Recientemente desde la CRT publicamos un llamamiento, dirigido a varios grupos que se reivindican de la tradición de la revolución de octubre, para avanzar en la construcción de un partido unificado. Pero también, es a su vez una apelación a todas aquellas personas que ven la necesidad de movilizarse para cambiar las cosas. Como socialistas revolucionarios, es decir comunistas, defendemos la necesidad de un partido para vencer, pero no cualquier partido.
David Medina @David_jacobino
Irene Ruiz @IreneYpunto
Viernes 12 de junio de 2020
De dónde venimos
Desde la experiencia que miles de personas han hecho con partidos como Podemos, que empezaron con una organización en “círculos” para acabar con una estructura completamente burocratizada y un líder indiscutible de por medio, y renunciando a la mayoría de sus propuestas iniciales; amplios sectores, en especial de la juventud, han pasado de la ilusión a la decepción. En este contexto es normal que puedan surgir dudas o reticencias sobre por qué es necesario organizarse en un partido para luchar por un mundo nuevo. Ya hemos visto el fracaso de Podemos en “cambiarlo todo", su fracaso como proyecto “participativo y democrático” y los límites del proyecto en sí, totalmente asumido por el régimen del 78 contra el que decía surgir. Su integración junto a Izquierda Unida en el gobierno social liberal del PSOE es sólo la culminación de este proceso.
Además, desde una parte del feminismo y el colectivo LGTBIQ, existe gran desconfianza hacia la organización partidaria. En muchos casos debido a la identificación del partido bolchevique con la brutal degeneración estalinista, el régimen burocrático de partido único y la reaccionaria posición de postergar la lucha contra el patriarcado y el machismo como una tarea para “después de la revolución”.
Lejos de representar la continuidad de la política del bolchevismo en este terreno, el estalinismo fue su negación absoluta. Stalin desplegó una política abierta contra los derechos adquiridos por las y los bolcheviques en 1918 como el aborto, el divorcio o la descriminalización de las mujeres en situación de prostitución, que alcanzó su punto álgido con el Código Familiar de 1936.
La degeneración de las organizaciones comunistas, entre otros factores, generó como reacción unilateral el desarrollo de lógicas separatistas entre las diversas luchas e “identidades” (la lucha feminista, la LGTBIQ, la antirracista, la ecologista, etc.), dado que estos colectivos no veían representados sus intereses en ese tipo de organizaciones. Lógicas que terminan ocultando el carácter estructural de las distintas opresiones y su relación orgánica con el capitalismo, así como la interrelación entre estas, contraponiendo “movimientos” o “identidades” a una clase obrera abstracta y sin género, o convirtiendo muchas veces una lucha política de carácter estructural y colectivo en una cuestión de “deconstrucción y/o empoderamiento personal” que se revela impotente para quebrar las bases del sistema.
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También nos encontramos con que, teniendo en cuenta el relato interesado que la propaganda capitalista lleva décadas haciendo del Partido Bolchevique, y la degeneración que Stalin llevó a cabo del mismo, se puede pensar que un partido comunista es una estructura burocrática y antidemocrática per se, donde une pierde toda capacidad crítica, como ocurre en los partidos estalinistas. Debido a estas ideas hay gente que llega a la conclusión de que es mejor hacer activismo en los movimientos sociales que militar o construir una organización política. Pero esta conclusión no es un avance, sino un retroceso, volviendo así a una postura previa a la creación de Podemos, en la que el 15M ya demostró que era necesario una articulación política de la protesta social. Por ello, es vital que nos preguntemos, entonces...
¿Qué partido necesitamos?
El tipo de partido que nosotros y nosotras reivindicamos es el modelo de Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, anterior a la degeneración estalinista que solo se pudo imponer por la derrota de varias revoluciones que siguieron a la ola expansiva de la Revolución rusa y el aislamiento de la misma, la muerte de muchos revolucionarios en la guerra civil y finalmente la persecución, expulsión y asesinato de toda la dirección del partido que hizo la revolución. En este, la organización funcionaba mediante el centralismo democrático, es decir la más amplia libertad en la discusión y la completa unidad de acción. El partido era muy rico en debates internos y lucha política, existía la libertad de formar grupos de opinión y tendencias, así como la posibilidad de formar fracciones si el nivel de las diferencias en el rumbo de la organización lo ameritaba. Tras estas discusiones y debates, se tomaba una decisión democráticamente y todos los miembros del mismo la llevaban a cabo.
Dos ejemplos, entre muchos que podríamos escoger, son muy ilustrativos de la necesidad de la discusión interna como algo fundamental para que el partido sea verdaderamente democrático, y la responsabilidad con que ha de tomarse este principio. En los debates internos se consideraba tan importante la participación de todos los miembros que a los presos se les hacía llegar los documentos, escritos con zumo de limón para ocultarlos, para que ellos también pudieran participar.
El ejemplo más conocido, aunque quizá no su alcance, son los debates previos a la Revolución de Octubre (del cual son parte las famosas “Tesis de Abril” de Lenin), en los que públicamente, a través de los periódicos obreros, se debatía si colaborar con el Gobierno (primero ganar la guerra y después hacer la revolución, tristemente la posición que se impuso en España) o hacer una segunda revolución para tomar los medios de producción e implantar un estado obrero, opción que cuajó en Rusia y llevó a cabo la primera Revolución Obrera triunfante de la historia.
Las circunstancias excepcionales de la guerra civil, en la que se enfrentó el joven estado obrero liderado por los bolcheviques con el poder de la reacción en el campo militar, junto a las profundas tensiones generadas por la devastación de la guerra y la crisis de la economía rusa, impusieron que como medida temporal fueran prohibidas las fracciones dentro del partido. Con el ascenso al poder de Stalin, sin embargo, esa medida circunstancial se hizo permanente y se generalizó internacionalmente, en contra de toda la tradición histórica del marxismo revolucionario y el bolchevismo. Esto, entre otras aberraciones del estalinismo, ha llevado a que se identifique erróneamente el partido leninista con la monstruosa degeneración estalinista.
Como planteaba León Trotsky en un texto de 1937: “La doctrina actual que proclama la incompatibilidad del bolchevismo con la existencia de fracciones está en desacuerdo con los hechos. Es un mito de la decadencia. La historia del bolchevismo es en realidad la de la lucha de las fracciones. ¿Y cómo un organismo que se propone cambiar el mundo y reúne bajo sus banderas a negadores, rebeldes y combatientes temerarios, podría vivir y crecer sin conflictos ideológicos, sin agrupaciones, sin formaciones fraccionales temporales?” (“La degeneración del partido bolchevique” de “En defensa del marxismo”, septiembre de 1937).
Un partido que no tiene democracia interna está imposibilitado de aprender de las experiencias, de avanzar en su política dialécticamente mediante la contraposición de posiciones internas, y en general de llevar a cabo un análisis marxista correcto. Si la dirección manda a las bases a defender posiciones que no se debaten, como dogmas o mandamientos, y cualquier posición diferente se niega, se obvia o lleva a la expulsión o la ruptura, lo que se está creando no es un partido revolucionario sino una iglesia o una secta.
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En la CRT, sin embargo, no creemos, como se da en muchos partidos, en la existencia de tendencias permanentes que al final impiden cualquier concreción estratégica y crea partidos “amplios” que borran las diferencias entre reformistas y revolucionarios. Ni mucho menos consideramos que el partido deba tener por fin la “discusión permanente”. Como también explica Trotsky: “el partido revolucionario presenta un programa y tácticas definidas. Esto impone de antemano límites determinados y muy claros a la lucha interna de tendencias y agrupaciones (…) Pero el hecho de que las limitaciones a la lucha ideológica se establezcan a priori, de ninguna manera niega la lucha en sí, dentro del marco de los principios generales. Es inevitable; si se mantiene dentro de los límites señalados, es fructífera. Por supuesto, el contenido fundamental de la vida partidaria no reside en la discusión sino en la lucha” (“Las fracciones y la IV Internacional”, 1935).
El partido que proponemos parte de la centralidad obrera por su posición estratégica en el sistema de producción capitalista y su capacidad de desarticularlo mediante la lucha de clases, pero debe luchar contra toda opresión aunando las demandas y la fuerza combativa de todos los colectivos oprimidos, y la salvación del planeta en una lucha común, ya que todas las opresiones, así como la destrucción del medio ambiente, tienen su raíz en la cuestión económica. La clase trabajadora es hoy más feminizada, diversa y racializada que nunca. Desde la CRT creemos que para lograr una revolución social que pueda liberarnos de toda opresión no puede haber partido, ni revolución sin las mujeres y el conjunto de los oprimidos.
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Este partido debe intervenir en todos los fenómenos políticos de la realidad, con el objetivo de crear fracciones revolucionarias en los diferentes movimientos y luchas que surjan para luchar por un programa de independencia de clase. Esta labor generará más debate, experiencia y avance político dentro del propio partido, así como hacia afuera, creando una nueva práctica militante que recupere las mejores tradiciones revolucionarias del pasado, al mismo tiempo que luche contra el reformismo y las tendencias individualistas de la actualidad, mostrando las potencialidades de la acción colectiva organizada.
Por último, no creemos que el partido deba ser sólo una organización estatal, aunque se organice nacionalmente, ya que el sistema contra el que luchamos es mundial y en virtud de ello la estrategia y el programa también deben ser internacionales. Por ello el partido estatal debe ser parte de la construcción de un partido internacional, un partido mundial de la revolución socialista, que para nosotros y nosotras es la reconstrucción de la Cuarta Internacional fundada por León Trotsky, para lo que construimos y militamos la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI) junto a compañeras y compañeros de 14 países de América y Europa.
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No creemos que este partido, ni a nivel estatal ni mucho menos mundial, vaya a construirse por el simple crecimiento evolutivo de nuestra corriente. Por ello en el Estado español apostamos por iniciar desde ahora el debate necesario para caminar hacia la unidad de las filas comunistas junto a otras organizaciones con las que compartimos la misma la tradición revolucionaria, para abordar la urgente tarea de construir una fuerte izquierda revolucionaria como parte de la lucha por la construcción de un partido mundial de la revolución socialista.
En esta época de pandemia, decadencia capitalista y crisis del sistema, la necesidad de un partido que luche por la sociedad sin clases ni opresión, es decir por el comunismo, se hace más acuciante que nunca. El sistema capitalista nos lleva a la humillación y vejación, explotación, miseria y muerte de millones en el mundo, y a la destrucción del medio ambiente y de la vida futura.
La capitulación de los que venían a asaltar los cielos y han acabado sosteniendo al régimen, ha dejado sin alternativa de izquierda a este gobierno mientras la alternativa más visible y llamativa es la ultraderecha. La clase trabajadora, las mujeres y colectivo LGTBIQ, la juventud y las migrantes, así como el planeta, necesitan soluciones de la izquierda para combatir una alternativa de ultraderecha fascista de la que Vox, pese a su peligro evidente, solo supone un preámbulo.
No hay tiempo que perder para construir ya esa alternativa, es hora de tomar partido. Únete a hacer la experiencia con nosotres para militar por un futuro libre de toda opresión y una vida que merezca la pena ser vivida.