Miércoles 22 de octubre de 2014
Dylan Reales vive en la Villa 31, tiene diez años y su historia empieza desde su sueño de querer jugar al golf. Por su barrio usaba un palo de escoba roto de su mamá a modo de palo de golf y así con una piedra, con frutas, con lo que encontrara en su camino, se dedicaba a jugar cada vez que podía. Le gustaba mirar “Golf Channel” en el televisor de su humilde hogar y soñaba con esos paisajes que le traían tanta paz. Su madre con mucho esfuerzo logró comprarle un juego de golf para su cumpleaños.
Sufrió discriminación al momento de anotarse en una escuela de golf. Cuando dijo que era de la Villa 31, la recepcionista le expresó que las inscripciones estaban cerradas.
Dylan y su abuelo supieron esquivar cualquier adversidad hasta lograr el gran sueño. Consiguió una beca en esta escuela y ahora practica seis veces por semana, además de ir al colegio. Pronto va a jugar un campeonato PGA. Su sueño ya no es sólo jugar. Su sueño es ser el número uno del mundo. Su sueño también pasa por sacar a su familia de la Villa. Para él, lo más importante es luchar por aquello que uno desea, no importa cuánto cueste, no importa el tiempo, la clave está en el sacrificio y en el estudio. Nunca deja de decir que el estudio es parte importante de la vida.
Dylan está en camino de ser el número uno del golf con tan sólo diez años.
Luciano Arruga tenía 16 años. Vivía en un barrio de La Matanza con su mamá y sus hermanos. Su hermana cuenta que era muy compinche con su mamá y siempre tuvo que hacerse cargo de sus hermanos menores. Era hincha de River, le decían “el peruano”, y salía con un carrito a buscar cosas por el barrio. Se juntaba con sus amigos a tomar cerveza y a fumar. Le gustaba la música, el rock y la cumbia. No le gustaba estudiar pero amaba las historias de Julio Verne. Se desvivía por sus hermanos, a tal punto de robar un pollo en un delivery para que ellos tuvieran algo que comer esa noche. Luciano Arruga tenía sueños. Luciano Arruga soñaba con conocer el Monumental, soñaba con aprender y salir de ahí. Soñaba con que sus hermanos tuvieran comida todas las noches. Luciano Arruga soñaba con llegar a ser famoso y que su cara estuviera en los carteles de la calle. Sueño que paradójicamente fue el único que logró cumplir, de la forma menos menos pensada.
Luciano Arruga apareció el viernes enterrado en el Cementerio de la Chacarita como NN después de seis años de estar desaparecido.
A alguien se le ocurrió que Dylan pudo cumplir su sueño y Luciano no. Dos adolescentes viviendo en condiciones de pobreza, con diferentes historias de vida pero con sueños. Sueños que valen. Como los sueños de cualquier otro.
A alguien se le ocurrió que Luciano tenía que terminar muerto. Alguien decidió por su vida y se la coartó, se la robo, se la destrozó. Luciano también había decidido. Había decidido decirle NO a la policía. Un NO tan firme y tan seguro que ELLOS no pudieron tolerar.
Podrán desinformar, podrán mentir, podrán hablar de “accidentes automovilísticos”, pero nunca van a bajar los brazos de aquellos que luchan por justicia para Luciano.
Así como nunca se van a bajar los brazos de Dylan, que lucha por sus sueños.
Hay miles de Dylans y Lucianos. Contra la corrupción y la represión del poder no podemos hacer nada más que luchar como sociedad, como pueblo, como ciudadanos, como seres humanos para que se dé vuelta la balanza, esa que marca que hoy, sólo unos pocos logran cumplir sus sueños, como Dylan, y que la gran mayoría están condenados a la marginación o a la muerte, como Luciano. Porque Luciano somos él, yo, vos, nosotros, ellos, vosotros, TODOS.