La aparición del fenómeno Milei se da en el marco de una profunda crisis social, económica y política que atraviesa el país. Para un sector de la juventud, la política tradicional no es una respuesta. Está asociada a las mentiras y desilusiones que nos trajeron hasta acá. Pero otra política es posible: empezar a confiar en nuestras propias fuerzas y hacerle frente a la derecha y al ajuste desde una alternativa anticapitalista y socialista.
La profundización de la crisis y los límites del fenómeno Milei
La emergencia de Milei como el candidato más votado en las PASO, combinada con una situación económica y social crítica, se puede asociar a lo que Gramsci llamaba “crisis orgánica”. Para el comunista italiano estas crisis no eran fenómenos coyunturales, sino situaciones complejas, atravesadas por una crisis de representación en la cual las clases dominantes y sus partidos tradicionales no logran imponer su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad. Gramsci resaltaba que la apertura de estas crisis podría devenir en situaciones “delicadas” en las que emergen todo tipo de fenómenos, pero destacaba que una salida revolucionaria a la misma, estaría dada esencialmente por los niveles de organización autónomos de la clase obrera y su capacidad hegemónica respecto de las restantes clases subalternas [1].
En Argentina vemos algunos rasgos de esta definición. Gran parte de los votos que obtuvo Milei se explican por el fracaso de los proyectos macrista y peronista. Ambos habían logrado respectivamente obtener mayorías electorales, pero no imponer sus proyectos ni cumplir con las expectativas de sus votantes. Ni la “pobreza cero” ni la promesa de “llenar la heladera” fueron compatibles con el sometimiento al FMI, que implicó profundizar la precarización, licuar los salarios y generar enormes transferencias de riqueza de las y los trabajadores hacia los capitalistas. No obstante, por las resistencias desde abajo, tampoco lograron imponer los ajustes más fuertes que pedían sectores de las clases dominantes y el imperialismo, como quedó demostrado en las jornadas de diciembre de 2017 que frenaron el “reformismo permanente” del macrismo, o más recientemente en procesos provinciales como las fuertes movilizaciones en Jujuy contra la reforma de Morales y el PJ.
De ahí que muchos de los análisis que circularon estos días den cuenta de la complejidad y los límites del “fenómeno Milei”. Si por un lado su triunfo implica un fortalecimiento de la derecha, esto no quiere decir ni que todos sus votantes compartan sus ideas ya que abarcan un heterogéneo mapa social, ni tampoco que algunas de sus amenazas más sonantes (cierres de ministerios, liquidación del sistema científico, privatizaciones) sean fácilmente aplicables. A los obstáculos que tuvieron tanto peronistas como macristas se sumaría -suponiendo un eventual gobierno- la carencia de una estructura partidaria de alcance nacional, la ausencia de gobernaciones o intendencias propias, la incapacidad para contar con quórum propio en el Congreso, y no menos importante: la ausencia de una corriente propia en gremios, barrios y lugares de estudio. El propio Milei y su equipo ya toman nota de esta situación, empezando a “moderar” algunas de sus propuestas y comenzando a dar guiños al macrismo.
Finalmente, este escenario se da sobre el telón de fondo inocultable de una economía atada con alambres (en el marco de una situación internacional inestable) en la que ya se empiezan a ver los elementos más cruentos de la crisis social, el hambre y la pobreza, que se profundizaron estas semanas con la devaluación de Massa y el salto inflacionario.
En este sentido, y retomando la definición de Gramsci, podemos decir que la resolución de esta situación va a estar determinada, no por la recomposición de alguno de los proyectos que ya mostraron su fracaso (y que nos llevaron a la situación actual), sino por la capacidad o bien de las clases dominantes para acumular fuerzas e imponer sus planes de ajuste, o bien por la de los trabajadores y el pueblo de construir una salida propia.
Su idea de libertad
Uno de los aspectos más reaccionarios del discurso de Milei es que hace una campaña abierta contra todo tipo de salida colectiva. Su cruzada contra el comunismo (aunque incluya allí a ajustadores como Larreta) es un ataque en toda la línea a cualquier idea y forma de organización que ponga en cuestión el orden capitalista.
Las ciencias sociales y políticas de las últimas décadas han señalado que muchas de las sensaciones y sentimientos que nos envuelven cotidianamente son parte del pensamiento y la acción sobre los problemas sociales [2]. El odio, el miedo, la empatía o la alegría determinan las pasiones políticas y estas se traducen en preferencias o modos de actuar. Se dice así, por ejemplo, que Milei capitaliza la bronca de quienes se sintieron una y otra vez defraudados con el sistema político actual, a quienes les vienen negando derechos o quienes ni siquiera teniendo un trabajo en blanco pueden sortear la pobreza. El Estado para ellos aparece bajo la forma de la policía en los barrios, de los que quitaron el IFE durante la pandemia, de los que impiden poder estudiar y no hacen nada contra la precarización laboral. Los políticos, son los que siempre prometen en época de elecciones, pero hacen todo lo contrario mientras gobiernan.
Pero en vez de transformar esa bronca en una pelea contra los políticos de los capitalistas, Milei alienta la idea de que será el mercado y la “libertad” los que nos harán estar mejor. Como ya decía Marx hace casi 200 años, la única libertad que entienden los empresarios es la de explotar más y más a los trabajadores. Ellos quieren libertad para despedir, para contratar sin derechos, para aumentar la jornada laboral y los ritmos de producción. La “mano invisible” del mercado siempre favorece a los que ya tienen la riqueza y los medios de producción. En una sociedad en la que la gran mayoría no tiene ningún tipo de propiedad y una pequeña minoría es dueña de las fábricas, las tierras y las grandes empresas, a los que no tienen nada la única libertad que les queda es la de vender su fuerza de trabajo.
Por eso es un cruel chamuyo la idea de que cada uno individualmente, librado de todo tipo de instancia colectiva, pueda mejorar su situación. Hoy la clase trabajadora se encuentra fragmentada entre quienes están en blanco, desocupados, tercerizados, cuentapropistas, etc. La burocracia sindical además de contener y pasivizar, es la principal reproductora del corporativismo que abona a esa división. Es decir, toma (cuando lo hace) demandas parciales y solamente de un sector determinado de la clase obrera. Los empresarios aprovechan esto para atacarnos. Para ellos es mejor que sea así y decir que “si no agarrás este trabajo viene otro atrás tuyo”. Esa es la “libre oferta y demanda” que quiere Milei.
Por eso cualquier enfrentamiento contra la derecha empieza por plantear la necesidad de una organización colectiva. Que no nos agarren divididos sino coordinados. Esa es la forma de ser más fuertes. Y para eso tenemos que dar una fuerte lucha política contra los ataques de hoy y contra la resignación.
La resignación no es el camino
El peronismo después de devaluar, ajustar y someterse al FMI, dice que no queda otra que resignarse a votar a Massa. Un discurso poco creíble cuando es bajo su gobierno que los llamados “libertarios” crecieron como nunca. ¡En algunos casos, hasta les da la cara para echarle la culpa a los votantes por el fortalecimiento de Milei!
Todas las veces que la coalición actual de gobierno se jugó a instalar la idea de que son el mal menor, fue para dar giros a la derecha en contra del pueblo trabajador. En 2019 decían que había que investigar la deuda externa porque había financiado la fiesta macrista. Después pasaron a decir que el Fondo no era tan malo. Luego CFK insistió con que había funcionarios que “no funcionan” contra el ex ministro de Economía Guzmán que solo sirvió para poner a Massa, un político de la embajada norteamericana. Es decir, abonó a consolidar un régimen político al servicio de los grandes empresarios y el capital financiero que desde 2018 se vienen apropiando de 70.000 millones de dólares que antes estaban del lado de los trabajadores.
Cuando hubo reclamos, la respuesta fue rechazarlos con represión o desalentarlos. Las familias de Guernica que pelean por el derecho a la vivienda y trabajo en el sur bonaerense son un ejemplo de ello, ya que cuando protestaron fueron barridos por las topadoras de Berni y Kicillof. En el caso de las fuertes movilizaciones y luchas en todo el país contra las consecuencias ambientales generadas por el cambio climático, la contaminación y el extractivismo, el gobierno les dio la espalda apostando por el saqueo indiscriminado de los bienes comunes naturales al servicio de las grandes empresas imperialistas. Hoy, producto de esa orientación, tenemos a Milei negando abiertamente el cambio climático en los medios de comunicación y claro: ¿Quién del gobierno puede salir a dar una respuesta desde el ecologismo mientras alientan el fracking, la explotación petrolera en el mar argentino y el saqueo del litio junto a Morales?
Incluso en movimientos que triunfaron como el de las mujeres y la diversidad sexual, el peronismo apostó a la desmovilización diciendo que la opción era actuar desde los ministerios y no en la calle. La continuidad de los femicidios y la violencia, la falta de presupuesto, la incorporación de antiderechos al gobierno, y el desaliento a toda política que unifique las demandas democráticas con los problemas económicos y sociales que atraviesan a las mujeres, no hicieron más que abonar a la política reaccionaria que pide eliminar el cupo de género, cerrar el ministerio y plebiscitar el aborto.
Esta política de desanimar todo tipo de movilización no sólo vino desde el gobierno, sino desde las instituciones del “estado ampliado”, es decir de las burocracias sindicales y políticas (que en gran parte de los casos también responden al peronismo) que pusieron un freno de mano a todo intento de plantarse contra el ajuste del gobierno. Pasaron las devaluaciones, los tarifazos, los recortes presupuestarios, se fugaron miles de millones de dólares, y ni la CGT ni las CTAs, ni los “movimientos sociales” oficialistas, ni los centros de estudiantes conducidos por el peronismo, muchos menos los del radicalismo, movieron un dedo. Se dedicaron a decir que “no era el momento”, que no “daba la relación de fuerzas”, que había que “expresarse en las urnas”, o apostaron a despolitizar, como hicieron peronistas y radicales en las universidades, dedicándose a “administrar” bares y fotocopiadoras pero quitándole todo componente combativo y de organización a los centros de estudiantes hasta transformarlos en “gestores” de servicios. Y así dejaron pasar todos y cada uno de los ataques. Incluso cuando, pese a ellos, hubo sectores que levantaron cabeza, como quedó expresado en la enorme rebelión del pueblo jujeño, le dieron la espalda, sin convocar a un paro nacional hasta derrotar la constituyente de Morales, lo cual generó un retroceso y no por casualidad allí creció La Libertad Avanza. ¿Hubiera pasado lo mismo si aquella pelea se ganaba en las calles y se mostraba que se podía derrotar al régimen provincial?
Por eso es clave que en los próximos meses rechacemos todo discurso de la resignación y el malmenorismo. Ese camino ya fracasó y es el que nos debilitó para enfrentar a la derecha. Es momento de construir nuestra propia alternativa y confiar en nuestras fuerzas.
Pongámonos en pie de guerra
Sea cual sea el escenario después de octubre no podemos dejar pasar ningún ataque más desde ahora. No podemos permitir que se sigan deteriorando nuestras condiciones de vida. Tenemos que poner en “pie de guerra” a los estudiantes, a los trabajadores, a la juventud precarizada, a las mujeres y al movimiento ambiental. Y existen importantes puntos de apoyo ya que todos estos sectores han salido a las calles, en Argentina y en otras partes del mundo.
Contra los valores de la “salida individual” que alienta Milei o la resignación del peronismo, existen importantes experiencias que demuestran que es posible otra alternativa. No está dicho, como algunos análisis sugieren, que muchos de los jóvenes precarizados que apoyaron al candidato libertario contra “la casta”, por las “nuevas formas de trabajo” (que implicaría un deseo de “autonomía”) no se puedan organizar en otra dirección. El mejor ejemplo de esto viene de Estados Unidos, en el corazón del imperialismo, donde el proceso de sindicalización que se viene desarrollando en los últimos años es una contra tendencia al avance del trumpismo. En un país en el que sólo el 10 % de los trabajadores están sindicalizados, una nueva generación de jóvenes, muchos de ellos que venían de protagonizar las movilizaciones del “Black Lives Matters” contra el racismo y la violencia policial, le están haciendo frente a gigantes como Amazon o Starbucks para formar sus propias entidades gremiales.
Pero sin irnos tan lejos, en nuestro país venimos de importantes luchas. Las jornadas de diciembre de 2017 fueron un esbozo de otro camino posible, de que se podían frenar los planes del macrismo que luego de las enormes movilizaciones en el Congreso tuvo que congelar sus proyectos de reformas laboral y tributaria. Al año siguiente, comenzó la enorme marea verde que, contra los dinosaurios del Congreso, la derecha y la Iglesia conquistó el aborto legal seguro y gratuito, una demanda histórica del movimiento de las mujeres. En 2021 las y los trabajadores de la salud en Neuquén batallaron en plena pandemia y conquistaron importantes aumentos salariales (y hoy Ceramistas y docentes continúan la pelea en la provincia). En Mendoza fueron impresionantes las movilizaciones que lograron tirar abajo el proyecto que pretendía usar el agua de la provincia para la megaminería contaminante. Lo mismo sucedió en Chubut en donde el pueblo movilizado, con una importante participación de sectores de trabajadores, detuvieron el intento del gobernador de imponer el saqueo de los bienes naturales.
El movimiento estudiantil también mostró que puede jugar un rol en la realidad política. En 2018 las universidades se levantaron contra el “presupuesto cero” y se logró doblegar el ajuste que pretendía Cambiemos. Unida a la clase trabajadora, esa fuerza se potencia, como se vió en otras partes del mundo. Hace poco los estudiantes peruanos abrieron las universidades para que duerman las comunidades originarias que desde las periferias iban a la capital del país a rechazar el golpe de Dina Boluarte. Partiendo de esa experiencia, de la que orgullosamente fuimos parte con una delegación de compañerxs, desde la Juventud del PTS aportamos a la lucha del pueblo jujeño en la Universidad Nacional de la provincia, proponiendo que allí se abra la facultad a los pueblos originarios que, junto a los docentes buscaron tirar abajo la reforma constitucional. También los universitarios y secundarios franceses, con asambleas enormes y tomas de facultades, se solidarizaron y hermanaron con importantes sectores obreros contra el ataque de Macron y su ley jubilatoria. Para desarrollar ese potencial, es necesario que los centros de estudiantes sean los que impulsen instancias de deliberación y organización.
Sin embargo, las revueltas que se vienen desarrollando en América Latina y en otras partes del mundo, demuestran que es insuficiente sólo salir a las calles y que para triunfar definitivamente hay que hacerlo de forma coordinada y poniendo en juego nuestras fortalezas, por ejemplo con la capacidad de las y los trabajadores de frenar la producción como método para desafiar el poder de los capitalistas [3].
Levantemos la izquierda
No saldremos de esta situación ni con los ultra conservadores ni con un ajustador. En los sindicatos donde las conducciones burocráticas hacen la plancha, tenemos que levantar los reclamos de los afiliados pero también de los tercerizados, informales y desocupados. Hay que proponer asambleas para debatir y organizarnos junto a las agrupaciones y sectores que compartan esta perspectiva, para ganar fuerza en la exigencia de paro y plan de lucha. En los barrios populares, tenemos que profundizar las experiencias de las Asambleas Permanentes que exigen vivienda y trabajo con derechos como las de Guernica, Olmos en La Plata, Magaldi en Santa Fe. En el movimiento estudiantil, donde no hay centros de estudiantes apostamos a crearlos como en muchos colegios secundarios e institutos terciarios. En los colegios y universidades donde sí hay centros, a la par de exigir que los mismos enfrenten los recortes presupuestarios en educación, ciencia y tecnología, proponemos recuperar la discusión y el pensamiento crítico, impulsando el debate en las cursadas, comisiones de base, charlas y actividades culturales. En las asambleas de mujeres y la diversidad sexual, daremos el debate para volver a copar las calles con nuestra agenda para volver a impulsar un movimiento independiente de los gobiernos y la Iglesia. Dentro del movimiento socio-ambiental, apostaremos a desarrollar una gran campaña contra las salidas extractivistas y el negacionismo climático.
Para todas estas peleas tenemos un importante punto de apoyo en el FIT-U que será la única fuerza que exprese una voz independiente contra el ajuste y la derecha en las próximas elecciones. Desde nuestro punto de vista la disputa por conquistar legisladores y diputados a nivel nacional con Nicolás del Caño y Myriam Bergman a la cabeza, nos permite estar en una mejor posición para fortalecer nuestras demandas y enfrentar lo que se viene. Sabemos también que muchos de quienes apoyaron a Grabois en agosto expresaron un voto contra el FMI y queremos apostar a que no se resignen a apoyar al ajustador de Massa.
Esta perspectiva en el terreno electoral está íntimamente ligada a construir una fuerza social y política que pueda enfrentar el ajuste, empezando por levantar una serie de medidas urgentes por las cuales batallamos desde nuestras agrupaciones de trabajadores y estudiantes en todo el país, y desde las asambleas abiertas que impulsa el PTS.
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El docente universitario Christian Castillo, se refería en un reciente conversatorio sobre lo que dejó el primer round de las elecciones, a que bajo las experiencias de la ultraderecha de Trump y Bolsonaro, comenzaron a expresarse jóvenes que hablan de socialismo y comunismo en cada país. Estos constituyen ensayos de críticas por izquierda con diverso protagonismo social, de jóvenes que no tienen expectativas en el capitalismo.
Nos proponemos influir en la juventud con las ideas socialistas, construir la reacción a Milei y batallar la resignación. Las experiencias de los levantamientos y revueltas de los últimos años en el mundo renuevan energías, abren horizontes de nuevas formas de pensar y nos habilitan a debatir en todos los ámbitos por qué vale la pena unirse para las peleas de hoy pensando en las del futuro. La solución a los problemas del capitalismo no va a venir de más capitalismo. Frente a la bronca y la incertidumbre, la única seguridad es la lucha. Milei dice que “todo es socialismo” para desprestigiar la idea de una sociedad sin explotación y opresión, en donde los empresarios que defiende no tendrían cabida. A su capitalismo salvaje le contraponemos la idea de un socialismo revolucionario desde abajo. Es decir, una democracia directa en la que se tomen todas las decisiones sobre política y economía desde cada lugar de trabajo, estudio y desde cada barrio. Que sea la base para construir una sociedad en la que la libertad no sea una idea abstracta sino que la misma se apoye sobre una reorganización de la economía en función de las necesidades sociales y permita desplegar verdaderamente la potencialidad individual, no ya para pisarnos las cabezas unos a otros, sino para construir colectivamente una vida que se pueda disfrutar plenamente.
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