El resultado como “tercera fuerza” nacional del Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad (FIT-U) ha concitado un mayor interés acerca del trotskismo, sobre su ideología y su tradición.
Nos queremos detener en la nota reciente, “¿Qué es el trotskismo?: ¿utopía virginal o experiencia probada y fracasada?”, publicada en el diario Infobae, donde Claudia Peiró desarrolla una batería de definiciones para explicar el resultado electoral y las ideas que perfilan al trotskismo. Allí, la periodista resalta el hecho de la inserción de la izquierda en las organizaciones sociales y en sindicatos. Sin embargo, Peiró considera una contradicción que la izquierda trotskista que se declara abiertamente anticapitalista, antiimperialista y socialista sea la abanderada de “movimientos cuyo carácter anticapitalista sólo existe en el relato”. O ve como un ardid que “aunque mantienen la retórica anticapitalista, se muestran como la expresión de un descontento social que de momento no sale de los cauces legales de expresión”.
Desde la crisis de 2008, y ahora la pandemia, se han agudizado todos los males sociales, ambientales y sanitarios que el sistema capitalista provoca. Esto mismo lleva a preguntarse si es viable un sistema donde un puñado de milmillonarios ganan lo mismo que la mitad más pobre de la población del mundo. Bajo este sistema, en pleno siglo XXI, es una utopía pretender tener un hogar propio, algo tan básico, cuando al mismo tiempo hay infinidad de propiedades ociosas producto del despilfarro de los que ni necesitan usarlas. Es utópico alimentar a la población mundial, aunque se produce de sobra, y por el contrario una de cada diez personas vive en la extrema pobreza.
Los trotskistas podemos repetir como si fueran de hoy las palabras de Marx en El manifiesto comunista, escrito hace más de 150 años: “Se horrorizan porque queremos abolir la propiedad privada. Pero, en su sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus integrantes; existe precisamente en la medida en que no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprochan el querer abolir una forma de propiedad que solo puede existir a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad carezca de propiedad” [1]. El quid de la cuestión que se hace evidente en momentos de crisis es entonces qué rige la sociedad: si la ganancia capitalista o el avance social, porque en este sistema ambos están reñidos, absolutamente. Por eso la ligazón entre las demandas democráticas y la lucha anticapitalista está muy lejos de la contraposición que intenta establecer prejuiciosamente Peiró. Es en el contexto de puja entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos, que los trotskistas levantamos un programa tratando de aportar una perspectiva realista para las demandas democráticas, que de lo contrario en el noventa por ciento de los casos se vuelven impotentes, ahogadas o desviadas en los marcos del régimen.
El Programa de Transición, escrito por León Trotsky, en 1938, como documento principal para la conferencia de fundación de su corriente, la IV Internacional, en un momento de gran crisis del capitalismo mundial, reúne toda una serie de demandas, una guía, basada en la experiencia de larga data de luchas obreras y populares. Apuestan a dotar de una alternativa y de una herramienta, impidiendo que los costos de la crisis traigan como consecuencia el retroceso de las condiciones de vida de las mayorías trabajadoras, y el deterioro del planeta, y por el contrario avancen en sus objetivos. Por ejemplo, la demanda del reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados (sin reducción de salarial y con un salario mínimo equivalente al costo de la canasta familiar) pone sobre el tapete la discusión sobre el tiempo de trabajo robado al trabajador, del cual se alimenta –vive– la ganancia de los capitalistas. Pero la forma de medir la riqueza por el “tiempo de trabajo” “no es más que una imposición miserable que solo se sostiene por la persistencia del capitalismo, para nada ‘inevitable’. La alternativa a esto, como decía Marx, pasa porque la masa de trabajadores se apropie ella misma de su propio trabajo excedente, convertirlo en ‘tiempo libre’, en tiempo de ocio, una palabra que por obvias razones la ‘ética’ del capitalismo siempre buscó degradar” [2].
Hemos escrito muchos artículos (acá, acá y acá) sobre la viabilidad de conseguir el reparto de las horas de trabajo. Aquí solo queremos remarcar el hecho de que los avances de la tecnología y la robotización y las mejoras de la productividad solo fueron utilizados para agitar el cuco del “fin del trabajo” en los foros económicos mundiales, exigir cambios en las modalidades de trabajo, incluso hablando del reparto de las horas, pero siempre para degradar las condiciones laborales, aumentar la flexibilización o extender la jornada laboral. Pero la pandemia desnudó el engaño, demostrando que la riqueza la generan los trabajadores, que las máquinas son inútiles sin los y las trabajadores y que es la clase verdaderamente esencial para el funcionamiento del mundo. El secreto bajo siete llaves es que con los avances en la técnica el trabajador produce más, en el mismo tiempo, pero las patronales, con el aval del Estado y las burocracias sindicales, mantienen intactas, o son aún peores, las condiciones laborales comparado con un siglo atrás. Utópico es pensar que bajo el capitalismo los avances de la tecnología estarán en función de mejorar las condiciones de vida, reducir las jornadas laborales y eliminar la pobreza.
El trotskismo sostiene que el sistema capitalista no es capaz de terminar con los sufrimientos que genera en la sociedad porque, por cierto, es responsable de generarlos. Si bien puede tener algunos tiempos de bonanza, desde la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días ha estado teñido de múltiples crisis económicas, guerras y padecimientos inauditos que provocaron revoluciones, irrupciones de las masas trabajadoras y sectores medios empobrecidos, motorizadas por la imposibilidad de posponer demandas vitales.
Los cambios de la conciencia en las masas se dan a saltos, no evolutivamente. No obstante, es el factor más conservador del desarrollo de cualquier movimiento que en su participación en la lucha de clases no se despoja mecánicamente de sus prejuicios y adquiere una nueva conciencia. Como plantea el fundador de la IV Internacional:
La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita, como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta como algo definitivo las instituciones a las que se encuentra sometida. Durante décadas la oposición crítica no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante” [3].
La periodista de Infobae ve la foto y asegura que las masas no son anticapitalistas ni socialistas, sino que participan bajo las reglas capitalistas de la legalidad democrática burguesa, una visión sesgada no solo porque desconoce la mecánica de los cambios de la conciencia de las masas, sino porque a su vez esconde el rol “estabilizador” de estas instituciones. Los trotskistas, por ejemplo, participamos en los sindicatos planteando la necesidad de recuperarlos de la burocracia, agente de las patronales, garante de mantener divididas las filas de los trabajadores, y con métodos patoteriles hacia los luchadores. Luchamos por organismos de decisión directa de los trabajadores de cada rama, independientemente de su modalidad de contratación, impulsamos instancias democráticas y de coordinación. En definitiva, los trotskistas somos los abanderados de la plena autorganización de las masas, no por demagogia, como insinúa Peiró, sino porque es el único camino para fortalecer su lucha. Fueron los trabajadores de Rusia de 1905 los que crearon los soviets o consejos obreros, durante la revolución de 1905, resolviendo uno de los enigmas hasta ese momento para los revolucionarios de la época: a través de qué institución las masas podían ejercer su gobierno.
Es por esta naturaleza de la conciencia que Trotsky señalaba:
Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Solo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas.
En este sentido, es cierto que el trotskismo, como escribe nuestra polemista, sustenta la concepción marxista de que la sociedad capitalista se encuentra dividida en clases –la burguesía, los trabajadores y las capas medias– pero es falso que el trotskismo tenga una concepción de vanguardia esclarecida o conspirativa contra los trabajadores como afirma en su nota. El trotskismo combate este tipo de práctica ya que lejos de elevar la confianza de la clase trabajadora, en su propia dirección y fuerza la mina, haciendo creer que un grupo puede reemplazar la acción de masas, cuestión que hemos debatido en nuestro país respecto a las guerrillas de los 70, junto a una visión de conjunto de todo ese período, en Insurgencia obrera en la Argentina (1969-1976). Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda. El trotskismo tiene como principio la independencia de clase, o sea, que los trabajadores no se subordinen a los partidos burgueses ni pequeñoburgueses, sino que construyan su propio partido con un programa anticapitalista y socialista. Nuestras filas están llenas de referentes de las luchas de los trabajadores, de las mujeres y de la juventud, de la lucha contra la represión y la impunidad, por la vivienda, muchos de los cuales fueron candidatos en las listas del FIT-U.
Siguiendo la confusión: estalinismo no es igual a trotskismo, tampoco a comunismo
Peiró vuelve a tachar a la Revolución rusa con la misma etiqueta, habitual entre los defensores de este sistema, de que en realidad fue un golpe de Estado. Como se dijo anteriormente, los soviets en Rusia surgieron en 1905 y, posteriormente, en 1917, fueron considerados los órganos más democráticos hasta ese entonces, provocando la caída de zar, meses después votaron la dirección del Partido Bolchevique para tomar el poder. No habría habido la más mínima posibilidad de triunfo frente al ataque de la contrarrevolución y los catorce ejércitos imperialistas que se les unieron, desatando una feroz guerra civil, si las masas, incluso hartas de la guerra imperialista de 1914, no hubiesen querido integrar el Ejército Rojo, formado por cinco millones de obreros y de campesinos.
Te puede interesar: La herejía de la Revolución rusa
Te puede interesar: La herejía de la Revolución rusa
Tomando en cuenta que la tarea del socialismo es crear una sociedad sin clases basada en la solidaridad y la satisfacción armoniosa de todas las necesidades, en los primeros años de la revolución se sentaron los cimientos para avanzar en ese sentido apostando a su desarrollo. La teoría de la revolución de Trotsky, conocida como la revolución permanente, al igual que la de Lenin, continuando la tradición clásica marxista, concibe la construcción del socialismo en función de las posibilidades que va creando su extensión a nivel internacional, especialmente en los países avanzados, hasta abaracar todo el globo, poniendo fin al capitalismo. Se sustenta en el desarrollo de las fuerzas productivas tales como para independizar a los individuos de la lucha por su subsistencia, al decir de Marx, pasando “del reino de la necesidad al reino de la libertad”.
El aislamiento de la revolución conllevó a la utopía reaccionaria del “socialismo en un solo país” de la mano de la burocracia estalinista, que se apropió del poder político, consolidando la deformación del Estado obrero, frenando el proceso de construcción hacia el socialismo. Asimismo, la traición de la socialdemocracia a las revoluciones alemanas de 1918 y 1923, permitió el ascenso de Hitler. Aún en este contexto, de Estados obreros, degenerando como en Rusia o directamente deformados como los que se implantaron a partir de las nuevas revoluciones, esta primera experiencia revolucionaria de gobierno de trabajadores y campesinos justificó la hazaña:
Ya no tenemos nada más que discutir con los señores economistas burgueses: el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital, sino en una arena industrial que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el del acero, el cemento y la electricidad. Incluso en el caso de que la URSS sucumbiera como resultado de las dificultades internas, los golpes del exterior y los errores de dirección –cosa que esperamos firmemente no ver– quedaría, como prenda del porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia. Así también se cierra el debate con los reformistas en el movimiento obrero. ¿Se puede comparar, por un instante, su agitación de ratones con la obra titánica de un pueblo que surgió a la nueva vida por la Revolución? Si en 1918 la socialdemocracia alemana hubiera aprovechado el poder que los obreros le imponían para efectuar la revolución social y no para salvar al capitalismo, no es difícil concebir, fundándose en el ejemplo ruso, qué poder económico invencible poseería actualmente el bloque socialista de la Europa central y oriental y de una parte considerable de Asia. Los pueblos del mundo tendrán que pagar con nuevas guerras y nuevas revoluciones los crímenes históricos del reformismo [4].
Muerto Lenin, Trotsky se constituyó en el mayor oponente de la burocracia estalinista, el freno de mano de la revolución con el que contó el capitalismo. Esto explica que aún exiliado y aislado, Churchill lo definiera como “el ogro de la subversión”. Poco después, en agosto de 1939, a un mes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en una conversación entre Hitler y el embajador francés Coloundre, citada por el diario Paris-Soir, el nombre de Trotsky volvió a ser invocado. Este último le habría dicho: “’Si yo realmente creyera que nosotros venceremos también tendría el temor de que, como consecuencia de la guerra, haya un solo ganador, el señor Trotsky’…El nombre personal, por supuesto, es aquí puramente convencional. Pero no es casual que tanto el embajador democrático como el dictador totalitario designen el espectro de la revolución con el nombre del hombre a quien el Kremlin considera su enemigo número uno” [5], comentaría el revolucionario ruso. Uno de sus más importantes biógrafos, Isaac Deutscher, planteó que el trotskismo, en aquél trágico momento para la humanidad, era un pequeño bote con una abrumadora vela [6], que aunque no permitió jugar un rol determinante, dejó distintos ejemplos [7] que plasmaban la única alternativa para el triunfo de la revolución, frente a tamaña masacre que provocó la segunda guerra de rapiña imperialista por una nueva división del mundo.
Esta tradición revolucionaria, de lucha contra las burocracias de todo tipo y color, que le valió la muerte al mismo Trotsky y a muchos de sus seguidores, no solo legó una vasta obra conteniendo lecciones sobre estas cuatro primeras álgidas décadas del siglo pasado –que venimos publicando desde hace unos 25 años– [8] y que solo reivindicamos los trotskistas. Recientemente, intelectuales y figuras de prestigio internacional salieron al cruce de la calumniosa versión sobre la Revolución rusa, Trotsky, que realizó el presidente Putin para la televisión rusa y gustosamente difundió Netflix para el mundo occidental. Muchos de los prejuicios que esboza Peiró se encuentran comprendidos en esta serie rusa. Justamente porque persiste la identificación de Trotsky con la perspectiva de la revolución es que siguen atacando su imagen, personalidad y obra.
La actualidad de la lucha por el socialismo
Peiró nos recuerda el comentario de Myriam Bregman sobre la preferencia de la juventud, en base a un estudio norteamericano, del socialismo respecto al capitalismo. “Aunque con ideas vagas –Bregman reconoce, comenta la periodista–, es una demostración de que este sistema ya no tiene nada bueno que ofrecerles a las nuevas generaciones”.
Hoy las dos alternativas que ofrecen los capitalistas se pueden resumir en su postura respecto al Estado burgués, una neoliberal que insiste en su función para aumentar la seguridad para los capitalistas para un dominio más abusivo aún, mediante el avance sobre las conquistas sociales. Y, otro, posneoliberal o “populista” que sostiene que el Estado es un campo de disputa entre las clases, escondiendo su carácter como órgano de dominación burgués, tal como lo definiría Lenin en El Estado y la revolución. En ambos, casos, aunque “los unos” sean capaces de endeudar a generaciones para salvar a los bancos –como ocurrió la crisis de 2008 en las principales potencias imperialistas o para financiarles la fuga y el jolgorio mediante deudas fraudulentas con el FMI, o como hizo Macri en Argentina, no encuentran oposición alguna de “los otros”. En nuestro país, el peronismo que se reivindica “nacional y popular” aduce cobardemente la imposibilidad de la más mínima medida de defensa nacional, cede a los fraudes alevosos de empresas como Vicentin. A eso Cristina Kirchner, quien recientemente tildó a la izquierda de infantil, llama una actitud “madura”: aceptar el chantaje del FMI.
Te puede interesar: La actualidad de El Estado y la revolución de Lenin
Te puede interesar: La actualidad de El Estado y la revolución de Lenin
Un gobierno de los trabajadores conseguiría mediante la revolución expropiar a los terratenientes y a las grandes empresas, permitiría una planificación democrática de los recursos económicos y el acceso a la cultura, los avances de la ciencia y la técnica estarían al servicio de las amplias mayorías. Con el avance de las comunicaciones sería muy fácil gobernar con la participación y toma de decisiones sobre todos los asuntos importantes de la nación. Y reestablecería la pelea por el socialismo a nivel internacional.
En esta dinámica de crisis, las nuevas generaciones ven cómo el capitalismo los arrastra más continuamente a catástrofes impensadas que afectan su futuro y el del planeta. Para nosotros, clarificar los objetivos de nuestra lucha es fundamental para ofrecer una perspectiva socialista y revolucionaria a quienes salen a las calles a enfrentar las consecuencias de este sistema en decadencia [9].
COMENTARIOS