Entrar todos los días de tu vida a una fábrica. Trabajar 54 jornadas seguidas, 12 horas, sin francos. Pedir comida en los restaurantes donde antes pedías laburo. Volver al trueque. Las dos caras de la moneda. Historias y datos sobre cómo se trabaja en la Argentina de hoy; y cómo se espera “una oportunidad”. Diálogos en el hospital: ¿qué harías con el tiempo libre?
1. Los cuerpos, los días y las noches
“Desde los 13 años trabajo en el campo, tengo 40. Hoy estoy tercerizada. Estamos 12, 13 horas, depende del clima y la fruta, y sacamos $800 por día”, cuenta Viviana mientras carga una maleta de limones en una finca tucumana.
“Siempre que pude agarré otro trabajo en el gimnasio de un club. Lunes a viernes, de 8 a 12, y de ahí iba a tomar servicio a Constitución. Con $38.000 era complicado pagar alquiler, comer y vestirnos”. Aline recuerda sus dos laburos y sube al tren Roca con su campera de la tercerizada MCM.
“Un día vinimos y no nos dejaron entrar. Llegábamos a la una de la mañana pero nunca sabías a qué hora te ibas. A veces 15 horas trabajando con pescado, en el hielo y con frío”. María habla frente a la puerta de Apolo Fish en Mar del Plata.
“Muchas trabajadoras de enfermería hacen 12 o 16 horas diarias con un franco semanal. Un día no te alcanza para descansar. O trabajan en más de un hospital y clínica. Además la mayoría se ocupa de las tareas domésticas, de cuidado, no remuneradas. Por eso la ‘primera línea’ está agotada. Y ese agotamiento, mal pago, sin respuestas, fue una de las causas de la enorme rebelión que encabezamos las y los elefantes en Neuquén”, cuenta Julieta desde el Hospital Castro Rendón de Neuquén.
Todas ellas siguieron trabajando durante la pandemia. “Esenciales” las empezaron a llamar, aunque siempre lo fueron. Todas fueron, además, protagonistas de alguna de las luchas que vimos este año. Viviana en las rutas tucumanas, Aline en las vías del conurbano, María en las procesadoras de pescado, Julieta en uno de los epicentros de la huelga que conmovió la Patagonia. El detonante fue el mismo también: trabajar mucho, cobrar poco.
2. El día a día
“Tengo 37 años, soy gastronómico, cocinero. Casi siempre trabajé en negro, nunca pude ganar bien. Con la pandemia me quedé sin trabajo. Vendí comida casera, pero ahora estoy yendo a cartonear a Capital, a manguear algo en restaurantes donde antes buscaba trabajo. Está dura la calle, hay mucha gente cartoneando que ya tiene su parada, así que trato de juntar el mango día a día para pagar el alquiler”. Fabián fue uno de los dos millones de “informales” que con la pandemia se quedó sin laburo. Así llegó el invierno pasado a Guernica, que se convirtió en el grito desesperado de los sin techo y sin trabajo. Esos meses fueron duros, pero también le cambiaron la vida. Hoy es uno de los integrantes de la Asamblea Permanente de Guernica por techo y trabajo genuino.
En la Feria de Laferrere, dos chicas jóvenes hablan con La Izquierda Diario. “La situación está muy mala. Yo tengo 3 hijos, ella 4, no tenemos trabajo y los planes no alcanzan. El gobierno dice que la AUH va a aumentar, y nunca llega. Acá estamos, con frío, pero sino no comemos. Mi marido trabaja en el Mercado Central y gana 1000 pesos por día. Hay gente que viene acá porque no tiene ni para comer”.
Estas breves historias no son más que un reflejo vivo de la Argentina actual. Mientras millones trabajan jornadas agotadoras, otros tantos no tienen laburo o sobreviven con changas o planes sociales.
Según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec (EPH), 1 de cada 4 personas está sobreocupada. O sea labura más de 45 horas semanales. Según la misma fuente, 2 millones tienen más de un trabajo (pluriempleo). Porque tener trabajo no es sinónimo de llegar a fin de mes: el 80% de las y los ocupados cobraba menos de 60 mil pesos en el primer trimestre del año, o sea que no cubría la “canasta de pobreza”.
La contracara es la desocupación creciente. Tomemos el lugar de estas primeras historias. En el conglomerado Gran Tucumán-Tafí Viejo llega al 14,4%, en Mar del Plata casi el 10%, en Neuquén-Plottier suma el 11% y en el Gran Buenos Aires casi 14%. Si le agregamos a quienes está subocupados y buscan más trabajo, los números se duplican. Si en vez del promedio hablamos de mujeres y jóvenes, también sube.
La radiografía se completa con más de 800 mil personas que forman parte de los “planes laborales” del Gobierno nacional y de las provincias. Tienen que hacer una contraprestación por la mitad del sueldo mínimo: 14 mil pesos.
3. La tecnología al servicio de la humanidad (ponele)
“Con la pandemia, la producción de las alimenticias aumentó bastante pero nuestros sueldos no. Para vivir como hace un año necesitás horas extras. Cada vez pasamos más tiempo dentro de la fábrica. Ahora nos quieren sacar tiempos de descanso”.
Pamela trabaja en la fábrica alimenticia más grande del país, Mondelez. Las nuevas tecnologías promocionadas por las multinacionales necesitan de los músculos de 1300 obreras y obreros, las 24 horas del día. “El turno noche entra el domingo a las 22 y pasa todos los días de la semana dentro de la fábrica. No ubicas cuándo es el descanso en tu vida, te hace perder la noción del tiempo”. A pesar de todo, Pamela pudo estudiar economía (el presidente de Toyota se emocionaría hasta las lágrimas).
Entonces calculó con sus compañeras que la producción de galletitas Oreo de un día le alcanza a la empresa para cubrir los salarios mensuales de toda la línea. “Esa es la productividad y las ganancias que tiene Mondelez” dice. Pero los dueños de las máquinas y los cuerpos siempre quieren más. La producción que hace unos años hacían 2000 personas, quieren que la hagan 1300. En pandemia pidieron “prestados” cientos de pibes de Mc Donald’s y Burguer. Junto a los tercerizados que ya había, son el “último orejón del tarro” como cuenta Stella en esta nota.
La destilería de YPF Ensenada es otra de las “joyas” del capitalismo local. Produce el 52 % de las naftas que se usan a nivel nacional. “Es un monstruo la fábrica” dice el “Negro”, que dos por tres pega laburo ahí. “En el petróleo se perdió la jornada de 6 horas con los milicos. Hacer 8 horas es un lujo, no llegas a fin de mes. La mayoría hace 12. Sean petroleros o tercerizados en distintos convenios. Lo más brutal son las paradas de planta, para hacer obras y mantenimiento. Tengo un amigo que entró hace 54 días y está haciendo 12 horas sin descanso. Y después queda todo el año parado, rebuscandosela con otros laburos”.
Tomás salió para la planta de Volkswagen con el sol del mediodía y mientras sus amigos disfrutaban “La noche de la cerveza”, terminó el viernes armando camionetas. “Aguantá que en el descanso te mando un audio”. El cronómetro le da un respiro. “En 2013 éramos 5000, ahora no llegamos a 3000. Fueron echando por goteo. Otros se rompieron. Más de la mitad de los obreros hoy tiene alguna enfermedad laboral: algunos en los músculos, y otros en la cabeza, como ataques de pánico. Automatizaron algunos sectores y fueron tercerizando otros. Lo nuevo es que el SMATA y VW hicieron un acuerdo: desde agosto la jornada se alargó a 9 horas y 45 minutos. Con la entrada y salida, el viaje, se te hacen 12, 13 horas. Calculamos que con las Amarok y la Taos que sacamos en dos turnos están haciendo $ 1000 millones diarios”.
Así se trabaja en los famosos “sectores estratégicos” con los que Matías Kulfas, el ministro de producción de Alberto Fernández, promete resucitar la economía.
Lejos de ese "paraíso", estas historias son la expresión de lo que analiza la economista Paula Bach: “es innegable que las nuevas tecnologías poseen la extraordinaria capacidad ‘útil’ de producir la misma cantidad de bienes empleando una menor cantidad de trabajo. Pero entre aquella tendencia histórica y las necesidades específicas del capital, media una brecha profunda. La ganancia capitalista depende del trabajo asalariado y es por ello que el capital convierte lo que podría ser una bendición para la clase trabajadora, en una catástrofe”.
Junto a la tercerización y la “modernización de los convenios colectivos” (automotrices, Vaca Muerta), el único objetivo es aumentar e intensificar la jornada laboral.
La explicación de quién se queda con ese aumento de la productividad ya la ilustraron Pamela y Tomás. Lo confirman además las estadísticas oficiales. Un informe sobre Valor agregado bruto por puesto de trabajo ajustado por horas trabajadas confirma que subió un 35,5% entre 2004 (Kirchner) y 2019 (Macri). Casi todos los sectores empresarios salieron ganando: 78% creció en Transporte y comunicaciones, 71% Salud y otros servicios sociales, 65% electrónicos, también en automotrices y otros rubros. Mientras, la clase trabajadora vio retroceder su salario real, sus condiciones de trabajo y se empieza a sentir amenazada por la desocupación masiva.
4. Juventud, precario tesoro
“Octavio trabajaba desde los 13 años, hasta que entró a trabajar a Somartex. Le prometieron un buen trabajo, pero estaba siempre cansado de trabajar 12 horas por día, a veces sábados y domingos. Ese 2 de junio lo obligaron a pintar dentro de un tanque sin ventilación. Todavía no había cobrado su segunda quincena y soñaba con la promesa de que lo iban a poner en blanco”. Milagros cuenta la historia de su amigo y pide justicia.
Como muestra un informe exclusivo de La Izquierda Diario esta semana, la precariedad extrema alcanza al 70 % de los jóvenes que trabajan, 74 % en el caso de las mujeres. Es la generación sin obra social, ni ART. Que si les dan un recibo lo atesoran como la carta del primer novio en la mesa de luz.
El contraste entre jornadas agotadoras y desempleo es todavía más duro. Según pudimos calcular esta semana en base a datos de la EPH-Indec, los varones jóvenes trabajan un promedio de 39,7 horas semanales, las mujeres 31 (a lo que hay que sumarle las tareas de cuidado no remuneradas). Pero hay un dato clave: 753.000 trabajan más de 45 horas. O sea que 1 de cada 4 están sobreocupados.
La contracara es la desocupación creciente: en los varones jóvenes ya llegó al 19% y en las mujeres jóvenes al 26%.
Laura tiene 22 años y es repartidora de Pedidos Ya. “Si quiero estar en el ranking 1 para poder elegir turno y cobrar más, esta semana tengo que pedalear 52 horas. Con las 40 que hice la semana pasada cobré 7 mil pesos, no me alcanza”.
Tiene bronca, pero también es parte de esa juventud que quiere cambiar estas cosas. Por eso organizó con otros pibes y pibas la “asamblea de repartidores”. La empresa la despidió. Tampoco ahí bajó los brazos. Se convirtió en la primera reinstalada en la historia de Pedidos Ya. No se conforma. Dice que “el futuro que deseamos es el futuro que peleamos”. Por eso milita en la Red de Precarixs e informales, pero además es precandidata del Frente de Izquierda Unidad.
5. Trabajo para todes, tiempo libre
Natalia Aguilera es enfermera pero también una gran cronista de nuestro diario. Recorre los pasillos y las puertas de los hospitales de La Plata. Pregunta. ¿Qué te parece la propuesta de reducir la jornada de trabajo? ¿Qué harías con ese tiempo libre?
“Si trabajáramos menos habría más capacidad para otras personas que también necesitan trabajar” dice una de ellas, pensando en sus compañeras que están becadas o contratadas esperando el pase a planta permanente, o directamente sin trabajo.
“Yo descansaría, no solo el cuerpo, la cabeza también”, se ríe otra. Llueven las ideas. “A mí me gustaría estudiar, capacitarme más”. “Si tuviera tiempo haría deporte”. “Me gustaría pasear con mi familia, viajar”. Arte, deportes, descanso, siguen otros.
“Para mí si se redujera el tiempo de trabajo tendríamos más calidad de vida, no solo en el trabajo. Una mejor vida en nuestro tiempo libre” agrega otra enfermera. “La izquierda dice trabajar menos horas pero que el salario que cubra la canasta familiar” aclara otro.
6. “El futuro que peleamos”
Las historias vivas y las frías estadísticas confirman la irracionalidad del capitalismo, profundizada con la pandemia. Millones trabajan jornadas de 10 o 12 horas, “pisan todos los días la fábrica” hasta perder “la noción del tiempo”; otra parte no encuentra trabajo o sobrevive con changas. La calle está más dura, la empresa también.
Si, como decía Carlos Marx, "la fijación de una jornada laboral normal es el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta”, la nueva crisis reaviva los ataques del capital. Porque en cada minuto de trabajo que le roba a la clase trabajadora está su fuente de ganancia.
La pregunta entonces es: ¿cómo salvar a la clase trabajadora, la inmensa mayoría de la humanidad, de la degradación, del crecimiento de la desocupación como espejo de la superexplotación?
El Frente de Izquierda viene planteando una salida. Reducir la jornada laboral a 6 horas y repartir el trabajo entre todas las manos disponibles, con un salario que cubra como mínimo la canasta familiar. Para que nadie tenga que cosechar limones durante 12 horas mientras sus amigos se las rebuscan en la calle. Para rescatar parte del tiempo que nos roban cada día para disfrutar del descanso, la cultura, la vida social, como decían en los hospitales platenses.
Junto a otras propuestas como la efectivización de quienes trabajan tercerizados o sin registrar o un plan de viviendas y obras públicas, son la respuesta a la catástrofe que nos amenaza.
No solo es una necesidad urgente, sino que tiene una profunda vitalidad. Lo confirman muchas de las luchas que vimos este tiempo. Las y los elefantes de la salud, los tercerizados ferroviarios y eléctricos, los aeronáuticos, las y los autoconvocados vitivinícolas, choferes y del citrus, las recuperaciones de tierras.
Han visto como sus organizaciones, en manos de la burocracia, han permitido muchos de los avances patronales sobre las condiciones laborales y el salario. En cambio el sindicalismo clasista ha sido parte de la nueva oleada de luchas, impulsado su autorganización, pero también buscando que esas “nuevas fuerzas” ayuden a recuperar los sindicatos para ponerlos al servicio de unir a toda la clase trabajadora para la pelea por trabajar todes y trabajar menos. Incluso, mientras dan esa pelea general, podrían encabezar la demanda que ya existe en muchas ramas, como la salud o el transporte, o recuperar las jornadas más cortas que la dictadura y el neoliberalismo liquidaron de muchos convenios.
Con estas ideas, el Frente de Izquierda quiere convertirse en la tercera fuerza nacional. Una alternativa al peronismo y la derecha que gobernaron todos estos años. Quiere defender sus bancas en el Congreso y las legislaturas, conquistar nuevas. Y cada uno de esos logros ponerlos al servicio de organizar a la clase trabajadora. Unir a ocupados, precarios y desocupados. Prepararnos para momentos mucho más críticos, más conflictivos. Podemos verlo de la misma manera que León Trotsky cuando resumía los resultados de las primeras huelgas y rebeliones por “las 8 horas” en los inicios de la revolución rusa: no será de un día para el otro que consigamos la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas, pero necesitamos ganar a miles de trabajadores y jóvenes para pelear por hacer realidad esas banderas.
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