambleas de facultad siguen siendo solo unas decenas.
Una hoja de ruta así, basada en el desarrollo de la lucha de clases -sin despreciar por ello el papel de apoyo y altavoz que puedan tener las posiciones institucionales-, si la llevamos hasta el final, choca de lleno con cualquier intento de reedición de la “unidad soberanista” con las mismas fuerzas que en 2017 -y en 2019 también- se presentaron como enemigas absolutas del desarrollo de la movilización y la autoorganización obrera y popular. Ni ERC, JxCat, ni tampoco el ex president Puigdemont, van a ser aliados en esta tarea.
Esto debería hacer que la separación del Govern y sus partidos, no sea entendida por la ubicación coyuntural de los mismos en este momento, sino como consecuencia de adoptar una política de verdadera independencia de clase. La Declaración de la Llotja firmada el pasado viernes por la CUP junto a ERC y JxCat, expresa que esto es todavía una tarea pendiente ¿En qué ayudaba firmar una declaración con semejantes socios a la tarea de desarrollar las fuerzas sociales y la alternativa política necesarias para dejar atrás el control que desde 2012 ha mantenido el Govern, sus partidos y entidades?
Flaco favor nos hicieron. En primer lugar, porque ayudan al procesisme a blanquear su imagen, justo en el momento de mayor cuestionamiento. También porque reaniman las ilusiones pasadas de que el camino pasa por reconstruir la unidad soberanista, el gran bloque de conciliación de clases que dejó a la izquierda independentista atada de pies y manos en 2017. Y por último porque avala un contenido que se dirige no a resolver la cuestión catalana por medio de la movilización, sino de salidas por arriba que combinan el diálogo con el Estado y la intervención nada menos que la Comunidad Internacional, es decir los gobiernos capitalistas de otros Estados.
La Declaración de Sants planteaba objetivos que pueden darle una salida al movimiento para superar el procesisme, un momento constituyente. Pero sólo con enunciar los grandes objetivos no basta, es necesario y urgente proponer también cómo queremos conseguirlos. La vía a la que apunta la Declaración de la Llotja puede quedar en lo mismo que se le critica al procesisme, gestos simbólicos que acaban siendo diplomáticos con el status quo, al no tomar iniciativas para quebrarlo.
En la semana que comienza es muy posible que las tendencias al desinfle se profundicen. Aún así, como decíamos antes, el fenómeno es profundo y la oportunidad seguirá abierta. La izquierda independentista debería utilizar este parate para rearmar al movimiento con un plan de lucha que permita llevar hasta el final el cuestionamiento de decenas de miles a su dirección. Proponer una hoja de ruta basada en la independencia de clase, la movilización obrera y popular y la lucha por un proceso constituyente.
Que la clase trabajadora y los sectores populares ocupen el centro en la lucha por las demandas democráticas es una condición necesaria para salir del bloqueo al que han conducido al movimiento los partidos de la burguesía y pequeñoburguesía catalanista. Además, es fundamental para combatir la división con el resto de los sectores obreros y populares del Estado que el Régimen del 78 impone con su campaña constante españolista de parte del PSOE y todo el bloque monárquico, y a la que Podemos e Izquierda Unida le hacen el juego. Superar esta división será clave para oponerse a las salidas reaccionarias a la crisis orgánica y retomar una lucha común por procesos constituyentes en todo el Estado.
Proponerse construir una izquierda anticapitalista y de clase en Catalunya, debemos hacerlo a la vez que damos pasos en poner en pie un polo en esta clave en todo el Estado, dirigido a la izquierda que, como Anticapitalista, no comparte la política de Pablo Iglesias pero se niegan todavía a romper con Unidas Podemos. También a todos aquellos sectores que se están separando de la vieja idea de que no hay más alternativa que ser el socio menor del PSOE
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.