En 1927 Virginia Woolf publica “Al faro” (“To the ligthhouse”) y rompe con los parámetros de la novela clásica, entrando así en la línea de escritores como Joyce o Proust, y dejando una marca indudable en la literatura del siglo XX.
Facundo Tisera @facu.tisera.11
Sábado 6 de julio de 2019 11:40
El argumento de la novela es simple: cuenta la historia de la familia Ramsay y sus visitas a una isla de Escocia coronada con la presencia de un omnipresente faro. Estructuralmente está dividida en tres apartados separados por 10 años de diferencia. El primero y el tercero relatan un día en la vida de los personajes mientras que el segundo cuenta los destinos de los mismos personajes en esos 10 años transcurridos. En sentido amplio podemos decir que no pasa mucho más, sin embargo, la autora logra que la novela sea infinita en sus posibilidades.
Virginia Woolf nos invita a un mundo de introspección y divague interno en el cual vamos a ser espectadores de un universo que se desplaza sin que la acción transcurra. El modo en que está pensada la novela es un ejercicio de condensación. Si pudiésemos trazar dos líneas paralelas entre la acción real y la acción del pensamiento veríamos que mientras que esta última ahonda en profundidades interminables, la primera representa apenas unos instantes. La autora nos muestra un modo distinto de narrar una historia.
A diferencia de la novela clásica, Al faro pareciera no conducir a ningún lado. Y es que mientras que la literatura conocida hasta ese momento se movía por argumentos y puntos de tensión que se resolvían conforme avanzaba la lectura, en este caso la importancia de la misma radica en los sentimientos, las sensaciones, los recuerdos: la exploración psicológica en distintas variantes. Aquí la cercanía con Proust es evidente. Si en el caso del escritor francés podemos encontrar a un personaje que medita durante páginas y páginas al ver una magdalena, en los personajes de Woolf vamos a descubrir escenas dentro de escenas que se suceden en el lento rumiar de un mundo privado y desordenado. Las descripciones de los personajes, por otro lado, son muy pocas; más bien accedemos a ellos a través de sus pensamientos.
En cuanto a la narración debemos decir que no es una lectura fácil de llevar. El armado de las frases es complejo, zigzagueante y por momentos puede llegar a extenderse en exceso, lo cual obliga en muchos casos a volver y volver a la relectura. Es un texto que no admite la lectura superficial, lo cual es fascinante. El poder poético de Virginia Woolf es increíble. Cada palabra, cada imagen que proyecta el hilo discursivo es como una puntada en un gran tejido que termina envolviéndonos sin que nos demos cuenta. Leerla es una experiencia.
Por último, vale destacar el valor vanguardista no sólo de Al Faro sino de la obra de Woolf. Por momentos sus libros parecen estar a medio camino entre la narrativa y la poesía, augurando algo que luego se iba a desarrollar en la literatura del siglo XX que es la búsqueda por encontrar nuevas formas de manipular y romper la novela clásica. Una escritora infaltable.