Mientras el Gobierno sella un engañoso acuerdo de precios con empresarios de la carne, siguen intactas las inhumanas condiciones de trabajo y la precariedad laboral en los mataderos. En un informe exclusivo, hablamos con los obreros de los frigoríficos Ecocarnes SA (ex Cocarsa) de San Fernando, American Meat Company (ex Penta) de Quilmes y Azul Natural Beef SA-Devesa de Azul.
Viernes 29 de enero de 2021 22:06
Fotomontaje Enfoque Rojo
“Hola cómo estás, esto es el infierno”, fueron las primeras palabras que usó Juan [1], para describir el trabajo en los frigoríficos. Cuando le preguntamos cómo se llama su empresa nos respondió: se llama Ecocarnes…el matadero… no solo de vaca, de gente también”. Inmediatamente vienen a la memoria las palabras que decía un trabajador de un matadero de Berisso, La Plata, en 1944: “Ojalá a mis hijos no les toque entrar a un frigorífico” [2].
Días atrás, el precio de la carne fue noticia. El Gobierno anunció el lunes un acuerdo con empresarios del sector para aplicar supuestas “rebajas” de hasta un 30 % en ocho cortes de carne, que resultó un verdadero fraude. Lo cierto es que los precios publicados resultaron incluso superiores a los que ya había vigentes en varios supermercados. Aún con el acuerdo de precios, el Gobierno propone que el kilo de vacío cueste $ 499. La carne no deja de ser un lujo, más allá de cualquier anuncio ministerial.
Lo que no es noticia son las terribles condiciones de trabajo en la cadena de producción de la carne, un pacto de silencio entre el Gobierno, las patronales y los sindicatos. ¿Cómo se trabaja en los mataderos y frigoríficos? ¿Quiénes lo hacen? ¿Qué consecuencias tiene para la salud? En esta investigación exclusiva de La Izquierda Diario, hablan los obreros de la carne.
Trabajar en el infierno
El frigorífico Ecocarnes S.A. está ubicado en San Fernando, en el norte del Gran Buenos Aires. Juan, por las dudas aclara: “infierno literal, te rompen la espalda porque trabajás agachado, te rompe las uñas por el manejo con el pelo y el cuero, el cuerpo pesado, la cabeza pesada, el trabajo es tan repetitivo que te rompe toda la espalda, la cintura; los compañeros terminan muy desgastados… Las manos muy desgastadas, cansadas, mucho desgarro de hombro, tendinitis, túnel carpiano, hernia de disco; hay chicos que trabajan a bajo cero, con la carne congelada”. Martín, del frigorífico Penta, coincide con Juan: “te rompen el lomo”.
El frigorífico Azul Natural Beef S.A. está ubicado en la ciudad de Azul, al centro de la provincia de Buenos Aires. Con una planta de aproximadamente 850 operarios, exporta carne a China y otros países. Ahí trabaja Gastón: “Por lo general la gente se corta, se corta mucho, la enfermedad que abunda más es la tendinitis, enfermedades en los huesos”.
Un médico traumatólogo de esa misma ciudad, Fernando, recibe consultas desde que se abrió el frigorífico, hace alrededor de cuatro años. Explica, a la Izquierda Diario, que casi el 90 % de las consultas están relacionadas con inflamaciones en los tendones de las manos, más conocida como tendinitis. Otra patología son las lumbalgias por esfuerzo, el dolor de cintura por cargar peso, animales muy pesados.
“Todo el que hace trabajo de fuerza, a la larga ve afectadas sus articulaciones, quedan problemas crónicos. Por ejemplo los albañiles: todos sufren problemas de columna”, dice el médico. Le han comentado que no es solo el tipo de movimiento lo que causa dolor, se suma también la repetición: están muchas horas realizando el mismo trabajo.
Martin trabaja en Penta, un frigorífico que produce para consumo interno. Redujo su plantel a la mitad: solían ser 180 operarios. “El agua caliente, el agua fría, te podés cortar tendones, muchos se agarran brucelosis por el animal. Hay gente que ya no está”, relata. Lo que cuenta Doña María, sobre lo que pasaba hace casi 80 años, parece no haber cambiado: “el frigorífico de Berisso, de La Plata y todos los que tuvimos en el Gran Buenos Aires se han llevado mucha gente al cementerio”.
La velocidad, la falta de mantenimiento, el cuchillo, el trabajo repetitivo y el cansancio, no son una buena combinación: una maniobra mal hecha y el riesgo es enorme. En Ecocarnes S.A. hubo muchos cortes, accidentes y hasta muertes; uno de ellos, terciarizado, murió respirando amoníaco a fines de 2019. Para Leonardo, trabajador de la empresa terciarizada Indumeat S.A., eso no fue un accidente, es algo que se pudo haber evitado. "Este es el segundo escape de amoníaco. Es una empresa que está deteriorada, no la reparan".
Los trabajadores de Ecocarnes S.A. votaron en asamblea no trabajar para exigir una mejora en sus condiciones de seguridad e higiene. La tercerizada los obligaba a trabajar igual. Ellos se negaron. Votaron delegados. Leonardo, es uno de ellos. Firmó un acta. Como represalia, el lunes siguiente le impidieron entrar a la planta: sin telegrama, está despedido. Aún pelea por su reincorporación y denuncia un despido persecutorio.
Juan de Ecocarnes S.A. cuenta que el lugar donde cocinan el mondongo y la panza es infrahumano. “Si acá adentro hace 30 grados, ahí adentro hace un promedio de 60 grados. Lo insalubre que es, te mata”, sentencia.
La máquina de matar
Los problemas en el cuerpo existen por cómo se trabaja. Juan, de Ecocarnes S.A., dice que “te lastima las muñecas porque se te anudan todos los tendones, del esfuerzo que hacés con el cuchillo, porque a veces estás cortando y no te corta, pero como es en línea tenés que seguir trabajando hasta que tengas un tiempito y afiles para seguir trabajando, es un infierno de verdad el matadero”.
La “noria” es una máquina que transporta reses (vacas), que van colgadas y en una línea. Ahora el esfuerzo lo hace la máquina, pero “hay frigoríficos donde tenés que empujar a un animal de 400, 500 kilos, imaginate lo que es. Todavía hay muchísimos mataderos que se manejan así”, grafica Juan.
Según él, ahora el despostado se hace con el animal colgado, pero no para beneficio del trabajador. La máquina permite acelerar el trabajo y así aumentar los beneficios del patrón, porque “se trabaja muchísimo y rápido, los compañeros se terminan lastimando tendones, los codos, los hombros, las muñecas, por el trabajo repetitivo y la fuerza, te terminás lesionando”.
La velocidad en la que se deben mover brazos, muñecas y cintura es marcada por la máquina. Y como en casi todos los frigoríficos todavía se trabaja a destajo y se cobra por quincena, es fuerte la idea de que bajar el ritmo de trabajo no es conveniente. “Como es a destajo, te matás laburando para irte más temprano. Matás una vaca y cobrás. Cuanto más rápido matás, más rápido te vas. O si hacés mucha cantidad, hacés diferencia de plata”, detalla Juan.
Pero que el tiempo “se estira” no deja de ser una apariencia. En realidad, el tiempo consumido con esfuerzo físico, es tiempo arrebatado por el patrón a sus obreros: por eso, los trabajadores de frigorífico se jubilan a los 55 años. Tenía que ser insalubre, trabajar en un infierno.
La carne que más cotiza es la más joven
Los pibes entran enteros y salen rotos. Tienen entre 18 y 25 años. Trabajan diez, doce, trece horas. “Se rompen el lomo ahí por nada, $ 80 por hora les pagan”, dice Martín de American Meat Company. Van diez, quince días, no les pagan como corresponde y se van. No tienen estabilidad. Los esclavizan. Limpian bosta. “Los tienen para todos lados, no tienen puesto fijo, como son changas no pueden decir nada, a los de limpieza también los tienen así; y los pibes quieren laburar. Los capataces maltratan a la gente, basurean a los pibes, no es vida”, afirma indignado.
En la ex Penta los pibes están en negro y en empresas tercerizadas, aunque el abogado de la patronal lo niega. Pero Martín no necesita que hablen por él: “si los van a echar los pibes no van a querer hablar, no van a querer perder el laburo. Yo trabajé cuatro meses en el fondo del frigorífico y hay changas por todos lados”. Que el trabajo sea informal es la excusa perfecta para que todos los beneficios sean para el patrón: no se pueden organizar, los tienen de acá para allá con jornadas larguísimas.
El miedo al despido está, porque afuera hay dos millones de desocupados queriendo convertirse en reemplazo. Doña María decía, “el capital iba a seguir extorsionándonos, pagando lo que ellos querían y chupándonos la sangre y pisándonos el cuello para que nos ahogáramos cuanto antes, porque obreros para trabajar había siempre, gente renovada para trabajar y gente que pedía había siempre, que se muera el que se muera de cansado, que se quede en su casa, que venga el otro”.
Los de faena están “un poco mejor”, porque tienen un saber: “manejar el cuchillo”. Hablando del siglo pasado, Doña María lo cuenta así: “Una de las quejas principales que tenía mi esposo era la diferencia que se le hacía al hombre de oficio y al pobre peón que, por ejemplo, limpiaba, barría; porque la compañía siempre trata mejor al que le da más ganancia, y peor al que… faenar a un animal ya es ganancia para la compañía, y el otro está barriendo nomás, yo doy más ganancia que el que barre. Había una diferencia social tremenda”. El abuso de saltos históricos busca mostrar que dividir a los trabajadores es una estrategia empresarial más vieja que el sol y nos revela que la industria de la carne ha cambiado muy poco.
No pasa solo en la ex Penta. Juan explica que se trabaja con tercerizadas en la mayoría de los frigoríficos. En Ecocarnes S.A. “Toman gente, sacan gente. Ahí todos los días tenés pibes distintos, laburan en una changa un par de días y se van. Después trabajo en negro tenés cualquier cantidad. Siempre te dicen ‘che, tenés un amigo, decile si puede venir a hacer changa, le pago tanto’. Vienen a cargar y vaciar camiones, hacen de todo y a la larga algunos quedan y otros se van”.
Un trabajador despedido de la empresa terciarizada Indumeat S.A. relata las diferencias que existen con los efectivos: “un trabajador de Ecocarne S.A. cobra alrededor de $30.000 por quincena, eso es lo que cobra un terciarizado por mes; no cuentan con un comedor digno, se hace diferencia con la ropa de trabajo”. El 10 de junio, Día del trabajador de la carne, a los efectivos de la empresa les dan carne, los subcontratados se van con las manos vacías.
En Ecocarnes S.A. pelean para que los tercerizados y en negro tengan los mismos derechos que los efectivos, que estén todos bajo el mismo convenio. En el último tiempo lograron que treinta trabajadores fueran formalizados. Uno de los dueños de Indumeat S.A. es el yerno de José Omar Solassi, dueño de Ecocarnes S.A. ¿Alguna duda?
Carne argentina: un lujo para pocos
Todas estas condiciones de trabajo también son evitables. Podría ser de otra manera. Hoy, y desde hace más de 80 años, las fábricas escupen rotos porque las mueve el motor de la ganancia: la velocidad en el trabajo, los salarios bajos, los precios altos de la carne… Todo está movido por un solo interés, el de ganar y acumular más. La nutrición de todos los pibes del país que no llegan a completar una dieta (hoy son más de dos millones) no son de interés.
Hay otra parte de la realidad en los mataderos que no se puede soslayar: el rol cómplice y carnicero de los dirigentes de los sindicatos de la carne. En una industria tan clave en la Argentina, son los pactos espurios entre patrones y burócratas sindicales los que explican un mapa laboral extremadamente precario.
Hace poco una nota del diario Clarín decía que en Argentina la carne, “antes que un objeto de deseo, es considerada un derecho”. Lo que no dijo Clarín es que para gran parte de la población de este país la carne está muy lejos de dejar de ser privilegio. El secreto del éxito de la industria de la carne, tanto exportadoras como las que producen para consumo interno, es la explotación de sus trabajadores. Y son las mismas patronales las que remarcan los precios continuamente, haciendo de la carne, un lujo para pocos.