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Red Internacional
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Crónica de un trotamundos

A los 93 años, tras vivir en Chile y ser nombrado presidente de la Asociación Nacional de Compositores (ANC) en 1965, Celso Garrido-Lecca exhibe el paso del tiempo. Surcos sin mesura recorren su rostro, señales palpables de los años entregados a la música. Un acuerdo mancomunado donde la suma de los días enraíza la sabiduría.

Lunes 12 de agosto de 2019

Durante 1950, en la larga y estrecha franja territorial de Chile, trece músicos se atrevieron a explorar horizontes desconocidos. Cuatro provenían del extranjero: Federico Heinlein, Leni Alexander, Esteban Eitler y Celso Garrido-Lecca. Éste último, oriundo de Perú, dejó la tierra de inti para empaparse de nuevas corrientes culturales. Sólo tenía 24 años cuando sus maletas tocaron suelo capitalino.

Ese día, Santiago lo acogió en pleno otoño. Recién era mayo y el panorama distaba bastante del acostumbrado. Las ventiscas impetuosas se filtraban por los rincones de la ciudad produciendo eco entre las construcciones. Celso comprendió, estaba a kilómetros de sus raíces. Había cambiado Piura, un emplazamiento famoso por las altas temperaturas y conocido entre los lugareños como la "Ciudad del Eterno Sol", por la capital chilena. El motivo del arribo recaí en la invitación de Domingo Santa Cruz para proseguir sus estudios.

Tres años después, ya habituado al Conservatorio Nacional, bajo la tutela del maestro holandés Free Focke, compone “Orden”. Paralelamente, incitado por el rico ambiente intelectual y artístico de los corredores, experimenta la música incidental escribiendo múltiples partituras para el Teatro Experimental de Chile. Ahí su destino se ató al cantautor Víctor Jara, según relata Nelson Niño, doctor en Musicología, en el libro “Celso Garrido-Lecca, Synthesis and Syncretism in Cincert Music of the America". Fueron diez años de convivencia, donde las actuaciones sobre el escenario culminaban provistas del sonido de Garrido-Lecca. “Yo colaboraba, generalmente dando un aporte desde mi perspectiva académica”, diría a la prensa, cuando la democracia retomaba su cauce.

Chile y Celso

Hasta mediados del siglo XX, Chile no era referente musical para las denominadas “naciones andinas”, la mayoría de obras compuestas tendían hacia el cosmopolitanismo. El salto a la integración fue impulsado por músicos peruanos, bolivianos y chilenos que de forma paulatina mezclaron melodías e instrumentos andinos, entre ellos Garrido-Lecca.

En ese sentido, ya para la década de los 60, Celso desarrollaba la temprana tarea de acercar ambos países por medio de la música. Como artista gozaba del sutil coqueteo intercultural apreciable en el extenso repertorio que, sin premeditarlo, marcaría un hito en la música latinoamericana. “Las obras de Celso-Lecca ofrecen un significativo ejemplo de sincretismo. En su vasta producción se advierten elementos del serialismo vienés y de la música nativa de los Andes, el uso de instrumentos folklóricos, citas de músicas populares asociadas con la Nueva Canción Chilena, entre otras influencias”, destaca Nelson Niño.

En una conversación con la periodista María José Guerrero, hace unos años, el músico manifestaba su particular estilo. “Yo diría que dentro de las corrientes musicales contemporáneas, o como por ejemplo la abstracción dentro de la pintura, uno emplea determinados elementos y técnicas que las hace suyas e incorpora a su lenguaje. Yo nunca he sido un atonal total, siempre he tenido elementos tonales dentro de la música. Ahora hay obras que por su naturaleza o porque he querido darles este carácter las he escrito en forma tonal, por ejemplo Danza Populares Andinas que escribí para violín y piano y que después orquesté”.

Rumbo a New York

Manteniendo su compromiso con el taller teatral de la Universidad de Chile, en 1961 marcha a la “ciudad que nunca duerme”. El Instituto Internacional de Educación de New York le brindaba la oportunidad de profundizar sus conocimientos de música escénica. Celso no la pensó dos veces. Su nuevo hogar exhibía construcciones que desafiaban la inmensidad del cielo. Gigantes edificios servían de soporte para el auge publicitario y carritos de comida se adueñaban de alguna calle principal, mientras los cines embobaban al público con proclamaciones similares a “The best american film of the year”

Partituras de Celso Garrido-Lecca mantenidas en el Archivo de Música.

El 22 de abril del mismo año, los resultados de la travesía saltaron al ámbito público. El músico inauguraba con su "Sinfonía Nº 1" el Segundo Festival Interamericano de Música festejado en Washington. La obra fue interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington DC a cargo de Howard Mitchell. Tras el cierre, la crítica no se hizo esperar. “Uno de los primeros compositores que cultivó las técnicas dodecafónicas y que continúa cultivándolas con magníficos resultados”, apuntaba el Boletín Interamericano de Música.

Sin embargo, tiempo después, su participación en el festival se vio empañada. Estrenaba la pieza “Laudes”, y Lukas Foss, director de la Orquesta Filarmónica de Buffalo, interrumpió la ejecución, pues el sistema de aire acondicionado entorpecía la audición. Los técnicos solucionaron el inconveniente, aunque la obra no fue interpretada desde el inicio, acontecimiento que enfadó a Domingo Santa Cruz, quien trató de “infantil” la actitud de Foss en la Revista Musical.

Concluida la enriquecedora experiencia, Celso regresa a Chile cargado de ideas. Durante ese tiempo se vio envuelto en varias actividades culturales y académicas, destacando las composiciones de las canciones “Brigada Ramona Parra” y “Vamos por ancho camino” basadas en las letras de Víctor Jara para el álbum “El derecho de vivir”.

Dictadura chilena

El golpe de Estado y la brutal represión ejercida a partidarios de la Unidad Popular, y a cualquiera que negara la uniformidad de pensamiento impuesto, propició la salida de miles de compatriotas en las primeras semanas. La Moneda, icono democrático de soberanía chilena, había sido reducida a escombros. Humeaba. El crujir de la madera carbonizada y el aroma a ceniza mojada era el único vestigio de su antigua solemnidad. Sus nuevos inquilinos vigilaban los patios de palacio acompañados de rifles. Comenzaba el apagón cultural.

Para el año 2001, Celso escudriñaba fragmentos previos a la diáspora. “En los últimos tiempos, antes del golpe de Pinochet, yo era profesor de la Facultad de Música de la Universidad de Chile y estaba haciendo un ballet para el Ballet Nacional de Chile, que incorporaba elementos de la Nueva Canción que se daba en ese momento. Esta experiencia fue muy rica, desgraciadamente fue frustrada porque vino el golpe…”, decía a la periodista María José Guerrero.

Fuente: Filarmonia, radio de Perú.

Luego de aquello y tras la sustitución de autoridades de diversas casas educativas, el compositor decidió esconderse. Tenía miedo. Los organismos de inteligencia en breves meses habían ganado gran popularidad, nadie deseaba estar bajo su mira ni en las listas. El arresto era sinónimo de tortura y desaparición política. Celso pasó dos meses manteniendo contacto sólo con sus cercanos. Estaba consciente de sus ideas izquierdistas, las que se reforzaban a causa del estrecho vínculo con Víctor Jara, sumado a la participación de la Nueva Canción Chilena. Pruebas suficientes para incitar las sospechas de las pujantes autoridades.

La notable intervención de amistades y compañeros salvaron su vida al aconsejarle su retorno a Perú, pese a que el musicólogo Samuel Claro Valdés, decano nombrado por el régimen, apoyaba su continuidad. Así, después de desarrollar una vasta carrera musical con 23 años de estadía, en noviembre de 1973 sube al avión rumbo a las cálidas tierras del eterno sol.

A finales de 2017, con motivo de honrar su labor y aporte al patrimonio cultural, el Archivo de Música de la Biblioteca Nacional entregó un reconocimiento a él y Fernando García en la actividad “La diáspora de los músicos. 1973”. Durante la ocasión, Celso declaró sentirse “medio peruano y medio chileno”. Hoy sus composiciones están disponibles para todo público en los acervos del archivo.