En el marco de la segunda Universidad de Verano Internacionalista y Revolucionaria organizada por las secciones europeas de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional del 3 al 8 de julio en el sur de Francia, dos importantes talleres debatieron acerca de la necesidad de una estrategia socialista revolucionaria para enfrentar el cambio climático.
Martes 23 de julio de 2019 10:46
Los problemas ambientales no son completamente nuevos para la humanidad, pero en las últimas décadas han tomado una nueva dimensión a causa de su alcance e intensidad. En este contexto, para las y los socialistas revolucionarios es urgente debatir sobre una estrategia para terminar con las causas del cambio climático y la devastación ambiental: el sistema capitalista. Y esto no es otra cosa que reactualizar la perspectiva de lucha por el comunismo y una sociedad planificada democráticamente.
Esta perspectiva es la que fue abordada en dos importantes talleres de debate durante la segunda Universidad de Verano Internacionalista y Revolucionaria organizada por las secciones europeas de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional del 3 al 8 de julio en el sur de Francia.
El día viernes, durante la segunda jornada de debates, Jason e Irene, militantes de la juventud marxista de Múnich (Marxistische Jugend München), junto a Andrés, militante de RIO Berlín, dieron un taller sobre Marxismo, Medio Ambiente y las movilizaciones juveniles por el clima. Dos días después, en la cuarta jornada de debates, Diego Lotito, militante de la CRT en Madrid, abordó el debate sobre el Cambio climático, el “capitalismo verde” y las estrategias capitalistas para enfrentar la catástrofe que se avecina para los pueblos del mundo.
El taller del día viernes comenzó con un informe acerca del avance de la crisis ecológica y las respuestas ante ella. Iniciado por la joven sueca Greta Thunberg, el movimiento Fridays For Future comenzó a organizar paros estudiantiles cada viernes hace varios meses. El movimiento tuvo como novedad el uso del método de la “huelga” y una composición muy juvenil, protagonizada por estudiantes adolescentes, la llamada generación Z (jóvenes de entre 13 y 20 años).
La masiva expansión de la industria capitalista, especialmente desde su creciente globalización de producción, circulación y consumo en su fase neoliberal, conducen al planeta y a grandes porciones de la humanidad a un futuro plagado por catástrofes naturales, escasez de recursos elementales y mayores penurias para las clases trabajadoras y populares del mundo.
Una de las razones principales para esto es el aumento exponencial de las emisiones de gases “efecto invernadero”, (como son el dióxido de carbono (CO2), el metano, los hidrofluorocarburos, entre otros gases contaminantes), producto del crecimiento anárquico de la industria y el transporte en el modo de producción capitalista.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), organismo especializado en el monitoreo y evaluación del fenómeno ha expresado que, si las emisiones a esta escala perduran, en las próximas décadas el mundo atravesaría el cambio climático más duro en los últimos 10 mil años, con nefastas consecuencias ecológicas y sociales de proporciones nunca vistas.
En la actualidad el cambio climático ya es causa número uno para la migración forzada: más de 20 millones huyen de sequías, inundaciones y desertificación, entre otras consecuencias devastadoras como la ampliación de los fenómenos climáticos extremos (tormentas, ciclones tropicales, tifones y huracanes que dejan miles de muertos como en Centroamérica o Mozambique); el calor excesivo, que genera incendios incontrolables que arrasan ciudades completas; inundaciones masivas -que ya afectan a 41 millones de personas en Asia Meridional- o sequías catastróficas -como las que han generado el desplazamiento forzoso de 760 mil personas en Somalia-. Y también la elevación del nivel del mar por el derretimiento de los glaciares o la fundición parcial de placas de hielo polar, con la consiguiente inundación de tierras cultivables y salinización de la capa freática costera.
El cambio climático y la crisis en el ciclo del carbono, del agua, del fósforo y del nitrógeno; la acidificación de ríos y océanos; la pérdida creciente y acelerada de biodiversidad; los cambios en los patrones en el uso de la tierra y la contaminación química, son solo algunas de las terribles manifestaciones de una situación completamente inédita para la humanidad: la tendencia hacia la descomposición de sus condiciones naturales de producción y reproducción.
A esta dinámica ecodestructiva se relaciona directamente la degradación social y material de cientos de millones de personas que sufren la miseria, el desempleo y la precariedad laboral, mediante los cuales el capitalismo asegura su rentabilidad y reproducción.
Conscientes de esta realidad, las y los jóvenes protagonistas del movimiento de Fridays for Future han puesto la cuestión medioambiental en la agenda política en las grandes potencias europeas. Pero a pesar de la demagogia, los gobiernos de los Estados capitalistas impiden que se lleve a cabo un verdadero debate y, sobre todo, que se tomen medidas efectivas contra la catástrofe que nos amenaza. Como afirmó Irene, “el movimiento ha politizado a grandes sectores de la juventud que comienzan a hacer experiencias con el Estado y el sistema”.
Respecto al movimiento estudiantil universitario, Andrés señaló que “aunque el centro de gravedad del movimiento son las escuelas y colegios, en algunos países como Alemania el movimiento estudiantil ha entrado en escena en algunas ciudades, organizando asambleas masivas, cosa que no se había visto en esta década.” Sin embargo, las respuestas por parte de las fuerzas políticas burguesas han sido, y seguirán siendo, totalmente insuficientes.
En el capitalismo no hay salida a la crisis ambiental global
Frente a este escenario el capitalismo oscila entre dos estrategias: por un lado, una campaña de negación de las evidencias científicas tendiente a presentarlos como una “ideología” más que como un hecho fáctico; por el otro, una estrategia de promoción de un “capitalismo verde” o “sostenible”, que promueve acuerdos internacionales que son una farsa y brega por una reconversión parcial y limitada de los sistemas productivos, mientras preserva y fortalece el modelo de acumulación y explotación capitalista.
Una sub variante de esta estrategia es lo que podríamos llamar el reformismo ambiental o los promotores de un “Green New Deal”, que van desde el impulso de programas socialdemócratas, hasta que las mega corporaciones responsables de la crisis ecológica actual, sean las que desarrollen la infraestructura para salir del desastre. Una política que al mismo tiempo busca cooptar el descontento de la juventud que se organiza para enfrentar las causas y consecuencias de la crisis ambiental.
El campo del negacionismo va desde Trump, el Partido Republicano y el Tea Party en Estados Unidos, hasta sectores minoritarios de científicos. Pero su núcleo está en las grandes corporaciones que son las principales responsables de las emisiones de gases contaminantes que generan el aumento de temperatura.
Sin embargo, al mismo tiempo que hacen campaña negacionista, las grandes corporaciones capitalistas son plenamente conscientes de las consecuencias inevitables del cambio climático y sus efectos sociopolíticos y preparan para responder a sus implicaciones en el terreno de la “seguridad” y la política exterior.
Como explicó Diego, “hace años que el capital más concentrado está llevando adelante una adaptación militarizada al cambio climático, que contempla sus efectos como riesgos políticos y de seguridad nacional para las clases dominantes. De hecho, ya hay decenas de estudios de estrategas militares y corporaciones que plantean los distintos escenarios posibles ante la catástrofe climática y como prepararse para ellos: con más ejércitos y fuerzas de seguridad privadas, que eventualmente puedan defender archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria y degradación”.
Como contraparte del negacionismo aparece el “capitalismo verde”, en cuyas filas militan desde el Partido Demócrata norteamericano, Angela Merkel, Emmanuel Macron, pasando por diversas y pujantes corporaciones capitalistas, organismos internacionales, hasta ambientalistas y ONGs.
En un ejercicio de sincretismo entre neoliberalismo, neokeynesianismo y “economía verde”, denuncian el calentamiento global y acuerdan en costosas cumbres climáticas medidas de protección ambiental, controles y grandes objetivos de reducción de emisiones, que no han sido más que papel mojado.
Una de las medidas más recientes en este terreno fue mencionada por Marco, del grupo RIO: el gobierno de Merkel, en alianza con los verdes, busca implementar un impuesto a las emisiones de CO2. Supuestamente, para renovar la industria hacia una transición ecológica, este impuesto tendría como efecto una suba de precios y por ende una liquidación del poder de compra de la clase trabajadora. “Si nosotros buscamos aliar la juventud con la clase trabajadora, la única que puede cambiar la producción hacia un sistema compatible con el medio ambiente, no lo podemos hacer con un programa anti-obrero”.
Dentro del campo del capitalismo verde existe una subvariante reformista que ha ganado mucho peso: los llamados “partidos verdes”. Aunque son un fenómeno heterogéneo, subordinados a una lógica de presión institucional y una estrategia de reformas graduales acordadas con los Estados capitalistas y las corporaciones, los verdes no representan una perspectiva superadora del capitalismo. En muchos, además, prima la lógica de que para solucionar el problema ecológico es necesario adoptar una perspectiva de cambio en los comportamientos individuales. Una lógica que no sólo es utópica, sino que al mismo tiempo fortalece el credo de la ideología burguesa que afirma “que la gente es responsable de la crisis”.
En este terreno, en el último período ha ganado peso también el llamado Green New Deal, defendida entre otros por la joven diputada estadounidense, Alexandria Ocasio-Cortez, o el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn. El GND se presenta como una variante más “progresista”, sin embargo, funciona dentro de la matriz del capitalismo verde, promoviendo que las mega corporaciones milmillonarias, responsables de la crisis ecológica actual, sean las que desarrollen la infraestructura para salir del desastre…. y que para ello cuenten con cuantiosas subvenciones públicas.
La idea que subyace detrás de la perspectiva del GND es que, si los gobiernos de los principales países industrializados del mundo toman consciencia de la situación, serían capaces junto con las empresas de adoptar medidas drásticas en favor de la preservación del ambiente.
Pero la ilusión de que se pueda armonizar la contradicción entre los intereses capitalistas y la preservación del ambiente y de la vida de cientos de millones de personas, es utópica y reaccionaria.
Aunque no pueda situarse fuera de las leyes naturales, el modo de producción capitalista está, de diferentes maneras, en total contradicción con la naturaleza y con los procesos naturales de desarrollo. Como sostuvo Diego de la CRT, “la causa de este tipo de desarrollo ecodestructivo no es la irracionalidad capitalista, sino que esta es su lógica inherente. Es el resultado inevitable de un sistema económico cuyo motor es la sed de ganancias de las clases dominantes, aunque saciarla implique la destrucción del ambiente y las fuerzas vitales de miles de millones de trabajadores y campesinos de todo el mundo”.
Estrategia y sujeto de la lucha ambiental
Frente a esto, ¿cuál es la estrategia de la izquierda revolucionaria ante la crisis ambiental? Fue una de las preguntas que recorrieron los debates de los talleres. A la izquierda del reformismo burgués y las iniciativas demagógicas del “capitalismo verde”, existe un amplio movimiento ambientalista de izquierda, una corriente heterogénea que va desde el movimiento de justicia ambiental, el ecologismo popular o ecologismo de los pobres y el ecosocialismo, con fronteras poco delimitadas entre ellas. Son corrientes que han hecho una importante labor, ligando la cuestión ambiental con la lucha de los sectores populares y en general una perspectiva de superación del capitalismo.
A pesar de las diferencias entre ellas, sin embargo, en los talleres se debatió sobre dos cuestiones estratégicas que son problemáticas desde un punto de vista socialista revolucionario.
Una cuestión central es la adopción en amplios sectores de este movimiento, en mayor o menor medida, de perspectivas decrecionistas. Una tendencia que cobró fuerza como reacción a tres décadas de neoliberalismo, la profundización de la catástrofe climática y ecológica a que llevó aceleradamente el capitalismo, y el modelo de una “sociedad hiperconsumista” en los países imperialistas. Pero que al mismo tiempo se constituyó como una crítica al marxismo, identificándolo con el estalinismo, que en sus distintos regímenes como en China o la URSS cometió atrocidades respecto al medio ambiente.
El decrecionismo, popularizado por intelectuales como el economista francés Serge Latouche, promueve un cambio individual de los patrones de consumo, en su mayoría sin tomar en cuenta las desigualdades sociales de los individuos, es decir si se trata de, por ejemplo, burgueses o pequeñoburgueses en las grandes metrópolis imperialistas, o trabajadores precarios o campesinos en los países oprimidos. Además, se podría decir que, como supuesta “antítesis” al crecimiento inherente al sistema capitalista, aboga por un crecimiento negativo de la economía, sin tomar en cuenta qué sectores de la industria podrían facilitar y enriquecer la vida humana en el planeta.
Si bien algunos sectores plantean esta perspectiva desde un punto de vista popular, incluso ecosocialista, hay muchos movimientos ecologistas que muestra una sensibilidad maltusiana ante el problema. Es decir, como asumen que los recursos naturales son fijos y limitados, todo crecimiento económico es intrínsecamente negativo, porque consume recursos que se irán agotando con el tiempo. Estos movimientos han sido muy influenciados por Paul Ehrlich, el fundador del ecologismo conservador.
Intervenciones desde el público señalaron correctamente que, bajo una economía planificada democráticamente por los trabajadores, tomar la decisión de si un sector de la industria requiera de más desarrollo o por lo contrario deba ser reducido, sería mucho más fácil y eficaz. No tomar en cuenta el carácter del Estado, o de qué clase promueve el (de)crecimiento, es una de las grandes falencias de la estrategia decrecionista.
Si tuviéramos que sintetizar la cuestión central que contrapone la “estrategia decrecionista” a la marxista revolucionaria, podríamos decir que la primera es el intento utópico y reaccionario de “poner el freno de emergencia” (Walter Benjamin) a la catástrofe social, no por medio de la revolución mundial como vía hacia el comunismo, sino por medio del abandono de los avances de la ciencia, la técnica y la productividad del trabajo.
El debate no es crecimiento o no crecimiento, sino qué tipo de crecimiento, lo que es consecuencia de quién controla tal crecimiento. Es decir, quien controla los resortes de la economía. Dicho de otro modo, el problema no es económico, o no solo económico, sino fundamentalmente político. ¿Quién controla el poder político y, por ende, la economía?
Aquí entra un segundo problema, que es la cuestión del sujeto de la lucha ambiental. Especialmente la corriente del ecologismo de los pobres señala que muchas veces los grupos indígenas campesinos han coevolucionado sustentablemente con la naturaleza. Y sobre esta base, promueven un ecologismo agrarista o neo-narodnikista, aunque inspirados más a las luchas ambientales y campesinas en América Latina como la de Chico Mendes en Brasil o el zapatismo mexicano, que en el ejemplo ruso. Una perspectiva que se liga a la estrategia decrecionista y la línea de idealizar la vida rural y volver a los viejos planteos utópico pre-marxistas de irse a vivir a comunas agrarias o plantar huertos comunitarios.
Desde el punto de la lucha contra la devastación ambiental es innegable que un actor principal a nivel mundial en esta batalla ha sido el campesinado y los indígenas de países semicoloniales. En la mayoría de los casos son sujetos directamente afectados (en sus condiciones de vida y de reproducción) por las actividades ecodestructivas del capital. Un proceso de verdadera “acumulación por desposesión”, tomando el concepto del geógrafo marxista David Harvey. Es decir, el uso de métodos de la acumulación originaria para mantener el sistema capitalista.
La lucha contra estos mecanismos de desposesión no ha sido pacífica ni mucho menos. Llevan cientos de asesinados y procesos de lucha verdaderamente radicales.
Es justo decir que muchos de estos sectores sociales se han convertido en un dique material en muchas regiones para el avance de los megaproyectos que destruyen el ambiente. Sin embargo, para lograr una solución integra y efectiva a la amenaza ambiental global que representa el capitalismo, el centro del combate no está en el campo sino en las ciudades y los grandes centros capitalistas. Y el sujeto central de este combate es la clase trabajadora urbana.
Y esto es así porque la contradicción capital-trabajo no es una más de las que caracterizan al modo de producción capitalista, sino la que lo estructura. Por ello el proletariado, si se dota de una política hegemónica y no corporativa, es la única clase que puede actuar como articulador de una alianza verdaderamente anticapitalista. Las y los revolucionarios tenemos que tener una estrategia para forjar esta alianza y luchar por un programa anticapitalista.
En este terreno, la corriente ecosocialista plantea que los trabajadores son “una” fuerza esencial para cualquier transformación radical del sistema. Pero una más, un sujeto más que debe sumarse al resto de los movimientos. El problema es que, sin hegemonía proletaria, es decir, sin que la clase trabajadora, con sus métodos de lucha y su programa, lidere la alianza con el resto de los oprimidos, no hay posibilidad de vencer. No hay ecosocialismo posible.
Programa revolucionario y perspectiva comunista
Frente a una perspectiva absolutamente irracional a la que nos aboca el capitalismo, es evidente la necesidad de medidas drásticas y urgentes. Y estas solo pueden venir de una planificación racional de la economía mundial. O como diría Marx, mediante “la introducción de la razón en la esfera de las relaciones económicas”.
Una perspectiva por la que la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional debe luchar en el seno del movimiento obrero, de la juventud y los movimientos ecologistas. Los trotskistas debemos explicar que frente a la farsa de las cumbres climáticas y las promesas de un “capitalismo verde”, es necesario desplegar un programa transicional orientado hacia una completa reorganización racional y ecológica de la producción, la distribución y el consumo.
Un programa así es obviamente imposible de alcanzar en los marcos del capitalismo. Para llevarlo a cabo hace falta una estrategia revolucionaria que enfrente decididamente a los responsables del desastre. La juventud que hoy sale a las calles en todo el mundo para luchar por la “justicia climática” tiene el desafío de avanzar en la radicalización de su programa para plantear la única perspectiva realista para enfrentar la catástrofe: impulsar la lucha de clases para terminar con el sistema capitalista y poner todos los resortes de la economía mundial en manos de la clase trabajadora.
Esta perspectiva, sin embargo, no es compartida por la mayoría de la población. Ni siquiera por la juventud sensibilizada y movilizada por la cuestión climática. Por ello, en los talleres de la Escuela de Verano uno de los aspectos políticos que se abordaron fue la necesidad de seguir interviniendo sin ningún sectarismo en el movimiento Fridays For Future. Distintas intervenciones, aunque reconociendo los límites del movimiento, su programa reducido y su dirección esencialmente liberal o reformista, destacaron su carácter internacional y la potencia de la juventud que se moviliza por una idea tan grande.
“El programa transicional que debemos desplegar”, planteó Andrés, “tiene que dialogar con la conciencia actual del movimiento, y buscar ganar una fracción para una perspectiva revolucionara. Cabe recalcar que Greta Thunberg y otros dirigentes del movimiento llaman a una “huelga general” para el 20 de septiembre. Las y los revolucionarios tenemos que plantear abiertamente que, si queremos parar el mundo contra el cambio climático, debemos ligarnos al movimiento obrero y luchar por imponerle a la burocracia sindical, un pilar fundamental del imperialismo en países como Alemania, que movilice al sindicato y llame a huelgas políticas. Esto implica dar una pelea fuerte contra el corporativismo, tanto en el movimiento estudiantil como en el movimiento obrero.”
Existe una importante base para luchar por una fracción revolucionaria del movimiento, que al mismo tiempo busque ligar la lucha ambiental a las otras peleas que damos a diario: contra el imperialismo, los regímenes racistas, la opresión LGTB y de la mujer, o las batallas que damos en los sindicatos contra la precarización y la explotación capitalista, bajo una estrategia internacionalista y revolucionaria, cuyo centro de gravedad sea la lucha de clases. Esta es la única vía que puede garantizar el éxito de los objetivos de un movimiento como Fridays For Future.
Hoy la irracionalidad del sistema de producción capitalista y sus patrones de producción y consumo ha llegado al punto de poner seriamente en riesgo el equilibrio natural del planeta y, con ello, la propia existencia de inmensas porciones de la especie humana y millones de otras especies que habitan el planeta.
Muchos científicos y ecologistas caracterizan el momento actual como un momento de crisis civilizatoria, que no tiene vuelta atrás y solo nos quedará adaptarnos. Esta perspectiva no está descartada. Pero en ese caso extremo, el problema sigue siendo el mismo: la adaptación estará en manos del capital o de la mayoría desposeída de la sociedad.
Ante la catástrofe la ideología capitalista no sólo siembra el miedo (lo que da fundamentos a las políticas securitarias como las que mencionamos antes), sino que niega de plano toda perspectiva emancipadora. Desde el cine y la televisión vivimos un bombardeo constante de distopías: es más fácil imaginar mundos catastróficos, postnucleares, invasiones de extraterrestres y hasta zombies, que una sociedad que racionalmente garantice la supervivencia del planeta, la humanidad y el conjunto de las especies.
Por ello, la cuestión ecológica vuelve a situar la lucha por el comunismo como la única perspectiva de salvación de la humanidad y el planeta. Un combate en el que clase trabajadora debe ubicarse como sujeto hegemónico, tomando las demandas ambientales no sólo como parte de la lucha por mejorar sus condiciones de vida, sino por dar una salida progresiva a la crisis civilizatoria que prepara el capitalismo.
* Artículo elaborado en base a los debates realizados en los talleres y las ponencias de Andrés Garcés del grupo RIO de Alemania y Diego Lotito de la CRT española.